Apodo
12 de septiembre de 2025, 21:42
“Velocidad y pelos”
El calor de la tarde comenzaba a disiparse cuando Bucky apareció con su Harley rugiendo al fondo de la calle. El motor ronroneaba como un felino gigantesco mientras él, con la chaqueta negra abierta y las gafas oscuras bajadas hasta la punta de la nariz, estacionaba frente al portal del edificio.
Sam ya lo esperaba en la acera con una caja de cartón mal cerrada, de la cual asomaban dos orejas peludas y una pata blanca impaciente. Figaro estaba inquieto desde que Panther, el gato de T’Challa, lo había desafiado a una carrera silenciosa por la sala esa misma mañana. Ahora, compartir transporte parecía una prueba más para su orgullo.
— ¿Estamos seguros de esto? — preguntó Sam, mientras Alphine saltaba desde su hombro hasta el tanque de la moto como si lo hiciera todos los días.
— Más seguros que del café que hace T’Challa — respondió Bucky sin cambiar de expresión, extendiéndole el casco.
T’Challa apareció unos segundos después, con una mochila pequeña en la espalda. Dentro iba Panther, envuelto en una manta de lino como si fuera una criatua de la realeza. El moreno negó con la cabeza, pero terminó sonriendo al ver cómo Alphine se acomodaba entre sus brazos al subir a la moto, reclamando asiento de copiloto.
— Esto no está hecho para tres cuerpos y tres gatos — murmuró, pero aun así se subió.
Sam subió detrás de Bucky, abrazándolo por la cintura, mientras sostenía la caja de Figaro entre los brazos. Alphine, orgullosa y superior, se había subido al manillar con la gracia de una acróbata, mientras Panther trepaba por el hombro de T’Challa como si fuera un árbol exclusivo.
Y entonces, arrancaron.
El viento golpeaba sus rostros con suavidad y los tres gatos se comportaban como si hubieran nacido para eso. Alphine se aferraba con las garras retraídas, Figaro maullaba con emoción contenida, y Panther... simplemente cerraba los ojos, disfrutando el viaje como si flotara en un barco de guerra antiguo.
Bucky manejaba con precisión, esquivando baches y curvas con la tranquilidad de quien tenía todo bajo control, incluso un grupo de pasajeros inusuales. Sam reía, apoyado en su espalda, mientras T’Challa murmuraba algo en wakandiano que bien podía ser una bendición... o una advertencia.
— Esto es una locura — dijo Sam, entre carcajadas.
— Lo sé — respondió Bucky —. Pero dime que no se siente bien.
Ninguno respondió. El rugido del motor se volvió más profundo y la ciudad se desdibujó a su alrededor mientras la moto se perdía entre luces, risas, pelo de gato y el aroma compartido de algo que, sin decirlo, ya era hogar.
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— No me puedo creer que esto haya pasado — dijo Sam, sacudiéndose pelos del uniforme mientras bajab de la moto.
— Te dije que no era buena idea — gruñó Bucky, sacando a Alphine de debajo de su chaqueta —. Pero alguien insistió en llevar a los tres gatos de paseo.
— Fue T’Challa — respondieron Sam y Bucky al mismo tiempo, girando a ver al wakandiano que bajaba último, con Panther en brazos y la ropa cubierta de motas de pelo.
T’Challa no dijo nada. Solo levantó una ceja y siguió caminando hacia la entrada. Los demás lo siguieron como un pequeño desfile multiespecie, entre maullidos, ronroneos y pasos firmes.
La puerta principal se abrió antes de que pudieran tocar. Yelena estaba apoyada contra el marco, comiendo uvas y con una sonrisa burlona curvándole los labios.
— Miren nada más... los Udaku han vuelto. — Les lanzó una uva a cada uno como si fuera una ofrenda —. Alteza, Alteza y... Alteza peluda.
Panther maulló en protesta justo cuando Alphine trepaba al hombro de Bucky como si entendiera la broma.
— ¿Ya te rendiste, Yelena? Pensé que tardarías más en aceptarlo — comentó Sam, atrapando la uva al vuelo.
— ¿Aceptar qué? Yo siempre supe que eran una familia. Solo estoy eligiendo el apellido más dramático posible.
— Podrías usar Wilson — Barnes — Udaku — sugirió Bucky, secándose la frente con un pañuelo —. O Udaku — Wilson — Barnes. O...
— ¿Barnes — Udaku — Wilson? — añadió Sam, divertido.
— No. Muy largo. Demasiado esfuerzo para las invitaciones. Yo me quedo con “los Udaku”. Suena a dinastía. Además, pega con los gatos.
— ¿Los gatos? — repitió T’Challa.
Yelena señaló al trío felino que se acomodaba sobre los sillones del recibidor como si fueran príncipes mimados.
— Míralos. Figaro Udaku, Alphine Udaku y Panther Udaku. Me parece justo.
T’Challa ladeó la cabeza.
— Están más organizados que nosotros — murmuró.
— Hablan menos también — agregó Sam.
