Dizfraz
12 de septiembre de 2025, 21:42
Luna De EquinoccioLa Noche del Equinoccio era esperada con ansias en la corte de la Reina Peggy de Albion. Se decía que los secretos que no se revelaban en esa velada quedaban sellados por un año entero. La embajada wakandiana, construida con discreta elegancia en mármol oscuro y ventanas emplomadas, abría sus puertas al alto círculo de diplomáticos, alquimistas, cartógrafos y capitanes. En los pasillos, las máscaras eran tan elaboradas como los secretos que ocultaban.
El heredero del trono de Wakanda y actual embajador en Albion caminaba entre la multitud como un espectro noble: vestía una capa negra con bordados en plata y máscara de felino, tallada en ébano y ónix. Nadie se atrevía a preguntarle su nombre.Por su parte, el Maestro Navegante Real y Cartógrafo de la Corona llevaba una capa color burdeos y una máscara de halcón dorado. Se movía con familiaridad entre los mapas celestes y las brújulas de navegación decorativas. Habia navegado los mares del reino para la Reina Peggy. Era un viajero experimentado y un estratega respetado, conocido por sus mapas imposibles y su lealtad sin fisuras. Servia ocasionalmente como emisario de paz o escolta real.
Mientras que el Caballero Errante bajo Juramento Voluntario de Silencio, vestido de gris oscuro con una máscara de lobo blanco, se había deslizado entre los guardias y tomado una copa de vino antes de que alguien supiera que no era parte del servicio.Ninguno de los tres sabía que los otros estaban allí.
Entre las columnas cubiertas de hiedra mágica, sus caminos se cruzaron como si el destino hubiera ensayado los movimientos.
Caballero halcón — susurró el felino, cuando sus manos se rozaron al tomar la misma copa.Caballero Felino — replicó el halcón, sin apartar la mirada.
El lobo los observaba desde una galería, el vino sin probar. Había algo familiar en cómo se inclinaban el uno hacia el otro. Algo en el modo en que el halcón se reía, en cómo el felino bajaba la voz.
Movido por una punzada suave en el pecho, bajó las escaleras.
¿Puedo unirme al juego de adivinanzas? — preguntó, con voz baja.
El caballero felìno ladeó la cabeza. El halcón sonrió.
Depende — dijo el halcón —. ¿Qué secreto traes escondido bajo esa capa?Ninguno tan grande como el que ustedes ocultan bajo sus nombres prestados.
Los tres se quedaron así, entre luces danzantes y música de laúd.A lo lejos, un maestro inventor y alquimista real con Máscara de dragón, bailaba con su esposo, un apuesto caballero, quien lucía como salido de una balada artúrica, con su Máscara de león. Entre giro y giro, el inventor murmuró con una sonrisa socarrona:
¿Admitirás por fin que usar capa con armadura ligera fue idea mía?No pienso discutir moda contigo en medio de un vals, Anthony — dijo Steve rodando los ojos, pero sin soltar su cintura.¿Entonces cuándo? ¿Cuando derrotemos al gremio de ladrones o cuando me ruegues otra vez por mejoras en tu escudo?Te recuerdo que fue la Reina quien pidió elegancia, no espectáculo.Y sin embargo, aquí estás, bailando conmigo — respondió Tony, rozando su nariz con la de él.
No muy lejos, el Consejero de Inteligencia de la Reina y estratega en asuntos de alta vigilancia se mantenía junto a una columna cubierta de terciopelo oscuro. Llevaba una capa carmesí sencilla y una máscara del mismo tono, sin adornos. Sus sentidos estaban desplegados como un mapa secreto sobre el salón. A su lado, el jurista de renombre y asesor de leyes internacionales sostenía una copa sin apartar la vista de los embajadores que se desplazaban entre las luces.
El equilibrio de fuerzas no se mide solo con espadas — murmuró el jurista, su voz baja, como si compartiera una confidencia —. Esta noche, las máscaras pesan tanto como las alianzas.
