ID de la obra: 816

Todo Por El Deber (El Reclutador x Hwang Jun-ho) Two-Shot Smut

Slash
NC-17
Finalizada
2
Tamaño:
25 páginas, 13.026 palabras, 2 capítulos
Descripción:
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Todo Por El Deber

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Diez minutos después, el coche de Jun-ho se deslizaba silenciosamente por las calles desérticas de Seúl. Miró por el espejo retrovisor: en los asientos traseros se encontraba tumbado El Reclutador, encogido en una posición fetal, aún con los ojos vendados por la corbata y las manos esposadas tras la espalda. Había escogido colocarle en aquella postura porque le permitía vigilar sus movimientos hombre, evitando que éste se liberara de las esposas, y porque resultaba la forma más factible de pasar desapercibido por la ciudad. Devolvió la vista al frente, recuperando la concentración en su teléfono, que se encontraba situado sobre un soporte en el salpicadero y que le mostraba la ruta a seguir. Quedaban aún veinte minutos para llegar. Suspiró, antes de centrar de nuevo su atención en la carretera repleta de señales y semáforos. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era una completa locura..., pero tenía que hacerlo. Sí aparecía en la comisaría le tomarían por un loco que, fruto de su obsesión por encontrar a su hermano desaparecido, había terminado por secuestrar a un hombre cuya vestimenta no podía hablar mejor de su persona. Nadie le escucharía y, aunque lo hicieran, jamás creerían que un hombre como el que llevaba esposado en la parte de atrás de su coche, con un rostro tan angelical e inocente, hubiera cometido las atrocidades de las que se le acusaba. Recordaba como, mientras salían del Motel Rosa, habían escuchado unos gruñidos desesperados escapando de una de las habitaciones. Al entrar en ella, encontraron a un hombre atado sobre una cama, con los ojos vendados con un antifaz y la boca tapada con una mordaza en forma de hueso. Al desatarle, aquel hombre había permanecido en estado de estupefacción y miedo por unos instantes hasta que sus ojos, cubiertos de lágrimas viejas, se habían oscurecido en un velo lleno de odio y dolor al captar la presencia de El Reclutador. Gi-hun y Jun-ho tuvieron que intervenir con rapidez para evitar que aquel desconocido, que después se presentó como Woo-seok, comenzara a golpear al Reclutador. Según lo que había comprendido de la conversación, después de los juegos en los que Gi-hun había participado y ganado, éste encontró un pequeño rastreador colocado justo tras su oreja izquierda. Desde entonces, se había dedicado, durante aquellos tres años posteriores, a distribuir hombres por las estaciones de metro (el lugar en el que él mismo había sido reclutado), buscando al Reclutador. Durante una de esas búsquedas, Woo-seok y otro hombre habían dado con él y le habían perseguido, creyendo que su superioridad numérica les daría una clara ventaja contra su objetivo. Pero no había sido de aquella forma. El Reclutador les había noqueado a ambos y les había arrastrado hasta un lugar desconocido para atarles y obligarles a jugar el uno contra el otro en un juego de niños: piedra, papel o tijera, aunque añadiendo el matiz de que ambas manos participaban en tal juego y tras cada ronda una de ellas debía ser la escogida (y con ello la figura que tenía representada), para enfrentarse a la elegida por el contrincante. El resultado había quedado marcado por la dolorosa victoria de Woo-seok, que había tenido que ver como la sangre del que había sido su padrino de bodas caía sobre el rostro del hombre que le había matado de un disparo. No, definitivamente nadie creería una historia tan extravagante, y seguramente justificarían la sangre que manchaba con una salpicadura el rostro de El Reclutador de la forma más estúpida pero razonable que se les ocurriera. Siempre podrían decir que Jun-ho realmente había sido el asesino del hombre dueño de aquella sangre y que El Reclutador tan solo era un hombre corriente que pasaba cercano a la escena y que se había convertido, a ojos de su mente delirante, en el verdadero responsable de aquella muerte. Una víctima. —Pensé que era una persona más habladora, oficial. La voz de El Reclutador le sobresaltó, sacándole de golpe de sus pensamientos. Miró al espejo retrovisor, temiendo que en el transcurso de aquel bucle de ideas su prisionero hubiera logrado escapar. Pero no era así: la espalda de El Reclutador aún mostraba unas manos perfectamente esposadas. —Y yo pensaba que había quedado claro lo de que te callaras —respondió con un bufido molesto, antes de reconducir su mirada a la carretera. —¿Acaso teme que si le hablo le gane los nervios? —se burló El Reclutador—. ¿Es eso? ¿Le pongo nervioso? Jun-ho hizo rodar sus ojos. El tono de aquel hombre, a pesar de sus circunstancias, seguía dejando claro que su personalidad se encontraba marcada por la temeridad de quien cree que hasta las situaciones más serias pueden resultar en un juego divertido. —¿He acertado, oficial? —se burló El Reclutador y, luego de una ligera pausa, añadió—. ¿O debería llamarle inspector Hwang Jun-ho? Jun-ho volvió a mirar alarmado hacia el espejo retrovisor. ¿Cómo era posible que supiera su nombre? No recordaba ningún momento en el que se hubiera anunciado al entrar en la habitación. A no ser... —Tienes un muy buen oído... —dijo, tratando de mantener la serenidad en su voz. —Si estás pensando qué sé quién eres por la conversación que has tenido con el señor Seong —le interrumpió El Reclutador—, lamento mucho informarte que sabía tu nombre desde antes de que interrumpieras nuestro pequeño juego. —¿Cómo? —De la misma forma por la que sé que me estás llevando a tu departamento y no a la comisaría. La sangre se le heló en aquel mismo instante. ¿Cómo demonios podía saber aquel hombre eso? —Pero no te has equivocado del todo, Jun-ho —continuó hablando El Reclutador—. Tengo bastante buen oído, y ahora mismo estoy disfrutando muchísimo del ritmo acelerado de tu respiración. Jun-ho se hizo consciente de cómo sus pulmones se estaban llenando y vaciando de forma descontrolada. La ansiedad se estaba arrastrando por su piel y el sudor se le acumulaba sobre la frente. Aquel hombre..., ¿quién se suponía que era? —Creo que al final sí que he conseguido ganarte los nervios.... —Cállate —le ordenó, apretando los dientes con fuerza, temiendo que su voz titubeara. —Si te tranquiliza saberlo, señor inspector, hay un motivo por el que sé tu destino —dijo El Reclutador, haciendo caso omiso a la orden—. Me conozco bastante bien Seúl, aunque supongo que con lo que le habrá dicho el señor Seong ya se lo habrá imaginado. Jun-ho recordó como Gi-hun había sido muy exacto a la hora de explicar su detallada red de espías dirigidos por el metro de Seúl. Si ese hombre se movía por todas las líneas, resultaba obvio que debía conocer la ciudad casi a la perfección. —Pues bien, debido a mi trabajo conozco