ID de la obra: 888

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Mezcla
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planificada Mini, escritos 267 páginas, 72.620 palabras, 58 capítulos
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SEIS

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—Así que... por esta razón te enviaron aquí —dijo el Sargento, con la mirada fija en la gran piscina frente a él—. No sabes nadar y le tienes miedo a la profundidad. Marshall observó al hombre, intentando adivinar qué pasaba por su mente al ver el inmenso cuerpo de agua. No tuvo que esperar mucho. De pronto, el Sargento empujó a Zuma desde la plataforma. El grupo se quedó helado al ver al chico caer. El único que no mostró sorpresa fue el Sargento, que consultó su reloj con total calma. —Tiene tres minutos antes de perder el conocimiento —murmuró. Un murmullo recorrió al grupo, pero solo Rubble se atrevió a hablar. —Señor... Zuma no sabe nadar. No creo que... Fue empujado también, cayendo al agua con el mismo golpe sordo. —Ups. ¿Alguna otra objeción? —preguntó el Sargento con tono burlón. Ni Marshall ni Skye dijeron una palabra. —Bien. Ahora observen. Señaló con su bastón hacia el agua. Rubble emergía, arrastrando a un Zuma que tosía con fuerza. Ambos alcanzaron la orilla, jadeando. —Ahora siguen ustedes —dijo el Sargento, mirando a Marshall y Skye—. ¿De verdad pensaban que no iban a saltar? No sean ingenuos. O lo hacen ustedes... o los lanzo yo. No tuvieron opción. Cayeron al agua igual que sus compañeros. Mientras salían empapados, el Sargento descendió tranquilamente de la plataforma hasta acercarse. —Muy bien, florecillas. Hoy van a aprender a nadar —dijo, con una voz que heló la sangre de todos, especialmente a Zuma—. Si antes eran unos inútiles, yo los voy a convertir en lo mejor de lo mejor. De aquí no salen sin saber nadar. ¿Entendido? —¡Sí, Sargento! —gritaron al unísono. Lo que empezó como una prueba brutal terminó convirtiéndose en una clase técnica. El Sargento explicó con precisión los estilos de nado, los errores comunes, y los hizo practicar una y otra vez. Cada vez que alguien fallaba una brazada o un movimiento, salía del agua a hacer diez lagartijas. Al principio pensaron que sería solo un día duro, pero al ver que Zuma no lograba mantenerse a flote correctamente, el entrenamiento se extendió tres días. Durante ese tiempo, los cuatro se esforzaron al máximo. Zuma, en especial, no quería ser la carga del grupo. Al finalizar el tercer día, el Sargento los reunió. —Tienen dos opciones —dijo con voz firme—. Decídanlo juntos. Podemos extender el entrenamiento una semana más, o pueden dejar aquí al que representa el problema, mientras los demás pasan al siguiente nivel. Todos lo miraron. Luego se miraron entre sí. Todos... menos Zuma. Sabía que esa decisión tenía su nombre escrito. —Claro que, si eligen lo segundo, él se quedará solo —añadió el Sargento—. Y avanzará después, cuando lo logre. El grupo guardó silencio. La duda se instaló entre ellos. Marshall pensó en su madre, en el tiempo que perdía allí... ¿Debía pensar solo en sí mismo? Skye rompió el silencio. —Yo creo que debemos quedarnos juntos —dijo con la voz temblorosa, pero decidida—. Zuma puede aprenderlo en una semana. Yo puedo ayudarle. No es justo que se quede solo. ¡No es justo que nos separemos! Sus palabras tocaron a Rubble, que asintió con firmeza. —Yo... también estoy de acuerdo. Marshall suspiró. Ya estaba decidido. Por más que no quisiera, tendría que quedarse con esa decisión. —Supongo que debemos mantenernos unidos. Así empezamos... y así terminamos, ¿no? Zuma los miró sorprendido, con una sonrisa nerviosa que no pudo contener. —Chicos... no tenían por qué hacer esto por mí. —Sí tenían —interrumpió el Sargento, más serio que nunca—. Esto es lo que se espera de ustedes. Son compañeros desde que fueron asignados al mismo batallón. En el campo de batalla, solo tendrán al otro para confiar su vida. Si no están unidos... morirán. Me alegra que lo hayan entendido. Miró su reloj. —Descansen. Continuamos mañana. Salieron del área de entrenamiento, empapados y agotados. Se cambiaron y caminaron hacia las barracas. Skye fue al baño de mujeres, y los chicos la esperaron afuera. Cuando por fin estuvieron todos juntos, reanudaron la caminata. —Entonces... ¿no dejaremos a ninguno atrás? —preguntó Rubble, rompiendo el silencio. —Parece que no —respondió Marshall—. Ya lo oíste. El Sargento fue claro. Somos compañeros. —¿Ni siquiera a mí? —dijo Skye con una sonrisa tímida. Era la más pequeña, la más frágil físicamente. —Pues... —empezó Marshall, pero Zuma lo interrumpió. Él no quería. —¡Claro que no, boba! ¿Cómo vamos a dejarte? Ya eres parte del equipo. Le pasó un brazo por los hombros en tono de broma, destacando la diferencia de estatura. —¡Tonto! —protestó ella, liberándose al instante. Todos rieron. Por primera vez en días, sonaban como un verdadero grupo. Marshall sintió algo cálido en el pecho. Era la primera vez, desde que había llegado, que algo se sentía... realmente humano.
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