El consejero no lo miró. Sus ojos, inútiles para ver, se mantenían fijos en un punto lejano. Pero cada gesto, cada respiración en el ambiente, era tan claro para él como una sinfonía de intenciones. Su voz, cuando habló, era grave y medida.
Y el veneno suele servirse en copas doradas — dijo —. No me pidas que confíe en un baile. Ni en ti.
El jurista sonrió, sin molestarse en negar la acusación. Dio un paso más cerca, apenas rozando el borde de la capa del otro con la suya.
No te pido que confíes. Solo que observes bien… y no subestimes lo que ocurre cuando las sombras se cruzan con los deseos.
El estratega ladeó la cabeza, como si analizara esa última palabra con más cuidado que las anteriores. Luego, sin dejar de oír cómo las notas del laúd cambiaban de tono y el corazón del otro se aceleraba apenas, replicó con una media sonrisa:
Las sombras rara vez mienten. Tú… a veces sí.
Y aun así, aquí estás — susurró el jurista, inclinándose un poco más cerca —. Compartiendo copa conmigo en vez de denunciarme ante la Reina.
El de la capa carmesí alzó la ceja, girando apenas el rostro hacia él.
Tal vez esta noche no sea para acusaciones — dijo —. Tal vez… esta noche sea solo para observar.
La copa del jurista tintineó suavemente contra la suya.
Entonces observa. Y recuerda: no todos los peligros vienen disfrazados de enemigos.
El consejero no respondió, pero tampoco se alejó.
La noche avanzó sin que los nombres reales fueran pronunciados. El deseo, sin embargo, flotaba entre ellos como perfume. Cuando el reloj marcó la medianoche, las prendas cayeron: una capa negra de felino quedó olvidada en el respaldo de un banco, una máscara blanca de lobo yacía en el suelo, y un guante de cuero con bordes plateados y una miniatura de halcón reposaban junto al lecho.A falta de luz, manos trazaban milímetro a milímetro los recovecos de tres cuerpos completamente entregados al placer carnal.
Al día siguiente, ya sin máscaras ni antifaces, T’Challa halló su capa cuidadosamente doblada sobre la silla en la habitaciòn. Olía a jazmín, cuero y vino.Y junto a ella, una nota escrita con letra pulcra:
“Tú también lo sentiste. Nos veremos en la próxima luna sin máscaras.El lobo y el halcón.”
No pudo evitar sonreir, mientras partes de dos rostros varoniles y hermosos cruzaban su mente.
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Habían pasado tres días desde la Noche del Equinoccio.El mercado de primavera ocupaba el centro de Albion con aromas a especias, flores y tinta fresca. Carros de libros raros, marionetas en miniatura, frutas del sur y extrañas brújulas llenaban las calles adoquinadas, donde lo mágico y lo común se cruzaban sin pedir permiso.James “Bucky” Barnes examinaba un tomo antiguo sobre minerales imposibles cuando una voz a su derecha lo obligó a girar la cabeza.
¿Siempre hueles a jazmín o es solo coincidencia? — preguntó un hombre de cabello rizado, chaqueta burdeos, postura serena y una sonrisa pícara. Bucky no respondió al instante. Su mirada se deslizó hasta los bordes de un guante de cuero con bordes plateados que colgaba de la bandolera del hombre.¿Y tú siempre preguntas sin presentarte? — replicó él. El hombre sonrió más ampliamente.Samuel Thomas Wilson. Cartógrafo, navegante… y, al parecer, dueño de una copa de hidromiel negra que alguien confundió con licor de damasco durante un baile en la embajada.
Bucky no pudo evitar una carcajada baja. El recuerdo era vago pero cálido. La hidromiel negra, densa y ligeramente especiada, se había servido en copas doradas aquella noche, y su efecto era... persistente.
