NUEVE
12 de septiembre de 2025, 23:26
—Eso ha sido todo lo que puedo enseñarles. A partir de hoy... regresan a la brigada.
El Sargento hablaba con su tono habitual, firme, aunque había algo distinto en su mirada. Se encontraban en la sala de pesas, el lugar que había sido su centro de entrenamiento desde el primer día. Ahora, a las 5:20 de la mañana, el cielo aún no mostraba señales de amanecer, y el frío se colaba por los pasillos del cuartel, calando hasta los huesos.
Los cuatro cadetes se miraron entre sí. Nadie sabía si era momento de despedirse o simplemente dar la vuelta e irse. Fue Marshall quien rompió el silencio.
—Gracias, Sargento... por todo.
—Sí —añadió Rubble con sinceridad—. Le demostraremos que valió la pena haber salido de su retiro para entrenarnos.
Zuma y Skye asintieron también, aliviados de haber superado lo más duro... pero sabiendo que lo que venía podía ser incluso más exigente. Gracias a ese hombre, habían aprendido a mantenerse firmes, a enfrentar el miedo, y a buscar la mejor versión de sí mismos. Algo que jamás habrían descubierto en sus antiguas vidas como civiles.
—No hay nada que agradecer —respondió el Sargento, su voz grave, pero extrañamente cálida—. Ese es mi trabajo. Soy un instructor, después de todo.Ahora váyanse. El entrenamiento en la brigada empezará pronto.Hagan lo mejor que puedan... vuélvanse los mejores... y no mueran.Son todos demasiado jóvenes como para partir antes que yo.
Tras eso, se dio media vuelta y comenzó a caminar. El eco seco de su bastón golpeando el suelo fue lo último que quedó de él.
La sala quedó en silencio. Un silencio pesado, extraño. Hasta que Zuma lo rompió:
—Tenemos que irnos si queremos llegar a tiempo.
Nadie discutió. Salieron rumbo al campo principal de la base, donde al menos cien cadetes ya estaban reunidos. El murmullo general era constante; aún faltaba para el saludo a la bandera, y muchos mataban el tiempo conversando.
Pero todo cambió cuando ellos aparecieron.
Uno a uno, los ojos comenzaron a posarse sobre ellos. Las voces bajaron. Los murmullos se convirtieron en susurros. Algunos los reconocieron de inmediato. Otros parecían sorprendidos de verlos de regreso. Y algunos no tardaron en soltar burlas.
Marshall escuchaba fragmentos al pasar:
—"¿Son esos los de cinta roja?"—"No duraron ni una semana, y ya volvieron..."—"Mira, la niñita regresó..."
Ignoró todo. Caminó firme hacia su posición, junto con su escuadrón.
A las 6:00 en punto, la trompeta sonó, marcando el inicio oficial del día. El silencio fue inmediato, casi solemne. La bandera se alzó lentamente por el asta, y cuando alcanzó la cima, los líderes de compañía dieron la orden:
—¡Atención!
De forma automática, sus manos se colocaron a los costados y sus espaldas se enderezaron. No necesitaban pensarlo. Ya era instinto.
Minutos después, los líderes anunciaron la prueba del día: la evaluación mensual de aptitud física.
La misma prueba que, tiempo atrás, los había aplastado y condenado a ser marcados con la cinta roja.
Nadar. Resistir. Correr. Cargar peso. Agilidad. Todo otra vez.
Pero esta vez... eran distintos.
Marshall se giró hacia su equipo con una sonrisa decidida.
—¿Están listos, chicos?
Los tres lo miraron con el mismo fuego en la mirada.
—Listos —respondieron al unísono, con sonrisas desafiantes.
Ya no eran los mismos cadetes de antes.Esta vez, iban a demostrarlo.
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—¡Vamos, Zuma! ¡Rápido, rápido! —Las voces de Marshall, Skye y Rubble resonaban con fuerza junto a las de otros cadetes, todos eufóricos al final de la piscina.
En cuanto la mano de Zuma tocó el borde, sus compañeros estallaron en vítores. El moreno salió del agua con una sonrisa de orgullo, dejando a un lado la réplica del arma que debía arrastrar hasta el final del carril. Había nadado con soltura, su talento natural brillando más que nunca.
Habían pasado la prueba, pero el segundo mejor tiempo le pertenecía a Zuma.El primero... era de Chase Wallas.
Los cuatro se abrazaron con alegría, hasta que Marshall, por un instante, se distrajo. Desde la otra esquina de la piscina, Chase se secaba con una toalla. Su piel trigueña brillaba por el reflejo del agua, pero lo que más llamó la atención de Marshall fue que estaba solo. Nadie lo felicitaba. Nadie lo rodeaba.
Marshall se quedó mirándolo más tiempo del necesario, distraído por su atractivo... hasta que sintió que lo jalaban del brazo.
—¡Vamos, Marshall! —dijo Rubble, llevándolo hacia la segunda piscina.
Era la misma en la que el sargento los había arrojado al principio del curso, la más profunda del lugar.
La siguiente prueba parecía sencilla al explicarla, pero no lo era: debían colocarse unas gafas de buceo llenas de agua y acostarse en el suelo, junto a la piscina, aguantando sin ahogarse. Muchos lo intentaban y fallaban. Quienes lo lograban eran llevados a una segunda línea, donde debían hacer abdominales y lagartijas sin quitarse las gafas.
Cuando fue el turno del escuadrón, descubrieron lo difícil que era en realidad.
Marshall sintió cómo el agua intentaba colarse por su nariz. Apenas podía ver, sus ojos ardían, y tenía que contener la respiración para no atragantarse. El agua en las gafas hacía imposible mantener la calma... hasta que una idea lo golpeó:
"Respira por la boca, idiota."
Lo hizo. El cuerpo se le relajó de inmediato. El corazón comenzó a desacelerarse, y logró mantenerse firme hasta que los instructores marcaron el final. Las gafas fueron retiradas. Giró rápidamente la cabeza: su escuadrón estaba bien. Todos habían pasado.
Pero lo más difícil aún estaba por venir.
Lagartijas. Con las gafas llenas de agua puestas.
Marshall se puso en posición, al lado de Rubble. Estaba al borde del grupo... hasta que una figura se colocó a su lado.
Giró la cabeza.Chase.
Ojos color miel, inexpresivos. Marshall no dijo nada. Tampoco Chase. Se acomodaron en posición, los pechos apenas tocando el suelo, las manos firmes a los costados.
—Uno. Dos. Empiecen.
Y todos comenzaron.
Marshall subía y bajaba con fuerza, manteniendo el ritmo. Para su sorpresa, no se quedaba atrás. A su lado, Chase parecía igual de enfocado. Su respiración era contenida, pero acelerada. A diferencia de Rubble, que jadeaba como si corriera una maratón.
Una sensación de rivalidad se encendió en el pecho de Marshall.
"Estoy al lado del mejor de la compañía... y le estoy siguiendo el paso."
No pudo evitar sonreír. De pronto, sus movimientos se hicieron más rápidos. El ardor en sus brazos crecía, pero no podía detenerse. Notó que Chase también aumentaba el ritmo.
Competencia silenciosa.
—¡Tiempo!
Todos se detuvieron, exhaustos pero satisfechos. Primer día superado. Faltaban dos más.
Chase se levantó, sacudió los brazos y se alejó sin decir una palabra.
Marshall lo miró irse, algo molesto por esa actitud tan indiferente.Pero también... satisfecho.
Quizá, solo quizá... había sido más rápido que Chase.