ID de la obra: 836

En El Mismo Infierno

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planificada Mini, escritos 42 páginas, 15.877 palabras, 10 capítulos
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Rostros entre las Sombras

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Las calles parecían más silenciosas desde la muerte de Héctor Ayala. El bullicio habitual de Hell’s Kitchen no había desaparecido, pero algo en la atmósfera era distinto. Como si incluso los criminales contuvieran la respiración, esperando el siguiente golpe.Matt Murdock lo percibía en cada esquina, en cada paso. Los rostros eran los mismos, pero las miradas no. Todos sabían que alguien había cruzado una línea. Y él estaba decidido a encontrarlo.   Durante días recorrió los callejones como Daredevil, sin descanso. Golpeó a matones, rompió operaciones menores y arrastró respuestas entre dientes rotos. Lo que descubría era peor de lo que imaginaba. Alguien estaba reclutando a antiguos soldados, exfiscales, expolicías… hombres con experiencia, resentidos, convencidos de que la ciudad ya no podía confiar en los justicieros.   -¿Quién los dirige? — preguntó Matt con los nudillos ensangrentados.   Uno de ellos, medio inconsciente, susurró una palabra: Gregory Tepper. Matt lo recordaba. Un exagente de Homeland Security, expulsado tras un escándalo de brutalidad contra vigilantes urbanos. Había desaparecido del radar, pero ahora parecía estar construyendo algo… un ejército. Con el símbolo de la calavera, pero con un nuevo nombre: Los Herederos del Castigo. No se trataba de Frank Castle. Era una ideología. De cierta manera eso le daba algo de tranquilidad   _______________   Mientras Matt investigaba, Wilson Fisk observaba desde su torre. El Rey del Crimen no se había manifestado, pero sus hombres empezaban a moverse de forma extraña. Fisk no controlaba a los Herederos, pero tampoco los detenía. ¿Por qué iba a hacerlo? Ellos hacían el trabajo sucio, limpiaban la ciudad de enmascarados. Eran enemigos de Daredevil. Y eso le convenía.Pero algo lo incomodaba.   -¿Por qué matar al Tigre Blanco en lugar de usarlo? — preguntó a Wesley, su mano derecha.-Tal vez querían un mártir — respondió él — . O tal vez fue un ensayo.   Fisk apretó los labios. El caos era útil, sí, pero solo si podía controlarse. Y estos hombres no obedecían reglas. Ni las suyas.Entonces, una ráfaga de viento húmedo se coló por la rendija de la ventana. Traía consigo el olor de la ciudad después de la lluvia. Cerró los ojos aspirando ese aroma espeso, mezcla de concreto mojado, óxido y hojas fermentadas. Era el mismo olor que había en su apartamento aquella noche, hacia cinco años, cuando Matt entró empapado, con la ropa pegada al cuerpo y el rostro desfigurado por la furia.   Fisk lo había estado esperando en silencio, sentado junto a la ventana, con una copa intacta sobre la mesa. No dijo una palabra cuando lo vio aparecer, goteando ira y agua sobre el suelo. Solo lo miró. Solo lo deseóMatt se acercó a él como un animal herido, respirando con dificultad, el mentón tenso y los puños aún cerrados. Las gotas de lluvia resbalaban por su cuello hasta perderse bajo la tela de su camisa empapada.   -Dime que no lo sabías — dijo con la voz rota.   Pero Fisk no respondió. Solo se levantó despacio y le acarició la mandíbula con la yema de los dedos. Matt no retrocedió. Cerró los ojos. Se rindió. Porque esa rabia venía envuelta en un temblor que solo él había sabido leer. Y cuando los labios de Matt chocaron contra los suyos, no hubo sorpresa. Solo un reconocimiento antiguo.Fisk no necesitó oprimirlo. Esa vez, Matt se rindió solo. Una colisión de bocas donde el deseo y la rabia no supieron distinguirse. Se besaron como si el mundo se estuviera cayendo a pedazos. Como si la ciudad ardiera afuera y ellos solo tuvieran ese instante.   