ID de la obra: 817

Antes De Que Te Atrapen (SalesMan x Gi-hun) Smut

Slash
NC-17
Finalizada
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
31 páginas, 11.898 palabras, 2 capítulos
Descripción:
Notas:
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Antes De Que Te Atrapen

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—Disfrute la noche, señor. Gi-hun tomó la bolsa de color negro y morado que le era tendida antes de alzar la vista hacia el dependiente: era un hombre bastante joven, no le calculaba más de veinticinco años, que le observaba con una gran sonrisa llena de complicidad en los labios. —Igualmente —respondió con sequedad, haciendo una leve inclinación de cabeza. Luego, se dio la vuelta y salió de la tienda, tratando de no prestar atención a la mirada para nada discreta que notaba sobre cuerpo y que, suponía, venía directamente del dependiente. El aire frío y nocturno de Seúl le golpeó el rostro. Suspiró, dejando escapar una neblina de humo por su boca y cerró los ojos al tiempo que dejaba caer su cabeza hacia atrás. La frescura del ambiente se envolvió sobre su garganta, arrancándole un leve escalofrío por el cambio de temperaturas.  Tomó una bocanada de aire antes de volver a abrir los ojos y bajar la cabeza. Su mirada volvió a encontrarse con la negrura de la calle, que tan solo era rota por la débil iluminación de las pocas farolas que habían sobrevivido a lo largo de los años al vandalismo de la zona. Comenzó a caminar. No es que se encontrara en un barrio excesivamente peligroso ni violento, pero sí que era una zona gobernada por la indiferencia y el descuido de las instituciones, lo que provocaba que las roturas o destrozos originados por el desgaste del tiempo o por la actuación de algún gamberro casual, se vieran, en el mejor de los casos, resueltos pasado un tiempo muy prolongado. Sus pasos resonaron en las calles vacías, inundándose con el eco de sus zapatos golpeando el asfalto. Era invierno, y hacía un frío infernal, por lo que pasadas las doce de la noche era habitual que no hubiera casi personas en la calle. Precisamente eso, convertía aquellos momentos en los ideales para ocultarse de sus actividades, aquellas de las que él mismo se avergonzaba pero de las que no podía escapar. De pronto, las luces rosadas del motel en el que residía desde hacía ya dos años aparecieron ante sus ojos. Aceleró el paso, deseoso de entrar en lo que ahora consideraba como lo más parecido a su hogar. Por fin, llegó hasta las puertas de cristal que conformaban la entrada al edificio. Al cruzarlas, volvió a experimentar un cambio repentino de temperaturas. Había tomado por costumbre el caldear todo el edificio durante aquella época del año, sin importar cuantos costes podría suponerle, en favor de mantenerse cómodo en cualquier estancia del mismo. Por lo mismo, el calor de la recepción impactó directamente contra su piel, arrancando con fuerza y de golpe los pequeños entumecimientos que el frío había agregado a sus mejillas. Sus músculos se relajaron ante la calidez del ambiente, pero, justo cuando creyó que podía poner su mente en blanco y alejarse del día de estrés que dejaba atrás, un pitido agudo y retumbante llegó hasta sus oídos. Tomó su teléfono y encendió la pantalla para ver de qué se trataba. Un mensaje de letras negras podía leerse claramente sobre un recuadro blanco: «La búsqueda de hoy ha acabado» Ese era el mensaje de protocolo, aquel que había convertido en su rutina de cada noche..., y en el pilar fundamental de su culpa. Sacudió la cabeza y cerró los ojos tratando de despejarse. Luego, volvió a guardar el teléfono dentro del bolsillo de su chaqueta y continuó caminando. Sus pasos lo llevaron con naturalidad por los pasillos forrados de terciopelo rojo, guiándolo hacia el ascensor. Una vez frente a éste, lo llamó y, cuando las puertas se abrieron, subió dentro. Tocó el piso en el que se encontraba su habitación, aquella que había escogido como propia entre las decenas que conformaban el motel, y esperó. Mientras el ascensor se elevaba, deslizándose por el pequeño hueco vertical que trazaba su único recorrido posible, su mente volvió una y otra vez al mensaje que acababa de recibir. Una nueva derrota..., pero siempre escogida. Echó un breve vistazo a la bolsa que sostenía en su mano derecha antes de reconducir su atención hacia las puertas metálicas del ascensor, que ya se habían abierto, permitiendo la salida hacia un nuevo pasillo forrado de rojo. Sus pasos apenas sonaron sobre la mullida alfombra, lo que contribuyó a mantener, en parte, el silencio, que tan solo era roto por los constantes crujidos de la bolsa mientras se balanceaba contra el aire. Al llegar a la puerta de su habitación se detuvo repentinamente, observando cada uno de los trazos de la madera como si aquella actividad resultara ser la más interesante del mundo. Su mente corría a toda velocidad, consciente de lo que le esperaba tras la puerta, impaciente por cruzarla pero también aterrado de hacerlo. Tomó aire antes de, con impulsividad, empujarla hacia adentro. Justo frente a sus ojos apareció la sala que conocía perfectamente: un espacio dominado por las luces rosadas, rojizas y azuladas que se mezclaban sin ningún tipo de armonía por el suelo, las paredes y el techo. Todo ello gobernado por una gran cama que se situaba contra la pared más a la derecha, flanqueada a su vez por dos mesillas de noche con pequeñas lamparitas. Por último, mantenía como parte del mobiliario propio del motel, una mesa baja y dos sillas, que utilizaba de forma habitual para consumir sus comidas. Pero eso no era lo más interesante. —¿Qué tal la caza? —preguntó el Reclutador. Su esbelta figura recortaba la luz que entraba por las amplias ventanas, situadas en la zona más alejada de la habitación, dotándolo de un aura cargada de misterio. No se había dignado a girarse al escuchar como Gi-hun entraba, por lo que éste no había podido verle a la cara y, sin embargo, el tono divertido de sus palabras indicaba la intención con la que habían sido pronunciadas. —No seas malcriado —le reprendió Gi-hun, haciendo rodar sus ojos mientras cerraba la puerta tras de sí. —¿En serio me acabas de llamar malcriado? —cuestionó el otro, apartando al fin la mirada de la cristalera para observarlo. Su expresión estaba marcada por una ceja alzada llena de arrogancia y una media sonrisa que encajaba perfectamente con lo que se podría esperar de alguien como él. Siempre tan orgulloso y carismático. Tan peligroso y oscuro. —¿Acaso no lo eres? —insistió Gi-hun, adentrándose más en la habitación. —Soy un hombre adulto... —quisó protestar El Reclutador, alzando el mentón con altanería. —Un hombre adulto malcriado —le interrumpió Gi-hun, dejando sobre la cama la bolsa que sostenía. Sus miradas volvieron a encontrarse, atravesando la penumbra de la habitación y examinándose a consciencia, mientras permitían al silencio ser la banda sonora que los acompañara. —Me dijiste que viniera —habló El Reclutador, rompiendo la calma—. ¿Tanto has echado de menos a tu hombre adulto malcriado? —Malcriado —susurró como respuesta Gi-hun, haciendo rodar sus ojos—. Te dije que