Un reloj dorado
12 de septiembre de 2025, 20:35
Narra Jonathan
Aquella noche había dormido realmente mal. Ya me había acostumbrado a las pesadillas en mis sueños, pero desde hacía algunos días una nueva me atormentaba, y era la peor de todas:
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Siempre me encontraba en la misma sala oscura, iluminada únicamente por el brillo dorado de un enorme reloj situado delante de mí. A pesar de que sabía lo que ocurriría en la pesadilla siempre me empeñaba en acercarme al brillante reloj, tratando de atraparlo.
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Al primer paso que daba en su dirección, el reloj aceleraba su tic-tac y comenzaba a alejarse mientras el fuerte sonido de unas campanas y el tic-tac de otros miles de relojes acompañaban su movimiento. Inmediatamente yo corría, desesperado, intentando alcanzar el reloj. Una congoja asfixiante me comenzaba a apretar la garganta, al mismo tiempo que las lágrimas brotaban de mis ojos.
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Podía notar como la oscuridad cada vez estaba más cerca de encerrarme con su oscuro manto y el terror aumentaba, exigiendo a mis piernas que no disminuyeran la velocidad, y así poder alcanzar la luminosidad del reloj, cuya visión casi había perdido por completo.
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Y en ese instante, siempre, tropezaba.
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Desde el suelo, con los ojos inundados de lágrimas y mi nariz manchando de sangre el suelo, extendía el brazo en un desesperado e inútil movimiento con el que buscaba llamar la atención del reloj para evitar que la poca luz que aún me iluminaba desapareciera. Pero era completamente imposible, no conseguía evitar que dejara de avanzar y, por fin, la luz se extinguía y la oscuridad me devoraba.
Entonces despertaba, empapado en mi propio sudor, con lágrimas en los ojos y un potente grito.
Me pasaba cada noche y aún no podía comprender lo que significaba aquella nueva pesadilla ni lo que aquel reloj simbolizaba ¿Mi mente quería hacerme saber que estaba perdiendo el tiempo? ¿Pero con qué exactamente?
La pesadilla me despertaba al menos cinco veces por noche y hacía que al día siguiente estuviera agotado. No podía pensar con claridad y los ojos se me cerraban continuamente. Ninguna de mis pesadillas normales había conseguido eso nunca.
De pronto, oí como la puerta de entrada se abría y salí de mi laboratorio/habitación para averiguar quién había entrado. Tanto Jerome como Jervis habían salido temprano aquel día de la casa que compartíamos, ambos tenían negocios que atender.
Por el pasillo apareció Jervis que, con una gran sonrisa y sacudiendo la mano derecha en el aire, me saludó.
—
Hola, mi querido señor Crane.
—
Hola, señor Tetch
—
respondí.
—
Nos conocemos desde hace bastante, señor Crane, puedes llamarme Jervis.
—
Comenzaré a hacerlo cuando usted me llame Jonathan.
Jervis esbozó una ligera sonrisa.
—
Está bien, Jonathan
—r
ecalcó mucho la pronunciación de mi nombre, para hacer más evidente lo que había dicho
—
. He traído unas hamburguesas para cenar
—
dijo, levantando hasta la altura de su cabeza una bolsa de papel
—
, ¿aún no ha llegado Jerome?
—
preguntó, mientras dejaba la bolsa en la encimera de la cocina e inmediatamente después volvía a la entrada para quitarse su gabardina a cuadros y su sombrero negro y colgarlos en el perchero, quedandose con su americana también a cuadros y su chaleco granate.
—
No. Desde esta mañana no le he visto
—
respondí.
Él entró al comedor mientras se quitaba su americana y la colocaba encima del sofá, quedándose únicamente con el chaleco.
—
Bueno, la verdad es que me muero de hambre, ¿Me acompañas?
—
me dijo, señalándome la mesa con la palma de la mano hacia arriba, invitándome a sentarme.
