DIECISIETE
12 de septiembre de 2025, 23:26
Skye se movía de un lado al otro, tomando compresas y alcohol.Marshall, Rubble y Rocky estaban sentados en la cama de la enfermería.
Esa mañana, después de desayunar, habían sido interceptados por la chica con miles de preguntas. Al principio creyó que se habían peleado entre ellos, pero tras escuchar la explicación de Zuma, comprendió que todo se trató de un complot.Lo que más le pareció extraño fue ver a Rocky ahí sentado con los otros dos, tan golpeado como se puede estar.
Al mismo tiempo que miraba a Rocky, notaba cómo Zuma se movía con nerviosismo o preocupación. Tanto, que hasta a ella le contagió los nervios.
—¡Zuma! ¿¡Puedes quedarte quieto!? —No quiso gritar, pero no se vio con otra opción.Funcionó, porque no solo Zuma se detuvo, sino que los demás quedaron en silencio.—Me exalté. Perdón. Ahora... ya están todos curados, así que tenemos que regresar antes de que manden a alguien por nosotros.
—¿Sabes cuál es el siguiente entrenamiento? —preguntó Rubble, poniéndose de pie mientras se estiraba.
—Gas lacrimógeno.
La habitación se quedó en un silencio sepulcral.
—Estás jodiendo —se animó a hablar Rocky esta vez.
—No. Es en serio. Está en el horario de la semana.
Los cuatro chicos se miraron entre sí y tragaron saliva. Sonaba como algo muy duro, lo cual disparaba la ansiedad de todos.
—Bien... creo que debemos irnos ahora —dijo Marshall, dirigiéndose a la puerta. Al salir, los demás lo siguieron.
En la formación, comenzaron a explicarles cómo funcionaban las máscaras de gas, y cómo, después de eso, tendrían que soportar ser rociados con gas pimienta en los ojos, para que supieran cómo se siente cargar con sus efectos.
Sonaba a tortura, pero era parte esencial del entrenamiento.
Cuando dio inicio, todos entraron en la cámara de gas, donde tendrían que poner a prueba su velocidad para colocarse la máscara. También debían aguantar varios minutos ahí dentro con la máscara puesta. Si había sido colocada correctamente, sería evidente.
Una pequeña campana sonó, indicando el inicio de la salida de gas en la habitación. Todos se apresuraron a preparar sus máscaras.
Muchos comenzaron a toser con fuerza al aspirar el gas.
Marshall fue uno de ellos.
La torpeza en sus manos y en su ser causó que la máscara se le resbalara al menos dos veces mientras intentaba ensamblarla. El gas no tardó en hacer de las suyas, invadiendo el sistema de los cadetes que aún no la tenían puesta.
Skye le hacía señas a Marshall para que se apurara, notando su desesperación... y contagiándosela.
Su tos se volvió imparable, mientras arcadas amenazaban con hacerlo vomitar en cualquier momento.Los efectos eran fuertes: le ardían los ojos, le quemaban la garganta y el pecho.
Se estaba volviendo peligroso.
Estuvo a punto de rendirse. De dejar la máscara en el suelo y salir por la puerta hacia el exterior, fallando la prueba.
Digo estuvo, porque si no fuera por el cadete a su lado, que tomó su máscara y la ensambló con rapidez, quizá estaría desmayado en ese momento.
El cadete le ayudó a ponérsela correctamente en el rostro.
Marshall, aún ahogado en lágrimas, tos y ardor, parpadeó con fuerza para intentar ver a través del picor que le nublaba la vista.
Y entonces logro ver unos ojos que por observar tanto, logró reconocer.
—¿Tú...? —murmuró, con la voz rasposa y apenas audible dentro de la máscara.
Frente a él, con la expresión tensa por el gas pero los ojos perfectamente enfocados en él, estaba Chase.
Chase.
Ese imbecil arrogante.
Ese imbecil arrogante acababa de salvarle el pellejo.
—Eres tan torpe que ni eso puedes hacer solo —murmuró Chase, ajustándole la correa de la máscara con una firmeza casi irritante, parado frente a el... cuidando de él. —. ¿No quieres que respire por ti también, acaso?
Su tono de voz sonó tan burlesca y seria que le hizo hervir de rabia por el obvio sarcasmo.
Marshall quiso responder algo, insultarlo, empujarlo, escupirle aunque fuera el alma.Pero el ardor en la garganta se lo impidió.
Y Chase, como si no fuera gran cosa, ya se estaba alejando, volviendo a su posición anterior sin mirar atrás. ¿Se había movido por él? ¿Salió de su posición mandatoria por él?
Marshall se quedó quieto, su cuerpo temblando, sus puños apretados, no solo por el gas, sino por esa mezcla extraña entre humillación... y algo más.
Rabia, sí.
Orgullo herido, también.
Pero en el fondo —muy en el fondo— había algo parecido a gratitud. Claro que, preferiría estar muerto antes que admitirlo.
Cuando terminó la prueba, la campana volvió a sonar para hacerlo salir al aire libre, Marshall se quitó la máscara y escupió al suelo, casi vomitando. Tosía todavía con fuerza, el rostro enrojecido por la irritación.
Sus manos picaban por golpear a alguien.
A quien fuera.
Pero sobre todo, a él.
A Chase. ¡UGH! ¡Lo odiaba tanto!
Chase estaba a unos metros, como si nada, recuperando el aliento con los brazos en la cintura y esa maldita expresión indiferente y tan jodidamente atractiva.
Marshall lo fulminó con la mirada mientras se sentaba en el pasto al sentir como sus piernas le fallaban. Chase lo notó.
—¿Qué? —dijo, con media sonrisa ladeada—. No tienes que darme las gracias, albino.