tenía una sorpresa para ti, pero estoy dudando que la merezcas... —¿De qué se trata? —le interrumpió el otro, negándose a apartar la vista para observar la bolsa que yacía sobre la cama. Gi-hun apretó la mandíbula, mostrando su molestia por la interrupción. —Compórtate y te lo muestro —espetó con tono autoritario. De nuevo, el silencio volvió a reinar en la habitación y las miradas, llenas de curiosidad y danzantes de aquella pequeña pelea por el dominio de la situación, se hicieron presentes. Y, como en la anterior ocasión, fue el Reclutador el que, mediante un leve asentimiento de su cabeza, dio paso a la continuación de los acontecimientos. Acto seguido, Gi-hun se giró hacia la bolsa, la abrió y comenzó a revolver su contenido con ambas manos. Unos chasquidos metálicos fueron las primeras pistas que llegaron hasta El Reclutador. Por fin, sacó las manos de la bolsa. En éstas, sostenía dos objetos que no podían ser más diferentes en cuanto a la estética y las funciones: una vela y unas esposas de cuero. —Me dijiste que alguna vez te gustaría probar esto —dijo, notando como los ojos del Reclutador comenzaban a brillar—. ¿Te parece un buen momento? —Me parece un excelente momento —respondió éste al instante. —Quítate la chaqueta y la camisa del traje —ordenó Gi-hun. Una media sonrisa adornó al instante los labios de El Reclutador. El juego había comenzado. Aquellas manos suaves y blancas se deslizaron hacia las solapas de la chaqueta, retirándola hacia atrás, haciendo que los pectorales se apretaran contra la camisa blanca que significaba la última barrera hacia la piel. La tela chocó contra el suelo con un ruido sordo. Gi-hun continuó observando, fingiendo una indiferencia que no sentía pero que sabía que resultaba provocativa para el otro hombre. Era una locura. Debía odiar a ese hombre. Un hombre al que, hacía dos años habría matado casi sin pensárselo..., pero, por una razón que no alcanzaba a comprender ni era capaz de explicar, esa era la nueva situación que les envolvía. Le había encontrado poco después de contratar a una buena parte de los hombres de aquel tipo que, por mucho tiempo, había sido su acreedor más fiero y detestable. En aquel instante, se había desarrollado una pelea encarnizada, llena de puñetazos y golpes por todo el cuerpo que les había dejado exhaustos y jadeantes por el esfuerzo y calor. Ese había sido el problema. El calor. Las llamaradas surgidas de sus intentos por destruirse les habían llevado a sudar, y la tensión del ambiente les había hecho conscientes de la piel del otro. Todo había sido un caos, un revoltijo de ropa fruto de la pelea que había terminado con rasgones y la exposición de pequeñas zonas de sus cuerpos. Y el calor. Ese calor que había comenzado a fluir entre ellos, fundiendo los últimos resquicios de cordura que la pelea y la adrenalina habían dejado vivos. Recordaba como los jadeos compartidos habían muerto en sus bocas cuando El Reclutador, en un acto que no podía ser considerado como nada más que una incoherencia, se había abalanzado sobre él, no para golpearle, sino para unir sus labios con un beso. Un beso, que él había permitido y continuado. No se había parado a pensar bien en cómo habían transcurrido los acontecimientos a partir de aquel momento, pero sí recordaba los gemidos de aquel hombre que ahora tenía frente a él, casi rogándole que continuara embistiéndolo y como el semen de éste había goteado de su propio abdomen cuando todo terminó. Ese había sido el inicio de su locura hacía ya dos años, y que se había prolongado hasta aquel preciso instante, construyendo por el camino una extraña relación que ninguno se atrevía a tildar de "romántica" pero sí de exclusiva entre ellos. Habían compartido fetiches y gemidos por largas noches y, de forma natural, se habían convencido de la nula necesidad que tenían de habitar otros cuerpos. Se pertenecían el uno al otro..., y resultaba gracioso que aún no supiera ni su nombre. —¿Es de malcriado pedir un poco de atención? —habló El Reclutador, sacándole de sus pensamientos. Sus manos se encontraban posadas por encima de los botones de la camisa, de la cual ya había desprendido un par, dejando ver un pecho igualmente pálido y liso. —Continua —respondió firmemente Gi-hun, recuperando aquella figura de autoridad que durante sus encuentros adoptaba. Las manos reanudaron su tarea, deslizándose por la camisa, desabotonándola poco a poco y mostrando en cada paso un nuevo tramo de piel. Los pectorales, definidos y fuertes, comenzaron a aparecer tras la tela, seguidos por un abdomen plano y de líneas marcadas. Pocos segundos después, los brazos volvieron a moverse, en un recorrido mucho más amplio que le permitiera retirar la camisa de su cuerpo. Los hombros, tensos y de marcada musculatura aparecieron en un primer lugar, captando al instante toda la atención de Gi-hun. El resto del cuerpo se presentó ante sus ojos cuando la camisa cayó al suelo, justo sobre la chaqueta negra y la corbata, que ni siquiera sabía en qué momento se había quitado. La luz brillante de los carteles azules y rosados impactó directamente contra la piel, dejando poco espacio para la palidez que la caracterizaba, pero sin robarle ni un poco de la apariencia escultórica que poseía. Una hermosa estatua de mármol, que cualquiera podría averiguar cómo creada desde el mayor cariño y devoción por la anatomía masculina, dada su evidente belleza. Y, sin embargo, aquella piel estaba muy lejos de ser tan fría como la piedra. Gi-hun se permitió analizar cada uno de aquellos ángulos y contornos de carne y músculo en los que tantas veces se habían encontrado enredados sus dedos, y las yemas de estos parecieron recordar al instante la suavidad y el calor que desprendía aquel cuerpo. No, definitivamente no era una fría estatua de piedra. Era fuego. —Arrodíllate —ordenó, señalando el espacio que quedaba entre la cama y la pared. Una pequeña chispa acompañó la media sonrisa que apareció en los labios del Reclutador (mínima pero perfectamente perceptible para Gi-hun), justo antes de cumplir con lo que se le había exigido. Se movió con agilidad, pero con una lentitud que le permitiera pavonear sus atributos físicos. Era obvio que había notado la intensa mirada de Gi-hun, y que le había gustado. Por fin, llegó hasta el espacio que se encontraba entre la pared de la habitación, y Gi-hun y la cama. Sin embargo, justo cuando se disponía a flexionar sus rodillas para caer al suelo, la voz de Gi-hun le detuvo. —De espaldas a la cama, cara a la pared —puntualizó. La sonrisa del Reclutador se amplió al instante. Luego, apretó los labios, tratando de disimular un poco la emoción que sentía, y se dio la vuelta. Gi-hun admiró la fornida espalda de aquel hombre, disfrutando de las líneas que señalaban cada músculo y marcaban como en cada movimiento estos se movían bajo la piel. Una vez más, las rodillas se flexionaron y esta vez sí lograron aterrizar en el suelo de moqueta. Ante aquella visión, Gi-hun volvió a moverse. Se giró hacia atrás, sin mover los pies de su sitio, y dejó la vela apagada sobre la cama, quedándose únicamente con las esposas de cuero en la mano. Cuando recuperó