—
Con mucho gusto
—
respondí, quitándome el saco que usaba como máscara, revelando así un rostro con unas grandes ojeras.
Me senté a la mesa mientras él ponía los vasos y el agua y traía las hamburguesas en los platos. Comenzamos a comer.
—
¿Qué tal el negocio?
—
pregunté con curiosidad, dando un gran mordisco a mi hamburguesa.
Dejó de comer, levantó la vista, me miró fijamente a los ojos y con una pequeña sonrisa, me respondió:
—
Mejor de lo que yo pensaba, ¿y tu que tal la mañana? Anoche te oí gritar varias veces, me acerqué hasta la puerta de tu habitación pero pensé que querrías estar solo…
—
Esa maldita nueva pesadilla no para de atormentarme desde hace más de una semana, estoy tan cansado que no consigo casi ni mantenerme en pie
—
dije.
—
Una lástima la verdad…, ¿has inventado algo nuevo en el laboratorio?
—
preguntó, para cambiar de tema.
—
No, suerte he tenido de no hacer explotar la casa
—
reí ligeramente
—
, creando mi propio gas del miedo me he equivocado varias veces con la fórmula.
—
Vaya…
—
dijo, tragando el último pedazo de su hamburguesa
—
, de verdad que lo lamento, Jonathan- dijo, con un gran gesto de tristeza en su cara.
Parecía que en verdad le daban aún más rabia y dolor mis pesadillas que a mi mismo.
El sonido de la puerta se volvió a oír, esta vez acompañado de una fuerte carcajada. Era Jerome.
—
¡HOLA CHICOS!
—
gritó, sin parar de reír. Observó la hamburguesa que estaba dispuesta en un plato, esperándole
—
Uhhh, hamburguesa
—
se relamió los labios destrozados y la agarró con muy poca delicadeza, llevandosela a la boca
—
, con bastante queso, deliciosa- dijo, dando un gran bocado a la hamburguesa, tan grande, que por poco la traga entera.
—
Sí, lo sé. Por eso la he cogido
—
dijo Jervis con una leve mueca de desagrado en su cara, casi imperceptible
—
, lo has repetido tantas veces que es imposible no acordarse
—
rodó los ojos.
—
¿Qué tal te ha ido a ti el día, Jerome?
—
pregunté.
Jerome, con la boca aún llena me respondió:
—
Depende de cómo lo veas, no he conseguido llegar a un acuerdo, pero les he descuartizado a todos. Al menos han servido para divertirme un rato. La reunión estaba siendo taaaan aburrida, JAJAJAJA.
La estridente voz de Jerome taladraba mis tímpanos, y yo estaba demasiado cansado como para soportarlo.
—
Bueno, yo me voy a ir a dormir. Estoy muy cansado, si quereis algo estaré en mi habitación- anuncié.
—
¿No querrás que te acompañe, verdad? Cada vez que vas a dormir parece que hubiera una matanza en tu habitación y, si es el caso, yo quiero participar
—
dijo Jerome.
Jervis se levantó bruscamente de su asiento con una expresión de enfado e hizo girar a Jerome, sorprendiendolo y obligándolo a mirarle a los ojos.
—
Déjale, Jerome. El chico está teniendo pesadillas, merece algo de tranquilidad
—
luego, suavizando sus rasgos, giró la cabeza para mirarme
—
. Descansa, Jonathan- dijo, casi con ternura.
—
Gracias, Jervis
—
agradecí algo desconcertado por el gesto del Sombrerero
—
. Adiós, Jerome.
Jerome no me contestó. Aún estaba algo impactado por el rápido y brusco movimiento que le había obligado a girar. El shock no le duró mucho, en cuanto llegué a mi habitación volví a oír su fuerte risa.
Cerré la puerta tras de mí, me desnudé y me metí a la cama. Para mi horror, contemplé como mientras caía en el sueño la oscuridad me rodeaba y sólo era vencida por un destello dorado que aún no tenía forma.