ID de la obra: 837

31 Maneras De Decir Te Amo

Slash
G
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Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 93 páginas, 29.833 palabras, 31 capítulos
Descripción:
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Ensayo

Ajustes de texto
Fuera De Guión La sala de ensayo estaba en penumbra, iluminada apenas por las lámparas altas que colgaban sobre el escenario vacío. En el teatro experimental de la universidad, los estudiantes de actuación avanzada se preparaban para su clase final: una escena interpretativa libre, que debía mezclar texto clásico con elementos personales. La profesora Munroe — exigente pero profundamente intuitiva — había dejado una consigna clara: no quería actuaciones, quería verdad. T’Challa, Sam y Bucky se habían inscrito por separado al curso. No eran un grupo habitual. De hecho, hasta hacía unas semanas, apenas se saludaban fuera del aula. Pero un ejercicio de improvisación forzó su trabajo conjunto… y desde entonces, la profesora insistió en mantenerlos juntos. "Hay algo entre ustedes que está esperando ser dicho", les había dicho una vez, sin mirar a ninguno directamente. El texto elegido era una adaptación libre de Cyrano de Bergerac mezclado con extractos de Cartas desde la Guerra y fragmentos escritos por los propios alumnos. El triángulo central era evidente: uno amaba en silencio, otro se debatía entre el deber y el deseo, y el tercero no sabía cómo quedarse sin traicionar su vocación. T’Challa llevaba una camisa oscura y pantalones sencillos. Interpretaba al personaje que debía partir, llamado simbólicamente El Forastero. Sam encarnaba al Centinela, quien debía quedarse atrás con promesas que no sabía si podría cumplir. Bucky, con ropa neutra y mirada baja, era El Testigo, el que sabía más de lo que decía, y cuyo amor era secreto. La escena comenzaba con una despedida. T’Challa y Sam discutían en un pasillo ficticio, en medio de maletas simbólicas y silencios largos. — No puedes pedirme que me quede — decía T’Challa con voz firme. — No puedo, pero igual lo hago — respondía Sam —. Porque si te vas ahora, no vuelvo a mirarte igual. Bucky debía observar desde un costado. Pero ese día, algo en la forma en que Sam apretaba los puños o T’Challa desviaba la mirada hizo que su línea llegara con otra carga. — Lo que no dicen, también hiere — dijo, fuera de libreto. La profesora no lo detuvo. Nadie respiró. Sam giró hacia él. — ¿Y tú qué sabés de esto? — Sé lo que es amar en silencio — respondió Bucky —. Y lo que duele ver cómo dos personas se pierden por orgullo… o por miedo. T’Challa no tenía diálogo en esa parte. Pero dio un paso al frente. Dejó caer la mochila ficticia. Miró a ambos. Y habló sin guión: — Yo no quiero elegir entre ustedes. El silencio fue absoluto. La profesora se levantó lentamente desde su butaca en la oscuridad del fondo. — Bien — dijo, simplemente —. Ahora comiencen de nuevo. Esta vez… sin actuar. La segunda vez que lo hicieron, no repitieron los diálogos. Improvisaron. Se gritaron cosas que nunca se habían dicho. Se miraron como si todo dependiera de esa escena. Cuando terminó, había lágrimas — reales — en los ojos de Bucky. Sam no podía soltar el brazo de T’Challa. Y el rey, incluso con el cuerpo erguido, parecía quebrarse solo por dentro. — ¡No puedes protegernos de todo, T’Challa! ¡No si no nos dejas entrar! — exclamó Sam, con una rabia que temblaba de dolor. — ¿Y qué quieren que haga? ¿Que me quede mirando mientras todo se rompe? ¡Si no los cuido yo, nadie más lo hará! — respondió el rey, con la voz tensa. — ¿Y a ti quién te cuida, entonces? — susurró Bucky, apenas audible, temblando —. ¿A ti quién te sostiene cuando todo te pesa? Se miraron como si todo dependiera de esa escena. — Me duele — dijo Sam, dando un paso hacia adelante —. Me duele cuando decides por nosotros. — Me asusta — dijo Bucky —. Me asusta no saber si te importa tanto por amor o por miedo a perder el control. — Los amo — confesó T’Challa, con la voz rota —. Y no sé amar sin intentar proteger… todo. Cuando terminó, había lágrimas — reales — en los ojos de Bucky. Sam no podía soltar el brazo de T’Challa. Y el rey, incluso con el cuerpo erguido, parecía quebrarse solo por dentro.   