su posición y miró hacia adelante, no tardó ni un segundo en caminar, acercándose hasta El Reclutador. Las orejas de éste se tensaron, tratando de calcular cuánta distancia le quedaba para alcanzarlo. Pronto, toda duda quedó resuelta cuando sintió una mano sobre su muñeca izquierda. —Recuérdame tu palabra de seguridad —exigió Gi-hun. El leve chasquido de la cadena que unía ambas esposas llegó hasta sus oídos, justo antes de que el cuero de las mismas comenzara a apretarse contra la carne. —Young-hee. —¿Y tu gesto de seguridad? —insistió Gi-hun, pasando a atar la otra muñeca. El Reclutador chasqueó los dedos. —Bien —dijo complacido Gi-hun, una vez que terminó de comprobar la firmeza y sujeción de las esposas—. ¿Te aprietan demasiado? Una negación con la cabeza fue toda la respuesta que recibió. —Espero que no empieces a quedarte callado como la última vez —le advirtió, girando sobre sus talones para dirigirse de nuevo hacia la cama. —¿Por qué no? —cuestionó claramente divertido El Reclutador—. Te las arreglaste muy bien para hacerme hablar... —No quiero tener otra semana sin poder follarte a cambio de hacerte hablar —le interrumpió con severidad Gi-hun. Había llegado hasta el borde de la cama y ahora tenía otras cuatro velas encima de ésta, acompañando a la primera de ellas—. Aunque eres muy bueno con las mamadas me gusta tenerte en plena forma para mí. El Reclutador se rió entre dientes. Nunca, en toda su vida ni durante su desempeño en el trabajo para los Juegos, se había encontrado una personalidad como la de Gi-hun. Era un hombre que, si bien podría parecer ingenuo y torpe cuando se conocieron, había logrado evolucionar hasta lo que era ahora: un hombre de mente clara e ideas firmes. Los pasos volvieron a sonar a sus espaldas. —Espero que sean de buena calidad —dijo Gi-hun, mientras lo rodeaba. Entre sus manos sostenía tres de las velas y un encendedor—, me han costado bastante dinero. —Seguro que eso te impide comer en todo el mes... —se burló El Reclutador. Y es que, resultaba hilarante que un hombre con tantísimos millones a su disposición pudiera quejarse del precio de algo tan insignificante como unas velas. —Lo he hecho por ti —protestó Gi-hun, deteniendo sus pasos justo frente a él—, estuve investigando y al parecer es necesario un tipo de vela muy específico para evitar quemaduras graves... —Que bonito, me encanta que te preocupes por mí... —le interrumpió El Reclutador, frunciendo sus labios con una mueca llena de burla. —Sigues siendo un malcriado —le regañó Gi-hun, inclinándose hacia adelante para comenzar a colocar las velas en el suelo, justo frente al otro hombre. —Vas a tener mucho tiempo para corregirme —dijo éste, cuando Gi-hun volvió a incorporarse—. ¿Dónde las has conseguido? —preguntó, señalando con la cabeza las velas. No había tenido ocasión de observarlas con detenimiento hasta el momento, debido al rápido desarrollo de los acontecimientos, pero ahora las tenía justo frente a sí: la cera tenía un tono rojizo que se veía contenida en pequeños vasos de cristal y que formaba reflejos con la luz del entorno. Gi-hun tan sólo había colocado dos de las velas en el suelo y ahora sostenía la restante en su mano izquierda, mientras que en la derecha sujetaba el encendedor. Un leve movimiento de su mano, seguido de un chasquido, precedieron la aparición de una pequeña llamarada. —En un sex shop de la zona —respondió, acercando el encendedor hasta la vela—. Es un buen sitio y tienen productos bastante interesantes... —hizo una leve pausa para controlar como la mecha empezaba a arder—, pero el dependiente parece una perra en celo que busca que cada cliente lo monte —añadió, separando al fin el encendedor. —¿Se ha insinuado? —preguntó El Reclutador. Había pretendido que su tono volviera a sonar burlesco pero, sin esperarlo, su garganta había permitido escapar un dejo demasiado apretado y fuerte, casi cercano a... —¿Acaso estás celoso? —cuestionó Gi-hun, mostrando una amplia sonrisa cargada de arrogancia. El Reclutador apretó la mandíbula y desvió la mirada—. Si es algo que te preocupa, sigo pensando que esto es algo que debemos mantener en la exclusividad —le tranquilizó, observándole de arriba a abajo—. Tengo suficiente con tus berrinches como para aguantar a otra persona... Un pequeño silencio cruzó el espacio entre ambos, permitiendo que el crepitar de la vela fuera lo único que los acompañara. —Y me gusta lo que tenemos —añadió en un ligero susurro. El Reclutador volvió a mirarle, tratando de encontrar sus ojos, pero la atención de Gi-hun ahora estaba concentrada en la vela que sostenía en su mano izquierda. —Ya está comenzando a derretirse —dijo, inclinándose de nuevo hacia adelante, apoyando la vela sobre el suelo. Luego, volvió a hacer chasquear el encendedor, formando una nueva llamarada y la acercó hasta las otras dos velas, prendiendo fuego a sus respectivas mechas. Cuando volvió a incorporarse, una sonrisa sincera adornaba sus labios: parecía realmente satisfecho con el rendimiento de su compra. —Son de soja —explicó. Sus piernas volvieron a moverse, rodeando al hombre arrodillado y dirigiéndose hacia la cama donde había dejado abandonadas las dos velas restantes—. Según el artículo que leí son de las mejores opciones porque se derriten bastante rápido y se quedan líquidas por unos minutos en la piel. Mientras hablaba, tomó las velas y las encendió. Luego, guardó el encendedor dentro del bolsillo de su pantalón y comenzó a moverse hacia el lateral izquierdo de la cama. —El artículo también decía que la gente suele usarlo para dibujar sobre la piel —continuó hablando—, quizás si esto te gusta la próxima vez pueda hacerte un pequeño tatuaje de mi polla —añadió divertido, colocando una de las velas sobre la mesilla de noche. —Tus ocurrencias a veces me sorprenden —respondió El Reclutador, haciendo chasquear la lengua. La idea no es que le disgustara, pero una de las cosas que había aprendido sobre el otro hombre durante los años que llevaban encontrándose, era que resultaba mucho más divertido empujarlo hasta el borde de sus deseos antes de permitirle cumplirlos. Gi-hun se giró y regresó por donde había venido, aún sosteniendo una de las velas en la mano. Cuando llegó hasta la altura de El Reclutador, se inclinó hacia él, dejando su boca junto a la oreja izquierda. Un estremecimiento le recorrió la espalda al sentir el cálido aliento sobre la piel. —¿Y eso te gusta verdad? —susurró. Antes de que El Reclutador pudiera responder, un pequeño pinchazo cayó sobre su hombro derecho, haciéndole jadear. La suave gota de cera se deslizó por su pecho, llenándolo con la fuerte sensación del dolor y el placer entremezclados. Otra gota cayó en el mismo punto, aumentando la sensación de ardor y arrancándole otro jadeo. —Te gusta que te sorprendan... —continuó Gi-hun, acercando más sus labios hacia el cuello mientras dejaba caer una y otra vez pequeñas gotas de cera sobre el hombro del Reclutador, disfrutando con cada nuevo sonido que emitía. Los músculos de su espalda se contraían con cada nueva gota y todo su cuerpo parecía estar en llamas... Pero eso le estaba encantando. Quizás así, justo así, se