ID de la obra: 888

BOOTCAMP

Mezcla
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planificada Mini, escritos 267 páginas, 72.620 palabras, 58 capítulos
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TREINTA Y UNO

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Tan pronto como salió el sol, todos comenzaron a desmontar la carpa y a empacar el resto de las cosas para llevarlas a los camiones. Apenas se distribuyeron los MRE, comieron. No habían dormido mucho esa noche, pero lo suficiente. Durante el resto del día y el trayecto, Chase y Marshall no se separaron. Aunque no hablaban demasiado, el silencio entre ellos no era incómodo. Al contrario, lograban convivir en paz. Llegaron a su destino pasada la medianoche, exactamente a las 12:40 a.m., tras varias paradas.Estaban en Fort Vent, cerca de Bahía Aventura. No hubo mucho que desempacar. Y justo cuando Chase y Marshall se disponían a entrar al edificio, notaron una figura parada frente a la puerta. Era el general Wallas. —General —saludó Chase con tono cordial, levantando la mano en un saludo militar. —Chase... El hombre se veía... mal. Se acercó rápidamente para abrazar a su hijo. No fue un abrazo largo, pero algo en la reacción de Chase dejó claro que había sido significativo. Marshall se quedó atrás, sin intenciones de interrumpir. —General... —dijo el moreno. —Creí que... bueno, era obvio que sobrevivirías. Eres mi hijo —respondió el general, haciendo un gesto incómodo. Carraspeó, acomodó su uniforme y le dio una palmada en el hombro a Chase—. Lo del ataque fue muy repentino. No esperábamos que atacaran tan pronto esa base. —¿Ya sabías que iban a atacar Fort Jackson? Chase frunció el ceño, consternado. —Era... solo un rumor —tragó saliva—. Pero estás bien... —Mucha gente murió ahí. Padre... Quinn murió ahí. Marshall lo miró con preocupación. La expresión de Chase revelaba un dolor profundo. —Lo siento —murmuró Wallas, alejándose un poco antes de notar a Marshall—. Él debe ser el médico Byce. Lo invitó a acercarse. —Un gusto, general Wallas —dijo Marshall con firmeza, saludando militarmente. —Escuché mucho sobre ti... cuidaste de mi hijo y de los demás cadetes. Gracias. —Solo hago mi trabajo, general. —Uhm... los dejaré retirarse. Deben de estar cansados. Su habitación es la E-4. Primera planta. —Gracias, señor. Una vez que el hombre se alejó, Marshall dejó caer su postura recta por una más relajada. —¿Quién diría que puedes ser alguien tan correcto y no un malhablado? Marshall frunció el ceño. No estaba seguro de si Chase estaba bromeando o hablando en serio con ese tono tan frío.Ambos caminaron hacia el interior del edificio, buscando su habitación compartida. —Yo... yo no entiendo tu relación con el general... —Y tampoco necesitas entenderla. La actitud de Chase empezaba a colmarle la paciencia. Hacía apenas unos minutos, antes de ver a su padre, estaba de buen humor. Ahora parecía un perro rabioso. Como había gente en los pasillos, Marshall decidió dejarlo pasar. No pensaba aguantarle esa actitud. —¿Sabes qué? Jódete. Dicho eso, aceleró el paso. No vio la expresión de Chase, pero sabía que debía de haberse quedado consternado por el insulto. A fin de cuentas, así era él. Al llegar a la habitación asignada, entró, dejó su maleta de mano sobre la cama y se recostó de golpe. No tardó en escuchar la puerta abrirse y cerrarse con fuerza. —¿Ahora qué tienes, imbécil? Rabioso. Rudo. Grosero. Marshall se sentó y encaró a Chase. —¿Que qué tengo? —se levantó de la cama y se acercó al moreno, quedando cara a cara—. Más bien, ¿cuál es tu maldito problema? ¿Eh? La cólera se les había subido a ambos. Chase apretó la mandíbula y desvió la mirada. —No sé de qué actitud me hablas. —Estás actuando como un perro rabioso, Chase —Marshall