Primer Te Amo
12 de septiembre de 2025, 21:42
Vivían juntos en un departamento modesto en Lisboa, cerca del tranvía 28. Se habían conocido por casualidad: T’Challa trabajaba como restaurador de mapas antiguos en la biblioteca central, Sam era guía turístico especializado en historia colonial, y Bucky hacía reparaciones de carpintería y ebanistería por encargo. La idea de compartir piso había sido económica al principio. Con el tiempo, se volvió inevitable.
La cocina era demasiado pequeña para tres personas.T’Challa lo sabía, Sam lo repetía, y Bucky lo ignoraba. Aun así, ahí estaban los tres, chocando caderas y codos, tratando de preparar algo parecido a una cena en medio de risas, especias y platos sucios.
—Si mueves ese sartén, voy a poder respirar —gruñó Bucky, con los antebrazos mojados hasta el codo.
—No puedes respirar porque estás lavando como si fueras un oso atrapado en un río —replicó Sam, girando con una cuchara en la mano.
T’Challa cortaba pan sobre una tabla astillada. Sonreía en silencio, como si el caos no le molestara en lo más mínimo. A veces los miraba de reojo, con una ternura que nunca decía en voz alta.
El aroma de la salsa empezaba a llenar el aire. Figaro maullaba desde lo alto de la heladera, molesto porque nadie lo había alimentado a él primero. Sam estornudó por la pimienta. Bucky se rió. T’Challa intentó ocultar que también lo había hecho.
Y justo cuando Sam bajó la cuchara y probó la mezcla con el dedo, murmuró:
—Los amo.
Lo dijo así, como si nada. Entre el sabor de la salsa, el vapor, el ruido del agua corriendo. Ni dramático ni planificado. Solo cierto.
T’Challa se quedó quieto. Lo miró sin decir palabra, con una expresión que no necesitaba traducción.
Bucky dejó el plato que estaba lavando. No dijo nada. Ni sonrió. Solo bajó la mirada por un segundo. Luego la subió otra vez, pero no hacia Sam.
Sam tardó un poco en darse cuenta.
—Ey… —dijo, girándose hacia él—. ¿Todo bien?
—Sí —respondió Bucky, con la voz algo más baja—. Es solo que pensé… no sé. Que ustedes dos eran…
T’Challa frunció levemente el ceño. Dejó el cuchillo a un lado. Se acercó a Bucky, lento, sin brusquedad.
—¿Que nosotros dos éramos qué?
Bucky no respondió. Pero la forma en que se encogió un poco, la forma en que se apartó de la bacha como si no quisiera estorbar, lo decía todo.
Sam dio un paso al frente. Tocó el brazo de Bucky con la misma mano que antes había probado la salsa. Estaba tibia.
—¿Crees que diría “los amo” si no te incluyera? —preguntó.
T’Challa habló por fin.
—Esto es de tres. Lo ha sido desde hace mucho. Solo que nadie lo había dicho en voz alta.
Bucky alzó la vista. Sam le sonrió. Y entonces, con voz baja y un hilo de risa en la garganta, dijo:
—Ya era hora.
Bucky soltó el aire como si no supiera que lo estaba conteniendo. T’Challa le pasó una toalla de cocina. Sam volvió a remover la salsa. Y el momento no se alargó, ni se hizo más solemne. Siguió su curso, como una corriente suave. Pero algo había cambiado.
Porque ahora se sabía. Se había dicho.
Y esa noche, cenaron en la sala, con los platos mal servidos, los vasos mal combinados y el corazón, por fin, en orden.