la localización exacta de cada una de las comisarías de esta ciudad, y tú ya te has saltado dos de ellas... —hizo una leve pausa—, incluyendo la tuya. Jun-ho tragó saliva. De nuevo, aquel hombre tenía razón. —Debido a mis circunstancias no puedo controlar bien el paso del tiempo —continuó hablando El Reclutador—, pero teniendo en cuenta que debemos llevar unos quince minutos de conducción y que lo que predomina en la zona a la que se llega en el transcurso de ese tiempo son apartamentos, resulta lógico pensar que me estás llevando al tuyo... —Ya basta —ordenó Jun-ho, apretando los dientes con fuerza. El Reclutador soltó una ligera risa. —Como quieras —concluyó. Desde aquel momento, el viaje transcurrió sin un solo intercambio más de palabras y, cinco minutos después, el coche de Jun-ho aparcó junto al bloque de apartamentos en el que vivía. Se bajó rápidamente, abrió las puertas traseras y, rezando para que las altas horas en las que se encontraba le permitieran pasar desapercibido, levantó al Reclutador de su asiento y lo sacó del coche. Luego, se acercó con pasó rápido hacia el portal y atravesó las puertas de cristal, arrastrando consigo al otro hombre. Subieron con rapidez al ascensor hasta llegar a la planta en la que se encontraba su departamento, y, cuando las puertas metálicas se abrieron, caminaron con paso rápido hasta la puerta del mismo. Jun-ho introdujo el código sobre el panel de la puerta, mientras luchaba con el temblor que la emoción hacía fluir por sus manos. Esa emoción no se encontraba suscitada únicamente por el conocimiento de que lo que estaba haciendo, por buenas que fueran sus intenciones, no podía ser considerado nada más que un delito. Aquello era un secuestro..., pero In-ho le necesitaba y poco le importaba perder su placa si con ello daba con su hermano. La puerta se abrió con un pitido agudo y Jun-ho empujó dentro al Reclutador. —Quítate los zapatos —ordenó tras cerrar la puerta y encendiendo las luces del recibidor. Para su sorpresa, el otro hombre obedeció al instante, pisando aquellos zapatos tan lujosos y de porte elegante, cuyo cuero negro brillaba con fuerza ante la luz, y moviéndose a un lado para que quedaran perfectamente colocados en el suelo de baldosas azules. Jun-ho le imitó, quitándose los zapatos y lanzándolos de forma descuidada a un lado. Luego, le ayudó a subir el pequeño escalón que separaba el recibidor donde habitualmente colocaba su calzado antes de pasar a la zona propiamente dicha de su hogar, que se encontraba completamente recubierta por suelos de madera. Continuaron avanzando por un pequeño tramo de pasillo, ignorando la pequeña puerta que se encontraba situada a la derecha del mismo y que llevaba a la zona de lavandería y planchado de ropa, hasta que llegaron a la estancia principal. En el lado izquierdo de esta sala, y situado en el lado más cercano al pasillo, se encontraba una gran cocina amueblada en cuyo centro se podía ver una mesa cuadrada con cuatro sillas bajas rodeándola. Pero el destino de Jun-ho se encontraba más adelante, en la sala de estar que cubría la mayor parte de aquella zona. Allí podía encontrarse en el lado izquierdo un gran sofá color crema y una lámpara que llegaba desde el suelo hasta casi tocar el techo. En el lado derecho, pegada a la pared y sobre una pequeña estructura de madera con cajones, se encontraba colocada una tele de grandes dimensiones. Por último, y como telón de fondo de aquella escena, se encontraban los grandes ventanales que mostraban la ciudad en su esencia más nocturna, llena de luces neones y farolas de cálida luz. Arrastró al Reclutador hasta el centro de la sala de estar, situándolo entre el sofá y la televisión, y de espaldas a esta última. —Quédate quieto. Esperó un momento, creyendo que El Reclutador protestaría y se vería obligado a reducirlo, pero cuando éste no hizo siquiera un mayor movimiento que el de sonreír de forma arrogante, comprendió que no pretendía hacer nada. Conocía perfectamente su situación, y le estaba generando curiosidad. Se alejó un poco, dejándole solo pero sin perderle de vista, para poder acercarse hacia las cristaleras y cerrar las enormes cortinas que se encontraban en los laterales de las mismas, privando a la estancia de la poca iluminación externa que le proporcionaban las luces de la ciudad. —¿Sigues temiendo que logre saber dónde está tu apartamento? —preguntó de forma burlona El Reclutador—. Es una información bastante sencilla de conseguir en realidad. Jun-ho se obligó a no contestar aquellas provocaciones. En cambio, se dirigió a la cocina y tomó una de las sillas que rodeaban la mesa antes de volver a acercarse al Reclutador. Luego, colocó aquella silla justo detrás de él. —Siéntate —le ordenó, tomándole por los bíceps para dirigir sus movimientos y situar sus brazos tras el respaldo de la silla, de forma que su cuerpo quedara igual de restringido que en el Motel Rosa. Una vez se convenció de la postura del otro hombre, alzó sus manos para comenzar a desatar la corbata que le tapaba los ojos. El Reclutador, una vez recuperada la vista, no perdió un solo instante en examinar a conciencia el entorno que le rodeaba. Por su parte, Jun-ho volvió a caminar por la sala, acercándose hasta la gran lámpara que se encontraba junto al sofá. Cuando estuvo frente a ésta, la agarró y comenzó a arrastrarla hasta situarla justo frente al Reclutador. El pequeño chasquido del botón al apretarse fue el precedente para que una luz brillante llenara el espacio. A pesar de que la luz era cálida, el contacto directo contra los ojos del Reclutador hizo que éste quedara cegado por unos instantes, entrecerrando los ojos en un intento por luchar contra la repentina iluminación. —¿Vamos a jugar ahora al poli malo? —cuestionó divertido El Reclutador, tratando de acostumbrarse a la luz. Jun-ho volvió a ignorarlo y caminó de nuevo hacia la cocina para tomar otra silla, que colocó de forma enfrentada con la del otro hombre. La sonrisa arrogante continuaba resaltando en aquel rostro que parecía tan inocente, afilada como un cuchillo que pretendiera clavarse en lo más hondo de su cerebro. Jun-ho se sentó y, sin decir aún ni una sola palabra, se inclinó hacia adelante. Desde aquella posición, tomó el pie derecho de El Reclutador y lo levantó para comenzar a quitarle el calcetín. —¿Algún fetiche del que deba estar enterado? —preguntó éste, observando como su pie se veía liberado de la tela. —¿Quién sabe? —respondió al fin Jun-ho, pasando a quitar el calcetín del pie izquierdo—. A lo mejor me divierto arrancándote las uñas de los pies —Menuda fiereza... —se burló El Reclutador, mirándole de arriba a abajo, mientras su pie caía de nuevo al suelo—, eres bastante parecido a tu hermano. Una nueva provocación. —Puesto que sabes quien soy —dijo Jun-ho, tratando de controlar su tono—, yo quiero saber quién eres tú. —Un repartidor de invitaciones, ya se lo han dicho... —respondió El Reclutador