ID de la obra: 837

31 Maneras De Decir Te Amo

Slash
G
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Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 93 páginas, 29.833 palabras, 31 capítulos
Descripción:
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cocina

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Receta secreta La cocina estaba tibia, perfumada con ajo sofrito y pan recién horneado. El sol de la tarde se colaba por las ventanas abiertas, dorando las baldosas y proyectando sombras alargadas sobre la mesa. Había harina en el aire, en el piso, en el cabello de Zen. Azari trataba de mantener el orden como si fuera un pequeño general, y Toussaint discutía con una cuchara en la mano, convencido de que él sabía mejor que nadie cómo se hacía la salsa. —Papá Sam, no lo estás batiendo bien —dijo Toussaint con gravedad, asomándose al bol. —¿Ah, sí? —Sam arqueó una ceja, conteniendo la risa—. ¿Y tú cómo sabes eso? —Porque suena distinto cuando está bien. T’Challa rió bajo, pelando papas con una paciencia medida. Zen, en su silla alta, golpeaba la bandeja con un cucharón de madera, gritando “¡más!” cada vez que una pasa cruzaba frente a él. Bucky pasaba de un lado al otro limpiando, probando, levantando a Toussaint cada vez que trataba de subirse a la encimera sin permiso. No estaban apurados. No seguían ninguna receta. Había ingredientes desperdigados, tiempos que no cuadraban, risas que interrumpían cualquier intento de precisión. Pero algo en el caos tenía forma. Algo familiar. —¿Quién cocina mejor? —preguntó Azari de pronto, con tono serio. —Depende —respondió Sam mientras servía con cuidado el guiso en una fuente. —¿De qué? —Toussaint se cruzó de brazos. —De quién tenga el corazón más tranquilo ese día —dijo T’Challa, girando la cuchara de madera entre los dedos. Zen soltó una carcajada por nada en particular. Bucky lo miró y suspiró, como si ese sonido bastara para resumir la vida entera. La mesa quedó servida entre manotazos de niños, platos desparejos y vasos con dibujos. Comieron entre interrupciones, trozos que caían, jugo derramado y conversaciones truncas. Nadie pareció molestarse. Nadie dijo que faltaba sal. Nadie pidió que fuera perfecto. Sam miró a los otros dos por sobre las cabezas de sus hijos. Sonrió. —¿Esta era la receta secreta? —Tal vez nunca la escribimos —respondió T’Challa. —Pero la estamos viviendo —dijo Bucky, y levantó su vaso para brindar. No hicieron ruido con los vasos. Zen ya se había quedado dormido con la mejilla pegada a una servilleta manchada de salsa. Afuera, el día comenzaba a irse, y adentro, la cocina seguía oliendo a hogar.
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