Pactos con el Diablo
12 de septiembre de 2025, 21:41
La cabaña olía a madera húmeda, pólvora seca y soledad. En las paredes colgaban mapas viejos, esquemas de antiguas misiones, y fotografías descoloridas que Frank observaba cada mañana como si fueran heridas abiertas. Matt se quedó de pie junto a la puerta, en silencio. No era un lugar de bienvenida. Era una trinchera disfrazada de hogar. Le sirvió café en una taza sin asa. No preguntó si lo quería. Solo se lo entregó, como una advertencia de que aún había fuego entre los dos.
-Dijiste que alguien está usando mi símbolo — murmuró Frank — . ¿Quién?-Un hombre llamado Gregory Tepper. Está armando una cruzada contra los vigilantes. Recluta a veteranos, exagentes. Los viste con tu calavera y los llama Herederos del Punisher.
Frank dio un largo sorbo al café. No parecía sorprendido. Solo molesto. Cansado.
-¿Y vienes a mí para detenerlos? — Matt asintió.-Tú los inspiraste. Tú tienes que deshacer esto — dijo Matt y Frank soltó una carcajada seca, casi sin aire.-No soy un símbolo. Solo soy un hombre al que le quitaron todo. Si estos idiotas quieren morir imitando algo que no entienden… no es mi problema.
Matt dejó la taza sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.
-No es solo tu símbolo. Están matando a inocentes, Frank. Ejecutaron a Héctor Ayala. Lo mataron como si fuera basura. Tú y yo discutimos cientos de veces sobre lo que haces… pero esto no es justicia. Es fanatismo — . Hubo un silencio que duró demasiado. Frank bajó la mirada. Cuando habló, su voz fue más baja.-No conocí al Tigre Blanco. Pero si lo mataron bajo mi bandera… entonces me toca limpiarla.
Esa noche, Matt y Frank volvieron a caminar juntos despues de mucho tiempo. Como amigos. Como aliados. Como hombres cansados de ver morir a los buenos. La ciudad los recibió con su aliento metálico, su piel sudorosa y sus callejones marcados por sangre vieja. En Hell’s Kitchen, nadie dormía cuando los demonios salían a cazar. Frank vestía de negro, pero sin la calavera. Aún no. No hasta que valiera la pena.Matt lo llevó a un viejo almacén en Chelsea, donde uno de los Herederos se refugiaba. El informante había hablado bajo tortura… de la suya propia. Cuando llegaron, cuatro hombres armados vigilaban la entrada. No era una base. Era un nido. Frank no esperó señal. Se movió como un lobo viejo, certero y letal. Desarmó al primero con un disparo a la pierna y al segundo con una navaja al cuello. Matt intervino solo cuando fue necesario. Detuvo a uno con sus porras y lanzó al último contra una pared húmeda. Dentro, encontraron a un joven con la mandíbula desencajada por el miedo. Intentó defenderse. Habló de justicia, de limpieza, de “un mundo sin máscaras”.
-¿Y a quién responde Tepper? — preguntó Matt. El muchacho dudó. Frank levantó el arma.-Habla — dijo con voz helada — o te vas con la calavera sin nombre.-¡Kingpin! — gritó el joven — ¡Dijo que Fisk los financia… pero que no sabe todo! — Matt se quedó helado. Wilson Fisk. Otra vez.
No era sorpresa. Era confirmación. El Rey del Crimen no los había creado… pero los había soltado. Los había dejado crecer, sabiendo que sembrarían caos. Y ahora se escondía detrás del caos, como siempre. Frank se levantó. Miró a Matt.
-Esto es tuyo — dijo — . Fisk es tu cruz.-¿solo mía? — replico Matt con incredulidad-Entiendo. si Tepper sigue por ahí matando gente con mi símbolo… entonces también es mío — continuo Frank
Matt asintió, aunque por dentro le pesaba la decisión. Sabía lo que venía. Frank no era una herramienta. Era una bomba. Una que él mismo acababa de desenterrar. Pero también sabía que la guerra había comenzado.Y la guerra requería monstruos.
Frank le acaricio el rostro y se alejó sin despedirse. Su silueta se perdió entre el humo y las luces lejanas, como si nunca hubiera estado ahí. Matt se quedó inmóvil unos segundos más, sintiendo cómo el silencio regresaba lentamente, cubriéndolo como una sábana húmeda.Cruzó los tejados sin hablar, sin pensar, dejando que el dolor lo guiara. Cada zancada era un latido sordo, cada salto un esfuerzo por no derrumbarse. La ciudad no dormía, pero él sí empezaba a apagarse por dentro.