— Y no discuten sobre quién usa el baño primero — cerró Bucky, justo antes de que Yelena le diera una palmadita en el hombro.
— Van a necesitar un escudo familiar, altezas. ¿Lo quieren con garritas cruzadas o un waffle de fondo?
T’Challa no respondió, pero cuando entró al salón con sus compañeros — cansados, despeinados y cubiertos de pelo de gato —, no se molestó en corregirla. Udaku no sonaba tan mal después de todo.
La calle vibraba bajo las ruedas de la Harley — Davidson Street 750, el motor rugiendo con un sonido grave y constante que cortaba el silencio de la madrugada. Bucky conducía con precisión, sus guantes ajustados al manillar, mientras Sam iba justo detrás, sujetando con firmeza a T’Challa, que iba en el centro. Tres cuerpos juntos sobre una sola moto, tres pares de piernas extendidas y entrelazadas, tres almas que aún no sabían cómo llamarse fuera del “nosotros”.
Los gatos, curiosamente tranquilos, viajaban en sus respectivas mochilas ventiladas: Alphine con Bucky, Figaro con Sam, Panther con T’Challa. Cada uno ronroneaba, acurrucado como si aquella fuera la forma más natural de moverse por la ciudad.
— Si alguien nos ve, juraría que somos una secta felina rodante — bromeó Sam, alzando la voz para que se oyera por encima del viento.
— Una secta de gente con excelente gusto — replicó Bucky sin girar la cabeza.
— Gente con apellido, además — añadió T’Challa, justo al oído de Sam.
El comentario hizo que el capitán soltara una risa breve y sacudiera la cabeza.
— ¿Ya vamos a empezar con eso otra vez?
— ¿Qué tiene de malo? — preguntó T’Challa, con una sonrisa apenas dibujada —. Tus estudiantes ya lo comentaron.
— Los míos creen que Udaku es un grupo musical — dijo Bucky —. Uno bastante extraño.
— Mi profesora de literatura nos llamó "los príncipes de Wakanda" en plena clase — añadió Sam —. Y ni siquiera sabe que soy parte de eso.
— Yelena lo tiene más claro — dijo T’Challa con calma —. Ayer nos llamó “Udaku” con toda la tranquilidad del mundo. “Las altezas reales Udaku”, para ser exactos.
— ¿Y nos molestamos? — preguntó Bucky con sorna.
— En absoluto — respondieron los tres al mismo tiempo.
La moto giró en una esquina y se deslizó con suavidad hacia el campus universitario, cuyas luces nocturnas proyectaban sombras largas sobre el pavimento. La madrugada ya había comenzado a perder fuerza, y el cielo apenas insinuaba el tono azul de un nuevo día. Bucky frenó en seco junto al edificio de dormitorios, donde tres cascos fueron retirados casi al unísono.
— Udaku, ¿eh? — murmuró Sam, dejando a Figaro en el suelo —. No suena tan mal.
— Podríamos registrarlo como marca — bromeó Bucky, abriendo la cremallera de su chaqueta.
— Ya tiene significado suficiente — susurró T’Challa, observando a Panther trepar a su hombro sin esfuerzo.Caminaron juntos hacia el interior del edificio, cruzando el pasillo principal aún en penumbra, con las mochilas colgando y los gatos acomodándose sobre sus dueños como si fueran extensiones naturales. Subieron las escaleras sin apuro, compartiendo silencios cómodos y sonrisas apenas esbozadas.
La habitación estaba cálida, iluminada por la tenue luz del escritorio y con una caja de pizza humeante sobre la mesa baja. Figaro ya se había apropiado de uno de los cojines. Alphine se acurrucó sobre el regazo de Bucky apenas él se sentó. Panther vigilaba desde lo alto del respaldo del sofá, como si tuviera que custodiar algo más que una porción de peperoni.
— ¿Quién pidió la de piña? — preguntó Sam, abriendo la caja con el ceño fruncido.
— Yo — respondió T’Challa, con total dignidad.
— Debería haberlo sospechado — murmuró Bucky, sacando su cuaderno y una libreta electrónica —. Los reyes siempre toman decisiones cuestionables.
— Es patrimonio cultural — defendió T’Challa, robando una porción de la de queso antes de sentarse entre ellos.
Mientras comían, los tres abrieron sus apuntes. Tenían una entrega grupal pendiente para clase de historia contemporánea y al menos dos ensayos individuales sin empezar. Bucky tipeaba sin parar; Sam subrayaba con colores exagerados, y T’Challa leía en voz alta pasajes clave, a veces interrumpido por maullidos demandantes.
Entre mordiscos, comentarios sarcásticos y correcciones ortográficas, la madrugada se fue convirtiendo en día. No había glamour, ni protocolos, ni títulos reales en ese pequeño espacio compartido. Solo tres estudiantes cansados, un par de gatos somnolientos y la rutina de una vida que, aunque no siempre perfecta, empezaba a sentirse exactamente como debía ser.
Una pizza a medio terminar. Tres tareas por entregar. Y un apellido que ya no era solo un nombre compartido, sino una elección.
Udaku. Una familia hecha a su manera