con altanería. —Tu nombre —le interrumpió Jun-ho—. Dime tu nombre. La sonrisa de El Reclutador no desapareció ni por un instante ante su voz autoritaria y firme. —Lo lamento, oficial —dijo, alzando una ceja de forma arrogante—, pero me niego. —Te tomaré las huellas —amenazó Jun-ho—. Si me conoces tan bien, sabes que puedo hacerlo. Ante sus palabras, El Reclutador tuvo que morderse el labio inferior, como si lo que había dicho hubiera estado punto de hacerle explotar en una fuerte carcajada. Resultaba irritante. —Estaré muy interesado en conocer el resultado —respondió al fin, con una suave inclinación de la cabeza. Jun-ho se quedó muy sorprendido ante aquella respuesta. Normalmente, a las personas les daba pánico que les registraran las huellas porque eso significaba hacer consciente al policía que les estaba atendiendo de todos sus antecedentes e incluso deudas pendientes que se tenían con la justicia. Se levantó de un salto y caminó con paso rápido hasta situarse tras la silla para poder tomarle las manos. Allí, encontró unas manos perfectamente lisas y blanquecinas como el resto de la piel que había podido ver de El Reclutador. Eran perfectas y lisas. Y en aquella perfección residía el gran problema: no había líneas que marcaran los ligeros surcos que toda huella dactilar tenía por definición. —No soy un novato, señor Hwang —dijo El Reclutador, claramente divertido por la situación—. Me las quemé hace años. Aquellas palabras habían sido pronunciadas como si significaran una explicación perfectamente satisfactoria al bullicio de preguntas que comenzaban a hervir dentro del cerebro de Jun-ho. Pero no lo eran. Porque no existía un motivo lo suficientemente fuerte que justificara que un hombre como aquel, que parecía poco interesado en lo que otros pudieran pensar de él y capacitado con la astucia necesaria para huir de la policía, se quemara para ocultar su identidad. Jun-ho no pudo evitar sentir el dolor en sus propios dedos mientras se levantaba de nuevo y se dirigía a su asiento, recreando en su mente de una manera demasiado viva la intensa sensación que debía producir una quemadura tan significativa sobre el cuerpo... Y, sin embargo, al imaginar aquella escena tan grotesca con El Reclutador como protagonista, no podía dejar de verlo con una expresión más cercana al placer que el dolor. Unos ojos brillantes y hambrientos que observaban como su piel se iba cubriendo de llamas que iban alimentándose poco a poco de él, borrando los registros físicos de su identidad. Como si aquello..., le excitara. «¿Por qué estoy pensando en eso?», se regañó internamente Jun-ho, apartando de forma repentina aquellas escenas de su mente. —Aunque si te sirve de consuelo —continuó hablando El Reclutador, regodeándose en la confusión que había generado en él—, suelo portarme bastante bien. —Gi-hun no parece tener la misma opinión —proclamó Jun-ho, dejándose caer pesadamente en el respaldo de su silla. —El señor Seong no parece muy dispuesto a reconocer una oportunidad cuando se la dan y menos aún a mostrarse agradecido por ella. —¿Estás tratando de justificarte? —¿Justificar el qué? —le cuestionó El Reclutador, inclinando la cabeza hacia un lado—. Yo solo reparto invitaciones y la gente decide jugar, ellos son los que parecen buscar una justificación para sus miserables vidas. Jun-ho suspiró. —Dime que sabes de mi hermano —exigió. —Pero Jun-ho... —protestó burlonamente El Reclutador, haciendo un ligero puchero—. Ya me había emocionado con la idea de las uñas, ¿es que acaso tus palabras siempre quedan en una simple amenaza? —Sé perfectamente que sería una pérdida de tiempo —dijo Jun-ho, bajando la mirada hacia los pies desnudos del otro hombre—. Me gusta que las personas entren descalzas a mi casa, siento que hace que todo quede más limpio, y gracias a esa manía he podido ver los tuyos.... —hizo una leve pausa—, una muestra perfecta de tu entrenamiento. El Reclutador sonrió con un genuino orgullo. Sabía, por lo que había podido experimentar de su jefe, quien era conocido como "El Líder" pero que llevaba por nombre In-ho y compartía apellido con el hombre que tenía frente a él, que la sangre de los Hwang navegaba caliente y rápida por sus venas, acelerando sus sentidos y dotándoles de una capacidad la observación realmente admirable cuando así lo permitían. Resultaba obvio que para el detective no habían pasado desapercibidas las ligeras marcas que rodeaban las uñas de sus pies, las cuales crecían de forma irregular en cada uno de sus dedos. Se había arrancado las uñas a sí mismo. Desde que su trabajo se había convertido en aquel lugar en el que podía expresarse de forma libre, mostrando su superioridad ante la basura humana que le rodeaba, se había prometido así mismo no traicionar el sistema que significaba su mayor desahogo ante el mundo lleno de podredumbre. Y, para lograr eso, debía acostumbrar a su cuerpo a todo aquel dolor que pudiera resultar en una confesión por desesperación, dejando tan solo libre aquel sufrimiento que le producía escalofríos y placer. De esa forma, si llegaba el día (como podía ser aquel mismo instante) en el que lograran atraparlo, no solo podría resistir cualquier suplicio que pretendieran aplicarle sino que, además, podría llegar a burlarse de sus captores cuando estos vieran que sus esfuerzos tan solo servían para excitarlo. Convertiría su esfuerzo en placer, y eso les desarmaría. Porque sólo eran basura. —Pero no pienses que has ganado —volvió a hablar Jun-ho. Luego, se inclinó un poco hacia adelante, apoyando sus codos sobre los muslos, y le miró fijamente a los ojos—. En realidad, me has dado la clave para doblegarte. —¿Ah, si? —cuestionó El Reclutador—. ¿Y por qué no me lo demuestras? Ahora fue Jun-ho el que esbozó una media sonrisa. Sin decir una palabra más, movió sus manos y las dejó caer sobre el abdomen de El Reclutador quien, contradiciendo cualquier instinto, mantuvo la mirada en sus ojos. Sin que ninguno de los dos apartara la atención del otro, Jun-ho desabrochó el botón de la chaqueta. —Te has entrenado para no sentir dolor —le dijo, pasando sus manos hacia el cuello de la camisa—. Pero has sido un estúpido, porque no es la única forma de hacer confesar a alguien. —¿Estás pensando en algo en especial, Jun-ho? —cuestionó El Reclutador, conteniéndose para no bajar la vista y observar como su camisa también era abierta. Las manos de Jun-ho se movían con precisión y destreza, desabrochando cada uno de sus botones de una forma lenta y desesperante. —Crees que usando un tono irritante tus palabras serán siempre tomadas como una broma; una forma de desesperar —continuó hablando Jun-ho, ignorando por completo su pregunta—. Pero no es así, tus bromas esconden más verdades de las que quisieras admitir. —No seas tan duro contigo mismo —sonrió El Reclutador—. Cuando dije que además de guapo eras inteligente no era una broma. —Precisamente... Por fin, Jun-ho separó las manos, dejando