sentía el fuego del infierno y..., joder, con gusto seguiría pecando por el resto de su vida con tal de mantener aquella sensación por toda la eternidad. Una nueva gota le hizo que inclinar la cabeza hacia atrás, apoyándola sobre el hombro derecho de Gi-hun y dejando expuesto su cuello. Sin perder un segundo, los labios tomaron aquella piel que tan amablemente se le ofrecía, cubriéndola de la cálida sensación de la saliva, mientras la cera continuaba corriendo en pequeños ríos por el pecho. —Es una suerte que siempre vengas preparado para mí —le susurró Gi-hun entre los pequeños espacios que daba a los besos. Su mano izquierda se había movido y ahora se encontraba formando pequeños círculos sobre el pecho lampiño de El Reclutador, que ascendía y descendía de forma intermitente, al compás de sus jadeos y estremecimientos. Los pelos de su nuca estaban completamente erizados. —El pelo es un fastidio para estos juegos —continuó susurrando—. Y viendo tu reacción, habría sido una pena no poder disfrutarlo... —J-joder... —logró gemir El Reclutador, apretando con más fuerza su cabeza contra él. Gi-hun sonrió. No había mentido cuando dijo que le gustaba lo que tenían. Al principio, durante sus primeros encuentros siempre terminaba sintiéndose sucio, como si estuviera cometiendo un pecado capital al no lograr desprenderse de ese hombre. De su cuerpo. De aquellos ojos marrones que chispeaban y se convertían en oscuros pozos de lujuria. De aquella piel que ardía y se erizaba como si suplicara más de su tacto. Y de la voz que gemía su nombre con veneración. No, no podía desprenderse de todo aquello, y al final había terminado por comprenderlo. Y, eso mismo, es lo que le había permitido amar cada segundo de sus momentos juntos. Sabía que un día debía terminar, que no podría escapar para siempre de la dura realidad, que dictaba que sus hombres lo encontrarían y, entonces, debía dejar que lo atraparan. Ambos lo sabían. Ante el mundo, ellos seguían jugando al ratón y al gato por lo que, un día, alguno de los dos debía cerrar las fauces sobre el cuello del otro. —Vamos a probar otra cosa... —susurró, alejando la vela del hombro del Reclutador y separándose también. El Reclutador hizo su mejor esfuerzo para evitar que su cuerpo cayera hacia atrás ahora que no tenía el apoyo de Gi-hun. Los músculos de su abdomen se contrajeron de forma casi automática, permitiendo a su cuerpo inclinarse hacia adelante. La cadena de sus esposas tintineó ante el movimiento, acompañando sus respiraciones rápidas y entrecortadas. No era demasiado larga, pero sí lo suficiente como para permitir un ligero espacio que no le agarrotara los músculos de los brazos. Bajó la cabeza y pudo ver mejor su pecho: líneas rojas como la sangre se deslizaban con lentitud desde su hombro hasta su abdomen, entremezclándose con algunas pequeñas gotas que, debido a su tamaño, ya se encontraban casi solidificadas. La sensación de ardor aún se mantenía concentrada en su hombro, donde la acumulación de la cera había permitido que el calor se mantuviera y continuara ofreciéndole esa sensación de fuego sobre la piel. —Bien —dijo Gi-hun, reapareciendo ahora a su lado. Ya no tenía la vela entre sus manos. En cambio, sus dedos jugueteaban con la hebilla de su cinturón, desabrochándolo lentamente. Volvió a colocarse frente a él, dejando la barrera de velas que había encendido con anterioridad entre ambos, permitiendo que viera como el cuero era desprendido de sus pantalones. Una vez lo tuvo entre sus manos, lo estiró en toda su longitud y se inclinó un poco hacia adelante. —Abre la boca. El Reclutador alzó una ceja con marcada curiosidad, pero obedeció al instante. Acto seguido, Gi-hun empujó la tira de cuero dentro de sus labios. —No dejes que se caiga —le ordenó, soltando los extremos del cinturón—. Si lo haces, no voy a ser amable contigo luego. El Reclutador apretó los dientes mientras una leve sonrisa se formaba en su boca llena de cuero. Sabía perfectamente que el amable Gi-hun jamás sería capaz de provocarle un daño extremo y menos aún permanente, pero sí sabía cómo llevarle al límite si se lo proponía. Lo había demostrado tantas veces... Bajo su mirada, Gi-hun comenzó a quitarse la chaqueta y la dejó caer al suelo. Volvió a mirar al Reclutador, que había mantenido su mirada fija a la altura de su cara. Sonrió. Estaba claro que no podría conseguir que cambiara el rumbo de su atención si no le daba algo más. Sus manos se deslizaron hasta el borde de su camiseta y tiraron hacia arriba lentamente. Cuando parte de su pelvis quedó al descubierto, los ojos del Reclutador bajaron instintivamente para buscar la piel. Gi-hun se mordió el labio inferior con satisfacción..., El Reclutador no era el único al que le gustaba sentirse observado. Continuó subiendo la camiseta, dejando a la vista todas las líneas que enmarcaban su abdomen. Las costillas aparecieron apretando la piel. Todo en aquel cuerpo parecía firme y duro, perfecto para apretar y sentir como los dedos podían caminar libremente en cada contorno. Los pectorales y los hombros fueron los últimos en aparecer, mostrando cómo la musculatura potente de aquel cuerpo se extendía hasta el último de sus rincones. Cuando la camiseta también cayó al suelo y pudo recuperar la vista, que se había cubierto por la tela, no pudo evitar que su sonrisa se ampliara al descubrir la mirada de El Reclutador devorándolo centímetro a centímetro. —Pareces contento... —sonrió—. Puedes soltar el cinturón. La hebilla chasqueó al caer al suelo. —Lo estoy —respondió El Reclutador, alzando una ceja y sin apartar ni por un instante los ojos de su torso. Le estudiaba con ganas y detalles, como si quisiera grabarse a fuego y sangre cada una de las líneas que lo conformaban, casi como si se tratara de un artista decidido a esculpirlo en lo más profundo de su mente y temiera perderse algún nuevo ángulo o contorno. —Puedo ponerlo más interesante... —susurró con aire enigmático Gi-hun, mientras movía sus manos hasta el cierre de sus pantalones. —¿Puedes? —cuestionó con un marcado tono de ironía El Reclutador, volviéndole a mirar a la cara. Gi-hun hizo rodar sus ojos pero se negó a dar una respuesta verbal. En cambio, comenzó a deslizar la cremallera de sus pantalones, con una lentitud exasperante y permitiendo que los dientes crujieran poco a poco con el movimiento, mientras continuaba mirando directamente aquellos ojos que parecían dispuestos a devorarlo. Por fin, abrió por completo el pantalón y lo dejó caer al suelo. El gruñido insatisfecho de El Reclutador al ver que la ropa interior negra continuaba pegada a su piel le hizo reír. Realmente era alguien muy impaciente. Lanzó los pantalones a un punto muy alejado de la habitación y volvió a colocar sus manos a la altura de su ropa interior. Jugueteó con la cinturilla elástica por unos instantes, ganándose con ello un par de miradas que parecían tan gélidas como el hielo y tan feroces como las de un lobo hambriento. Por fin, dejó caer su ropa interior al suelo y la apartó a un lado, quedando completamente desnudo ante el otro. —¿Lo he logrado poner más interesante? —preguntó con tono burlón. —Puede... —respondió