ID de la obra: 836

En El Mismo Infierno

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planificada Mini, escritos 42 páginas, 15.877 palabras, 10 capítulos
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Redes Invisible

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Hell’s Kitchen amanecío entre nubes pesadas. El tráfico rugía como una bestia impaciente, y la ciudad, aunque despierta, parecía enferma. En un edificio abandonado del Bronx, Matt, en su traje de Daredevil, y Frank observaban desde la oscuridad. El silencio del amanecer vibraba con la tensión que se acumulaba en su pecho. Llevaba horas sin dormir, pero no era solo el agotamiento lo que lo inquietaba. Sintió una punzada repentina, baja, en la parte profunda del abdomen. Un tirón sordo, casi imperceptible, que lo hizo fruncir el ceño. No era nuevo… pero sí fuera de lugar. No estaba herido. No esta vez.   Durante semanas, Matt había seguido una serie de pistas que llevaban al mismo patrón: jóvenes veteranos desaparecidos, agentes retirados sin rumbo, perfiles limpios que de pronto se convertían en asesinos bajo el emblema de la calavera. Frank, en silencio, los observaba con rabia contenida.   -No están improvisando — murmuró Matt — . Esto es entrenamiento táctico. Preciso. Militar. -No son vigilantes — respondió Frank con amargura — . Son soldados sin guerra, buscando una bandera.   Dentro del edificio, tres hombres descargaban cajas marcadas con códigos de seguridad del Departamento de Defensa. Matt aguzó el oído. Detectó conversaciones entrecortadas, señales de radio, una voz que se refería a “la Lista Negra”. No era solo un grupo de fanáticos. Era una operación.   Horas después, en su oficina acristalada sobre Manhattan, Wilson Fisk escuchaba el informe con el ceño fruncido. Wesley hablaba rápido, nervioso. Le mostró imágenes: Castle había sido visto. Iba con Murdock.   -Pensamos que Castle estaba muerto — dijo Wesley. Fisk no respondió de inmediato. Caminaba por la sala como un león herido, sintiendo que el terreno bajo sus pies comenzaba a resquebrajarse. -No debimos dejar que Tepper actuara sin correa — murmuró — . Su grupo debía sembrar miedo, no atraer a demonios.   Wesley dudó un instante, luego habló.   -Hay algo más, señor. Las armas… las municiones que usan los Herederos… vienen de un contrato con una firma fantasma. "Kronos Logistics". Tiene vínculos con excontratistas del gobierno. Y uno de los nombres en la junta es conocido: Norman Osborn.   Fisk giró bruscamente. No lo esperaba. Osborn era una amenaza diferente. Una serpiente disfrazada de patriota. Si él estaba financiando esta red, entonces el juego había cambiado.   -Encuentra a Tepper — ordenó Fisk — . Y hazle entender que no me gusta perder el control de mis juguetes — y Weasley salio lo mas deprisa qu pudo — . y hablando de juguetes, asi que ese par se ha aliado... eso no los librara de mi   Esa noche, Matt y Frank irrumpieron en uno de los almacenes de Kronos Logistics en Queens. El lugar estaba vacío, pero lo que encontraron les bastó: documentos clasificados, bases de datos con nombres de enmascarados marcados como “objetivos prioritarios”, y algo más aterrador… una lista de civiles con vínculos personales a héroes urbanos. Matt sintió un escalofrío. En esa lista estaba Kirsten McDuffie. También Foggy. Incluso el nombre de una mujer que apenas recordaba haber salvado años atrás en un incendio.   -No están cazando vigilantes — dijo Matt, con la voz tensa — . Me están cazando a mi — . Frank hojeó los papeles con la mandíbula apretada. -Esto no es una cruzada — dijo — . Es una purga.   Entonces lo comprendieron. Tepper no actuaba solo. No era un simple extremista con soldados. Era la cara visible de una red más grande. Una maquinaria de limpieza ideológica, financiada por empresarios con miedo, por políticos que querían votos fáciles, y por criminales como Fisk que preferían una ciudad sin símbolos. De regreso en la cabaña, Matt se dejó caer sobre una silla.   -Esto va más allá de todo lo que enfrentamos antes — murmuró. Frank se sentó frente a él, con la mirada fija. -Entonces no basta con detener a Tepper — dijo — . Hay que derribar toda la red. Uno por uno.   Matt asintió. Sabía que eso significaba volver a lugares oscuros. Mentir. Espiar. Tal vez matar. La guerra ya no era contra el crimen. Era contra un sistema que quería borrar todo lo que ellos representaban. Era contra Fisk y su manipulación Y esta vez, no podían pelearla solos.   