tras de sí el pecho desnudo y blanquecino de El Reclutador perfectamente expuesto a la luz de la lámpara. —Tú y yo sabemos a lo que te gusta jugar —dijo, levantándose de su asiento con un movimiento rápido. —¿Lo sabes? —preguntó con arrogancia El Reclutador, siguiendo con sumo interés el recorrido que Jun-ho había emprendido en dirección a la cocina—. Mis juegos suelen incluir sangre y muerte, los hace más atractivos. Una vez en la cocina, Jun-ho comenzó a rebuscar por todas partes, abriendo los cajones, haciendo chasquear el metal de los cubiertos y la cerámica de los platos. Hasta que por fin dio con lo que buscaba. —Sabré jugar a tu juego —dijo, dándose la vuelta para mirarle. En sus manos sostenía en alto dos objetos: unas tijeras largas y afiladas, y un encendedor. —Pero lo haré bajo mis normas —añadió con una sonrisa misteriosa. Acto seguido, el chasquido del encendedor precedió a la aparición de una pequeña llama sobre el mismo. Luego, volvió a acercarse hasta El Reclutador. Pero no se sentó en su silla. En cambio, se mantuvo de pie justo en el espacio entre ambas. Acercó la llama del encendedor hasta las hojas abiertas de las tijeras y comenzó a pasarla por debajo de éstas, como si las estuviera flameando. Sus ojos captaron una mínima contracción en los músculos del abdomen de El Reclutador. —¿Tienes miedo? —preguntó burlonamente. —Yo lo llamaría emoción —respondió El Reclutador, con un tono desafiante. Pasados unos segundo, alejó el encendedor de las tijeras y, tras comprobar que se encontraban en un punto perfecto, lo guardó dentro del bolsillo de su pantalón. Luego, se inclinó hacia adelante y tomó la tela que se mostraba suelta y arrugada sobre el hombro derecho. —Quédate quieto —le ordenó con una sonrisa enorme mientras colocaba las tijeras candentes entre sus rostros. El Reclutador alzó el mentón con ademán provocativo. Si su intención era quemarle lo soportaría con gusto, pero resultaba ciertamente decepcionante. Había esperado mucho del hermano menor de su jefe. Un hombre capaz de igualarse o incluso de superar al aclamado de los Vips. Esa figura negra y fantasmagórica que parecía fascinar a todo aquel que lo conocía con su frialdad y rigidez. El leve crujido de la tela al cortarse y el olor ha quemado le devolvió repentinamente a la realidad. Pero no sentía dolor. Instintivamente, miró su hombro izquierdo, y encontró allí las tijeras, enredadas en el tejido de su camisa y chaqueta. Cada chasquido de las mismas venía acompañado por el humo de la tela y el chillido de los hilos al derretirse bajo el hierro candente. Las hojas de metal continuaron surcando la manga de su traje hasta detenerse en el codo. Allí, Jun-ho sacó las tijeras y los jirones de tela cayeron hacia los lados de su brazo. Se reincorporó un poco y repitió la acción en la otra manga. —Debo admitir que estoy algo confundido, Jun-ho —dijo El Reclutador, tratando de esconder con un tono irónico la verdad de sus palabras. Por su parte, Jun-ho comenzó a rodearle, situándose de nuevo tras la silla de su prisionero. —Si pensabas que te iba a quemar —respondió, poniéndose de cuclillas y tomando uno de los puños de la chaqueta y camisa—, es que quizás me has mentido y no sabes tanto sobre mí. El chasquido de las tijeras volvió a escucharse, ascendiendo por la tela mientras el olor a quemado se intensificaban en cada corte. Al fin, la parte que ya se encontraba cortada se encontró con las tijeras, separando definitivamente las dos partes de la tela. Jun-ho sonrió, y luego hizo lo mismo con el otro lado, regodeándose en la pequeña irregularidad que sus acciones estaban generando en la respiración de El Reclutador. No tenía miedo, estaba seguro de ello. Era incertidumbre. Una incertidumbre a la que no estaba acostumbrado y que, seguramente, le estaba trastocando los nervios. Una vez cumplida su tarea, se levantó del suelo y comenzó a desprender los trozos de tela que alguna vez habían formado parte de un elegante conjunto de traje y los lanzó a un lado, junto a la ventana cerrada por las cortinas. Luego, volvió al frente para admirar su obra: El Reclutador presentaba ahora la totalidad de su torso desnudo, tan blanco como lo había imaginado, y los músculos de sus hombros se movían rítmicamente, incómodo por la posición de sus brazos. Su cuello presentaba la tensión de quien siempre se mantiene alerta y las clavículas dibujaban la separación entre los hombros y el pecho de una forma majestuosa. Las costillas se encontraban pegadas a la piel, formando pequeñas líneas que dirigían inconscientemente la mirada hacia el abdomen, enmarcado por dos líneas perfectas que llegaban hasta su pelvis. «Realmente es hermoso», logró pensar Jun-ho, justo antes de que una ola de culpa le regañara por aquellos pensamientos. El hombre frente a él era el enemigo y no debía sentirse... ¿Atraído? No, eso no era posible. Estaba haciendo aquello porque sabía que, de una manera u otra, le llevaría hasta su hermano. Ese era el verdadero motivo de sus acciones, hacer lo que debía hacer para cumplir con su cometido... Pero, aun así, no podía justificar que estaba disfrutando un poco de aquello. No podía negar el calor que estaba subiendo por su piel, ni tampoco la sensación de placer que se encontraba asentada en su estómago. En una situación diferente sabía que aquello no le estaría gustando pero, con la mirada de El Reclutador devorándolo a cada instante, no podía evitar sentir que ambos estaban llegando a un punto de conexión. Un punto turbio y poco habitual... Pero la conexión era innegable. Lanzó las tijeras junto al montón formado por los trozos de lo que alguna vez había sido la parte superior del traje de El Reclutador y el golpe del metal cayendo sobre el suelo de madera sonó lo suficientemente estrepitoso como para reverberar por todo el espacio. Pero ninguno apartó la vista del otro. Estaban demasiado ocupados navegando en la oscuridad de sus pupilas, tratando de encontrar lo que motivaba al contrario y lo que realmente ocultaban en sus corazones como para prestar atención al mundo externo. —Dime tu nombre —habló Jun-ho, rompiendo el silencio pero no así la conexión de sus miradas. Una ceja se alzó con altanería en el rostro de El Reclutador. —Me niego —susurró éste, formando justo después una media sonrisa. El cuerpo de Jun-ho se dobló como un resorte hacia adelante y sus rostros quedaron a pocos centímetros. Sus alientos entremezclándose en la pequeña distancia que los separaba y uniéndose en uno solo. Demasiada tensión. Muy poca distancia. Sin apartar la mirada, Jun-ho pudo ver de reojo como los músculos de El Reclutador continuaban moviéndose bajo la piel. Tensos y firmes. Fuertes y hermosos. Sus pensamientos ya no aparecieron para llenarle de regaños y reproches, en cambio, incendiaron su mente con miles de pequeños fragmentos de aquello que podían captar en el cuerpo ajeno mientras sus ojos aún se perdían en el oscuro mar que conformaba