Así que fue eso — dijo él —. Yo pensaba que había sido hechizo. O destino.Quizás ambos — interrumpió una tercera voz, más grave, desde un puesto cercano, donde T’Challa, vestido con sobriedad y sin capa, examinaba cuchillos tallados —. Aunque el destino no suele dejar marcas de mordidas en los hombros.
Ya no llevaba máscara, pero en sus ojos seguía habitando el mismo felino noble.Bucky ladeó la cabeza. Sam se giró. Por un segundo, nadie habló.Entonces T’Challa dio un paso al frente y extendió la mano.
T’Challa Udaku, hijo de T’Chaka.Sam Wilson. Pero puedes decir Sam.Bucky — dijo el tercero, encogiéndose de hombros —. Solo Bucky.
Las tres manos se entrelazaron, esta vez sin máscaras ni copas doradas.
¿Y ahora qué? — preguntó Sam, con una chispa en la mirada.Ahora — dijo T’Challa, mirando hacia la torre del reloj —, tal vez podamos hablar sin fingir que no nos recordamos.¿Incluso lo del banco de mármol? — pregunto Bucky alzando una ceja.Incluso eso — respondió T’Challa.
Y entonces, los tres comenzaron a caminar entre los puestos, hombro con hombro, como si la noche más mágica del reino solo hubiese sido el prólogo de algo mucho más real. Se habían conocido durante una tormenta hacia unos años. Habían coincidido como huéspedes de la misma fortaleza neutral, esperando audiencias con distintos miembros de la Corte. En aquel entonces compartieron el comedor, la biblioteca… y ciertas miradas demasiado largas frente al fuego. Nunca se preguntaron los nombres completos. Pero no lo olvidaron.
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— ¿Y se quedaron juntos para siempre? — preguntó Toussaint, acurrucado entre las almohadas, luchando para que no se le cierren los ojos.— ¿Se dieron un beso de amor veradero? — añadió Azari, más serio, abrazando su cobija de nave espacial como si fuera una espada, mientras se refregaba un ojo.
Zen, en brazos de Sam, soltó un pequeño chillido antes de quedarse dormido con un dedo en la boca. El reloj marcaba las 20:47 y la noche caía lentamente sobre Wakanda. T’Challa, sentado al borde de la cama de Toussaint, se acomodó el pijama y miró de reojo a Sam y Bucky.
Obvio — respondió Bucky, estirando una mano para acomodarle la sábana a Azari —. Aunque uno de ellos no devolvió nunca el guante con el halcón bordado. Y el otro aún dice que le deben una capa nueva.
Los niños rieron bajito. Sam apagó la lámpara con forma de media luna susurrando “Buenas noches”. Quedó sólo el resplandor suave del mural estelar en el techo.
¿Era de verdad? — dijo Azari, medio dormido.Claro que sí. En algún universo… fue tan real como esto — susurro T’Challa inclinandose para besarle la frente.Y si no… — añadió Bucky, en voz queda, abrazando a Sam por la espalda — lo inventamos nosotros. Para que siempre lo recuerden.
En la cuna, Zen se giró con un suspiro. En la habitación, el silencio se volvió tibio. Tres niños dormían.Tres hombres se quedaron un momento más, en penumbras, como si el cuento aún no hubiese terminado del todo.Y tal vez no lo había hecho.
Explicame ¿Por que incluiste a Tony en el cuento de nuestros hijos? — siseo Bucky en cuanto T’Challa cerro la puerta haciendolo sonreir —. estoy esperando Samuel¿que tiene de malo? — se defendio el capitanno — dijo Bucky —. La pregunta es ¿que tiene ese tarado para que lo incluyas? ¿acaso es por que estoy gordo?no estas gordo — dijo T’Challa abrazando por la cintura a ambos hombresdiceselo a el — acuso Bucky señalando a Samestas perfecto — dijo SamNo les creo — dijo Bucky mirando hacia otro lado sin alejarse del abrazoTe lo podemos demostrar — dijo T’challa con voz suave haciendo sonreir a los otros dos