Fisk sostuvo su nuca con firmeza mientras Matt lo empujaba contra la pared, sin dejar de besarlo, jadeando entre sus labios, maldiciéndolo con cada caricia. Fue un beso con sabor a culpa, a hierro, a sangre seca bajo la lengua. Pero también fue un refugio. Un lugar al que regresaban una y otra vez, incluso sabiendo que no era seguro.Las caricias llegaron después, torpes primero, luego intensas. El cuerpo de Matt temblaba contra el suyo, no por frío, sino por todo lo que se negaba a decir. Completamente tenso y entregado a la vez. Aquella noche, cuando el silencio del apartamento solo se rompía por sus respiraciones entrecortadas. El calor de sus bocas, las caricias que no buscaban ternura sino control, el beso que compartieron en la penumbra. Un beso largo, pesado, de esos que cargaban siglos de rabia contenida. Matt lo había mirado sin ver, pero sus labios no mintieron. Se aferró a él con las uñas, como si odiarlo y necesitarlo fueran la misma cosa.   Cuando se separaron, ninguno dijo nada. El silencio pesaba como el cielo nublado. La lluvia continuaba allá afuera, insistente, implacable. Pero dentro del apartamento solo quedaba el ruido de sus respiraciones entrecortadas… y la memoria de la noche que ninguno de los dos quiso olvidar.Pero la ciudad ya no olía como entonces para el Kingpin. O sí. Parpadeó y cerró la ventana.   -Que lo sigan. Al que disparó — ordenó con la voz más baja, más tensa — . Quiero saber si improvisó… o si obedece algo que aún no vemos.   ______________   Matt volvió a su apartamento con el cuerpo agotado. El lugar olía a humedad y medicina vieja. Se quitó la máscara frente al espejo, dejando al descubierto los moretones. En su mente, una sola imagen lo atormentaba: la de la calavera blanca emergiendo entre las sombras del muelle. Pensó en Frank. Lo conocía muy bien, lo había combatido, incluso lo había comprendido en algún punto. Frank tenía un código. Mataba, sí, pero por razones que él mismo consideraba justicia. Estos hombres, en cambio, eran otra cosa.Eran templarios de la sangre. Cruzados de la muerte.   Se movió lento, como si cada músculo pesara el doble. Se palpó el costado, donde el moretón latía con un pulso propio, y caminó a tientas hacia la cocina. Abrió el botiquín, buscó una crema para el dolor y la dejó sobre la mesa sin aplicársela. Solo se quedó de pie un momento, escuchando el silencio que le gritaba. Cerro los ojos y contuvo el aliento por un instante. Silencio. Silencio que gritaba la ausencia de Foggy. Ya nadie lo esperaba para curarle las heridas. Ni las del cuerpo, ni las del alma...Regresó a la recamara y se quitó la ropa. Encendió la ducha sin pensarlo mucho. El agua tardaba en calentarse, y él, ya desnudo, esperó bajo el chorro frío como si mereciera ese castigo. Poco a poco el calor le fue relajando la piel, despegándole la sangre seca de los poros, pero no el nudo en el pecho. Cerró los ojos. Bajó la cabeza. Apoyó la frente contra los azulejos húmedos.Y entonces lo sintió.   Unas manos conocidas le tallaban la espalda con ternura. Las yemas de los dedos recorrían con cuidado cada cicatriz, cada línea de tensión. Matt no necesitaba ver para saber que era. Foggy. Lo conocía incluso en el recuerdo. El olor a jabón barato, el calor de su cuerpo detrás del suyo, la forma en que lo abrazaba sin pedir permiso.Matt giró despacio.Sabia que estaba ahí, con el cabello empapado y la mirada cálida, sonriendo apenas, como si no hiciera falta hablar. Matt lo acarició con dedos temblorosos, le sostuvo el rostro entre las manos y lo besó con la urgencia de quien sabe que está soñando y en cualquier momento lo perderá todo. Apoyo la frente en la contraria, con la lluvia artificial cayendo sobre ellos. El mundo era ese instante.Pero entonces Foggy parpadeó… y ya no estaba.Solo quedaba el vapor.   