la mirada de El Reclutador. —Dime tu nombre —insistió casi sin aliento. —Me niego —repitió a su vez El Reclutador, casi deletreando cada palabra, mientras se inclinaba hacia adelante todo lo que le permitían sus ataduras. La mano de Jun-ho se movió rápidamente hasta su nuca, tomándole por el pelo y echándole la cabeza hacia atrás, exponiendo parte de su cuello. —No voy a tener piedad contigo... —le advirtió, acercándose más hasta un punto en el que sus labios casi se rozaban. —Lo contrario me decepcionaría —respondió con un susurro El Reclutador. Y sin saber cómo o por qué, todo ardió. Los labios de Jun-ho chocaron con fuerza contra los de El Reclutador, atrapándolo con fiereza, como si temiera ser rechazado..., pero no fue así. Sus ataques fueron respondidos con la misma intensidad, incluso con más aún de la que él ofrecía. Una demostración de poder. El consentimiento de la acción y el deseo de que se mantuviera. Los labios siguieron moviéndose, saboreando el ansia que cada uno desprendía y flotando en la calidez de la boca contraria, mientras el firme agarre de Jun-ho mantenía el control de su cabeza. El dolor como recordatorio de que él seguía al mando de la situación. Cuando por fin se separaron, sus pulmones quemaban. La intensidad de su unión y la desinhibición con el entorno, no les había permitido darse cuenta de cuánto habían dejado de lado la respiración. Ahora, jadeaban con fuerza, tratando de recuperar el aire. Y sus ojos volvieron a encontrarse. Las miradas brillantes y consumidas por algo que no podía ser descrito como nada más que deseo y anhelo. El odio que les separaba se había convertido en su fuente de unión principal, y ahora ambos querían surcar los confines de aquella sensación tan irracional. De forma casi automática, Jun-ho soltó de su agarre al Reclutador y dirigió sus manos hacia el botón que cerraba los pantalones del traje, desabrochándolo de un solo movimiento. —Que maleducado por tu parte desnudarme sin siquiera quitarte una prenda —se burló El Reclutador. —Se te olvida que aquí el ritmo lo marco yo —replicó Jun-ho, tirando con fuerza de la cinturilla de los pantalones, casi amenazando con romperlos en caso de ser necesario para quitarlos. Ante el peligro que corría lo poco que quedaba de su traje, El Reclutador alzó un poco las caderas para facilitar la salida de sus pantalones y ropa interior, que no tardardaron en caer hasta sus tobillos. —Buen chico... —susurró Jun-ho, agachándose para sacarle la ropa de aquella zona y lanzarla junto al resto. Ante sus palabras, El Reclutador no pudo evitar sentir un cierto orgullo de sí mismo que, sin embargo, no duró demasiado. Sin esperarlo, una fuerte bofetada cayó sobre su mejilla izquierda, haciéndole girar la cabeza bruscamente hacia el lado contrario y, antes de que su mente pudiera procesar lo ocurrido, fue rápidamente redirigido con un nuevo agarre de su pelo. Sus ojos se cruzaron con la mirada ennegrecida de Jun-ho, que le observaba fijamente. —Agradezco la ayuda, pero no te la he pedido —le dijo, tirándole un poco del pelo para enfatizar la firmeza de sus palabras—. Si yo quiero romperte todo el traje lo haré y tú lo vas a aceptar porque no tienes ningún control aquí. Y, antes de que El Reclutador pudiera siquiera plantearse la opción de responder, usó su mano derecha, que se encontraba libre, para tomarle por los testículos. Los músculos del cuello y los hombros se tensaron al instante, acompañando el ligero siseo cargado de dolor que escapó de la garganta de El Reclutador conforme la presión en sus testículos se volvía cada vez más fuerte. —¿Ha quedado claro? —cuestionó Jun-ho. El Reclutador, sin embargo, se negó a contestar. Su mejilla aún escocía fruto de la bofetada y el dolor en su entrepierna fluía por todo su sistema nervioso, explotando en diversos puntos de su cuerpo tal y como si su cerebro estuviera pidiendo auxilio a cada una de sus extremidades. Resultaba excitante. De pronto, el agarre en sus testículos se vio intensificado. Apretó los dientes con fuerza y cerró los ojos instintivamente, mientras el dolor comenzaba a esparcirse con velocidad por sus venas. —Te he preguntado si ha quedado claro ——insistió Jun-ho, acercando su boca hasta su oído izquierdo. El Reclutador sonrió ligeramente; en verdad debía estar enfermo para estar disfrutando algo así. Pero no podía evitarlo, con cada descarga de dolor que le atravesaba le acompañaba una ola de placer que lo inundaba por completo y hacía que el calor de su cuerpo aumentara. —V-vete a la mierda... —jadeó burlonamente. La presión se volvió aún más fuerte y, sin pretenderlo, un ligero gemido de dolor escapó de sus labios. —Veremos cuanto dura tu fachada de payaso cuando termine contigo —le susurró Jun-ho, justo antes de soltarle tanto el pelo como los testículos. Aquella repentina pérdida dejó al Reclutador navegando en un vacío de sensaciones realmente insoportable..., justo como él quería. Porque sí, tal y como le había dicho al Reclutador existían otras muchas formas de doblegar una voluntad que no tenían por qué vincularse con el dolor (aunque en el caso de El Reclutador si tenía cierta aparición). ¿La más peligrosa de ellas? El placer. Esa sensación de la que nadie puede escapar y que convierte a cualquier persona en un esclavo de sus instintos más primitivos si la persona que tiene por misión provocarlo sabe que puntos exactos tocar. Y Jun-ho lo sabía..., o, al menos, lo intuía. Desde el primer momento, había deducido el claro interés que suscitaba en El Reclutador y había reflexionado sobre la forma de usarlo en su favor hasta que, por fin, dio con la clave: entender la verdad que se encontraba tras su palabras irónicas e irritantes. Cuando le apretó contra la pared para poder esposarle, su respuesta había sido inmediatamente dirigida al tono sexual, y lo mismo había ocurrido al sentarle en la silla de Gi-hun y cuando le habían vendado con su propia corbata. Su voz irónica, resuelta a usar aquellas situaciones como parte de sus bromas, tan solo había dejado a la vista (de quien quisiera prestar la suficiente atención) la forma de doblegarlo. El placer del sometimiento. Solo aquel que pudiera domar la fiera que representaba su persona podría encontrar alguna respuesta de su parte, aunque fuera mínima. Jun-ho se erigió de nuevo y le miró desde su posición más elevada, observando cómo el cuerpo de El Reclutador se dejaba llevar por algunos temblores involuntarios producidos por la repentina pérdida de sensaciones. Sin darle más que unos segundos de descanso, le tomó por uno de los brazos y le obligó a levantarse de su asiento. