Psicólogo
12 de septiembre de 2025, 21:40
Número de palabras: 448
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Las últimas noches habían sido terribles para John y para Sherlock. Las pesadillas eran constantes y los gritos a medianoche del médico se habían convertido casi en una rutina.
La guerra había resurgido en su mente pero ahora tenía un detalle agregado: Rosie.
Desde que ambos cuidaban de la niña, el miedo irracional a que una nuevo conflicto estallara había mermado su tranquilidad. Le asustaba pensar en su hija viviendo en medio de algo así y, más aún, tener que separarse de ella para acudir al llamado de las filas militares.
En sus sueños, la pequeña lloraba de manera desconsolada mientras le agarraba la pierna, enfundada en su traje militar, y le suplicaba que no la abandonara. En otras ocasiones, temblaba dentro de un búnker mientras los fuertes estallidos de las bombas sonaban con fuerza al impactar con el suelo.
Tantas fueron las ocasiones en que sus pesadillas les había arrebatado el sueño, que finalmente, bajo la condición de ser acompañado por Sherlock, había accedido a acudir al psicólogo.
—Temo que su miedo provenga de otros aspectos, señor Watson —proclamó el doctor, al finalizar la sesión—. Si me lo permite, me gustaría hacerle una pregunta más.
—Lleva haciéndolo durante una hora —respondió John—, dudó que una más termine agotándome.
Sherlock se mordió el labio para evitar sonreír. Aquello se trataba de un asunto serio, y sabía lo difícil que era esta situación para su pareja, pero admiraba la forma que tenía para afrontarla.
—¿Usted es feliz? —preguntó el psicólogo, lanzando una breve pero evidente mirada a las manos entrelazadas de Sherlock y John.
El gesto no pasó desapercibido para ninguno de los dos y las intenciones que se encerraban tras la pregunta tampoco.
—Tengo a este hombre llamándome "cariño" —respondió John, señalando con su mano libre al detective. Antes de que el doctor pudiera decir algo, se levantó de sus asiento, arrastrando con ello a su pareja, que se había sonrojado por completo ante su palabras, y añadió—. Ahora, si nos disculpa, debemos ir a buscar a un psicólogo que no juzgue mis problemas como un cavernícola.
Acto seguido, se dirigió hasta la puerta y la cruzó, dejando al psicólogo con las palabras en la boca. Ambos caminaron durante un rato hasta que Sherlock rompió el silencio.
—Me dijeron que era un buen profesional...
—No te culpes —le interrumpió John. Detuvo el paso en mitad de la calle y le hizo girarse para mirarle a los ojos—. No hay nadie que mee haga más feliz en esta vida que tú y si él no sabe ni quiere entender que tú eres padre de mi hija, el problema es sólo suyo.
Tras estas palabras, se levantó de puntillas para robarle un beso.
—Vamos, sigo necesitando un psicólogo —bromeó, guiñándole un ojo.