El Reclutador, abriendo su boca para poder lamerse los labios. La sonrisa de Gi-hun se amplió ante la terquedad del otro hombre de reconocer su propia excitación, que era bien anunciada por el creciente bulto entre sus pantalones. —¿Puedes hacer algo más? —cuestionó con ademán provocativo El Reclutador. Un fuerte rayo pareció conectar sus miradas. Era hora de continuar con el juego. Sin responder, Gi-hun se agachó para tomar una de las velas encendidas con su mano derecha y, tras levantarse, se acercó un poco más hasta El Reclutador, dejando su polla a pocos centímetros de la cara de éste. Acto seguido, le enredó los dedos de su mano libre en el pelo de la nuca y le obligó a inclinarse un poco hacia adelante, haciendo que sus labios rozaran con la cabeza de su polla. —¿Quieres chuparla? Los ojos de El Reclutador parecieron hundirse, convirtiéndose en oscuros pozos donde no cambia nada más que la lujuria. Asintió lentamente, usando el poco espacio que el firme agarre del pelo le dejaba. Entonces, aquella mano que lo sujetaba le empujó hacia adelante, invitándole a tomar aquello que le pertenecía. Abrió la boca al instante y sacó la lengua para comenzar a chupar muy lentamente la suavidad del glande, descubriendo durante el recorrido pequeños restos de líquido preseminal. Un gruñido de satisfacción subió por la garganta de Gi-hun ante el contacto, escapando de sus labios cuando El Reclutador se decidió a cubrir la cabeza de su polla por unos instantes con el calor de su boca. Un escalofrío le recorrió toda la columna vertebral como una descarga eléctrica, haciéndole estremecerse. Los labios comenzaron a humedecerse por la saliva, permitiendo que estos avanzaran tramo a tramo por su longitud, arrancándole con ello gemidos cada vez más fuertes. —J-joder... —jadeó, mientras la boca aceleraba un poco sus movimientos—, buen chico... Su mano permanecía enredada en el pelo, pero no tenía la más mínima intención de intervenir; prefería dejar que fuera El Reclutador quien decidiera el rumbo que seguir, como había hecho otras tantas veces. Nunca le había decepcionado. Sus piernas comenzaron a temblar mientras seguía aumentando el ritmo, como si estuviera buscando llevarlo al límite en todo momento. Los jadeos y gemidos se entremezclaron por el aire con los suaves chapoteos de la saliva golpeando su piel, componiendo una hermosa melodía que llegaba directamente hasta el ego de El Reclutador. De pronto, el calor se extendió hasta el final de su pene, y pudo sentir como la nariz de El Reclutador impactaba contra su pelvis y la cabeza de su polla justo en el inicio de la garganta. Un nuevo estremecimiento le recorrió la espalda, impulsándole a apretar más su agarre mientras emitía una gemido mucho más fuerte que los anteriores. La acción se repitió aún dos veces más hasta que, tras reunir las pocas fuerzas que sentía que aún tenía, logró tirar del pelo para tomar el control de la situación. El Reclutador le miró con una expresión divertida mientras aún mantenía parte de su polla metida en la boca. —T-te gusta jugar sucio, ¿eh? —dijo, aún con el tono tembloroso, observando aquellos ojos llenos de burla. Luego, recomponiéndose un poco, añadió—. Bien, juguemos sucio entonces... Acto seguido, y sin aflojar su agarre, su mano comenzó a empujar lentamente la cabeza de El Reclutador. La vista de éste aún se mantuvo por unos instantes clavada en sus ojos, mientras el pene desaparecía poco a poco dentro de su boca. Para cuando el glande volvió a chocar contra su garganta, aspiró profundamente y cerró los ojos, tratando de evitar el reflejo de las náuseas. —Así mejor —jadeó Gi-hun, complacido ante la vista. El Reclutador gruñó a modo de protesta por haber perdido el control de la situación. —No te quejes —trató de animarle Gi-hun, permitiéndole retroceder un poco para que recuperara el aire—. Sigue siendo un buen chico y yo me portaré bien contigo... Y, como si fuera una pequeña garantía de su palabra, le acercó la vela que aún sostenía en su mano derecha hasta la nuca, justo en el inicio de la columna vertebral, y dejó caer un pequeño hilo de cera. El Reclutador tuvo que hacer un esfuerzo enorme para evitar morder el pene que aún mantenía en su boca cuando el ardor de la cera comenzó a fluir por su piel. Sin embargo, no pudo evitar que su espalda se arqueara levemente ante la sensación. —No, no —le dijo Gi-hun, afianzando su agarre en el pelo y corrigiéndole la posición—. Si te mueves, la cera no fluirá correctamente —explicó—. Necesitas mantener la espalda en una posición recta. Un nuevo hilo de cera cayó sobre la carne, arrancando otro gemido. Sin embargo, este nuevo sonido se vio sofocado con un empuje de caderas de Gi-hun, que le obligó a introducirse todo el pene de golpe en la boca. —S-si necesitas parar..., ah..., recuerda tu gesto de seguridad —le dijo éste, al escuchar cómo emitía una ligera arcada. Pero aquella posibilidad no había pasado ni ligeramente por la mente de El Reclutador. Las muñecas se apretaban con fuerza contra el cuero de las esposas y podía sentir como los músculos de sus hombros y su espalda se contraían mientras los finos hilos de cera quemaban tramo a tramo su piel. Pero no quería que parara. Todo su cuerpo y el instinto de supervivencia le estaban suplicando que detuviera aquella locura... Pero su propia polla era la que estaba a cargo en aquel momento, endureciéndose a cada instante, aún cuando creía que era imposible aumentar más su excitación. Empujó más su cabeza contra la pelvis de Gi-hun, hundiendo la carne bajo su nariz y apretando más el glande contra su garganta. —M-me tomaré..., ah..., eso como una..., ah..., negativa... —gimió Gi-hun, esbozando una ligera sonrisa en su labios mientras las descargas de placer volvían a recorrer todo su cuerpo. Tiró de nuevo del pelo, haciendo que el movimiento de El Reclutador se reanudara. El aire volvió a cargarse con la sucesión de gemidos y jadeos que se mezclaban con el ligero chapoteo de la saliva chocando con la piel y los gemidos de dolor que se emitían cuando una nueva cantidad de cera caía sobre la piel de El Reclutador. Cada sección de su lengua hacía hasta lo imposible para recoger cada uno de los restos de líquido preseminal que escapaban del glande de Gi-hun, llenando su boca con su dulce sabor. Sentía que en cualquier momento podía echar a arder..., y volvió a pensar en el Infierno. Aquel lugar en el que se sabía condenado a vivir por la eternidad y que deseaba habitar junto a Gi-hun, para mostrarles a cualquiera de los demonios un ejemplo práctico por el cual ambos se encontraban en un lugar como aquel. Sí, quería arder con Gi-hun en las profundidades de una caverna de fuego eterno y avergonzar a todos los demonios con el fruto de la pasión que compartían por sus cuerpos hasta que ellos, asombrados por sus habilidades, les ofrecieran la corona y gobierno del lugar. Un fuerte tirón del pelo le hizo salir de sus pensamientos de forma repentina. Su boca se encontraba terriblemente vacía y el pene de Gi-hun lo observaba frente a sus ojos, brillante por la saliva que lo envolvía. Sin pensar siquiera un segundo en lo que acababa de pasar, se