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro al notar como las piernas de El Reclutador temblaban ligeramente al apoyar el peso de su cuerpo estimulado sobre éstas. Luego, tiró de él para dirigirlo hacia una puerta que se encontraba situada junto a la tele y que daba directamente a su habitación personal. Al abrir la puerta, aquella estancia tan familiar se presentó ante sus ojos: la enorme cama de matrimonio que había escogido debido a su inquietud a la hora de dormir presidía una buena parte del espacio, que se hallaba complementado por dos mesillas que flanqueaban la cama y unos armarios empotrados en la pared, además de una puerta más que dirigía hacía un cuarto de baño (el único de toda la casa). Hizo entrar al Reclutador y le empujó directamente hacia la cama, dejando que éste cayera boca arriba sobre el colchón. —Quiero que me hables de la isla —dijo, ignorando el cuerpo desnudo de El Reclutador, que comenzó a retorcerse sobre las sábanas, y dirigiendo sus pasos hacia una de las mesillas—. Necesito saber donde puedo encontrarla. —¿Con que esto sigue siendo un interrogatorio? —logró decir El Reclutador, recuperando parte de la arrogancia que caracterizaba su personalidad—. Es una lástima, pensaba que estábamos jugando a un nivel personal. —No te confundas —replicó Jun-ho, encendiendo una lámpara que reposaba sobre la mesilla. Luego, abrió uno de los cajones de la misma y comenzó a rebuscar dentro—. Yo solo quiero encontrar a mi hermano. —In-ho tenía razón —se burló El Reclutador, esbozando una gran sonrisa—, eres un mentiroso terrible. Jun-ho pudo notar como el estómago se le hundía. Lo peor de aquellas palabras no era el tono con el que eran pronunciadas sino que no encerraban nada más que la verdad. Podría negarlo miles de veces y ante todas las personas que él quisiera, incluso ante sí mismo, pero su cuerpo jamás creería la mentira de que aquello no le estaba gustando. La mentira de que El Reclutador no le provocaba nada. Porque era justamente eso, una vil mentira para no reconocerse a sí mismo que aquel hombre que llevaba por ojos unos pozos llenos de oscuridad y sangre realmente le excitaba. —Veamos si tú eres un mejor mentiroso —dijo con una firmeza que trataba de ocultar cuanto le habían afectado aquellas palabras. Luego, cerró el cajón y se dio la vuelta para mostrarle lo que había tomado de aquel lugar: un bote de lubricante y un anillo para el pene. El Reclutador esbozó una media sonrisa y alzó una ceja con arrogancia, como si aquellos objetos no hubieran hecho más que aumentar su interés por el juego del que iba a ser principal protagonista. Jun-ho abrió el bote de lubricante y esparció una buena cantidad sobre el anillo, untándolo a consciencia. Luego, dejó el bote a un lado sobre la cama y tomó el pene ya erecto de El Reclutador para comenzar a colocarle el anillo, que se deslizó con mucha suavidad a lo largo de toda su longitud hasta llegar a la base. —¿Crees que así me harás confesar? —bufó divertido El Reclutador, mientras observaba como Jun-ho caminaba alrededor de la cama hasta situarse a sus pies. Una vez allí, Jun-ho pudo observar como el otro hombre abría las piernas y las doblaba hacia arriba, como invitándole a acercarse. Provocándole. Subió a la cama y se colocó entre las piernas abiertas de El Reclutador, mientras colocaba más lubricante sobre la palma de su mano. —Estoy convencido de ello —respondió, esparciendo el lubricante sobre la entrada expuesta. La frialdad de aquel líquido impulsó un fuerte escalofrío a lo largo de toda la columna vertebral de El Reclutador. —Porque te pienso joder el cerebro hasta que no sepas ni qué estás gimiendo —añadió Jun-ho, apretando el dedo sobre aquel anillo de músculos y nervios. Poco a poco, el dedo comenzó a avanzar hacia el interior de El Reclutador. —¿Quiere apostar algo, oficial? —desafió éste, luchando por mantener una voz serena mientras sentía como aquel dedo lo atravesaba lentamente. —Me parece bien —dijo Jun-ho, metiendo su mano libre en uno de los bolsillos de su chaqueta, y extrayendo una pequeña llave—. Si logras aguantar sin gemir hasta que termine de prepararte te quitaré las esposas —explicó—, pero, de lo contrario, daremos por finalizado este juego y me responderás al menos una de mis preguntas sin rechistar, ¿de acuerdo? El dedo por fin entró del todo y se mantuvo quieto, dando un ligero respiro al Reclutador. —Prepárate para perder —dijo desafiante. Jun-ho no respondió ante aquellas palabras. En cambio, se limitó a empujar un nuevo dedo, forzando la entrada. Los labios de El Reclutador se apretaron con fuerza, luchando contra el impulso de emitir cualquier sonido. Sus ojos se cerraron y su cuerpo tembló ante el contacto del segundo dedo entrando en él. —¿Te gusta esto? —preguntó burlonamente Jun-ho. —¿A-acaso eso te importa? —cuestionó a su vez El Reclutador, luchando con fiereza para mantener la voz en un tono equilibrado. —Por supuesto que sí —respondió Jun-ho. Luego, tomó con su mano libre el pene erecto y restringido por el anillo de El Reclutador y comenzó a estimularlo, acariciando suavemente el glande con su pulgar y formando ligeros círculos sobre el mismo, esparciendo el líquido preseminal que allí se había empezado a acumular. La mandíbula de El Reclutador se tensó aún más, mostrando unos blancos dientes apretando dentro de su boca. El sudor ya comenzaba a brillar sobre su pecho. —Eso es trampa —siseó como protesta. —Mis palabras nunca especificaron que incluía la preparación —se defendió Jun-ho, sin disimular la diversión en su voz—. ¿Qué tal se siente no saber a lo que te enfrentas desde el principio? Según lo que le había contado Gi-hun, los juegos iniciaban sin que ninguna de las personas que se encontraban allí supieran de antemano cuáles eran las consecuencias de fallar. Aquella era su venganza. —V-vete a la mierda... Jun-ho sonrió. A cada paso que daba menos buscaba que El Reclutador perdiera la apuesta, estaba ansioso por continuar aquel juego marcado por la búsqueda del sometimiento. El Reclutador así lo quería..., y él estaba más que dispuesto a complacerlo. Porque ya no cabía la posibilidad de justificar sus acciones con el cumplimiento del deber. No cuando su polla estaba palpitando dentro de sus pantalones, mostrando un interés genuino por el cuerpo que se retorcía ante su mirada, luchando contra el placer, que él le estaba proporcionando, en un intento desesperado de lograr más. Más de sus caricias. Más de él. —Lo estás haciendo muy bien... —le susurró Jun-ho, acercando sus labios hacia el muslo derecho de El Reclutador. Comenzó a besar aquella piel, lisa y suave, que ya ardía como el resto del cuerpo. —Uno más... —anunció sin separarse ni por un instante, jugueteando con el tercer dedo sobre la entrada—. Veamos si puedes aguantar... Acto seguido, la yema de aquel dedo comenzó a apretarse contra la carne, hasta que logró hundirse, estrujándose con el resto de dedos en aquel pequeño agujero que palpitaba a su alrededor. La espalda de El Reclutador se dobló de forma casi instintiva, formando un arco que iba pronunciándose cada vez más conforme los tres dedos avanzaban conjuntamente en su interior. Una vez llegaron hasta el fondo, Jun-ho se detuvo para permitir que éste se acostumbrara, dándole un breve