La profesora Munroe aplaudió una vez. Luego, en voz baja: — Lo que sea que tengan entre ustedes, no lo dejen en el escenario. Salieron en silencio. No se dijeron nada. Pero al llegar a la puerta del teatro, Sam estiró la mano. T’Challa la tomó. Bucky dudó… y luego se aferró a ellos como si siempre hubiera sido así. El ensayo había terminado. La verdad, recién comenzaba.   _____________________   La lluvia golpeaba con suavidad los ventanales de la cafetería. Era de esas lluvias finas, persistentes, que parecían querer limpiar no el asfalto, sino los recuerdos. Dentro, el vapor de las tazas humeantes empañaba los cristales, y el murmullo del lugar creaba una burbuja de calma improbable. T’Challa sostenía su taza con ambas manos, mirando por encima del borde hacia la puerta. Sam, a su lado, hojeaba distraídamente el menú, aunque ya habían pedido. — Llega tarde — murmuró el rey, sin sonar preocupado. — Siempre lo hace cuando está nervioso — respondió Sam, sonriendo apenas. T’Challa asintió, sin añadir nada. Sus miradas se cruzaron por un segundo, cómplices, como si recordaran algo que no necesitaba palabras. Porque en realidad, sí lo recordaban. — ¿Te acordás qué comimos después del ensayo? — preguntó Sam. — Tostadas con aguacate y sopa de lentejas. Bucky pidió lo mismo que tú. — Y luego se quejó porque tenía hambre todavía. — Y le compramos un pastel de chocolate. — Pero no lo comió. Dijo que “no quería parecer ansioso”. Ambos rieron bajo, con esa risa tibia que solo existe entre quienes han compartido historia, errores… y amor. T’Challa miró nuevamente hacia la entrada. Sam bebió un sorbo de café. El aire olía a nostalgia con canela. Entonces, la puerta se abrió. Bucky entró con una bufanda alrededor del cuello, las mejillas levemente sonrojadas por el frío. Tenía los ojos brillantes, el paso seguro… y una expresión que era todo menos común. Cuando los vio, sonrió. No dijo nada al principio. Solo se acercó, dejó su abrigo en el respaldo de la silla, y se sentó frente a ellos. — ¿Llegás bien? — preguntó Sam. — Sí… — respondió Bucky, y luego bajó la mirada —. Me costó un poco salir de casa. Pero no quería mandar un mensaje para esto. T’Challa inclinó la cabeza con atención. Sam dejó la taza sobre el plato, despacio. Bucky alzó los ojos. No necesitaba prefacio. — Estoy embarazado — dijo. El silencio no fue largo, pero fue profundo. Como una nota que resuena bajo la piel. Sam fue el primero en reír, suave. T’Challa cerró los ojos por un instante. Luego, ambos se inclinaron al mismo tiempo. — Gracias por decírnoslo en persona — dijo el rey, tomándole la mano. — Te amamos — añadió Sam —. Vamos a estar con vos cada paso. Bucky respiró hondo. Y entonces sí, lloró un poco. No por miedo. No por angustia. Sino por la paz que daba saberse esperado. Afuera, la lluvia continuaba. Adentro, el tiempo se había detenido. Y en esa mesa, donde alguna vez compartieron pan y verdades sin guion, volvía a nacer algo nuevo. Y esta vez, con latido propio. Con el tiempo, tras terminar la universidad, siguieron juntos. Sam se convirtió en terapeuta comunitario y abrió un centro de apoyo para jóvenes con ansiedad social; T’Challa trabajó como mediador internacional en organismos civiles, lejos de los reflectores, pero cerca del cambio real; y Bucky, con voz suave y mirada firme, enseñó literatura en escuelas públicas, donde sus clases eran una mezcla de poesía y resistencia. Nunca hicieron una gran declaración pública, pero vivieron juntos, eligieron juntos, y cada decisión compartida fue su forma de prometerse, día tras día, que esto era real.
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