DIECINUEVE
12 de septiembre de 2025, 23:26
Durante los días posteriores, hubo mucha más movilidad en la base. Más de la esperada. Incluso, los sargentos parecían menos atentos a ellos que semanas atrás.
Marshall sabía por qué.Los demás no.
Las pruebas físicas siguientes fueron más suaves. Menos exigencia, más simulaciones.Y todo tenía sentido.Una amenaza de guerra lo cambiaba todo.Pero aun así, no podía decirlo.
Porque escuchar una conversación a escondidas definitivamente no le daba derecho a divulgarla.Y menos cuando se trataba de un tema tan alarmante como una guerra.
Era domingo, su único día libre.Y estaba en su habitación, escribiendo ideas vagas en su libreta y haciendo dibujos sin mucha forma. Los teléfonos estaban prohibidos, así que tenía que encontrar la manera de sobrevivir al aburrimiento.
Podía ir a jugar básquet con los demás, pero no quería salir con el sol tan fuerte.Su piel ya mostraba marcas de quemaduras, y la combinación de moretones, raspones y esas marcas rojas no era precisamente algo que le gustara ver cada vez que pasaba frente al espejo.
Se inclinó en su silla, recargándose hacia atrás mientras miraba el techo con frustración.
¡Necesitaba hacer algo!Ya había lavado su ropa, hecho la cama, limpiado cada rincón del cuarto, planchado su uniforme formal, pulido sus botas, colgado sus OCP y doblado todo lo que iba en el cajón.Había hecho de todo.
Y aún así, ahí estaba, quejándose.
Marshall se levantó con la esperanza de encontrar algo que hacer en los pasillos.Mientras caminaba, observaba el lugar: suelos impecables, paredes relucientes, todo limpio como quirófano.El sistema de limpieza por turnos funcionaba. La cual consistía en que todos los días una habitación diferente sería quien limpiaría.No podía negar que era eficiente.
Al girar en la primera esquina, rumbo a las escaleras que lo llevarían al piso inferior, escuchó un golpe seco que lo hizo detenerse abruptamente.
Se detuvo.Primero pensó que estaban emboscando a algún cadete, y estuvo a punto de intervenir.Hasta que no reconoció la voz. Una voz fuerte, grave, que claramente no pertenecía a ningún joven.
—¿¡Dejaste que te alcanzara un cinta roja!? ¿¡Acaso no eres consciente de lo que eso significa!?
Marshall se quedó inmóvil.
—Lo siento, padre... —respondió alguien con voz baja. Pero él reconoció ese tono. Lo conocía muy bien.
—¡Nada de "padre"! ¡Aquí soy tu general!
Otro golpe. Luego, un quejido suave.
—Yo no te crié así. Sabes que no subirás de puesto a menos que seas el número uno. ¿Te queda claro?
—Sí, general...
—¡Habla más fuerte! ¡No seas maricón!
—¡Sí, general!
—Bien. Vendré en dos meses. Para entonces, debes haberte graduado como el número uno. Si no, yo me encargaré de romperte esa boca. ¿Me comprendes, Chase?
—¡Sí, general!
Marshall no respiró.Literalmente.
Escuchó cómo bajaban las escaleras, luego el golpe metálico de una puerta cerrándose con fuerza.
Solo entonces, soltó el aire. Su espalda estaba tensa, encorvada sin darse cuenta.
—¿No es incorrecto escuchar conversaciones a escondidas, albino?
El grito que soltó fue automático.Chase estaba justo a su lado.
—Y-yo no escuché nada —balbuceó sin atreverse a mirarlo.
—Más te vale que mantengas la boca cerrada. Habría consecuencias graves si dijeras algo.
Finalmente, Marshall alzó la vista.
Frente a él, Chase lucía duro, con un golpe fresco en el rostro. Uno que fácilmente haría creer a cualquiera que se había peleado con algún cadete.
Pero no.Marshall lo sabía.
Ese golpe no venía de una pelea.
Chase había sido golpeado por su propio padre.
Y, contrario a lo que pensó, la amenaza no sonó como tal.No había rabia en la voz de Chase.Solo vergüenza.
Y eso tal vez era peor. Porque él no es quien deberia de cargar con esa pena.
—No... no diré nada... pero ese general...
—Mejor métete en tus asuntos, ¿no? Ya es suficientemente descortés escuchar a escondidas.
Marshall asintió, sin decir más.Porque esta vez, de verdad, no había nada más que decir.
No se movió.Sentía que, de alguna forma, Chase necesitaba compañía.
Pasaron unos minutos así, en silencio. Marshall movía los pies en el suelo, sin saber bien qué hacer, hasta que Chase colapsó.
No se desmayó.Simplemente, al recargarse contra la pared, sus piernas fallaron. Terminó sentado en el suelo, como si su cuerpo se rindiera antes que su orgullo.
Marshall se acercó con cautela.
—¿Chase...?
—¿Por qué no te vas, albino? —dijo sin mirarlo, con la voz algo áspera—. Ve a burlarte con tus amigos. Anda, ríete de que el infame Wallas tiembla como un cachorro llorón. Búrlate de cómo Chase, el campeón, es un maricón por no poder levantarse. Por temerle a su padre.
Marshall no respondió al instante. Solo lo miró.
Y soltó una risa.
Una seca, sarcástica, sin gracia real.Chase lo miró de inmediato, confundido. No había sonrisa en la cara del albino.
—¿Qué? Dijiste que me burlara. Creí que eso te haría sentir mejor.
Y se sentó a su lado.Se sentía... extrañamente misericordioso.Y bueno, no tenía nada mejor que hacer.Y sí, estaba usando el drama ajeno para combatir su propio aburrimiento.
—...No creo que me haya hecho sentir mejor —murmuró Chase, sin mucha fuerza, pero con un leve movimiento en la comisura de sus labios.
Marshall negó con la cabeza y alzó los hombros.
—Lo sé, lo siento. Pero... no soy muy bueno consolando.
—No necesito consuelo. No estoy llorando.
—Mejor para mí. Aunque bueno, si no me necesitas aquí, debería irme, ¿no?
Hizo el ademán de levantarse, pero Chase lo detuvo, tomándolo del brazo.
—Espera.
Marshall alzó una ceja, viéndolo. Luego, sonrió.
—Quién lo diría. El infame Wallas... pidiéndole a un cinta roja que se quede.
—No estoy pidiendo nada —respondió Chase, soltándolo enseguida—. Solo... cállate y quédate.
Marshall no respondió, pero se acomodó un poco mejor en el suelo.
No hubo más palabras.Solo el sonido lejano de algunos cadetes entrenando, el leve zumbido de la electricidad en los tubos fluorescentes, y una calma inusual.
Y ahí se quedaron.Sin hablar.Sin verse.Solo... compartiendo el silencio.
Un silencio que, para sorpresa de ambos, no se sintió incómodo.