—No pensaba hacerlo, presumido.
Chase se encogió de hombros.
—Perfecto. No me interesa que lo hagas.
Y se fue, quizá molesto.
Así de simple. Como si no hubiera hecho nada importante. Como si no acabara de salvarlo de rendirse, de irse, de ser enviado nuevamente a la prueba el día siguiente. De repetirlo uno y otra vez.
Marshall lo miró alejarse. Apretó los puños y después tomó tierra del suelo con rabia.
Porque no lo entendía.Porque lo odiaba.Y porque, por primera vez, odiaba no poder odiarlo del todo.
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Después de la prueba les dejaron ir a su hora de almuerzo. Para muchos era incongruente puesto que el gas causó cientos de vómitos. Pero ahí estaban. Las bandejas metálicas tan familiares hacían ruido por ser puestas en las mesas. Conversaciónes y risas. La tensión habitual entre los cadetes al saber que seguiria después.
Marshall se sentó con Rubble y Zuma, como siempre. Skye aún no llegaba, puesto que tuvo que ir al baño por su extraña obsesión de mantener su cabello pulcramente agarrado.
Rocky estaba al final del salón, solo, con esa expresión de "no me hablen" marcada en la cara y sus golpes, que lo hacian verse mas rudo. Verlo sin Quinn a su lado fue extraño y en general, el verlo apartado del grupo de imbéciles comandando por Chase era aún más raro.
Marshall estaba tan cansado que no pudo evitar que su cabeza se mantuviera baja. Su rostro aún le dolía. Sabia que tenía el pómulo inflamado, un corte en el labio, y un ligero moretón bajando por el cuello. Pero nada de eso se veía tan mal como los hematomas de su pecho y abdomen. Claro que, el dolor no era nada que no pudiera soportar, pero sí lo suficiente para atraer algunas miradas discretas.
Él las ignoraba. No quería dar explicaciones después de la noche tan terrible que tuvo.
Entonces, Chase apareció. Tan inesperado para él como para sus amigos.
Sin aviso, sin una palabra, se sentó frente a él. Su bandeja cayó con un golpe seco sobre la mesa. Rubble levantó una ceja. Zuma pareció tragar saliva más fuerte de lo normal, nervioso por tenerlo a su lado.
¿Que verga hacia el imbecil ese frente a él?
Marshall ni lo miró, sabiendo que su propio humor estaba tan horrible que terminaria golpeandolo. No quería más problemas, especialmente en la cafeteria con sus sargentos resguardando.
—No esperaba que aguantaras el gas —dijo Chase, mientras partía un pan con las manos—. Pensé que saldrías llorando como los otros.
Su tono sonó con... ¿admiración?
Marshall alzó la vista con lentitud, listo para responder de manera grosera como siempre, pero no lo hizo.Porque Chase lo estaba mirando.
Fijamente.
Oh, dios.
Sus ojos no estaban puestos en la comida. Ni en Rubble a su lado. Ni siquiera estaba en su típica pose de 'ser' superior.
Estaban puestos en él.
En Marshall.
En su rostro.
Marshall frunció el ceño y habló con agresividad.
—¿Qué?
Chase no respondió de inmediato.
Se inclinó un poco hacia adelante, sus ojos entrecerrados.No tenía esa sonrisa burlona característica de él en los labios.Ni siquiera estaba sonriendo. Su ceño se había fruncido fuertemente.
—¿Qué mierda te pasó? Te ves horrible.
Marshall retrocedió ligeramente, por puro instinto e hizo una cara de pocos amigos.
—Que te valga.
—¿Alguien te golpeó? —dijo Chase, ignorando la evasiva—. No fue en ningún entrenamiento... Tú no terminaste tan mal. Eso fue personal. ¿No es así? —Miró a su lado, donde Rubble estaba lleno de magulñaduras también. —Ah... fue King-Kong... creí que eran amigos.
Zuma bajó la mirada. Rubble apretó la mandíbula.
—Yo no le hize eso. —La rabia en la voz de Rubble mostraba cuanto trataba de mantenerse calmado y no gritar. —Todo esto lo hicieron unos idiotas mientras hacía guardia.
Chase lo entendió.
Su expresión cambió por completo. La mirada de superioridad se habia esfumado. Solo mostraba molestia. Silencio.
—¿Quién fue?
Su voz sonó demandante.
—¿Qué te importa? —espetó Marshall, ahora con un tono más duro—. No fuiste tú, ¿verdad?
Chase lo miró como si esa pregunta lo hubiera ofendido más de lo que admitiría.
—Si fuera yo, estarías peor, albino.
Marshall se tensó. Rubble se movió un poco en su silla, incómodo.
Pero Chase no sonrió. Ni hizo una broma. Su expresión seguía igual de oscura.Y por un segundo, Marshall pensó que... parecía molesto. De verdad. Pero... ¿Por qué?
—No me gustan las emboscadas. —La voz de Chase fue baja, como una advertencia. Como si se hablara a sí mismo más que a ellos—. Si alguien va a dejarte así, será de frente. No en la oscuridad, mientras duermes. No con la posibilidad de no poder defenderte. Porque digo, si Kong estuvo de guardia tu debiste estar dormido ¿no?
Marshall lo miró.
No dijo nada.
Pero por dentro, una parte de él se quedó quieta.
Chase no sonaba como el rival que tanto se aferró a construir en su mente.
Sino como algo más.
Sino como un compañero de verdad.
—Ya dije que te valga...
—Por eso Rock estaba de pésimo humor. —Ignoró lo que dijo Marshall, hablando para si mismo. —Nos vemos, albino.
Antes de siquiera poder responder, Chase se marchó.