momento de descanso, mientras se deleitaba con la respiración entrecortada e irregular que arrasaba con los pulmones de el otro hombre. Los músculos de sus brazos se tensaban y destensaban de forma rítmica y las venas de su cuello se marcaban perfectamente sobre la piel, amenazando con explotar en cualquier momento fruto del esfuerzo. —Eres un buen chico... —susurró Jun-ho, comenzando a mover los dedos ahora que podía sentir como la presión sobre éstos se había aflojado considerablemente. El cuerpo de El Reclutador temblaba ya de forma incontrolable ante la estimulación y la excitación de sus palabras. Lo había podido notar la primera vez que le había alabado por su desempeño, y no veía problema en continuar complaciéndole en ese aspecto. Aumentó un poco el ritmo, provocando que la humedad de los dedos chapoteara contra la piel arrugada de la entrada, mientras, al mismo tiempo, intensificaba la presión de sus labios y lengua sobre la piel de los muslos. Una última tortura. El sudor le hacía brillar todo el cuerpo al contacto con la luz que desprendía la lámpara en la mesilla, formando ligeras sombras y contornos a lo largo de toda su piel, y permitiendo a la carne mostrar todos sus ángulos en cada uno de sus movimientos por leves que fueran. La imagen estaba llegando directamente hasta los ojos de Jun-ho, haciéndole casi babear ante la hermosa vista de El Reclutador cubierto de placer. Un placer que se resistía a sentir porque temía perderlo por completo, así como la culminación del mismo, si lo hacía. De pronto, el movimiento de sus dedos se detuvo repentinamente y la respiración de El Reclutador pareció paralizarse con ellos. —J-joder..., ¿p-por qué? —protestó confundido El Reclutador, sintiendo como los dedos se deslizaban hacia afuera, abandonándolo cruelmente. —Has ganado —proclamó Jun-ho con una gran sonrisa. Acto seguido, se apartó y salió de la cama, quedando de pie junto al borde de la misma. El Reclutador alzó la cabeza para mirarlo pero antes de que pudiera decir nada, pudo ver como el otro hombre comenzaba a desnudarse. La chaqueta de cuero... La camiseta... Los pantalones... La ropa interior... Todo ello desapareció de un momento a otro y fue lanzado a un rincón de la habitación, dejando tras de sí el cuerpo desnudo de Jun-ho. Sus pectorales cuadrados cubriéndole el pecho que subía y bajaba al ritmo de su respiración. El abdomen dibujado por líneas firmes y rectas que enmarcaban los límites de su musculatura. Su polla erecta saludándolo con ansia entre sus piernas. La potencia de su cuerpo joven y completamente desnudo frente a él. Sin dar tiempo nuevamente a una reacción por su parte, Jun-ho se abalanzó hacia adelante, tomándole por los muslos y haciéndole girar sobre sí mismo. Su mejilla derecha y el pecho quedaron apoyados sobre las suaves sábanas mientras que su trasero se mantenía alzado. No pasó mucho tiempo hasta que Jun-ho volvió a subirse a la cama, colocándose justo detrás de él, tomándole por las caderas y permitiendo a su erección rozarse contra las nalgas contrarias. —N-no creía que fuera de los que incumplen un trato, oficial —se burló El Reclutador. En realidad, estaba encantado con la idea de que así fuera porque, por un momento, había temido que su victoria significara la finalización de su encuentro, impidiéndole así disfrutar de la suculenta oferta que significaba ser follado por Jun-ho. Por su parte, Jun-ho se inclinó hacia adelante, uniendo su pecho con la espalda de El Reclutador, enviándoles a ambos un fuerte escalofrío por la columna vertebral ante el contacto. Su boca, quedó por encima del hombro ajeno, y su aliento comenzó a esparcirse por la piel erizada. —Yo he dicho que te liberaría... —le susurró burlonamente al oído—. Pero no he dicho cuando. —Eso se llama engaño —jadeó El Reclutador, deshaciéndose bajo el placer que le proporcionaba aquella respiración cálida y suave. —¿Y no es lo que vosotros hacéis? ¿Engañar a la gente haciéndoles creer que podrán obtener dinero de una forma sencilla para luego obligarles a matarse en vuestros juegos? —Los jugadores no hacen sus tratos mientras follan —replicó El Reclutador. Jun-ho sonrió. —Pero nosotros no estamos follando... Acto seguido, comenzó a mover sus caderas, rozando su dura erección sobre la entrada necesitada de El Reclutador. —¿Es lo que quieres? —preguntó suavemente. Luego, acercó más sus labios a la oreja contraria y añadió—. ¿Quieres que te folle? El Reclutador se estaba muriendo de ganas de decirle que sí, de exigirle que embistiera con fuerza en su interior y le entregara todo el placer que le pertenecía por derecho. Pero no podía ponerlo tan sencillo porque, aún con los nervios a flor de piel y el anillo del pene apretado hasta más no poder alrededor de su hinchada erección, seguía siendo el mismo hombre de siempre. El idiota que necesitaba que le demostraran que podían doblegarlo. Eso es lo que quería de Jun-ho. —De acuerdo, supongo que debo ganarme la respuesta —susurró divertido Jun-ho, comprendiendo al instante cuáles eran las restricciones que se estaba auto imponiendo El Reclutador—. Pero para ello, aún debemos cumplir con un trato... Repentinamente, separó sus manos de las caderas contrarias y las movió hacia las manos que reposaban sobre la espalda de El Reclutador. Una vez allí, le tomó por las esposas. Un ligero chasquido se escuchó por toda la habitación y, de pronto, la presión en las muñecas de El Reclutador desapareció por completo. Se separó un poco, permitiendo al otro hombre mover sus brazos hacia los lados, cayendo junto a su cabeza y enredando los dedos en las sábanas. —Mejor así, ¿verdad? —susurró Jun-ho, volviendo a colocar su boca junto a la oreja izquierda. El Reclutador gruñó, tratando de estirar sus hombros para liberarlos del agarrotamiento sufrido por el largo tiempo que habían permanecido en una misma e incómoda posición. —Shhh... —trató de tranquilizarlo, moviendo su boca para comenzar a besarle ambos hombros. Sus labios se deleitaron con la suavidad de aquella piel y con el calor que desprendía mientras dirigía sus atenciones de un lado a otro, como una pequeña disculpa, y permitía a sus caderas volver a mecerse sobre la entrada de El Reclutador. Las descargas de placer volvieron a hacerse presentes, arrancando unos ligeros jadeos y motivando al Reclutador a dejar escapar aquellos gemidos que se había visto obligado a guardar en lo más hondo de su garganta. —L-lo quiero —tartamudeó éste—. Q-quiero que lo hagas... Sin esperar algún tipo de ruego, Jun-ho se separó al completo y tomó con rapidez la botella de lubricante, que descansaba a un lado de El Reclutador. La abrió y esparció una buena cantidad por toda su longitud antes de volver a abandonar la botella a un lado y tomarle por las caderas. —Lo haré despacio... —anunció, acariciando con la cabeza de su polla aquel anillo de músculos y nervios que palpitaba ansioso, como si le suplicara que se hundiera de inmediato en sus profundidades. —J-joder, h-hazlo de una vez...