apresuró a tratar de tomar de nuevo aquello que le pertenecía dentro de su boca, pero un nuevo tirón le detuvo. Su cabeza se vio obligada a inclinarse hacia atrás. La mente, aún confusa, se encontró de golpe con la mirada firme y divertida de Gi-hun, que lo observaba con los ojos brillantes de lujuria. —¿Quieres más? —le preguntó. Un nuevo pinchazo de calor le mordió el hombro. Sin que se diera cuenta, Gi-hun había movido la vela hacia su hombro izquierdo y había dejado caer un par de gotas de cera justo en aquella zona, que ahora se deslizaban lentamente por su pecho. Trató de asentir, pero el fuerte agarre del pelo le impidió mover la cabeza. —Usa tus palabras —le exigió Gi-hun, dejando caer un par de gotas más sobre el hombro. —F-fóllame... —susurró El Reclutador casi sin fuerza. Jamás habría permitido que otro ser humano le viera tan destrozado como lo estaba ahora, consumido por el dolor y la lujuria, y peligrosamente cercano a suplicar por ser follado. Pero con Gi-hun todo era diferente. Desde sus primeras veces juntos, había comprendido que no existía ni un solo motivo que le impidiera dejarse caer y mostrarse vulnerable ante aquel hombre, por lo que siempre se permitía dejar libres todos sus instintos y pensamientos más primitivos. Gi-hun se arrodilló sobre una de sus piernas, dejando sus ojos a la misma altura y colocó la vela con la que le había estado quemando entre ambos. —Es hora del último juego de la noche —anunció. Acto seguido, apagó la vela de un soplido. El humo cubrió como una fina cortina el espacio que los separaba..., una cortina que Gi-hun no dudó en desgarrar para unir sus labios con un beso feroz y posesivo. El Reclutador no tardó ni un segundo en unirse a aquellos movimientos caóticos y salvajes que lo estaban atacando. Las lenguas comenzaron a golpearse con fuerza, reclamándose la una a la otra mientras los dientes saboreaban la ternura de sus labios, y los pulmones luchaban por rescatar el aire que lograba filtrarse entre todo aquel caos. Cuando por fin se separaron, ambos respiraban con dificultad, notando como su interior ardía y se hundía con el vacío y el frío de su ausencia. La distancia entre ambos era gélida y cortante. Gi-hun le liberó de su agarre y, después de dejar la vela en el suelo junto a las demás, se levantó de su sitio. Rodeó el cuerpo tembloroso y jadeante de El Reclutador hasta situarse justo a su espalda. —¿Necesitas ayuda para levantarte? Aquella pregunta golpeó directamente el ego de El Reclutador. Aunque supiera que podía mostrarse destrozado con Gi-hun, eso no significaba que debía evidenciarse de manera tan obvia frente a él. No, eso sería darle una partida ganada mucho antes de empezarla. Sin responder, usó toda la fuerza que le quedaba en los músculos para apoyar uno de sus pies firmemente sobre la moqueta e incorporarse. Al moverse, la cera que ya se había solidificado en algunas zonas de su espalda y su pecho tiraron muy levemente de su piel, y el recuerdo de cómo habían caído sobre la misma, quemándolo y disparando su adrenalina, le erizó los pelos de la nuca. Una vez de pie, giró sobre sus talones y enfrentó a Gi-hun, quien lo esperaba al borde de la cama. —Quítate los zapatos —le ordenó. El Reclutador obedeció al instante, pisando aquellos zapatos cuyo precio bien podría valer para alimentar a un orfanato entero por meses, y los lanzó a un lado. Acto seguido, Gi-hun se acercó con paso lento hasta él. Cuando sus cuerpos quedaron a pocos centímetros el uno del otro, las manos de Gi-hun se apoyaron sobre su pecho desnudo. Pero no se quedaron allí por mucho tiempo. Continuaron su recorrido hacia abajo, acariciando muy levemente el abdomen hasta llegar a la cinturilla de los pantalones y, una vez allí, desabrochó con habilidad el botón que significaba la única sujeción de los mismos. Un bufido divertido escapó de los labios de El Reclutador. Las manos volvieron a moverse, bajando la cremallera con la misma lentitud con la que lo había hecho en sus propios pantalones. Un movimiento perfectamente calculado para generar pura desesperación en el impaciente hombre que sabía que tenía frente a él. Y no se equivocaba, los nervios de El Reclutador estaban ardiendo por la expectación. Por fin, tiró hacia abajo con un golpe seco, llevándose consigo tanto los pantalones como la ropa interior del otro y liberando con ello la dura erección que tras aquellas capas de tela se había visto obligada a esconderse. Sin embargo, apenas prestó atención a aquella evidente muestra de excitación. En cambio, se giró y llevó sus pasos hasta la cama, junto al borde de la cual volvió a darse la vuelta. —Sube —exigió, señalando con su cabeza hacia la cama. El Reclutador inmediatamente lanzó los pantalones y su ropa interior a un lado de una patada. Luego, dio un par de pasos hacia la cama y se subió de rodillas. Retorció su cuerpo para mirar por encima del hombro a Gi-hun con una expresión divertida impresa en el rostro, casi como si le estuviera solicitando nuevas instrucciones. —Acércate hasta el cabecero y túmbate boca abajo —le ordenó éste. Una media sonrisa cruzó sus labios antes de obedecer nuevamente la orden, deslizándose por el colchón hasta que se encontró en el punto perfecto para que, al tumbarse, su cabeza quedara a pocos centímetros de las almohadas que precedían el fin de la cama. Un leve suspiro escapó de sus labios cuando su polla chocó contra las suaves sábanas que cubrían el colchón y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no comenzar a restregarse contra éstas, en un desesperado intento por liberar un poco de la tensión que quemaba en su entrepierna. —Te he traído un regalo más —anunció Gi-hun. Su voz sonaba al mismo tiempo que el sonido de sus pasos anunciaban que se estaba moviendo por el lateral derecho de la cama, por lo que giró la cara en esa dirección. Al fin, el cuerpo de Gi-hun entró en su campo de visión. Se había detenido junto a la mesilla donde se encontraban la que suponía que era la vela con la que le había quemado por primera vez y, un poco alejada de ésta, se encontraba un bote grueso y bajo de color azul. —He pensado que un ligero juego de temperaturas sería lo ideal para terminar esta noche —dijo, tomando el bote entre sus manos—. Es lubricante con efecto frío —explicó, mostrándole la etiqueta—. ¿Estás de acuerdo en usarlo? —Suena interesante —respondió El Reclutador, alzando una ceja con arrogancia—, veamos si puedes hacer que lo sea. —Bien —asintió Gi-hun, ignorando el tinte burlón que contenían aquellas palabras. Volvió a girarse, desapareciendo de su rango de visión y regresando por donde había venido. Una sonrisa de oreja a oreja apareció en los labios de El Reclutador y, con cada paso que daba Gi-hun y sin que éste fuera consciente de ello, se iba ampliando cada vez más. Él también tenía un regalo para Gi-hun. Saboreó cada uno de los pasos del otro hombre, mientras éste rodeaba la cama en dirección de los pies, hasta que el sonido de sus pisadas se detuvo repentinamente. —¿Qué es? —preguntó Gi-hun. Tenía una ceja enarcada y sus ojos miraban fijamente el cuerpo desnudo de El Reclutador, que yacía sobre el colchón. Un pequeño