OCHO
12 de septiembre de 2025, 23:26
—¿Sargento? ¿Está todo bien? —preguntó Marshall, acercándose al hombre. Habían estado corriendo durante un buen rato, pero el Sargento estaba más serio de lo habitual. No soltaba insultos ni bromas como solía hacer, lo cual inquietó al albino.
El Sargento apretaba el bastón con fuerza, sus manos firmes sobre él. Marshall notó de inmediato el gesto: era una señal clara de preocupación.
—La situación política del país está empeorando —dijo con tono grave—. Nos informan que es probable que estalle una guerra entre el norte y el sur.
Marshall frunció el ceño. La seriedad en la voz del Sargento era inconfundible.
—¿Eso significa... podrían desplazarnos? —preguntó, temiendo la respuesta. Si los desplazaban, sería porque existía una alta probabilidad de que enemigos atacaran la base.
—Si eso sucede... —el Sargento dejó una pausa mientras miraba a sus cadetes—, los enviarán más al norte, tal vez cerca de alguna bahía, donde podrían seguir entrenando. Pero para eso deben estar integrados en la brigada. Si siguen siendo solo un escuadrón... no los moverán.
Marshall comprendió al instante la gravedad de sus palabras. Debían estar listos para ingresar a la brigada cuanto antes. De lo contrario, quedarían atrapados en una base vulnerable, en medio de un posible conflicto armado.
—Sargento... —murmuró, preocupado.
—No pasará —interrumpió el Sargento, girando ligeramente la cabeza para mirarlo con firmeza—. Les hice una promesa, cadete. Se convertirán en los mejores. Pero no tenemos mucho tiempo.
Marshall asintió, absorbiendo cada palabra. Luego miró a sus compañeros, que llegaban agotados tras correr seis kilómetros. Estaban extenuados, pero intuía que eso no sería suficiente para lo que se avecinaba.
El Sargento comenzó a caminar entre ellos, evaluándolos con la mirada. El sonido seco de su bastón golpeando el suelo parecía marcar el ritmo de su determinación. Se detuvo frente a Rubble.
—Es tu turno, cadete —dijo con tono incuestionable—. Tomarás esos discos y los colocarás sobre el deslizador. Es un peso total de 80 kilos. Lo llevarás desde el punto A hasta el punto B. Luego el cadete Byce lo moverá de B a C, y así sucesivamente hasta regresar al punto A.
Los cadetes se miraron entre sí, dudando. Ochenta kilos no era poco, y la distancia era de cien metros por tramo. Nadie se sentía del todo seguro de poder con eso.
—No hay opción, chicos —dijo Rubble, con una sonrisa nerviosa—. Tenemos que hacerlo.
Mientras Rubble se preparaba, el Sargento los observaba con atención. Cada cadete tenía su fortaleza: Rubble era pura fuerza bruta, Marshall destacaba por su velocidad, Skye por su inteligencia táctica, y Zuma por su agilidad. El balance era bueno, pero aún no era suficiente. Pronto regresarían a la brigada... y ahí no habría segundas oportunidades.
Al completar la prueba, los envió directamente al circuito de obstáculos, seguido de un entrenamiento acuático: nadar de una orilla del río a la otra. Luego, aprenderían a construir un puente de cuerda funcional. Más tarde, les enseñó lo básico en supervivencia, cómo moverse con sigilo, y cómo trabajar en equipo bajo presión. Asignó roles claros para cada uno.
Finalmente, cuando el sol comenzaba a caer, el Sargento habló:
—Bien, cadetes —dijo con seriedad—. Esta será la última semana que los tendré conmigo. Durante estos días, aprenderán primeros auxilios básicos, y nos enfocaremos en correr, levantar peso y fortalecer cada músculo que tengan. Solo entonces los marcaré como listos para regresar.
Los cuatro lo miraban, agotados pero atentos.
—Quiero que den todo. Porque una vez que estén con los demás... el entrenamiento será aún más duro. ¿Quedó claro?
—¡Sí, Sargento! —respondieron al unísono, sin dudar.
—Bien.
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—¿¡Eso es todo lo que puedes cargar!? —rugió el Sargento desde un costado, observando con severidad a Rubble, quien luchaba por mantener los 170 kg en sus brazos.
El peso era descomunal. La barra subía una vez, pero al bajarla, los brazos de Rubble temblaban de manera alarmante. Apretó los dientes. Sabía que no podría sostenerla mucho más. Sus músculos ardían, el sudor caía por su frente como una lluvia constante.
Nunca imaginó cargar una cantidad tan absurda. Por un momento se sintió como en una película de acción, como el típico "chico fuerte" al que todos admiran... pero esto no era una película. Esto era real. Y dolía.
Estaba rodeado por sus compañeros, todos gritándole para que no se rindiera. El Sargento no se detenía, su voz era como un martillo golpeando su voluntad:
—¡Vamos! ¡¡Vamos, cadete!! ¡¡Tú puedes más!!
No era solo un entrenamiento físico. Era una prueba de resistencia mental. Cada segundo con la barra sobre sus hombros lo empujaba más allá de sus límites.
Marshall, Zuma y Skye observaban con el corazón en un puño. Cada uno sabía que ese peso no era solo físico. Había algo más cargando sobre los hombros de todos.
Ya habían pasado dos días desde la conversación entre Marshall y el Sargento después de la corrida. Desde entonces, algo cambió. La mirada del Sargento era distinta. Más dura. Más... preocupada. Marshall también había estado más callado. Menos bromas, menos palabras. Más observador.
Rubble no podía quitarse esa imagen de la cabeza. Algo se avecinaba. Algo grave.
Y aunque no conocían los detalles, el entrenamiento lo decía todo. Era cada vez más duro. Más exigente. Como si se estuvieran preparando para algo más grande. Algo urgente. Algo fuera de su control.
Pero no había tiempo para dudar.No había espacio para el miedo.No había opción para rendirse.
Era momento de cargarlo todo... o romperse.