ID de la obra: 816

Todo Por El Deber (El Reclutador x Hwang Jun-ho) Two-Shot Smut

Slash
NC-17
Finalizada
2
Tamaño:
25 páginas, 13.026 palabras, 2 capítulos
Descripción:
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Un Cambio En La Historia

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El motor rugía con fuerza, hasta un punto en el que parecía cercana la explosión, pero a Jun-ho eso no le importaba. Continuó pisando el acelerador, forzando sin piedad a la máquina de carreras en la que había convertido su coche. El aire y la lluvia embestían con furia las ventanillas, tras las cuales pasaban a toda velocidad las luces doradas, azules, rojas y rosas de los comercios y las viviendas que se encontraban situadas a los lados de las carreteras. Esas mismas carreteras que ahora atravesaba sin importarle lo más mínimo la presencia de los semáforos o las señales. Quedaban tan pocas calles para su destino que ya no le importaba nada. Lo único relevante en aquel momento era llegar a la dirección que había encontrado como siguiente pista hasta Seong Gi-hun. Ese hombre..., aquel que podía significar la clave para encontrar a su hermano. Pisó más fuerte el acelerador y el motor soltó un rugido furioso y desesperado mientras aumentaba la velocidad, haciendo que los colores de la ciudad se entremezclaran sin ningún tipo de sentido en el reflejo de los cristales. Por fin, se detuvo. El mapa en su móvil marcaba la llegada a su destino. Se inclinó un poco sobre el volante y miró por la luna delantera el edificio que tenía frente a sí: era de unas cuatro plantas y en la fachada tenía un cartel muy grande y alargado hacia abajo. En la parte más alta de éste se podía leer "motel" y, en la parte más larga, con letras fluorescentes, se dibujaba la palabra "Pink". Motel Pink. Motel Rosa. Su destino. Apagó el motor y salió del coche corriendo, evitando empaparse con la fuerte lluvia que estaba azotando Seúl. Atravesó las puertas de cristal que conformaban la entrada y miró a su alrededor. Las luces de color anaranjado se repartían por todo lo que en su día debió ser la recepción, chocando contra las paredes aterciopeladas de color rosa, haciéndolas brillar. A su izquierda, pudo ver un ascensor y en la pantallita que indicaba los pisos, pudo ver que se encontraba en el piso 4. Aquello significaba que había alguien dentro del edificio. Rezó porque esa persona fuera Gi-hun mientras, como medida de precaución, desenfundaba su pistola. Un poco alejadas de la zona del ascensor pudo ver unas escaleras ascendentes y, juzgando que aquel camino era mucho más seguro y que le ofrecería mejores posibilidades de atrapar al otro hombre de sorpresa (y así evitar que escapara), se lanzó hacia éstas y comenzó a subir. Daba grandes zancadas, y pronto llegó al primer piso. Continuó subiendo, mientras la adrenalina brotaba y se expandía por sus venas. Le emocionaba encontrarse con Gi-hun, porque estaba seguro de que con su ayuda al fin podría dar con su hermano y sacarle de la vorágine de locos en la que se había metido. Sacar a su hermano de la locura que le había obligado a dispararle, aún dejándolo vivo, y que le había mantenido alejado por tanto tiempo. Por fin, llegó al cuarto piso. Se movió con agilidad, probando cada puerta y entrando en aquellas que se encontraban abiertas. Tenía los oídos taponados, fruto de la máxima concentración en la que había sumido a su mente. No tenía mucho tiempo y temía que el sonido de alguno de los picaportes alertara a Gi-hun. Sin embargo, al llegar ante una de las puertas, sus oídos lograron captar algo. Música. Pegó la oreja a la madera y escuchó con atención: era una música lenta y ceremoniosa, digna de cualquier ópera de renombre. No supo identificar de que canción se trataba, puesto que no era muy fanático del género. Eso era para gente