SIETE
12 de septiembre de 2025, 23:26
—¿Qué es lo que estoy viendo? —preguntó Rubble, mirando con incredulidad a Marshall y Skye.
—Es Zuma... —respondió Skye, casi con asombro, mientras observaba la piscina.
—¿Nadando? —Marshall apenas podía creerlo. Cada brazada de Zuma era limpia, firme. Iba a un ritmo tan fluido que parecía un profesional. —¿Está nadando en estilo libre? ¿Desde cuándo...?
—¿Cuándo ocurrió esto? —Rubble comenzó a caminar hacia donde Zuma terminaba su circuito. —Hace solo unos días no sabía nadar... y ahora es... impresionante.
El Sargento los esperaba cerca, observando a Zuma, quien salía del agua con una confianza completamente nueva.
—Zuma ha aprendido a nadar. Podemos pasar al siguiente nivel —anunció con tono neutro, como si siempre hubiese sabido que ocurriría.
—¿Pero... cuándo pasó todo esto? —preguntó Marshall, confundido, mirando al Sargento y a Zuma alternativamente.
El hombre miró primero a Zuma, luego a Marshall y Skye, y respondió con calma:
—Vino a mí hace cuatro noches. Dijo que no quería que se quedaran atrás por su culpa. Me pidió entrenar por las noches, mientras ustedes dormían. Y eso hicimos.
La frialdad en la voz del Sargento contrastaba con lo que acababa de revelar. Marshall volvió a mirar a Zuma y entonces notó las ojeras marcadas bajo sus ojos.
—¿Hizo todo esto por nosotros? —preguntó, casi en voz baja. Durante días había visto a Zuma como el irresponsable del grupo. Pero verlo ahora... le dejó claro que se había equivocado.
—Somos un equipo —respondió Zuma, con una sonrisa modesta—. No iba a permitir que se quedaran atrás. Nuestro objetivo es volver a la brigada. Y lo haremos juntos.
Su sonrisa era cálida, honesta. Marshall sintió una punzada en el pecho. Era la primera vez, desde que había llegado, que algo lo conmovía de verdad.
—Vamos a descansar —dijo Zuma, frotándose los ojos—. La falta de sueño me está matando.
—Yo tomaré tu turno en la guardia esta noche. Si hubieras dicho algo, habríamos cambiado turnos para que descansaras más —lo regañó Rubble, mientras lo ayudaba a salir del agua.
—Había que mantener el factor sorpresa —respondió Zuma con una sonrisa cansada.
Los cuatro caminaron juntos hacia las barracas. El Sargento los observaba desde lejos, con una expresión que por primera vez parecía una sonrisa.
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—¡Vamos, florecillas! ¡Corran más rápido, sé que pueden! —El Sargento gritó con fuerza, su voz imponente retumbando sobre el campo de entrenamiento.
El equipo estaba en el circuito de obstáculos, intentando mantenerse unidos. Sin embargo, eso se volvía cada vez más difícil, especialmente para Skye. Las paredes eran demasiado altas para ella, mucho más de lo que sus piernas cortas podían cubrir en un solo impulso.
Cada intento terminaba igual: un resbalón, un golpe contra la madera, y una frustración creciente. Uno de los últimos intentos le dejó un raspón en la barbilla que ardía con cada palabra.
Finalmente, se quedó parada frente a la pared. Respiraba con rabia. Cerró el puño y golpeó la madera con fuerza, enrojeciendo su mano.
—¿Skye? —Marshall la miró, extrañado de que no intentara otra vez.
—Continúen sin mí —dijo ella sin mirar a nadie, con el rostro apagado—. Solo los estoy atrasando. No puedo subir esta pared. No importa cuánto lo intente... ¡Soy demasiado pequeña!
—Con esa actitud nunca lo lograrás, mocosa —el Sargento apareció a su lado, caminando con paso firme, su bastón sonando contra la tierra seca—. Sobre todo cuando crees que tu estatura es el impedimento.
—Con todo respeto, Sargento... —Skye levantó la vista, aún con el rostro caído—. Mi estatura es el impedimento.
—Tu verdadero impedimento es tu falta de fuerza mental —replicó él, con tono frío—. ¿De verdad crees que conseguirás algo si ya estás convencida de que vas a fallar? Entonces siéntate. Ríndete. Quédate con tu excusa de ser una inútil.
El comentario cayó como una piedra entre todos. Nadie se atrevió a intervenir. Skye seguía mirando al suelo, paralizada. No esperaba un regaño tan crudo... ni tan certero.
Pero el Sargento no había terminado.
—O puedes intentar algo distinto. Demuéstrate que eres tan capaz como cualquiera. Que ni tu tamaño ni tu mente son un obstáculo. Mira a tu alrededor, cadete. Aquí hay más de lo que parece. Si en el campo de batalla tienes que improvisar, más vale que empieces desde ya.
Skye levantó la mirada. Esta vez, con más atención. Miró los detalles de la pared. Vio que no era completamente lisa. Había pequeñas marcas, desgastes, líneas irregulares. Algo dentro de ella se encendió.
—Creo que tengo una idea... —susurró, más para sí misma que para los demás.
—Habla claro, cadete —ordenó el Sargento, severo.
Skye enderezó la espalda, respiró hondo y dijo con decisión:
—¡Tengo una idea, Sargento!
El hombre asintió, una ligera sonrisa curvando su rostro.
—Entonces, vuelvan a empezar.
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El escuadrón retomó el circuito. Esta vez, más sincronizados. Al llegar a la pared, Skye no dudó. Corrió con determinación, usó una de las hendiduras como apoyo, se impulsó con fuerza y escaló con agilidad.
—¡Lo logré! —gritó desde lo alto, con una mezcla de sorpresa y emoción en su voz.
—¡Eso es increíble, Skye! —exclamó Zuma, abrazándola con entusiasmo cuando descendió.
Ella, aún jadeando, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Miró al Sargento, que la observaba desde abajo con una expresión extrañamente cálida.
—Has pasado tu mayor prueba —pensó, mientras la calidez de la victoria la envolvía por completo.