ID de la obra: 888

BOOTCAMP

Mezcla
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planificada Mini, escritos 267 páginas, 72.620 palabras, 58 capítulos
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TREINTA

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La noche había caído, y con ella, los líderes informaron que no podrían seguir avanzando. Conducir en esa zona, a oscuras, era demasiado arriesgado. La carretera, según dijeron, se volvía peligrosa al llegar a cierto punto, así que tendrían que montar un campamento improvisado. La carpa principal era grande, y no tardaron mucho en montarla entre todos. Para cuando el sol terminó de ocultarse, ya estaba completamente armada. Las camas disponibles eran camillas plegables. Lo único que nadie esperaba era el frío que iba a hacer. Entre las doce y la una de la mañana, Marshall se despertó, incapaz de seguir durmiendo. Había tenido otra pesadilla sobre el ataque. Siempre era la misma imagen. Sus amigos muertos. Zuma, muerto. Salió de la carpa en silencio y caminó hasta una gran piedra no muy lejos, donde se sentó. Alzó la vista. El cielo estaba despejado, y las estrellas brillaban con una intensidad hermosa. Soñar con sus amigos muertos le dolía. Pero pensar que Zuma pudo haber muerto... dolía más. ¿Por qué? Porque había sido cruel con él. Porque perderlo sin haberse reconciliado habría sido algo que no podría soportar. Pero ahí estaba. Zuma estaba vivo. Y él seguía teniendo pesadillas. Suspiró pesadamente. Un pequeño vapor blanco salió de su boca con el aliento. Frotó sus manos para calentarlas. Escuchó pasos detrás de él y giró. Era Chase. —Albino... ¿no deberías estar en la cama? —Sí... ¿Tú no estabas dormido? —Me desperté un poco. No te vi en tu cama y... quise ver cómo estabas. Marshall desvió la mirada, enfocando el cielo de nuevo. Sonrió apenas, de lado. —¿Ahora sí te preocupó? —¿Qué? —No sé... solo me da la impresión de que no soy alguien que te agrada mucho. No sabía si era el frío, la noche o el silencio, pero algo lo empujó a esa sinceridad inesperada. —... No me agradas mucho. Pero eso no significa que no me preocupe por ti. —Chase se encogió de hombros con indiferencia y se sentó a su lado, mirando al cielo igual que él. —¿Pero por qué? —¿Por qué qué? —¿Por qué te preocupas por mí? No deberías... no cuando... no he dejado de ser... —¿Un idiota? —¿Quieres empezar la cadena de insultos otra vez? Chase rió y cerró los ojos, dejando que la brisa helada acariciara su rostro.Marshall no pudo evitar mirarlo. Se veía tan cálido, tan en paz. Iluminado por la luna, con la nariz ligeramente roja por el frío. Todo en él lucía... Hermoso. —No lo sé. —¿No sabes? —No sé por qué me preocupo por ti, albino. Digo, eres realmente odioso... pero... antes no era preocupación lo que sentía por ti. Marshall alzó una ceja justo cuando Chase lo miró. —¿Te refieres a antes del ataque? —Sí. En esos días... eras más bien una forma de mantenerme entretenido. Porque, ser bueno en todo puede volverse aburrido. —La sonrisa orgullosa del moreno hizo que Marshall rodara los ojos, aunque sin fastidio, más bien con gracia.—Y bueno, verte siendo tan torpe era gracioso. Siempre te tropezabas, te caías o te pasaba alguna desgracia que hacía que algún instructor te regañara. —Vaya... si mi torpeza era tan divertida para ti, ¿por qué me ayudabas tanto? Chase lo miró, pero tras la pregunta desvió la vista hacia un costado, luego volvió a mirar el cielo. —Bueno... si te equivocabas demasiado, te regresarían al entrenamiento de cinta roja y eventualmente te cambiarían de batallón. No podía permitir que mi fuente de diversión se fuera. —Ya... lo hiciste solo para no aburrirte. Anotado. El tono de Marshall era neutral. Y por alguna razón, saber que había sido un espectáculo para Chase no le molestaba tanto como debería. —Y también... eras interesante. Marshall frunció el ceño. —¿Interesante? ¿Divertido e interesante? —Sí... me gustaba ver cómo te levantabas e intentabas con más ganas cada vez que te tropezabas. Era