mucho más anciana. De pronto, por encima de la música, puedo escuchar una voz. Era masculina, fuerte y firme, y sonaba con un ligero tono arrogante. Luego, un chasquido metálico llegó hasta sus oídos, helándole la sangre: era el sonido de una pistola accionándose sin balas. Se apartó de la puerta en aquel mismo instante y tomó el picaporte con fuerza. Por el rabillo del ojo pudo ver aún el número de la habitación, que resplandecía con sus contornos metalizados: La 410. Empujó hacia adelante y, para su sorpresa, la puerta no estaba cerrada. Se adentró en la habitación, pistola en alto, mientras sentía como todo su alrededor se ponía en cámara lenta. ¿Qué es lo que iba a encontrarse en aquella habitación? ¿Acaso Gi-hun tan sólo era un loco? ¿Un posible asesino? ¿Un suicida quizás? Las luces rosadas del cartel atravesando la cristalera que daba a la calle le cubrieron por completo mientras continuaba avanzando con rapidez. El corazón le latía con fuerza en el pecho. La adrenalina explotaba en sus venas. Los pulmones habían dejado de recibir oxígeno. Por fin, giró la esquina que escondía el último tramo de habitación que no podía verse desde el pasillo de entrada. Frente a él, la figura de dos hombres, sentados uno frente al otro y con una mesa baja entre ambos, se hizo presente. Uno de los hombres, el que se encontraba sentado sobre un sillón de color rosa situado junto a la pared, le resultaba totalmente desconocido. Tenía un rostro marcado por la inocencia, aunque sutilmente roto por las gotas de sangre que le manchaban parte de la mejilla y el cuello de su traje. Su vestimenta resultaba sorprendente, porque un hombre que parecía tan joven, lograba lucir con elegancia un traje que parecía de extrema calidad. El otro hombre, aquel que se encontraba más cercano a su persona, le era bien conocido: Seong Gi-hun. —¡Policía! —exclamó, apuntando de forma intercalada a ambos hombres. El cuerpo de Gi-hun se retorció para mirarlo, mostrando una cara llena de confusión. Aquel movimiento, le permitió ver con mayor claridad su mano derecha, que se encontraba apoyada sobre la mesita baja..., portando una pistola. —Suelte el arma —le ordenó, dirigiendo ahora de forma única su propia arma hacia él. El cañón de la pistola que, como había podido ver hasta el momento, había apuntado de forma firme hacia el hombre con el traje, se movió con lentitud. —Démela —volvió a ordenar Jun-ho, tendiendo su mano izquierda al tiempo que daba un paso hacia adelante. Gi-hun apenas le miró cuando le puso la pistola en la mano. Toda su atención estaba recogida por el hombre que tenía frente a él, ese hombre con traje que le devolvía la mirada con una ceja levantada, en un gesto de evidente diversión. —¿Quién es? —preguntó Jun-ho, luego de guardar la pistola en su cinturón, y sin dejar de apuntar con la propia a ambos hombres. La ceja del hombre con el traje se enarcó de forma más pronunciada, al tiempo que sus labios se fruncían hacia adelante. Parecía muy interesado en conocer la respuesta que iba a dar Gi-hun. —Es un reclutador —respondió al fin Gi-hun. Su voz sonaba apretada y desgarrada, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo para no añadir insultos a sus palabras. El hombre con traje se mordió el labio inferior, tratando en vano de contener una sonrisa llena de orgullo. —Se dedica a buscar a personas desesperadas para invitarles a los Juegos..., es su perrito faldero... La sonrisa del otro hombre fue reemplazada en aquel instante por un puchero, que no dejaba de resultar arrogante. —¿Los juegos? —repitió Jun-ho, mirando hacia El Reclutador—. Entonces, ¿él puede saber algo de mi hermano? —Es probable —respondió Gi-hun, sin apartar ni un segundo la mirada de su objetivo—. Aunque no sé cuánto le contarán a sus perros... —Que poca estima me tiene, señor Seong —le