círculo de color morado sobresalía muy levemente del trasero expuesto que tenía frente a él. —¿Por qué no lo averiguas tú mismo? —preguntó a su vez El Reclutador, moviendo suavemente su cuerpo de un lado a otro con ademán provocativo. Gi-hun tomó aquella invitación con gusto, acercándose a la cama y subiéndose a la misma para quedar justo entre las piernas de El Reclutador. Acercó la mano que no sostenía el lubricante hasta el muslo izquierdo de éste, y fue acariciando la piel hacia arriba hasta llegar a su trasero. Una vez allí, masajeó la carne, admirando su suavidad y belleza, antes de posar uno de sus dedos sobre aquel círculo morado que había llamado su atención. Un escalofrío recorrió el cuerpo de El Reclutador cuando, de forma experimental, presionó los contornos de aquella figura, dibujando con su dedo los bordes de ésta. Era un plug. —Pues si que has venido preparado —sonrió, presionando de nuevo el juguete muy levemente hacia adentro y ganándose con ello un gemido de satisfacción por parte de El Reclutador. Dicho esto, abrió el bote de lubricante con un chasquido, y, aún sin apartar las manos de sus respectivas posiciones, situó el bote de lubricante por encima de las nalgas. Un fino hilo transparente comenzó a caer en cascada justo sobre la entrada y el tacto con aquella piel ardiente fue mortal. La espalda de El Reclutador se arqueó ante el fuerte contraste de temperaturas, que hacía que su piel en llamas se encontrara con aquella sensación que bien le podía parecer gélida. Y, sin embargo, eso no cortó ni un mínimo de su excitación. —J-joder... —jadeó tembloroso, cuando los dedos de Gi-hun comenzaron a esparcir el lubricante por todas partes, activando e intensificando la sensación. Al fin, los dedos de Gi-hun se detuvieron, enredándose en los bordes del juguete. —Veamos qué tal ha hecho su trabajo este pequeño —susurró. Acto seguido, tiró poco a poco y con suavidad hacia afuera. La respiración de El Reclutador comenzó a descontrolarse, convirtiéndose en una sucesión de pequeños jadeos entrecortados que se mezclaban en su garganta con leves gemidos. Los bordes suaves y lisos del juguete resbalaban con mucha facilidad por la lubricación, emitiendo ligeros sonidos cuando la piel estirada se estrechaba contra el plástico, como si se negara a dejarlo escapar. Por fin, el juguete salió al completo. Gi-hun colocó aquel artefacto de plástico frente a sus ojos, mientras sentía como El Reclutador se deshacía en respiraciones entrecortadas al compás de los movimientos de su entrada, que se contraía sobre el aire como si buscara desesperadamente algo que la llenara de nuevo. —Tiene un buen tamaño —dijo Gi-hun, observando con curiosidad el bulbo de color morado que sostenía. Luego, lo dejó a un costado de El Reclutador y volvió a acariciar con su mano llena de lubricante en el ano, que parecía reclamar su atención. —Veamos... —susurró con suavidad, apretando levemente. Su dedo resbaló con una facilidad asombrosa, cubriéndose con la calidez reinante en el interior. —J-joder..., ¿e-es en serio, Gi-hun? —protestó con desesperación El Reclutador—. ¿Me quemas con velas y no eres capaz de meterme los tres de golpe? —Cállate —respondió Gi-hun, metiendo un nuevo dedo—. Sigo pudiendo meterte otra vez el cinturón en la boca —le amenazó, disfrutando de cómo el otro se derretía bajo sus atenciones. Acto seguido, comenzó a mover los dedos con una lentitud horrorosa que sería capaz de impacientar a cualquiera..., como él quería. Amaba la forma en la que un hombre como El Reclutador, siempre vestido con sus elegantes y caros trajes, y marcado por una expresión arrogante y altiva, terminaba convirtiéndose en un amasijo de nervios y sudor. Justo lo que era en ese momento. Su cuerpo se retorcía bajo su toque, mientras los dedos de Gi-hun se hundían en su interior arrancándole gemidos llenos de satisfacción. Podía sentir como el calor volvía a expandirse con fiereza por toda su piel, enfrentándose contra la fría sensación que le hacía llegar el lubricante. —¿Ves como eres un malcriado? —preguntó con ironía Gi-hun—. Me estoy preocupando por ti... —añadió, metiendo con delicadeza el último dedo. Un gemido mucho más fuerte que los anteriores escapó de los labios de El Reclutador, y fue seguido por una sucesión continua de los mismos cuando, sorpresivamente, el ritmo de los dedos comenzó a acelerarse. Por instinto, apretó más sus muñecas contra las esposas que le sujetaban y la cadena que las unía comenzó a sonar en cada uno de los empujes. Su voz resonaba contra las paredes de la habitación, evidenciando todo el placer que estaba sintiendo mientras los dedos continuaban penetrándolo sin cesar. A sus oídos tan solo llegaba el sonido constante de sus propios gemidos y del chapoteo del lubricante rozando contra su piel. Apenas si podía respirar correctamente, y sus ojos cada vez tenían más complicada la tarea de enfocar su alrededor conforme el placer cubría con una neblina su mente. Piel erizada. Músculos tensos. Frío y ardor. Temblores y gemidos. Eso es en lo que Gi-hun lograba convertirlo; esa era la razón por la que no podía ni quería escapar de su lado, aunque supiera que un día todo debía terminar. —Quizás tuvieras razón —le dijo Gi-hun con aire pensativo, mientras daba un par de golpes más—, está lo suficientemente dilatado... —E-exijo una compensación... —logró responder El Reclutador, aún presa de los temblores. —Y yo estoy de acuerdo en dártela —respondió a su vez Gi-hun, sacando con cuidado los dedos. Volvió a abrir el bote de lubricante y dejó caer una buena cantidad del mismo en su propia polla. Ahora fue él, quien siseó ante la sensación de frío chocando contra su piel, lo que hizo reír al Reclutador. Luego, usó el sobrante que había quedado en su mano para esparcirlo por la entrada de El Reclutador antes de dejar rodar el bote por la cama, justo al costado de éste, de forma que se mantuviera a mano en caso de necesitarlo posteriormente. —¿Estás listo? —preguntó, tomándole por la cintura con su mano izquierda mientras que con la derecha alineaba su pene con la entrada. —Joder no seas tan blando... Gi-hun frunció los labios con gesto de desaprobación. Esa no era la respuesta que buscaba de él. Pero justo cuando iba a insistir, la vela roja y sin usar que aún brillaba en la mesilla de noche de la izquierda entró en su campo de visión. Una sonrisa pícara adornó sus labios. Con un movimiento rápido, se apartó un poco de El Reclutador y se inclinó para poder tomarla. Observó su contenido: una capa de cera cubría una buena parte del vaso. Pasó la vela a su mano derecha y usó su mano izquierda para alinear el pene con la entrada de El Reclutador, que había permanecido expectante hasta el momento. —Te he preguntado si estás listo —repitió, apretando con suavidad su glande contra la entrada al tiempo que dejaba caer un pequeño hilo de cera sobre el glúteo derecho. El Reclutador siseó, apretando los dientes con fuerza mientras la cera resbalaba por su muslo. La sensación de ardor volvió a tensar sus músculos, ahora acentuada por la sensación de frío que predominaba alrededor de su ano. Dos temperaturas en una misma zona, batallando