Prisionero
10 de octubre de 2025, 21:20
Número de palabras: 460
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En todas las historias con villanos, existe otro personaje (héroe o antihéroe) que se enfrenta a éstos para no permitirles llevar a cabo sus actividades delictivas. En el mismo transcurso de la historia, se incluyen múltiples intentos por parte de los villanos por acabar con esta dinámica tan perjudicial en sus negocios y, tras bastantes intentos fracasados, llegan al razonamiento de destruir a quien los enfrenta no de una forma directa, sino mediante elementos que ame.
Precisamente este razonamiento, es el que justificaba que en aquel momento el doctor Watson se encontrara en una sala escondida, dentro de un almacén abandonado, sentado en una silla de hierro, con las manos atadas a la espalda y los ojos vendados. De la comisura de los labios, un fino y brillante hilo de sangre fluía, como prueba de la violenta respuesta que éste había recibido cuando trato de librarse, mediante un mordisco, de sus captores.
Desde aquel incidente, no habían reparado en cubrirle la boca, puesto que, los tres hombres (que el doctor había identificado como miembros de la banda delictiva llamada "The Hollow Crown") se habían apresurado a socorrer a la víctima del fuerte mordisco quien, según lo que pudo oír, había sangrado efusivamente.
Habían pasado ya varias horas desde que lo habían dejado sólo, y aunque sus semblante y valentía permanecían intactas, el temor de morir en aquel sucio agujero y no poder ver nunca más a su pareja, le estaba carcomiendo el alma.
—Sherlock... —susurró, con la voz débil y seca, a la oscuridad—, por favor..., te necesito...
Como si fuera una respuesta a sus súplicas, un fuerte choque metálico, seguido del sonido de los disparos y la continúa sucesión de gritos y voces se desplegó por las zonas cercanas. Unos pasos, rápidos y ansiosos, se dirigieron a toda velocidad hasta la puerta de la sala en la que se encontraba. Ante esto, John se revolvió en sus silla, temeroso de ser convertido en un escudo en mitad de todo aquel caos.
—¡John! —se oyó gritar por encima del chirrido metálico de la puerta al abrirse.
Una oleada de alivio recorrió el cuerpo del doctor cuando reconoció en aquella voz a su pareja, el detective Sherlock Holmes.
—Sherlock...
—¡Soy yo, John! —exclamó Sherlock, acercándose hasta la silla. Luego, le arrancó la venda de los ojos para permitirle ver de nuevo—. ¡He venido a por ti!
Bajo la atenta mirada de su pareja, que se encontraba deslumbrada por la brillante luz del pasillo, se arrodilló frente a la silla y comenzó a liberarle de sus ataduras hasta que estas cayeron al suelo. Sin esperar un solo momento, John usó sus primeros momentos de libertad para lanzarse en los brazos de aquel hombre al que amaba.
—G-gracias... —susurró, notando como los ojos le quemaban ante las primeras lágrimas de desahogo.