interrumpió El Reclutador, fingiendo dolor en la voz—. Hace pocos minutos parecía dispuesto a darme las gracias por invitarle a unos juegos que le cubrieron de oro... —¿De qué habla? —volvió a preguntar Jun-ho, cada vez más nervioso por la actitud de El Reclutador. Aquella fachada de inocencia se había quebrado del todo al escuchar como pronunciaba las palabras. Su tono era altivo y siseante, demasiado similar al de una serpiente. Y cada parte de su ser parecía dispuesto a transformarse en esa serpiente y deslizarse hasta su víctima, escalando por su cuerpo hasta llegar al cuello y apretar. Apretar hasta que las súplicas fueran ahogadas por los estertores de la muerte. Eso era lo que desprendía aquel hombre... Olor a muerte. Un escalofrío le recorrió toda la columna vertebral. —Estabas en la comisaría el día en que fui a denunciarles —habló de pronto Gi-hun, sacándole de sus pensamientos. Jun-ho le miró con curiosidad. Recordaba aquel día. En un primer momento no había dado demasiada importancia a aquel hombre que consideraba como un simple borracho de los que suelen llegar a las comisarías para denunciar estupideces y hechos que tan solo habían ocurrido en sus mentes intoxicadas. —Este hombre se dedica a repartir "invitaciones" para unos juegos —dijo, señalando con la cabeza al Reclutador—. Fui a la comisaría y les mostré la mía..., son unas tarjetas que tienen detrás un número. Al marcarlo, te permite inscribirte. Luego, te dan una fecha y un lugar de encuentro. Te duermen y te llevan hasta la isla en la que se dan esos juegos —hizo una ligera pausa para tragar saliva, como si los recuerdos se le atascaran en la garganta—. Ofrecen un premio millonario, sólo uno gana entre 456 participantes... —Y tú fuiste el ganador —completó Jun-ho. El silencio se instauró al instante como una barrera de hielo. Sin embargo, Jun-ho pudo ver como Gi-hun apretaba los puños sobre los muslos. Esa era toda la confirmación que necesitaba. —Además de guapo es inteligente —dijo burlonamente El Reclutador, mirándole de arriba a abajo. Luego, regresó su mirada hacia Gi-hun para añadir—. Qué buenas amistades hace siempre, señor Seong. Jun-ho no pudo comprender todo lo que implicaban aquellas palabras. No fue capaz de entender cuanto ardía el pecho de Gi-hun al escuchar al hombre que había hecho que su amigo de la infancia, Sang-woo, se convirtiera en un completo desconocido. Ni siquiera podía entrever cuanto dolía recordar a la joven Sae-byeok cubierta de sangre reluciente que fluía de su cuello abierto. No, él no podía saber cuánto dolía y, sin embargo, pudo reconocer parte de aquel escozor cuando Gi-hun se abalanzó, de forma casi automática, sobre el otro hombre. —¡Miserable hijo de puta! La sonrisa de El Reclutador no desapareció ni por un instante mientras Gi-hun lo tomaba por las solapas de su traje y le empujaba contra el respaldo del sillón en el que se encontraba sentado. El instinto de Jun-ho se activó de inmediato, lanzándose hacia adelante para detenerle antes de que pudiera cometer una locura. Si bien se encontraba desarmado y no le había tomado por el cuello, sabía lo que la ira podía permitir a los seres humanos hacer contra los cuerpos ajenos. Le tomó por los brazos con fuerza, luchando para que éste soltara de su agarre al Reclutador, que parecía encantado con la escena. —¡Eres un perro! ¡Nunca dejarás de ser su perrito faldero! —continuaba gritando Gi-hun, preso de la ira más absoluta. Haciendo un esfuerzo apoteósico, logró sentarle de nuevo en su silla. —Conténgase, señor Seong, no quiero arrestrarle por intento de homicidio —le advirtió, jadeando por el esfuerzo. Ante sus palabras, Gi-hun pareció tranquilizarse un poco, aunque mantenía una mirada fija y ardiente en el otro hombre y sus dientes apretados. Jun-ho se separó lentamente, analizando cómo el cuerpo