ver una determinación que no se veía en nadie más. Y cuando empezaste a alcanzarme en casi todo... le devolviste lo divertido al entrenamiento. Las mejillas de Marshall se calentaron. Una sensación de calidez se posó en su pecho. No lo entendía. No entendía por qué estaban diciendo mariconeras, hablando como niñas, y aun así... no era algo que le disgustara. —Eres un idiota. Chase lo miró, intrigado por el repentino insulto. Ese chico albino era, de verdad, un malhablado.Y fue entonces cuando Chase notó una faceta que no había visto antes en el chico a su lado. Ahí estaba, su cabello y piel blancos resaltando aún más bajo la luz de la luna. Sus ojos azules brillaban con una intensidad hipnotizante. Su rostro, levemente cubierto por una mano, estaba completamente rojo.Avergonzado. Pero no enojado. Feliz. Chase sintió un pequeño ardor en la nariz, y sus ojos se humedecieron apenas. Sus mejillas se encendieron, reflejando al otro sin poder evitarlo. Marshall era, sin duda... Demasiado. —Marshall... ¿puedo hacerte una pregunta personal? El albino lo miró con curiosidad y asintió. —¿Tú... tú alguna vez...? —Chase no sabía si podía continuar. Conocía a Marshall. Joder, sabía la respuesta. Siempre decía lo mismo. Pero si se arriesgaba, iba a evidenciarse. Y no podía. No aún.—¿Tú...? Digo... dios... no sé cómo decirlo. No sé si está bien. —Chase... tú y yo sobrevivimos juntos. No entiendo qué podría ser más difícil que eso. No hay nadie, en este momento, en quien confíe más que tú. La sinceridad de Marshall lo obligó a mirarlo. Y ahí lo supo. Marshall no estaba listo.No aún. —¿Podrías... podrías contarme de ti? Marshall se mostró desprevenido por la pregunta, pero terminó sonriendo. —¿Era eso? —se burló—. Tu curiosidad ha llegado al punto en que necesitas saber más de mí, ¿eh? La risa de Marshall contagió a Chase, quien, para disimular los nervios, simplemente lo siguió. —Bueno... nunca sabes cuándo alguien estará o no dispuesto a hablarte de su vida. —Bien... te contaré, pero solo si después tú me cuentas de ti. —Trato. —Bueno... haz tus preguntas, supongo. —¿Cómo... cómo era tu vida antes de enlistarte? Marshall lo pensó un momento y se acomodó en su lugar, buscando estar un poco más cómodo. —Bueno... me gradué del doceavo año... vivo, o vivía con mi abuela y mi madre... no éramos precisamente personas con dinero... de hecho, tenemos muchas deudas... ya sabes... con todo esto de que no hay trabajos disponibles por la depresión... uhm... ¿que más? ...Mi mamá está enferma. Tiene una enfermedad rara, así que cuando salga de aquí voy a usar mi seguro médico militar para ayudarla. Supongo que por eso estoy aquí. Chase alzó las cejas, sorprendido. Básicamente, Marshall le acababa de dar un resumen real de su vida. Sin insultos. Sin sarcasmo. Totalmente abierto. No iba a desaprovechar la oportunidad de entender de dónde venían tantos miedos, tanta... Agresividad. —Uhm... ¿Y... qué hay de tu padre? Marshall tensó la mandíbula. También los hombros. Quizá Chase había ido demasiado profundo. Un tema que tal vez no debía tocar.Estuvo a punto de disculparse, de decirle que no tenía que responder, hasta que Marshall habló. —Él... él murió hace tres años. Creo... uno o dos meses después de que le detectaron la enfermedad a mi mamá... Chase tragó saliva. —Lo siento... debió ser difícil... ya sabes, perderlo. Marshall negó. —No... está bien. De hecho... fue mejor así. Sin él aqui es todo mas sencillo. —Chase lo escuchó, sin interrumpir. —Era alcohólico. Uno muy violento. —Alzó los hombros, buscando consuelo en el gesto.