DOS
12 de septiembre de 2025, 23:26
El calor del sol quemaba su piel. El ambiente seco no ayudaba en lo más mínimo; respirar se volvía cada vez más difícil.
Nunca se había considerado en mala forma, pero todo lo que había tenido que correr durante esa segunda semana era, sin duda, una tortura.
Su batallón estaba con él. Todos pagaban el castigo por no mantener el orden en las barracas.
Al frente de todos corría el que más destacaba. Había sido imposible no aprender su nombre, por la imponente presencia que ejercía sobre los demás.
Chase Wallas.
Tenía una condición física envidiable. Corría siempre en primera fila, sin mostrar la menor señal de agotamiento. Sudaba, sí, pero incluso eso parecía sumarle algo a su porte.
Marshall no pudo evitar sentir envidia. Verlo tan fuerte e impasible solo acentuaba su propio sufrimiento. Él estaba al final del grupo, junto a los que quedaban rezagados.
—¡Vamos, mariquitas! ¡Comiencen a cantar! —gritó el sargento por el megáfono desde uno de los vehículos. Su voz retumbaba como un látigo.
—¡Hasta mi abuela de ochenta años es más rápida que ustedes, bastardos!
Marshall sintió que su respiración fallaba. El aire no entraba bien en sus pulmones.
Llevaban casi seis kilómetros sin poder detenerse. Sus pies dolían, las piernas le temblaban.
—¡Vamos, muñecas! ¿¡Quieren que el equipo corra tres kilómetros más!? ¡Si se quedan atrás, eso pasará! —gritó el sargento, ahora más cerca.
Maldijo en silencio. Sabía que estaba entre los señalados.
Apenas habían avanzado un kilómetro más cuando tropezó con una piedra y cayó. Se raspó las manos y parte de la cara. Fue una caída brutal.
Escuchó las carcajadas del sargento a lo lejos.
Se volvió hacia él, sabiendo que ahora tendría que correr más para alcanzar al resto.
—¡Vamos, mocoso! ¡A este ritmo serás el primero en morir!
Se levantó tan rápido como pudo y siguió corriendo. Estaba muy atrás.
—Me temo que irás al entrenamiento extra. Regresa a las barracas. Pondré tu nombre en la lista.
—Pero...
—¿Alguna objeción, cadete? —La voz del sargento sonó dura como una piedra.
No se atrevió a decir nada más. Se puso en posición de atención y respondió:
—¡No, señor!
Claro que no quería estar en la lista. Estar ahí significaba ser un fracaso.
Lo pondrían junto a todos los que estaban fuera de forma, los que no podían seguir el ritmo. No quería eso.
—Puedes retirarte.
El vehículo se alejó, dejándolo solo en medio de la nada.
Marshall miró hacia atrás y suspiró, agotado. Tendría que regresar trotando si quería llegar antes que los demás... y evitar otro castigo por llegar tarde.