CINCO
12 de septiembre de 2025, 23:26
—¿En qué nos metiste, Marshall? —susurró Rubble mientras los cuatro permanecían en posición de atención, de pie frente a un hombre de mediana edad que los miraba con abierto disgusto. Caminaba con un bastón, cojeando visiblemente.
Un veterano.
—Me han llamado porque se quedaron sin personal. Hace poco me retiré, pero las reglas dicen que sigo siendo parte del servicio durante tres años más si se me necesita. Me enviaron a entrenar a una basura de escuadrón —dijo, paseando frente a ellos, inspeccionándolos con la mirada afilada.
—No soy su amigo. Quiero que eso les quede claro. No voy a actuar como su mamá diciéndoles qué hacer. Les enseñaré una vez, y ustedes van a aprenderlo. Si me hacen repetir algo, harán veinte flexiones. Si me lo hacen repetir otra vez, se duplican. Si llegan tarde, corren una vuelta completa a la base. Por cada error, habrá castigo. No quiero quejas. No quiero excusas.
Se detuvo justo frente a Skye.
—No habrá tratos preferenciales.
El sonido del bastón resonó seco en el suelo cuando detuvo su andar.
—Yo soy el sargento instructor retirado Carlos Hillside. Para ustedes, solo Sargento. —Su voz fue tan firme que ninguno se atrevió a contestar fuera de turno.
—¡Sí, Sargento! —gritaron todos al unísono.
El hombre esbozó una media sonrisa.
—Que comience la diversión.
_______________________
No era divertido. Era doloroso.
Al menos eso pensaba Marshall mientras hacía su flexión número setenta y nueve. Sus brazos temblaban, y el ritmo con el que bajaba y subía era cada vez más lento. Aun así, sabía que no le estaba yendo tan mal como a Rubble y Skye.
Ambos recibían los gritos del sargento de frente. Marshall alcanzó a entender por qué Skye, siendo mujer, no podía seguir el mismo ritmo. Pero el sargento no parecía tener la más mínima intención de hacer distinciones. Y Rubble... simplemente no podía con su propio peso.
Zuma y él, por el momento, se mantenían a salvo.
—¡Vamos! ¿¡Acaso quieren seguir siendo el hazmerreír de toda la base!? —gritó Hillside, acercándose a sus rostros con furia.
Skye lloraba bajo la presión, pero no se detenía. Aunque sentía los brazos adormecidos, seguía empujando con lo poco que le quedaba.
—¡No, señor! —respondió ella con un grito que le salió desde el fondo del estómago.
—¡¿Y tú?! ¿¡VAS A DEJAR QUE TE LLAMEN KING KONG!? —espetó ahora a Rubble, cuya cara estaba completamente roja del esfuerzo—. ¡HAGAN CINCO MÁS O TODOS REINICIARÁN!
Marshall tragó saliva y no esperó. Empezó a hacerlas junto con Zuma. No estaba seguro de que los otros dos lo lograran, pero si fallaban... no sabía si podría levantar los brazos para empezar otra vez.
—¡VAMOS! ¡VAMOS! —gritaba el sargento como si les gritara al alma.
Y lo lograron.
Skye se dejó caer al suelo, temblando. Lloraba, respirando con dificultad. Su cuerpo simplemente no podía más.
Marshall la miró. Sintió pena. Era evidente que no estaba fingiendo. Lo había dado todo.
Ese día había sido una tortura. Dos kilómetros corriendo al inicio, luego un circuito de pesas para brazos y, finalmente, flexiones sin parar.
Era demasiado.
—Te odio, Marshall... —dijo Skye entre lágrimas, con la voz quebrada mientras sorbía por la nariz.
Él sintió algo de culpa, por un instante. Pero luego recordó por qué lo había hecho.
Si no pedía ayuda, si no tenían instructor, estarían estancados por semanas. Y cada semana que pasara era una semana más sin el beneficio médico que su madre necesitaba.
No podía permitirse esperar.
—Tú te metiste en esto al enlistarte, Skye —dijo, sin rastro de remordimiento.
Ella lo miró con rabia. Pero él no bajó la mirada.
Una mujer en el ejército... ¿Qué esperaba?