lo empujó con fuerza contenida—. Y créeme que no voy a dejar que me trates como un imbécil solo porque se te pintan los huevos. Chase lo miró. Había rabia, enojo y, especialmente, dolor. Uno que Marshall conocía muy bien. —No es contigo —gruñó por lo bajo. —¿¡Entonces con quién es!? ¡Dices que conmigo no! ¿¡Entonces por qué soy yo a quien tratas como mierda!? ¿¡Porque soy el único que te aguanta!? ¡No jodas! Marshall lo tomó por el cuello de la camisa, moviéndolo bruscamente. Quería golpear a Chase. —¡Es con él! ¡Con mi padre! —espetó Chase, alzando la voz por primera vez. Los labios le temblaban por el enojo, pero su dolor era aún más visible en esos ojos ámbar—. Él siempre ha querido que sea perfecto... y que ahora se aparezca aquí como si de verdad le importara lo que me pase... no sé cómo manejarlo. Marshall se quedó callado y luego tragó saliva. No sabía qué decir, pero ahora que tenía una explicación, no se sentía capaz de seguir enojado. —¿Y eso te da derecho a tratarme así? No era el más indicado para decir ese tipo de cosas, no cuando él mismo había sido empujado por sus emociones a lastimar a personas que no lo merecían. Y justo por eso lo decía. Chase no era así, y no iba a dejar que actuara de una manera que no le correspondía. —¡Porque tú estabas ahí! —Chase apretó los puños—. Tú viste a... viste a todos... viste quiénes murieron y, aun así, sigues respirando, caminando, hablando... como si nada de eso te hubiera afectado... Y yo... yo no puedo. No sé cómo le haces para que no te afecte tanto. Yo no soy tan fuerte, Marshall... Marshall aflojó su agarre. ¿Chase creía que no estaba afectado? Se quedó quieto. No respondió al instante. Lo observó. No sabía cómo decirle que, en efecto, estaba tan jodido de la cabeza como él. Miró a un costado, procesando y buscando las palabras correctas. —Chase... —dijo con un tono distinto. Carraspeó y mantuvo la calma—. No soy fuerte como tú crees. A mí también me afectó lo del ataque. No puedo dormir bien. Escucho los gritos de los cadetes en el sótano. Escucho los gritos de quienes perdieron a sus amigos. Escucho... escucho el bombardeo y el estallido de las balas contra los cuerpos y edificios... No podía mirar a Chase, así que en cambio se fijó en el suelo. En sus botas. —Marshall... —Cuéntame qué te afecta. Dime lo que sientes. No estás solo en esto. No lo estás, no cuando viviste lo mismo que yo. No cuando... no cuando yo puedo entender tu sentir. No tienes que guardártelo. Puedes compartirlo... puedes decírmelo. Ahí estaba otra vez esa complicidad que comenzaba a rodearlos. —¿En qué momento nos volvimos tan sentimentales, eh? En especial tú. Creí que no te gustaban las cursilerías. Marshall se rió y respiró profundamente para calmarse. —Bueno... las mariconadas es algo que se te da bien. Solo... solo aprendo de ti. Además, creo que en algún punto entre insultos, balas y charlas cursis bajo las estrellas... dejamos de ser solo compañeros. —¿Ah, sí? ¿Y qué somos ahora? ¿Amigos del alma? —Dejémoslo en amigos. Aún no ganas un título más alto porque eres un odioso. Chase se rió, liberando las tensiones que había en su cuerpo. —¿Sí? ¿O sea que puedo esforzarme para subir en tu escala de amistad? La mirada cargada de algo que Marshall no sabía explicar, en Chase, lo hizo sonrojar. Era algo sutil... no sabía si era la manera en la que sonreía o en la que el moreno lo miraba, pero... Diablos. Ese hombre era... Seductor. Lo soltó al instante al darse cuenta de lo que acababa de pensar. No... otra vez estaba teniendo ideas estúpidas.Se alejó, caminó un poco hasta recostarse en su cama de nuevo, fingiendo indiferencia. —Bueno... cuéntamelo. Chase alzó una ceja y luego suspiró. Había esperado que el chico perdiera el interés, pero claramente subestimó su