— Golpeaba a mi mamá y a mí muy seguido. No trabajaba. Y cuando lo hacía, era solo para comprar más alcohol...A pesar de todo eso... supongo que me enseñó lo básico de la vida. Ya sabes. Lo que es ser un hombre. Lo que todos los padres les enseñan a sus hijos, creo. Ser un hombre. Esa frase. La misma que le causaba tantos problemas.La que se repetía cada vez que hacía algo diferente.Cada vez que trataba de ser diferente. Como aquella vez que llegó de la escuela con su mejor amigo en elemental, a sus seis años. Venían tomados de la mano. ... Su padre los vio. Y... cuando volvió a casa, lo acorraló y el castigo fue tan severo que incluso su madre tuvo que intervenir para que su padre no lo matara. Terminó en el hospital. ... O tambien todas esas veces que su padre repetía que las mujeres no servían para nada más que para estar en casa y ser madres cada que mamá le decía que ella deberia ir a trabajar. El siempre le gritaba diciendo que como el hombre de la casa, debia ser él quien trabajará. Incluso recordaba cuando lo obligaba a ir a golpear a los maricones de la siguiente manzana con él. Le hacia mirar cuando los lastimaba. El recuerdo de su padre...Ese que no podía borrar.Porque borrar lo que tanto le costó aprender —a costa de sangre y lágrimas— sería como manchar la memoria de su padre muerto. —Marshall... está bien... lo siento... no debí preguntar. El albino se sobresaltó al sentir la mano de Chase en su hombro. Lo miró. Y al girar el rostro, fue consciente de la humedad en sus propias mejillas. Mierda. MIERDA. Estaba llorando. Se alejó de Chase con brusquedad. No con intención de alejarlo. Fue reflejo. —Marshall... —Lo siento... lo siento... ya no lloraré. Los hombres no lloran. Los hombres no lloramos. No llorarás, no llores. Aunque se disculpaba con Chase, en realidad hablaba como si se repitiera un mantra. Uno aprendido, dicho tantas veces que se volvió automático.Tan automático que revelaba lo mucho que se lo había dicho.Y aún así...Aún así, no podía creérselo. Chase sintió pánico. Porque, por primera vez, no sabía qué hacer. Pensó un poco... y entendió que, a veces, no decir nada era hacer más. Volvió a acercarse a Marshall, quien trataba de controlar el temblor en sus manos. Tras unos segundos, finalmente habló. —Marshall... llorar no te hace débil. Ni menos hombre. Quizá fue muy directo. Pero así era Chase.Marshall lo miró, como si eso fuera justo lo que necesitaba escuchar. Pero no de parte de cualquiera, sino de alguien a quien él consideraba un hombre digno de admirar. —Yo... —Sentir no es de débiles... sentir y expresarlo es de valientes. Y tú... tú eres el hombre más valiente que conozco. La mano de Chase, que antes estaba en su hombro, se movió para darle una suave y leve palmada en el brazo. —Así que... no te disculpes por... ser humano. Su voz sonó baja. Tanto que solo Marshall era capaz de escucharla. El albino limpió sus lágrimas con el dorso de la mano y, con un gran respiro, logró calmarse. Gran parte del peso se había ido.Era suficiente. —No... no estoy acostumbrado a... a sentir tanto. Lo siento. Su voz sonó ronca. —Que no te disculpes, idiota. Marshall se rió. —No puedo evitarlo. Chase se quedó en silencio junto a él, observando las estrellas. Quizá, ordenando sus pensamientos. —Yo... creo que debo agradecerte. —¿Por? —Confiar en mí. Marshall rodó los ojos. Ya había sido demasiado sentimentalismo para él. —Tú y tus mariconeras. Chase se rió. —¿Qué te puedo decir? Yo no le veo lo malo. —Me empalagas, presumido. —Uy... ¿acaso acabo de encontrar otro punto débil, albino? Ambos rieron con complicidad. —Sí. Soy alérgico a las charlas emotivas llenas de sentimentalismos. —Qué tristeza. A mí me encanta el sentimentalismo. Marshall miró el cielo un poco más, dejándolos otra vez en silencio. —Chase. —¿Mh? —No eres tan odioso como pensaba. —Y tú no eres tan insoportable. Se rió, aliviado. Marshall se rió también. Y pensó que hacía mucho tiempo que no tenía charlas ni risas tan... reales. —¿Crees que debamos regresar a la carpa? Ya está amaneciendo. —Probablemente deberíamos. Chase estaba por moverse, hasta que sintió cómo Marshall lo tomaba de la mano. —¿Podemos...? ¿Podemos quedarnos aquí un poco más? Solo... así. Las manos de Marshall estaban frías, muy diferente a Chase. Sonrió y asintió. —Claro. Ambos se quedaron ahí, sentados. No con las manos unidas. Pero si con sus emociones conectándose. Liberándose.
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