de Gi-hun reaccionaba ante el espacio, logrando convencerse poco a poco de que éste había captado la seriedad de sus palabras. Luego, dirigió su atención al Reclutador, que le devolvía la mirada a Gi-hun en un gesto lleno de arrogancia y altivez. —Levántate —le ordenó, apuntándole con el arma. Aquellos ojos oscuros como pozos interminables se movieron hasta él, acompañados por una ceja enarcada y unos labios curvados en una siniestra media sonrisa. —Lentamente —puntualizó Jun-ho, tratando de agregar a cada una de sus facciones y de sus gestos un seguridad que cada vez le resultaba más complicada de mantener. Había algo en aquel hombre que le incomodaba y le fascinaba a partes iguales. Desprendía oscuridad y un olor a sangre parecía rodearle, como si aquel líquido emergiera directamente de sus poros. Casi podía imaginarse a ese hombre con la boca cubierta de carne y vísceras de una víctima inocente..., pero también resultaba elegante y refinado, el escaparate perfecto de un asesino de aquellos que nadie esperaría que lo fuera. Un auténtico peligro..., de esos que le hacían vibrar y permitía que la adrenalina le explotara en cada una de sus venas. Para su sorpresa, el hombre obedeció. Su esbelta figura se movió con agilidad, apoyándose sobre los reposabrazos y balanceándose hacia adelante hasta quedar de pie ante el sillón rosa que le había servido de asiento. —Apoya las manos y abre las piernas —ordenó Jun-ho, señalando con su cabeza la barrera de cristal que separaba el baño de la habitación. —Escogió policía por fetiche según parece... —dijo burlonamente El Reclutador, caminando hacia la pared. De pronto, su cuerpo se vio lanzando bruscamente hacia el cristal. Jun-ho, consumido por la vergüenza y la ira que habían suscitado aquellas palabras, le había agarrado por la parte de atrás del cuello y le había empujado hacia aquella zona. Sin embargo, sus reflejos lograron evitar que su cabeza chocara contra el cristal al colocar sus manos justo antes del impacto. Ahora, se mantenía con las palmas de las manos apoyadas sobre aquella superficie, los ojos cerrados y una sonrisa llena de diversión. —¿Te crees muy gracioso? —le increpó Jun-ho, tomándole la mano derecha para esposársela a la espalda. —No era broma —replicó El Reclutador, ampliando más su sonrisa cuando Jun-ho apretó fuertemente su muñeca contra el metal de las esposas—. Acabas de probar justo mi punto... Por toda respuesta, Jun-ho usó el agarre que mantenía sobre su muñeca y le empujó de nuevo hacia el cristal. El cuerpo de El Reclutador, ahora carente del aguante de una de sus manos, chocó de lleno contra el mismo, dejando su rostro sonriente pegado contra la superficie. Su respiración caliente comenzó a empañar el cristal. —Cállate un rato, ¿quieres? —le dijo Jun-ho, comenzando a esposarle la otra mano. —No permitas que te gane los nervios —intervino Gi-hun tras él—, es un experto en ello. Jun-ho se giró muy levemente hacia el lado desde el que provenía su voz, sin dejar la tarea de esposar al Reclutador. Gi-hun no se había dado la vuelta para hablarle. En cambio, mantenía la mirada fija en el punto exacto en el que El Reclutador había permanecido sentado frente a él, como si aún estuviera librando una batalla de poder contra su recuerdo. —Usted y yo tenemos que hablar, señor Seong —dijo Jun-ho. Gi-hun por fin se giró, y sus miradas se encontraron por unos breves instantes, como si trataran de encontrar algunas primeras respuestas a todas sus preguntas. Jun-ho observó aquellos ojos que parecían tan cansados..., agotados sería un adjetivo más apropiado para describirlos. Aquel hombre no se parecía ya en nada al que, hace tres años, había suplicado ayuda para encontrar a su hermano. Había algo nuevo. Algo marcado por el dolor y la ira... Fiereza. Jun-ho rompió el contacto para mirar al