ID de la obra: 888

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Mezcla
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planificada Mini, escritos 267 páginas, 72.620 palabras, 58 capítulos
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VEINTINUEVE

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El sonido del motor de los camiones llenaba el lugar, ruidosos y cargados de un humo tan pesado como negro.La arena, levantada por las llantas, formaba una suave capa de polvo suspendido en el aire. Con sus uniformes verde militar, de patrones camuflados, Marshall y Chase subían las pocas cosas que tenían consigo.No llevaban más que unas pequeñas maletas de mano. El ajetreo del día seguía presente por el ruido que los rodeaba. Al subirse al camión, Marshall observó cómo todo lo que conocía —y conoció durante esos meses— había quedado atrás, destruido. El cielo estaba levemente nublado, de un azul casi gris. Notó que él y Chase no eran los únicos. Había más cadetes dentro del vehículo.La diferencia estaba en cuán afectados se veían.Sus rostros mostraban tristeza, soledad, melancolía. No sabía si era el ambiente afuera, o todo lo que venían arrastrando por dentro. Marshall y Chase se sentaron juntos. No había más asientos disponibles, y tampoco es que le molestara mucho.Prefería sentarse junto a él antes que con alguien desconocido. —¿Cómo sigue tu brazo? Lo preguntó en voz baja. No quería molestar a los demás, pero tampoco soportaba ese silencio tan denso. —Adolorido. Como si me hubieran escarbado con unas pinzas. Marshall apretó los labios. Bien. Sí. Había sido muy brusco con Chase. —Fue tu culpa por gritar como niña. Chase rodó los ojos. —Tú fuiste el que se asustó... como una niña. El hecho de que le devolviera el mismo insulto le provocó a Marshall una incomodidad que no supo explicar. —Yo no me asusté. Mucho menos como una niñita. La incomodidad se volvió enojo. —¿Ah, sí? Pues temblabas como una. Chase parecía divertirse con las reacciones de Marshall. Lo sabía porque mantenía esa sonrisa engreída al ver cómo se le fruncía el ceño ante la comparación. —No soy una niñita —gruñó. Su mandíbula se mantuvo tensa mientras se acomodaba en su asiento y miraba al frente. No soportaba cómo Chase lo miraba. Tan seguro, tan burlón. Le hacía sentir... humillado. —Oh, vamos, albino. ¿Ya te enojaste? —Cállate. —¿Por qué te enojas? ¿Porque te dije que eras miedoso o porque te llamé niñita? ¿Cuál de las dos te dolió más? Se rió de él. Marshall intentó distraerse con el movimiento del camión. Los árboles del bosque iban quedando atrás. —Eres un imbécil. —¿Ese es tu contraataque? Marshall sintió la presencia de Chase más cerca. Giró para encararlo.Y ahí estaba. Su cara, a centímetros de la suya. Tan cerca que podía ver cada pequeño detalle. El lunar bajo su ojo derecho. Sus pestañas, largas.Sus labios... MIERDA. ESTABA PENSANDO MIERDA. En ese instante, Chase se sobresaltó. Abrió los ojos, alzó las cejas por la sorpresa... pero no se movió.Seguía demasiado cerca. Marshall se obligó a mirar hacia el frente.Cualquier cosa que iba a decir se le olvidó. Su corazón latía tan fuerte que lo sentía en los oídos.La vergüenza le quemaba el rostro. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, del cuello al pecho, bajando hasta los pies. Y entonces habló, sin pensar. —No soy maricón, aléjate. Las palabras se sintieron vacías apenas salieron. Pero supo que habían hecho efecto. Chase se alejó enseguida. Se acomodó en su asiento, creó distancia.Y se quedó mudo. Marshall tragó saliva y cerró los ojos.Dormiría durante el camino para evitar seguir hablando con Chase.Ninguno dijo nada por el resto del día.Y sí, Marshall se quedó completamente dormido. No supo cuánto tiempo había pasado hasta que escuchó la voz de Chase, ronca y cansada: —Albino... hemos llegado a la primera parada... —bostezó—. Hay que ir a comer algo. No pensaba moverse, no con lo cómodo que se sentía... pero algo estaba raro. Estaba recargado sobre algo duro.Abrió los ojos suavemente, como quien despierta de una pequeña siesta. Y entonces lo notó. Estaba casi completamente recostado sobre Chase.Casi-casi lo había usado como almohada. Se apartó al instante al darse cuenta. —Oh, mierda. Perdón. No había notado cuán cansado estaba. Perdóname. —Comenzó a hablar muy rápido, incapaz de mirar a Chase a los ojos—. No pude dormir nada anoche y no me di cuenta- no‐ Dios, no es lo que crees. Solo no lo pensé y- —Marshall. Está bien. —No, o sea... es que de verdad no me di cuenta. Pudiste decirme y yo me habría quitado, yo- Chase lo sujetó por los brazos, obligándolo a detenerse. —Cálmate, por favor —su mirada era serena, tranquila. —Pero- —Está bien. No me molesta. —Pero yo- —No hiciste nada malo, Marshall... Eso fue suficiente para tranquilizar sus nervios.Como si esas simples palabras crearan una sensación de liberación en su pecho.Como si, de algún modo, las necesitara. —Vamos, albino. Será mejor que salgamos ya o nos van a dejar con los MRE de bacalao y pescado. Y no me gustan. Marshall se movió porque él estaba en la parte del pasillo, dejando a Chase pasar.Se sentía confundido.Se sentía... perdido. —Chase... perdón. El moreno lo miró por un segundo y luego alzó los hombros. —No entiendo por qué te disculpas, y tampoco me interesa saber. Tengo hambre, y si me toca de pescado, te haré comértelo. Marshall sonrió viendo la espalda de Chase. —Está bien, presumido —bajó los escalones del autobús detrás de él—. ¿Unas carreras hasta las cajas? Si pierdes, te toca el de pescado. —Le entro. Si tú pierdes, te lo comes tú. Chase y Marshall corrieron, esquivando a los demás cadetes y riéndose.Era la primera vez que solo jugaban.La primera vez desde que se enlistaron que actuaban como lo que eran. Dos jóvenes. Como si el ataque a la base no hubiera ocurrido.Como si miles de vidas de chicos que no pasaban los veinte no hubieran sido cobradas.Recuperando —o queriendo proteger— esa pequeña chispa de humanidad que aún les quedaba. Todo en busca de olvidar lo vivido.De olvidar lo que el ataque les quitó.Lo que jamás volverán a tener. La ingenuidad. La inocencia. De quien no conoce la crueldad de la guerra.
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