Un pingüino cargado de sentimientos
12 de septiembre de 2025, 20:34
Narrador Oswald
Desde la ventana del comedor de mi mansión podía ver como la lluvia empapaba la ciudad de Gotham. Mi amada ciudad. La ciudad que me trató con tanta crueldad y que me provocó tanto dolor pero a la que estoy tan agradecido porque me ayudó a formar mi carácter. Sé que todo el dolor que he soportado no ha servido para extinguir todo rastro de sentimentalismo pero al menos ahora sé esconder ciertos sentimientos...
—¿Oswald? —detrás de mí una voz grave me llamó.
Me di la vuelta para encontrar al causante de la interrupción de mis pensamientos: Frente a mí se encontraba mi Jefe de estado, Edward Nygma. El corazón me comenzó a latir, golpeando tan fuerte mi pecho que por un momento temí que Edward lo escuchara.
—Dime, Ed —respondí.
Edward se lamió los labios resecos, provocando que un escalofrío recorriera mi espalda, y se acercó lentamente, cargado con una montaña de papeles.
—Solo quería que me firmaras estos papeles —dijo, dejando los mismos sobre la mesa del comedor.
Edward me observará y luego a la ciudad tras el cristal de la ventana.
—Has logrado grandes cosas, Oswald —afirmó, mientras volvía a mirarme, esta vez directamente a los ojos—. Estoy muy orgulloso de ti- una sonrisa blanca se dibujó en sus labios mientras decía esto último.
Siempre me pareció demasiado hermoso. Lo había amado en secreto mucho tiempo, sin atreverme nunca a decírselo por miedo al rechazo. Cada vez que me hacía un cumplido no podía evitar llorar de rabia por no poder agradecérselo con un beso.
Y esta vez no fue la excepción.
—Lo sé —respondí, agachando la cabeza para que no pudiera ver una lágrima que se deslizaba por mi mejilla hasta la barbilla—, y te agradezco mucho tu apoyo, Edward.
—Oswald, ¿Estás bien? —se inclinó un poco y trató de observar mejor mi cara—. ¿Estás llorando?
—No, no —restregué mis ojos para eliminar mis lágrimas—, solo es que me ha entrado algo de polvo en los ojos. Tendré que decírselo a los empleados. Estoy seguro de que hace mucho que no limpian estas cortinas —mentí, agarrando una de las cortinas rojas que flanqueaban la ventana.
Hubo un corto silencio que fue roto por una pequeña carcajada de Edward, la cual yo acompañe con una risa suave y nerviosa.
—Bueno, ahí tienes los papeles —señaló la mesa—, hay que tenerlos listos mañana. Y recuerda que hoy tienes una reunión a las cinco.
—Ya, por eso me he puesto este traje —dije, señalando mi cuerpo enfundado en un elegante traje negro, con dibujos de paraguas, bordados con hilo morado, en las mangas y complementado por una corbata también morada—. ¿Te gusta?
—Es perfecto —me dijo, sonriéndome de nuevo y observando fijamente, casi con admiración, mi figura—. Siempre te queda todo genial… Por cierto, hablando de ropa, ¿A ti te gusta como me queda este traje nuevo? —dio una vuelta sobre sí mismo— me lo compré la semana pasada y lo voy a estrenar hoy en la cita con Isabella.
Ahí estaba de nuevo ese maldito nombre. Odiaba a aquella mujer por destruir cualquier mínima posibilidad de que Edward y yo estuviéramos juntos. No me importaba lo más mínimo esa relación, pero parecía Edward feliz con ella. Lo amaba como nunca había amado a nadie y deseaba estar junto a él, pero por encima de eso se encontraba el deseo de que fuera feliz, aunque no fuera junto a mí.
Observé hasta el más mínimo detalle de su atuendo: vestía un eleganteísimo traje verde hecho a medida con una camisa blanca y un chaleco negro bajo la americana. Como toque final, lucía una corbata negra, anudada con un nudo Windsor, adornada con una pisacorbatas doradas con forma de un signo de interrogación.
—Tienes un aspecto increíble, Ed. Como siempre —respondí y, mirando a un reloj colgado en la pared, añadí—. Son las cuatro y media, debería marcharme ya si no quiero llegar tarde a la reunión ¡Suerte con tu cita!— le grité a modo de despedida mientras me dirigía a la salida.
—Gracias, Oswald. Suerte tú también con la reunión.
Yo también deseaba aquella suerte. La reunión era con una serie de líderes mafiosos que querían proponerme un negocio, formaba parte de mis funciones como rey del bajo mundo.
Salí de la mansión y tras localizar mi coche me dirigí hasta él. Abrí la puerta y entre.
El coche arrancó y comenzó el trayecto hasta el punto de reunión.
Cuando llevábamos menos de diez minutos en la ciudad el conductor se introdujo por unas callesjuelas.
—Hey, este no es el camino —le dije al chófer—, es por el otro lado.
Pero el conductor no me respondió, tenía los ojos fijos en la carretera y apenas parpadeaba.
En ese momento, la ventanilla, hasta entonces bajada, que servía para separar la cabina del conductor con los asientos traseros comenzó a subir lentamente. Justo cuando la ventanilla estaba a punto de cerrarse por completo, el chófer se giró rápidamente en su asiento e introdujo un pequeño bote en mi cabina. Al caer, el bote comenzó a expulsar un gas semitransparente que se esparció a mi alrededor.
-¡EY! ¿¡Qué es esto!? —gritaba mientras golpeaba la ventanilla—. ¿¡A dónde me llevas!?
Caí al suelo. Ya empezaba a ver borroso y no tenía fuerzas para levantarme ni para golpear. Las ganas de dormir me inundaban cada vez más con el paso de los segundos. Antes de caer en un profundo sueño, la imagen de Edward llegó a mi cabeza. Me estremecí ante la idea de que le engañaran igual que a mi y corriera la misma suerte.
Por fin, caí inconsciente.