Finalmente, sus piernas cedieron.No era el dolor. No eran las heridas. Había algo más: una debilidad extraña, como si su propio cuerpo empezara a desconectarse sin permiso. No era desmayo, no era colapso… pero se sentía como si algo dentro de él se apagara por momentos. Un vacío breve, físico, que venía acompañado de un nudo en el estómago y una presión sorda detrás del pecho.Matt apretó los dientes. Trató de no pensar. Trató de no unir los hilos que lo llevaban siempre al mismo miedo.
Se dejó caer sobre la azotea con el cuerpo temblando. El cuero del traje se le pegaba a la piel por la mezcla de lluvia y sudor, y sus nudillos abiertos sangraban sin pausa. La noche lo envolvía, y aun así se sentía expuesto, como si cada pecado que cargaba estuviera tatuado en su espalda.Quería silencio. Vacío.Pero entonces escuchó pasos. Lentos. Con ese ritmo inconfundible. Y su piel se estremeció
-Te estás rompiendo, Matt — dijo la voz que conocía desde siempre.
Abrió los ojos.Foggy.Estaba allí, como si el tiempo no hubiera pasado. Casi lo podia ver. Camisa arrugada, corbata mal anudada, el mismo gesto cansado pero honesto. No tenía sombra, no tenía calor. Pero dolía como si fuera real.
-No puedes seguir haciendo esto — continuó Foggy, cruzando los brazos — . No puedes seguir creyendo que destrozarte a ti mismo va a redimir todo lo que perdiste.-No estás aquí — murmuró Matt, como un rezo sin fe — . No eres real.-¿Y tú lo eres? — replicó Foggy, con una tristeza que no se podía tocar — . Porque el Matt que yo conocí, el que defendía a gente inocente, el que creía en la ley y en la redención... ya no lo reconozco.
Matt bajó la cabeza. Sus labios temblaban. Las palabras se le estancaban en la garganta.
-Estás siguiendo cadáveres, Matt. Ayala, Elektra, Stick, incluso yo. Vas caminando detrás de fantasmas, esperando que alguno te diga que estás haciendo lo correcto. — Foggy se acercó, sin tocarlo. — ¿Cuántas veces más vas a justificar la violencia diciendo que es por justicia? ¿Cuántas veces vas a usar a Daredevil para esconder lo que no puedes soportar como Matt Murdock?-No entiendes — susurró Matt, con la voz quebrada — . Ellos lo merecían. Tenía que hacerlo. Si no lo hago yo...-¿Quién lo hará? — interrumpió Foggy, más duro ahora — . ¿Eso te dices para dormir? ¿Eso te dices cuando torturas, cuando empujas a los demás lejos, cuando prefieres el castigo a la compasión?
Matt levantó la vista. Su rostro estaba tenso, como si hubiera estado conteniéndose durante años.
-Yo... lo perdí todo, Foggy. Lo intenté. Luché. Pero cada vez que me acerco a algo bueno... lo destruyo. Te destruí a ti. — Foggy agachó la mirada, con un leve suspiro. Su voz fue más suave esta vez.-No te destruiste, Matt. Te estás castigando porque no sabes cómo perdonarte. Porque te enseñaron a sufrir, no a sanar.
Un silencio se extendió entre ellos, tan espeso como la niebla sobre la ciudad. Foggy dio un paso atrás. Su forma comenzaba a desdibujarse, como una sombra que se disolvía con la luz.
-No vine a juzgarte. Solo vine a recordarte quién eras. Yo siempre estaré contigo mientras me ames, pero para eso no debes olvidar quién eres
Matt extendió la mano, apenas, pero ya no quedaba nadie allí. Solo él. Solo la máscara sobre sus piernas. Solo su respiración agitada. Solo su culpa.Y el vacío que no se iba nunca.
La rabia se le subió al pecho como un incendio. Se puso de pie de golpe, trastabillando, y soltó un grito seco, animal. El sonido se perdió entre los techos de Hell’s Kitchen, pero el eco no bastó.Golpeó la baranda metálica con el puño envuelto en sangre. Una vez. Otra vez. Hasta que el metal se abolló bajo la furia. Luego pateó una vieja antena, tiró al suelo una caja de herramientas oxidada, arrojó su bastón contra una pared de ladrillo. Los escombros volaron, los vidrios se quebraron bajo sus botas.
-¡¿Por qué, Foggy?! — rugió al cielo negro — . ¡¿Por qué todos se van, menos yo?!
Cayó de rodillas, jadeando, con las manos heridas colgando a los costados. Sus hombros temblaban. El traje se pegaba a su cuerpo como una piel ajena. La lluvia seguía cayendo, lenta y cruel, como si lo observara.En su pecho, el dolor no se aliviaba. Pero al menos, por unos segundos, se escuchaba más fuerte que la culpa. Y eso era algo.