curiosidad. —Bueno, ya que eres un metido, albino. No veo por qué no. —Ajá. ¿Un metido...? —Tardó un poco en procesarlo—. ¿Qué? No soy metido. Solo que no quiero que andes por ahí como un perro rabioso. ¿Entiendes? Aunque... ahora que lo dices, sí me da curiosidad algo. —¿Qué cosa? —preguntó Chase, mientras guardaba lo poco que tenía en su maleta. —¿De verdad eran amigos tú y Quinn? Marshall lo miraba desde la cama, con los brazos cruzados detrás de la cabeza. Pudo notar cómo Chase, inconscientemente, detuvo sus movimientos por un segundo. Luego reanudó. —Sí... bueno... éramos amigos de la infancia. —¿O sea que la idea de que eras un imbécil orgulloso y presumido no era equivocada? Chase se quedó callado, desconcertado por la acidez de Marshall. —Bueno... —¿Chase...? Dios. Lo siento... Quinn era tu amigo y yo— —Está bien. Lo conocía bien. Sé que no era la mejor persona del mundo... y sí, tú tampoco te equivocaste sobre mí. Marshall frunció el ceño. Se sintió mal por haber sido tan directo. Se incorporó, observando con más detalle las reacciones de Chase. Sentía la necesidad de leerlo entre líneas. —¿Qué hacías con Quinn? —Muchas cosas... tampoco soy un santo, Marshall. En la escuela nos divertíamos haciendo bromas pesadas a los raritos... y en Fort Jackson... nunca sentí la necesidad de detener su actitud contra los demás cadetes. Pensé que era divertido... —Lo imaginé. Por eso te odié desde el inicio... Pero, ¿qué te hizo cambiar de actitud? Digo, porque... suenas algo arrepentido. —Bueno... se metió con mi única fuente de diversión. Lo dijo con sarcasmo, y Marshall rodó los ojos. —Qué chistoso eres. —Hey, la paliza que te dio fue tan brutal que hasta tú te veías horrible. Incluso yo pensé que fue demasiado... Me enojé y lo confronté. Aunque eso solo lo hizo enfadarse más. —Ya... ¿Y qué hay de Rocky? ¿Son amigos, no? —Ah... Rock... sí. Somos amigos de la infancia también. De hecho, éramos Quinn, Rocky y yo. Aunque... el nombre de Quinn era... Nathaniel. Chase cerró todos sus cajones y luego se acostó en su cama, bajo la atenta mirada de Marshall. —Eran bullies... —¿Qué? No. No... solo éramos demasiado... altaneros. Nos gustaban los problemas. —¿Qué te hizo cambiar? Digo, no creo en eso de que la gente cambia así porque sí. Solo... me parece extraño cómo eres tan... distinto ahora. —Uhm... es difícil de explicar. Se notó nervioso al instante. A Marshall le gustó encontrarle un punto débil. Sonrió con malicia. —Oh~ yo creo saber qué fue. ¿Fue alguien quien te hizo ver más allá de tu ego? Chase rodó los ojos y lo miró con fastidio. Sabía perfectamente que Marshall lo estaba provocando. —No necesitas saberlo. —Pero quiero saberlo~ —Marshall se levantó y fue hasta la cama de Chase, sentándose frente a él. Eso desconcertó al moreno, que alzó las cejas, sorprendido—. Dime~ ¿Fue una persona? ¿O qué fue? Chase desvió la mirada al notar la expresión bastante simpática del albino frente a él. —Me di cuenta de que las cosas estaban mal cuando... cuando el no hacer nada lastimó a una persona que me importa. ¿Contento? Marshall se rió. —Ah. Sí lo recuerdo. ¿Rocky, no? Terminó golpeado también. —Sí, me preocupé por Rock. Pero... no fue él quien me hizo ver que estaba mal. —¿No? —Marshall giró el rostro, intrigado—. ¿Quién fue? Hubo un silencio profundo. Tan profundo que incluso alguien tan lento como Marshall pudo entender que hablaban de él. —O-oh... ya veo... —El nerviosismo se hizo evidente en su rostro. Estaba rojo. Otra vez—. Uy, mira la hora. Es momento de dormir. Descansa. Se apartó rápidamente, volviendo a su cama. Chase solo se rió. Había logrado poner a Marshall tan nervioso como él mismo lo estaba. —Descansa, albino tonto. —Presumido idiota.
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