Secreto
12 de septiembre de 2025, 21:42
Lo que no dijimos antes
La lluvia no cedía.Golpeaba los techos, los ventanales, los empedrados húmedos de la ciudad dormida. Dentro del departamento, el aire olía a ropa mojada, a tabaco sin encender, a historia acumulada en los bordes del silencio.
T’Challa se mantenía de pie junto a la ventana, las manos en los bolsillos, como si buscara algo en la oscuridad del vidrio. Sam estaba sentado en el alféizar, los codos sobre las rodillas, con la mirada fija en la calle que no se veía. Bucky, con las botas aún puestas, giraba un encendedor oxidado entre los dedos.
No hablaban. No hacía falta. No todavía.
Entonces, sin levantar la vista, Bucky rompió la pausa.
—Cuando era niño… dormía con las botas puestas.
T’Challa y Sam lo miraron. Bucky no los miró de vuelta.
—Vivíamos en un edificio donde echaban a la gente de noche. Sin aviso. Si hacías ruido, si no pagabas a tiempo, si no caías bien… te echaban. Así que mi madre me vestía antes de dormir. Por si teníamos que correr. A veces lo sigo haciendo. Cuando no puedo fiarme de un lugar.
La lluvia siguió sonando. Sam bajó la cabeza, como si hubiera estado esperando ese momento.
—Yo… coleccionaba piedras cuando tenía siete años —dijo, en voz baja—. Las limpiaba, les ponía nombre. Una por cada amigo que se fue y no volvió. Unos se mudaron. Otros… no sé. Mi madre las tiraba porque decía que eran sucias. Pero yo las escondía. En una caja de zapatos. Todavía la tengo.
Bucky levantó la vista. T’Challa seguía sin moverse.
Sam respiró hondo.
—No sé por qué nunca las tiré. Tal vez porque son lo único que no me abandonó.
Tardaron varios segundos en darse cuenta de que T’Challa hablaba. Su voz era suave, como si no le perteneciera.
—Cuando tenía diez años, perdí a mi gato.
No lo dijeron, pero sabían que no hablaba de Figaro.
—Era un animal callejero. Flaco. Renco. No tenía nombre. Me seguía cuando volvía del colegio. Se metía por la ventana de mi pieza y dormía en mi ropa. Un día no volvió. Pensé que lo habían atropellado. Pero lo encontré en casa de otro niño. Le habían dado nombre. Collar. Comida. Y él… me ignoró. Como si nunca me hubiera conocido.
Nadie respondió. Solo la lluvia.
—No lo odié. Pero desde entonces… me cuesta confiar en que algo se quede. Aunque lo hayas cuidado. Aunque lo ames.
El cuarto se mantuvo en silencio. Pesado. Vivo. Cargado de todo lo que no se dijo antes y que ahora flotaba entre ellos, como humo sin llama.
Sam fue el primero en moverse. Se acercó a Bucky y apoyó la cabeza en su hombro. T’Challa se sentó frente a ellos, cruzando las piernas en el suelo, sin decir palabra. Pero sus ojos decían todo. Que habían escuchado. Que comprendían.
Que también se quedaban.
Y cuando el reloj invisible marcó alguna hora fantasma, los tres seguían allí. Juntos. Empapados por dentro, pero enteros. Porque el secreto no los había roto. Los había unido.