CUATRO
12 de septiembre de 2025, 23:26
Marshall estaba sentado junto a la ventana, observando a los demás cadetes. Sentía cierta envidia. Que lo hubieran enviado con el grupo de los no aptos había golpeado directo a su orgullo. Lo hacia sentir de cierta manera, avergonzado de si mismo.
Afuera corrían y hacían flexiones. Era un entrenamiento duro, liderado por el cadete Wallas. Si tuviera que adivinar, diría que ya había sido ascendido como líder del batallón. Lo cierto era que sus habilidades hablaban por sí solas. Tenía todo para guiar a los demás con firmeza.
Él, en cambio, estaba ahí. Aburrido.
Atrapado.
No se había enlistado en el ejército para perder el tiempo.
Miró a sus nuevos compañeros. Todos trataban de matar el aburrimiento como podían. No les permitían tener teléfonos, así que improvisaban juegos, estiraban conversaciones o simplemente se acostaban a mirar el techo.
Marshall no estaba ahí por vocación militar. Su meta era ser bombero. Si entraba al trabajo de bombero militar, estudiaba lo básico en medicina y después salía; su madre recibiría los beneficios médicos y él tendría una carrera a la que aferrarse en el mundo civil.
Sabía que quizá no era el mejor camino para lograrlo, pero alistarse era la forma más rápida de conseguir los beneficios médicos que su madre necesitaba. Y cada día que pasaba encerrado con ese cinturón rojo era un día más lejos de lograrlo.
Suspiró. Otra vez. Miró de reojo a Chase del otro lado de la ventana, quien no paraba de hacer flexiones. ¿Era humano? Qué envidia...
—Es como la sexta vez que te escuchamos suspirar, Marshall —dijo Zuma mientras jugaba con una pelota de peso—. Voy a empezar a creer que morirás sin aire antes de que termine el día.
—Ustedes... ¿no han pensado en entrenar? —preguntó. Su voz atrajo la atención de todos—. Ya saben... para salir de aquí.
—Pues... no es que no lo hayamos intentado —dijo Rubble, rascándose la nuca—. Los primeros días sí lo hicimos, pero... no sabíamos bien cómo. Hubo varios problemas.
Se rió con incomodidad. Marshall alzó una ceja. Dudaba si quería saber más.
—¿Y luego?
—Nos lastimamos —respondió Skye, encogiéndose de hombros—. Pensamos que lo mejor era parar hasta que un instructor viniera.
—¿Qué? ¿Solo se dieron por vencidos?
El silencio cayó de golpe. Todos evitaron su mirada, avergonzados. Marshall negó con la cabeza. No podía permitirse perder más tiempo. Pensó en su madre. No podía fallarle.
Se puso de pie y caminó hacia la puerta.
—¿A dónde vas? —preguntó Rubble.
—No pienso quedarme aquí mientras todos avanzan. Hablaré con el sargento. No debería estar haciendo esto.
—Marshall... sabes que estamos en medio de un conflicto político, ¿no? —intervino Zuma—. No nos tomarán en cuenta hasta que las cosas se calmen. Solo buscan que los mejores salgan lo antes posible.
—Yo soy capaz de más. Yo... necesito terminar pronto —dijo apretando los puños, y salió sin mirar atrás.
Después de pensarlo unos minutos, reunió el valor suficiente y se dirigió al sargento. Le explicó la situación, tratando de sonar firme. Le pidió, con respeto, que no descuidara al grupo. Que no entendía por qué no tenían un superior a cargo. Que necesitaban dirección.
El sargento lo miró confundido.
—¿No hay nadie con ustedes?
—No, señor.
—Pero eso no puede ser... Ya debieron haber sido asignados —dijo con el ceño fruncido. Luego suspiró—. No es posible... No te preocupes, muchacho. Yo lo arreglo.
Y se marchó, dejándolo allí, sin decir más.
Marshall no sabía qué vendría después.
Pero desde ese momento, todo estaba a punto de cambiar.