La Calavera Y La Cruz
12 de septiembre de 2025, 21:41
La lluvia caía persistente sobre los techos de Hell’s Kitchen, como si el cielo intentara lavar la sangre que corría en sus esquinas más oscuras. Matt Murdock caminaba por la calle con el cuello del abrigo levantado, sin rumbo fijo, guiado únicamente por el peso en su pecho. La absolución de Héctor Ayala, que por un momento pareció una victoria, ahora se sentía como una broma cruel.Lo habían matado. Lo supo incluso antes de que la llamada llegara.Cherry le habló con voz baja, apenas contenida por la tristeza. Lo encontraron en el puerto. La policía lo trataba como un crimen más, uno de tantos en la ciudad que no dormía. Pero Matt sabía lo que significaba. Aquella ejecución no había sido un accidente. Fue un mensaje.
Esa noche no durmió. Se sentó solo en su apartamento, con las manos cruzadas sobre las rodillas. No escuchaba música, ni el sonido de los vecinos, ni el rumor de la ciudad. Solo el eco del disparo que le había robado a Héctor. Un disparo que también lo atravesaba a él.Sabía lo que representaba. Una silueta. Una calavera.Frank Castle.¿Pero cómo? Frank había estado con él por la mañana ¿Lo había buscado para cubrirse? No. Frank sabía que lo necesitaba. Se conocían de sobra para saberlo. Pero era su forma de aplicar justicia... y Daredevil lo iba a encontrar. Pero antes, tenía que enterrar a Héctor.El funeral fue discreto. Una capilla pequeña, apenas iluminada. Matt no se presentó como abogado, ni como justiciero. Solo se sentó en el último banco y escuchó a la hermana de Héctor hablar de su infancia en San Juan, de cómo ayudaba a los vecinos, de cómo soñaba con hacer el bien.No lloró. No podía.Al salir de la iglesia, lo esperaba Kirsten.
- Esto no termina aquí — dijo ella, con la voz tensa — . El hombre que mató a Ayala tenía entrenamiento. Usó munición militar. ¿Sabes lo que eso significa?
Matt asintió en silencio. Sí. Lo sabía. Y no lo iba a dejar pasar.
De regreso en casa, se recostó apenas unos minutos. El cuerpo agotado cedió sin resistencia, y aunque su mente se negaba al descanso, cayó en un sueño espeso, sin forma. Pero entonces, algo lo sobre salto. El sonido de unos pasos pesados. Un aliento denso, casi animal, respirándole cerca del cuello. Había vuelto a salir y ahora se encontraba de pie, en la torre más alta de la ciudad, sin máscara. Frente a él, Wilson Fisk lo observaba como si lo devorara con la mirada. No había palabras, solo una tensión que se enroscaba como alambre entre los dos. El Rey del Crimen no vestía su traje blanco habitual, sino una camisa negra, desabrochada en el cuello. Estaba manchado de sangre, pero su expresión era serena. Deseosa.
- No eres diferente a mí — susurró Fisk, y su voz parecía brotar desde el pecho de Matt, como si ya habitara en él.
El contacto fue inevitable. No supo quién se acercó primero, pero de pronto sus bocas se encontraron en un beso áspero, uno pensado solo en la boca contraria. Fisk lo tomó por la nuca, con una fuerza que no lastimaba, pero exigía. Matt no se resistió. Su respiración se volvió errática, su cuerpo tembló bajo el peso de aquel deseo maldito. Manos grandes recorrieron su espalda, y él no se apartó. No había culpa. Solo necesidad. Y justo cuando los labios de Fisk bajaban por su mandíbula, cuando los dedos ya se cerraban en su cintura...
Matt se despertó, jadeando. Tenía el cuerpo tenso, los labios secos y el corazón desbocado. Tardó unos segundos en entender dónde estaba. Seguía vestido, sentado sobre la colcha desordenada del sofá. Afuera, la lluvia no había parado.Se llevó una mano a su vientre.
— No — murmuró con rabia, casi en un susurro — . No tú.
Pero el eco de ese beso seguía en su boca.El temblor no se le fue de inmediato. Se frotó los brazos como si tuviera frío, pero el sudor le humedecía la nuca y le bajaba por la columna en gotas densas. Sintió una presión en el bajo vientre, profunda y sorda, que le provocó náuseas súbitas. Se inclinó hacia adelante con una mano en la boca, respirando con dificultad. No llegó a vomitar, pero el malestar quedó ahí, anidado.Llevaba días así. No constantes, pero sí recurrentes. Una punzada en el costado, un mareo repentino, un sabor metálico que no tenía origen. Nunca suficiente para detenerlo. Pero tampoco lo bastante débil como para ignorarlo.
— No puede ser — se dijo, en voz baja — . No hay forma.
Pero su cuerpo no parecía convencido.
Con determinación se puso el traje. No el de abogado. No el de mártir. El otro. Volvió a sentir el cuero ceñido al cuerpo, el peso de las porras en los antebrazos, el ardor bajo la máscara. Daredevil había regresado por completo. Recorrió las azoteas como un lobo en caza. Preguntó con los puños. Escuchó mentiras con los oídos entrenados de quien sabe distinguir cada vibración. Golpeó a traficantes, interrogó a vigilantes improvisados, cruzó los límites que el sistema nunca tocaría. Hasta que uno habló.
- No es Castle — dijo con la boca rota — . Es una copia. Lo llaman Cazador del Juicio. Cree que los enmascarados deben morir. Todos. Sin excepción.
Matt no respondió. Solo lo dejó colgando de un cable en la cornisa de un edificio.
Cerca del amanecer, se detuvo en lo alto de una fábrica abandonada. Desde ahí, se podía ver la cruz de la iglesia donde habían enterrado a Héctor. Se quitó la máscara. El aire frío le golpeó la piel como un castigo merecido. El Diablo de Hell’s Kitchen miraba hacia el horizonte, pero no buscaba esperanza. Buscaba venganza.Y esta vez, no iba a perdonar.