Matt se puso de pie con la intención de irse, pero sintió como Frank le agarro la mano y lo jalo suavemente, haciéndolo caer en sus muslos, sin fuerza excesiva, pero con una determinación imposible de ignorar. Matt cayó de rodillas sobre sus muslos, y por un segundo, no supo si luchar o rendirse. Una caricia recorrió su rostro, haciéndolo respirar hondo. Torpe, ruda, como si Frank no supiera exactamente cómo tocar sin destruir. Pero había ternura en ese gesto. Una ternura callada, rota, como todo en ellos. Matt inhaló con fuerza, el pecho tenso, los párpados cerrados como si intentara protegerse de algo que no podía nombrar ¿Hacia cuánto tiempo alguien no lo acariciaba con cariño real? Mas de un año. Frank no era Foggy, y eso lo sabía muy bien. Su piel no olía igual, no sabía igual, no tocaba igual, pero tampoco era Fisk. No era su puerto seguro, donde sentirse en paz. En comunión tanto con Dios y como con sus demonios internos. Pero tampoco era Fisk y la cadena perpetua que representaba. Una cárcel de deseo y placer llena de remordimiento que solo lo hundía en la miseria cada día más. Frank era otra cosa. Placer momentáneo, olvido. Refugio en la tormenta, pero donde no se podía quedar más de una noche seguida   Con Foggy había sido amor, ternura y raíces. Fisk era la tormenta envuelta en seda, el crimen vestido de deseo, la promesa de cadenas que brillaban como anillos. Una cárcel con besos de veneno y placer que dolía. Con Frank era lo contrario: un lugar que no ofrecía permanencia, pero sí abrigo. Un refugio improvisado entre ruinas. Un silencio cómodo. Un roce que no exigía. Placer sin promesas. Olvido momentáneo. Refugio… sí. Pero uno que se derrumbaba al amanecer. El equilibrio perfecto al cual nunca aspiraria   -Solo esta noche — murmuró Matt, más para sí mismo que para él.   Frank no respondió. Lo sostuvo con fuerza, como si supiera que no debía hablar. Sus dedos viajaron desde el rostro hasta la nuca, enredándose en su cabello, acercándolo más. Sus frentes se tocaron, y en ese leve contacto sin labios, sin lengua, hubo una tregua. Los labios de Matt buscaron a los de Frank con lentitud. No hubo urgencia, sino necesidad. Besarlo no era caer: era flotar por un segundo, antes de volver al fondo. El calor de la boca del exmilitar lo envolvía con una dulzura inesperada, como si supiera exactamente cuánta presión, cuánto silencio, cuánta entrega podía permitirse.   Las manos de Matt recorrían el torso de Frank, no como exploración, sino como ancla. Sabía que no debía quedarse, que esto no era hogar. Pero durante unos minutos podía fingir que lo era. Cuando los cuerpos se entrelazaron sobre el sofá, fue sin palabras. Solo caricias que hablaban de heridas, labios que buscaban redención y dos almas que sabían que, al amanecer, cada uno volvería a su infierno. La ropa cayo sobre la alfonbra, mientras Frank lo acomodaba en el sofa. Manos lo recorrian entero prometiendole, sin palabras, un instante de paz, aunque sabia que el precio era la culpa y el audesprecio al dia siguiente. Besos que se perdian sobres sus cuerpos buscando balsamos.   Matt abrió las piernas en invitación muda. Por un segundo, justo cuando su cuerpo se abría al otro, un tirón agudo le cruzó el abdomen bajo. No era placer, ni era dolor común. Era una punzada seca, interior, que le hizo contener el aliento. Pasó rápido, pero dejó una sombra. Como si algo dentro de él no terminara de ceder. Como si su cuerpo, sin palabras, intentara advertirle algo. No dijo nada. No se detuvo. Solo apretó los dientes y dejó que el momento lo cubriera, como una ola. Frank se acomodó entre esos muslos suaves acariciándolos mientras repartía besos sobre su parte interna. Los gemidos de Matt inundaron la habitación alejando por un instante el rostro de Foggy de su mente   -No pienses — le susurro Frank mientras besos suaves se apoderaban de su cuello — . Solo déjate llevar. Mi hermoso rojo   Mat sintió la molestia por la intromisión de los dedos largos que se hundían lentamente en él. Uno. Dos. Tres. Se abrían y se cerraban entrando y saliendo lenta y tortuosamente, abriéndolo por totalmente, dejándolo completamente vulnerable. Expuesto. Protestó, o al menos intentó con todas sus fuerzas, cuando los dedos se alejaron. Los necesitaba ¡Si ellos se iban, el infierno volvería! Entonces algo más grande, más grueso, más vivo entro en él. Se movía adunándose de su interior. Reclamándolo como suyo, aunque su piel ya tuviese dueño. El clímax lo golpeo sin piedad obligándolo a gritárselo a la noche   Matt despertó poco después. Se vistió en silencio. Al inclinarse para tomar sus botas, sintió cómo el mundo giraba brevemente. No era sueño. No era resaca. Era algo más: una especie de vértigo suave que lo obligó a apoyarse un segundo contra la pared. Cerró los ojos. El malestar pasó tan rápido como había llegado, pero quedó una sensación extraña en su pecho. No lloró. No rezó. Solo salió al frío de la madrugada con el corazón un poco menos deshecho.
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