por destrozarle los nervios. Otro hilo de cera cayó justo a la altura de su muñeca, deslizándose por su antebrazo con lentitud. Un gemido fuerte y gutural le atravesó la garganta casi sin que se diera cuenta. —E-estoy listo... —respondió al fin, consumido por el placer. Acto seguido, el glande de Gi-hun entró dentro de su cuerpo, haciéndole temblar. Miles de descargas eléctricas parecieron recorrerlo en ese preciso instante, y el calor comenzó a expandirse con rapidez, tal como lo hacen las llamas sobre un reguero de pólvora. —Buen chico... —le dijo Gi-hun, tratando de disimular la inestabilidad de su propia voz. Comenzó a empujar con lentitud, disfrutando de cada segundo y de cada nuevo tramo que le era descubierto. La calidez y la humedad le envolvieron mientras las paredes de El Reclutador le recibían con un abrazo continuo y palpitante. Por fin, su pelvis chocó contra las nalgas del otro. Se mantuvo quieto por unos instantes, permitiendo al Reclutador adaptarse a la intrusión y concediéndose así mismo un instante para reorganizar sus pensamientos. —F-fóllame... —susurró El Reclutador. Siempre terminaba sucediendo lo mismo. Podía fingir durante minutos u horas enteras que resistía ante las caricias y los gestos de anhelo y deseo. Pero, al final, siempre terminaba sucumbiendo ante Gi-hun, de una forma u otra. Porque no es posible huir cuando el cuerpo te pide quedarte y los gemidos se convierten en lo único que rodea tu garganta. No, cuando eso ocurre, lo único que queda es arder. —Vamos allá... —jadeó Gi-hun, dejando caer otra pequeña cantidad de cera, en esta ocasión sobre la nalga izquierda. Luego, permitió a sus caderas retroceder para, inmediatamente después, volver a encajarse dentro de El Reclutador. El vaivén seguía siendo tan lento y tranquilo como lo habían sido todas sus caricias hasta ahora, asegurándose con ello de que no existiera más dolor que el de la cera quemando sobre la piel. A pesar de toda la preparación y la presencia anterior del plug, el cuerpo de El Reclutador continuaba estando apretado y palpitaba contra su erección en cada una de sus embestidas. —M-más fuerte... —susurró El Reclutador. Sus palabras ni siquiera se acercaban a algo parecido a un súplica, sino que sonaban más cercanas a una exigencia. Gi-hun sonrió. Tenía bajo él un hombre completamente destrozado, tembloroso y lleno de sudor, pero continuaba siendo El Reclutador. Ese hombre que jamás le había suplicado, ni aunque se encontrara al borde del colapso mental por el retraso del orgasmo o la desesperación producto de sus movimientos lentos. Aún manteniendo la sonrisa en sus labios, decidió concederle aquella exigencia a El Reclutador, comenzando un vaivén con sus caderas que lo hundían con fuerza renovada hasta el fondo de su cuerpo. Los gemidos de ambos se intensificaron, fluyendo entre ambos mientras el chapoteo del lubricante anunciaba los golpes continuos y firmes de sus caderas contra las nalgas. La fricción aumentó y la regulación de la respiración se convirtió en una tarea imposible al cabo de unos minutos. Se estaban ahogando el uno con el otro, pero ninguno estaba dispuesto a detenerse. —J-joder me encantas... —susurró Gi-hun, haciendo retroceder la mano que agarraba la cintura para dejarla sobre la nalga izquierda, apretando la carne entre sus dedos. El Reclutador no pudo responder, embriagado por el placer como se encontraba. Su mente era un caos lleno de fuego y hielo fundido, y la garganta le quemaba, irritada por los gemidos y jadeos que no cesaban de surcarla. Gi-hun continuó embistiendo, deshaciéndose en cada uno de sus golpes tal y como lo estaba haciendo El Reclutador. Eran uno sólo. Un solo cuerpo dentro del torbellino de fuego que ambos estaban construyendo. Porque se pertenecían íntegramente. —N-no puedo..., ah..., a-aguantar... —jadeó El Reclutador. —H-hágamoslo... —le incitó Gi-hun, volcando sobre su coxis la cera derretida que quedaba en la vela. El ardor volvió a expandirse una vez más, mientras la cera recorría el hueco natural de su columna vertebral, incendiando cada uno de sus nervios y disparando la adrenalina. Repentinamente, Gi-hun movió la mano que había mantenido sobre su nalga izquierda hasta la polla de El Reclutador. Un gemido de satisfacción escapó de los labios de éste cuando aquella mano comenzó a moverse, atendiendo a la tensión que había estado soportando hasta el momento. Además, Gi-hun comenzó a dar fuertes estocadas, rápidas y directas hasta su próstata, enviándole descargas de placer continuas que le hacían temblar. Ninguno podía más. No pasaron siquiera unos segundos hasta que un último estremecimiento los recorrió a ambos al mismo tiempo, como si se tratara de un baile coordinado, mientras un sonoro gemido, compuesto por la unión de sus voces entremezclándose en el aire, llenó el espacio. El semen de El Reclutador cayó sobre las sábanas moradas cubriendolas con finos hilos blancos mientras su interior era rellenado por la eyaculación de Gi-hun. Y, de pronto, todo pareció congelarse. El calor de la acción poco a poco fue disipándose por el aire, despejando sus mentes del placer en un acto cruel pero necesario. —Shhh... —susurró Gi-hun, apartando la mano de su sensible erección y acariciándole la nalga izquierda, tratando de tranquilizar aquel cuerpo lleno de temblores—. Voy a salir... —anunció, moviendo aquella mano hacia su propio pene, que ya comenzaba a ablandarse. Un leve asentimiento le dio permiso para realizar tal acción. Sus caderas retrocedieron, liberando su pene y dejando una entrada palpitante tras de sí, contrayéndose de forma desesperada contra el aire. —Ha sido increíble —dijo ya sin fuerzas, antes de soplar la vela que aún mantenía en su mano derecha. Acto seguido, usó toda su fuerza de voluntad para no dejarse caer sobre el colchón y se movió hacia atrás para salir de la cama. Desde allí, pudo admirar las vistas. El Reclutador convertido en un amasijo deshecho de temblores y espasmos, cubierto de cera roja que destacaba sobre su pálida piel y con el cuerpo moviéndose al compás de su respiración errática. —Vamos a quitarte esas esposas, ¿de acuerdo? —preguntó, luego de dejar la vela en el suelo, en un lugar alejado de la cama. Otro asentimiento. Gi-hun sonrió; en verdad lo había dejado destrozado, y ese placer que le pertenecía le llenaba el pecho de orgullo. Se subió de nuevo a la cama y alcanzó a las esposas que ataban aquellos brazos temblorosos. Cuando ambas esposas estuvieron lejos de su cuerpo, El Reclutador permitió que un gemido lleno de alivio escapara de su labios, al tiempo que sus manos se enredaban contra las sábanas. —Debemos limpiarte —susurró Gi-hun, observando con mayor detenimiento los múltiples ríos de cera roja que cubrían su piel blanquecina. El Reclutador gruñó: estaba demasiado cansado para ello. —Luego te dejaré dormir —insistió Gi-hun—. Deja que yo me encargue... Y, como si con ello pudiera convencerlo, se inclinó hacia adelante para posar sus labios sobre una de sus nalgas y le plantó un suave beso. El Reclutador se estremeció ante el gesto. Era..., demasiado romántico.
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