ID de la obra: 837

31 Maneras De Decir Te Amo

Slash
G
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Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 93 páginas, 29.833 palabras, 31 capítulos
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Misión Encubierta

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La tecnología robada en Wakanda — un prototipo de sigilo capaz de inutilizar sensores de rastreo — se ofrecía al mejor postor bajo una excusa de arte tecnológico. El gobierno wakandiano no podía intervenir de manera oficial sin desencadenar un conflicto internacional. El concejo había decidido enviar a su mejor agente, Nakia. Sin embargo, había sido el propio Sam quien consideró que lo más prudente sería desplegar una delegación wakandiana completa, en misión encubierta, y se ofreció él mismo para formarla.La idea no fue bien recibida. T’Challa lo miró con el ceño fruncido durante largos segundos antes de hablar. Bucky, en cambio, fue más directo:— Si tú vas, yo también. — dijo, cruzándose de brazos.Y así, dos días después, los tres abordaban el Talon Flyer con documentos falsos, una estrategia tejida con hilos invisibles y una sola condición: fingir que no se conocían. T’Challa, viajaba bajo el nombre de Monsieur Kambai, era un inversor africano interesado en tecnología aplicada a telecomunicaciones. Elegante, sobrio, impenetrable. Sam se hacía pasar por parte de la seguridad privada de otro asistente, con traje ajustado y gafas oscuras, atento pero discreto. Bucky, por su parte, era un supuesto restaurador de arte vinculado al mercado negro, con una actitud relajada, camisa desabotonada y una copa siempre en mano.No habían cruzado palabras al entrar. No lo harían en toda la noche. Pero sus ojos se buscaban, se rozaban brevemente en reflejos y cristales.A Sam lo interceptó una diplomática canadiense. Sonrisa perfecta, ojos azules y un vestido rojo que contrastaba con su porte neutral. Le hizo preguntas sobre seguridad privada, lo tocó apenas el brazo cuando se reía, y le ofreció "un trago más fuerte en la terraza, lejos de tanto protocolo".Sam sonrió con amabilidad. Rechazó sin rechazar, pero sus ojos se desviaron sutilmente hacia T’Challa. El rey lo observaba desde el otro extremo de la sala, inexpresivo… pero con la mandíbula tensa.T’Challa levantó su copa, como por coincidencia. Brindó al aire. Sam hizo lo mismo.A Bucky, en cambio, lo acorraló una fotógrafa francesa, de cabello blanco y labios rojos, que decía buscar "rostros con cicatrices reales" para su nuevo proyecto. Él reía por lo bajo, incómodo pero entretenido, hasta que ella se acercó demasiado, con la cámara enfocándolo desde ángulos que no necesitaban capturar luz.T’Challa apareció junto a ellos. Con voz tranquila, elogió la obra de la fotógrafa y luego "accidentalmente" colocó una tarjeta frente al lente, tapando a Bucky.— Hay mejores perfiles que el mío — dijo Bucky, y T’Challa le acomodó el cuello de la camisa con la delicadeza de un amante… o de un experto en protocolo.Sam los observaba desde lejos. Murmuró algo a su interlocutora, que lo llevó a recorrer la sala. En un momento, pasó junto a Bucky, rozando su espalda con la mano mientras fingía mirar un cuadro. Bucky se tensó un segundo, pero no se giró. Sus ojos buscaron a Sam cuando creyó que nadie lo miraba.A T’Challa le coqueteó una joven política de Europa del Este. Le habló sobre alianzas, sobre juventud y poder, sobre cómo a veces los líderes más fuertes eran aquellos que sabían delegar. Su mirada era directa, su sonrisa afilada. T’Challa le respondió con cortesía… pero se movió con discreción, acercándose más a la columna donde Sam fingía vigilar la seguridad.— El servicio de seguridad aquí es impresionante — dijo T’Challa, sin mirarlo del todo.— Se agradece el cumplido, señor — respondió Sam.Una pausa. Una mirada que duró un segundo más de lo profesional.La subasta comenzó, y con ella, la tensión se trasladó al escenario. Bucky logró interceptar el maletín con los planos del prototipo antes de que cayera en manos ajenas. T’Challa provocó una falsa alarma que vació media sala. Sam escoltó a uno de los agentes encubiertos hasta la salida, asegurándose de que no escapara con el chip real.El reencuentro ocurrió horas después, en un pequeño departamento alquilado en la periferia. Una luz cálida, tres abrigos en el perchero, y un silencio que se rompió con la risa.— Si esa francesa me tomaba otra foto, iba a morder el lente — dijo Bucky, dejando la chaqueta sobre el sofá.— Esa política quería planear la luna de miel contigo, T’Challa — agregó Sam, abriendo una botella de vino.— La canadiense te iba a proponer matrimonio en la terraza — replicó el rey, cruzando los brazos.Los tres se miraron. Hubo un momento de pausa. Luego, rierion a carcajada. Bucky se acercó a Sam. T’Challa se acomodó junto a ellos, su brazo rozando el de Sam.— Me costó no romperle la cámara — murmuró Bucky.— Me costó no romperle la sonrisa — añadió Sam.— Me costó no besar a ninguno de ustedes en medio de la galería — dijo T’Challa, bajando la voz.La botella se quedó abierta. La noche, por fin, era solo suya.Y sin necesidad de fingir, pudieron, por fin, tocarse como si no tuvieran que esconderse más
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