suelo, abrumado al recordar como aquel mismo brillo se había mezclado con el dolor en la mirada de su hermano..., justo antes de dispararle. Luego, volvió su atención hacia las esposas y comprobó que habían quedado perfectamente cerradas sobre las muñecas de El Reclutador. —Listo —anunció, antes de mover sus manos hasta los bíceps del otro hombre y apretarlos en un gesto burlón. Jun-ho le tomó del brazo izquierdo, le separó de la pared de cristal y le obligó a darse la vuelta. Los oscuros ojos marrones volvieron clavar su mirada en él. No había perdido ni un atisbo de su arrogancia. Pero, en esta ocasión, Jun-ho no se permitió caer en el análisis de cada una de las sombras que conformaban aquel misterio hecho hombre. En cambio, volvió a dirigirse a Gi-hun, quien no había dejado de mirarlo: —Necesito que se levante, señor Seong. Gi-hun vaciló por un instante, pero en cuanto sus ojos volvieron a conectar con los de El Reclutador, apenas por unos segundos, asintió y obedeció a la petición, alzándose de la silla en la que se había mantenido sentado todo el tiempo. Su cuerpo se movió lentamente, casi de forma penitente, hasta el borde de la cama, situada a la izquierda de las sillas y la mesa donde había encontrado a ambos hombres. Cuando por fin estuvo lo suficientemente alejado, Jun-ho tiró con fuerza del brazo de El Reclutador, arrastrándole hacia la silla que había dejado libre y sentándole con un empujón en la misma. Luego, se situó detrás de él y le colocó los brazos tras el respaldo, haciendo que adoptara una posición más restringida de movimientos. Apoyó las manos sobre los hombros del otro hombre y se inclinó hacia adelante, permitiendo que su boca quedara junto al lateral derecho de su cara, justo frente a su oreja, en un gesto que pretendía marcar su autoridad en la situación. —No quiero tener que meterte un calcetín en la boca —le amenazó, usando el tono más firme que fue capaz de interpretar—. Así que, por el bien de los dos, mantente calladito hasta que venga a por ti. —Le esperaré con ansias, oficial —se burló El Reclutador. Jun-ho estuvo cerca de protestar pero, viendo que el otro no añadía ningún comentario más de carácter mordaz o burlón, decidió pasarlo por aquella única vez, jurándose a sí mismo meterle hasta la garganta el calcetín más apestoso que pudiera encontrar dentro de aquella habitación si volvía a hablar. Se incorporó y tras mirar unos instantes con cansancio el pelo negro y brillante que recubría la cabeza de El Reclutador, como si de esa forma pudiera encontrar la clave para entender el convulso cerebro que se escondía tras aquel cráneo, se dio la vuelta y dirigió sus pasos hacia Gi-hun. —No me he presentado —dijo Jun-ho, cuando llegó frente a él. Metió la mano en el bolsillo interno de su chaqueta y sacó su placa de policía para mostrársela—. Soy el inspector Hwang Jun-ho. —Me acuerdo de ti —le respondió Gi-hun, mirando la placa con poco interés—. Viniste a mi casa..., para que te ayudara. —Y te vi en aquella isla. Los ojos de Gi-hun parecieron teñirse de oscuridad al escucharle hablar sobre la isla, y no podía culparle por sentir rabia de aquellos recuerdos, puesto que a él mismo le causaba repulsión traer a su mente lo poco que había podido descubrir allí. —La noche en que se mataron en los dormitorios —continuó hablando—, cuando los guardias detuvieron la pelea, uno de ellos te preguntó por Hwang In-ho. Gi-hun asintió, visiblemente desconcertado. —Ese es el nombre de mi hermano —le explicó—. Me infiltré en los juegos para encontrarlo. —Yo fui el único superviviente de esos juegos —habló Gi-hun, con una voz hundida por el dolor—. Si tu hermano era uno de los participantes... —Aunque sea de esa forma —le interrumpió Jun-ho—, quiero llegar a esa isla y detener la locura que sea que está ocurriendo allí. No quería que la