Matt sintió cómo se deshacía por dentro. Resbaló hasta sentarse en el suelo de la ducha, con las piernas cruzadas y los brazos rodeando su torso. Se abrazó a sí mismo con fuerza, como si eso pudiera contener el derrumbe. La primera lágrima no la notó. La segunda sí. Después vinieron todas las demás. Lloró en silencio, con el agua tibia cayendo sobre su cuerpo agotado, y por un instante se permitió sentirlo todo: el dolor, la culpa, el vacío. Porque en ese apartamento, bajo esa ducha, lo que más dolía no eran las heridas. Era no poder sostener lo único que había querido salvar.Se quedó ahí un rato más, dejando que el agua se llevara lo que pudiera: la sal de las lágrimas, el temblor de los hombros, el eco del nombre que ya no pronunciaba. Luego se incorporó con esfuerzo, como si su cuerpo se negara a obedecer. No era solo cansancio: era una pesadez extraña, que le adormecía los hombros y le hacía temblar las piernas al sostenerse de pie. No había sangrado tanto, no tenía fiebre, y aun así, el agotamiento le arañaba los huesos como si llevara días sin dormir.Pensó que tal vez era estrés. Tal vez el recuerdo de Foggy. Tal vez la ciudad, que parecía supurar dolor por cada grieta. Pero una parte de él — la misma que había despertado después de aquella noche con Fisk — empezaba a sospechar que era algo más. Algo que su mente se negaba a nombrar… pero que su cuerpo no dejaba de repetir.   Cerró la llave. La humedad seguía envolviéndolo, pero ahora era más pesada. Más real. Caminó hasta su habitación sin secarse del todo. Se puso unos pantalones viejos y una camiseta limpia, de esas que Foggy le regalaba cuando decía que todas las suyas eran trapos. La tela aún olía a algo lejano, a un hogar que ya no existía.Se sentó en el borde de la cama. Abrió el botiquín otra vez. Esta vez sí aplicó la crema con manos lentas, cubriendo los hematomas con una dedicación casi ritual. Luego se vendó el torso, no con precisión quirúrgica, sino con la costumbre de quien había hecho esto demasiadas veces.   Encendió la radio, pero la apagó de inmediato. El ruido no ayudaba. Solo quedó el leve crujido del piso, la respiración irregular, el corazón que seguía insistiendo, aunque él quisiera detenerlo por un rato. Se levantó y caminó hacia el perchero. La chaqueta colgaba ahí, aún húmeda. Agarró las llaves. Agarró la máscara.Sabía que no iba a encontrar paz esa noche. Pero tal vez encontraría algo más. Algo que se pareciera a respuestas.   Esa noche, mientras la ciudad se cubría con el manto de la niebla, Matt decidió buscar respuestas en el único lugar que realmente las encontraría. Frank Castle.Sabía que Frank tenía una cabaña en las afueras de New Jersey, entre árboles viejos y caminos olvidados. Tocó la puerta al amanecer. Y cuando esta se abrió, un hombre con el rostro cansado abrió, las manos manchadas de grasa, y los ojos aún llenos de guerra.   -Hola bonito. Sabía que vendrías — dijo Frank sin sorpresa. Matt no respondió. Solo asintió con la mandíbula tensa.-Están usando tu símbolo — le dijo — . Están matando en tu nombre.   Frank guardó silencio por un largo momento. Luego, giró hacia el interior de la cabaña.   Entonces es hora de que alguien los haga recordar quién soy.
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