—exigió El Reclutador, apretando los dientes con fuerza. No quería esperar más por aquel cuerpo embistiéndolo, marcándolo como suyo con la posesividad del deseo. Acto seguido, el glande se apretó con fuerza contra su entrada y el pene comenzó a deslizarse por su interior, bien ayudado por la presencia del lubricante. Las sensaciones no tardaron en cubrirles los cuerpos, arrancándoles dulces gemidos y jadeos cada vez más fuertes conforme se descubrían tramo a tramo. Por fin, llegó al fondo y ambos suspiraron al unísono. Jun-ho se mantuvo quieto por unos instantes, luchando contra el temblor de sus propios brazos y apretando sus dedos sobre la carne de las caderas. Ya no había nada con lo que pudiera negar lo que sentía: estaba amando esa sensación. Amaba follar a su enemigo. —¿Esto es lo que querías? —jadeó Jun-ho, iniciando un balanceo muy lento. Por toda respuesta, El Reclutador apretó más su agarre sobre las sábanas. Toda su piel ardía como si el fuego de una vela hubiera caído sobre él, usando su excitación como combustible y envolviendo con sus llamas todo su cuerpo. Consumiéndolo poco a poco. Sus gemidos comenzaron a fluir, por fin libres, por su garganta, escapando sin descanso de su boca mientras Jun-ho seguía haciendo chocar su pelvis contra sus nalgas. —Di mi nombre —le ordenó Jun-ho, dando una estocada más fuerte que el resto. Pero no obtuvo respuesta alguna más que los gemidos revueltos que había estado escuchando hasta ahora. —Vamos, dilo —insistió, apretando más su agarre en las caderas y comenzando una serie rápida y precisa de embestidas—. M-me perteneces..., así que dilo... —Jun... —trató de susurrar El Reclutador, pero un golpe a su próstata le detuvo. Gritó con fuerza mientras el placer explotaba en su sistema nervioso. —Quiero que lo grites —exigió Jun-ho, sin detener un instante el ritmo de sus caderas. Separó sus manos y las dejó caer sobre el colchón, lo que provocó que su cuerpo bajara un poco la altura y se enterrara más profundamente en El Reclutador. —Te lo sabes muy bien —dijo. Luego, lamió de forma ascendente la línea natural de la columna, hasta que su nariz chocó contra la nuca, momento en el que añadió con un susurro—. Así que, grítalo. Acto seguido, acercó más su boca y hundió sus dientes en el cuello. El aroma a muerte le llenó las fosas nasales. —¡Jun-ho! —chilló al instante El Reclutador, invadido de golpe por la repentina sensación de la adrenalina recorriendo sus venas. Los dientes se hundieron más profundo en la carne, saboreando el peligro que encarnaba aquel hombre. Saboreando la sangre que comenzó a brotar de la piel, como si fuera el recuerdo de todo aquello que le envolvía. Muerte y sangre. Ahora mezcladas por el deseo y la lujuria. Continuó embistiendo, empapándose la boca con la sangre de El Reclutador y saboreando cada uno de los gemidos que este le dedicaba, coreando su nombre entre cada uno de ellos. —¡J-Junho! ¡Jun-ho! Un fuerte hormigueo comenzó a ascender por sus piernas, encontrándose con los suaves temblores de sus brazos justo en la parte baja de su vientre. Estaba demasiado cerca. Ante la consciencia de aquello, y en un acto que no parecía nada más que algo irracional, un impulso motivado por la excitación, detuvo sus movimientos y salió de El Reclutador. Éste, soltó un jadeo que dejaba entrever perfectamente su molestia. Las manos de Jun-ho le tomaron por la cintura y, con un rápido, pero suave, movimiento de sus muñecas le volvió a dar la vuelta, dejándolo boca arriba. —¿Echabas de menos mi cara? —jadeó burlonamente El Reclutador. Sus ojos estaban brillantes y tenía el pelo revuelto y pegado a la frente por el sudor. —Joder, cállate de una puta vez —gruñó Jun-ho, empujando nuevamente su polla dentro del otro hombre. El gemido que ambos experimentaron murió en sus gargantas cuando Jun-ho se abalanzó contra su boca, reclamándola como suya de forma feroz. Las manos de El Reclutador le tomaron por los bíceps, apretando con fuerza los músculos que allí temblaban, fruto del esfuerzo. Estaban completamente agotados, pero se pertenecían el uno al otro y querían demostrarlo. Sus respiraciones se habían convertido en algo tan superficial que amenazaba con ahogarles y la sangre en el hombro de El Reclutador comenzó a resbalarse hacia su espalda, cayendo sobre las sábanas. El sabor metálico de aquella sangre, que aún mantenía cierta presencia en la lengua de Jun-ho se entremezcló en sus bocas conforme la saliva pasaba de un lado a otro. Se pertenecían. Jun-ho embistió una vez más, alcanzando la próstata del otro hombre y llevándose consigo un fuerte gemido ahogado, justo antes de separarse. —C-cuando te corras... —jadeó sin detener el ritmo de sus caderas—, sé un buen chico y grita mi nombre, ¿de acuerdo? El Reclutador, con la mente nublada por el placer y los labios hinchados por la actividad, asintió casi de inmediato. Una ola de satisfacción apretó las entrañas de Jun-ho, y la adrenalina pareció llegarle hasta el cuello, dotando a su cuerpo de una energía renovada. Por instinto, lanzó una de sus manos hacia el anillo que aún reposaba en la base del pene de El Reclutador y lo retiró de un solo movimiento. Una vez liberado, aceleró el ritmo de sus embestidas, decidido a arrastrarles hasta el pozo de fuego y deseo del orgasmo. Los gemidos se intensificaron y la respiración controlada se convirtió en un sueño inalcanzable. Los dedos de El Reclutador se apretaron con más fuerza sobre sus bíceps, como si temieran que Jun-ho escapara. Y al fin, todo explotó. —¡J-...Jun-ho! —chilló con fuerza El Reclutador, precediendo la salida de su semen que tiñó con pequeñas líneas de color blanco su abdomen. —N-no puedo... —jadeó Jun-ho. Las presiones que el cuerpo ajeno estaba ejerciendo sobre su polla terminaron por demoler las fuerzas que le quedaban y, en cuestión de segundos, se estaba corriendo dentro de El Reclutador. Acto seguido, se dejó caer sobre el cuerpo caliente de El Reclutador, permitiendo que sus respiraciones aceleradas se conectaran en el aire. —Te he ofrecido la sangre —susurró sin fuerzas, retrayendo sus caderas para sacar su pene ya flácido—, dejaremos la muerte para otro día. El Reclutador esbozó una sonrisa cansada. Recordaba haberle dicho a Jun-ho que sus encuentros siempre terminaban en sangre y muerte, y era cierto. Pero, bajo aquellas circunstancias, no la echaba de menos. Jun-ho, por su parte, no había logrado ninguna respuesta a sus miles de preguntas, pero no le importaba. El tiempo corría incansable, pero ahora parecía haberse detenido, permitiéndole experimentar sin restricción alguna la piel ardiente de El Reclutador. —Puedes quedarte a dormir... Aquellas palabras aliviaron mucho al Reclutador puesto que, curiosamente, fueron las últimas que escuchó justo antes de ceder ante el sueño. Jun-ho era suyo. Y él le pertenecía a Jun-ho.
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