conversación se desviara hacia algo que pudiera revelar la verdadera función que cumplía su hermano dentro de aquellos "juegos". Le había visto con aquella máscara negra, la máscara de El Líder, y rodeado de hombres enmascarados y con monos rosas que le obedecían fielmente. Pero no podía decirle eso a Gi-hun. Si le vinculaba de alguna forma con los juegos, no cabría ninguna posibilidad en el futuro de unir lo que sabían ambos para dar con la isla y por fin tener la oportunidad de liberar a su hermano. —¿Les temes? —preguntó Jun-ho y, luego de sacar la pistola que le había requisado a Gi-hun, añadió—. ¿Es por eso que vas armado? —No es mía. —Le estabas apuntando con ella —cuestionó, enarcando una ceja. —No le estaba apuntando —protestó Gi-hun, visiblemente ofendido—. La pistola es suya —añadió, señalando con la cabeza al Reclutador. —¿Y por qué la tenías tú? Gi-hun apretó los labios. Aquello resultaba demasiado estúpido como para contarlo. —Parece que todos los idiotas que giran entorno a los juegos tienen la bonita costumbre de solucionarlo todo jugando a algo —comenzó a explicar y, luego de un pequeño suspiro que le permitió ordenar sus ideas, continuó hablando—. Quiso que jugaramos a la ruleta rusa y era su turno..., sólo queda una bala. Jun-ho abrió los ojos como platos y, con una gran habilidad, sacudió la pistola para que el tambor quedara al descubierto: una única bala, colocada justo en la recámara que se encontraba alineada con el cañón, brillaba en el interior. —Quería sacarle información —trató de excusarse Gi-hun, con evidente vergüenza. Jun-ho volvió a mirarle. —¿Crees que él puede saber algo sobre los juegos? —cuestionó, cerrando el arma y guardándosela de nuevo. —Al menos, sabe información sobre ciertos pasos que se pueden dar para llegar hasta la isla —confirmó Gi-hun—. Quizás hasta haya tenido contacto con alguien de los altos cargos. Jun-ho sintió un atisbo de esperanza. Si cabía la posibilidad de que aquel hombre se hubiera encontrado con algunos de los dirigentes de los juegos, significaba que podía saber algo sobre In-ho. —Me lo llevo a la comisaría —dijo firmemente. —¿Crees que te recibirán? —cuestionó Gi-hun, enarcando una ceja con poco convencimiento. La respuesta a aquella pregunta era muy evidente: no. Pero no importaba, porque tenía un plan completamente diferente. Y, sin embargo, no podía permitir que Gi-hun lo supiera porque, de ser así, posiblemente tratara de detenerlo. —Cuando fui yo, me libré por poco de que me arrestraran por molestar a la justicia... —Yo me encargo —le interrumpió con firmeza Jun-ho. Luego, sin dar tiempo a Gi-hun de rechistar, giró sobre sus talones y se encaminó hacia El Reclutador. Le rodeó con rapidez hasta situarse justo frente a él. Los ojos llenos del brillo de la soberbia le recibieron nuevamente. Se inclinó un poco hacia adelante y comenzó a desatarle la corbata de seda negra que llevaba anudada al cuello. —¿Qué haces? —preguntó Gi-hun desde la distancia. —He venido en mi coche particular, no quiero que vea la matrícula —explicó Jun-ho, deslizando la corbata, ya desatada, entre sus manos. Luego, comenzó a caminar, rodeando de nuevo al Reclutador. —Seguro que ese es el único motivo... —se burló éste, observando con una expresión divertida el trayecto emprendido por Jun-ho. La corbata cayó sobre los ojos de El Reclutador, arrebatándole la visión al instante. Mientras Jun-ho le apretaba la tela en la cabeza, se inclinó levemente hacia adelante, dejando sus labios junto a la oreja. Su respiración llegaba cálida y tranquila hasta la piel de El Reclutador quien, sin poder evitarlo, se estremeció muy levemente ante la suavidad del aire rozándole el cuello. —Creí haberte dicho que te callaras... —le susurró Jun-ho. La piel se erizó al instante.
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