TREINTA Y CUATRO
12 de septiembre de 2025, 23:26
Al entrar a la habitación indicada por el doctor, vieron al hombre que habían rescatado sentado en la camilla, con la mirada perdida en dirección a la ventana. Observaba el bosque. Al escuchar que entraban, giró la cabeza hacia ellos y sonrió. Era una sonrisa genuina, única.
—¡Hey! ¡Hola! Me alegra mucho conocerlos por fin. Supe que ustedes dos fueron los que me sacaron del bosque. ¿Cómo se llaman?
Sonaba enérgico, pero sin dejar de ser amable y cordial.
—Soy Marshall Byce. —Se acercó para presentarse y le estrechó la mano, que fue correspondida con firmeza.
—Chase Wallas, a tu servicio.
Repitió la acción con un leve asentimiento.
—Me alegra mucho verlos. Les agradezco de corazón lo que hicieron por mí. Estaba en una misión de guardia hasta que... —Su expresión cambió. Fue un cambio lento, como si la sonrisa se derritiera lentamente en su rostro—. Me empujaron.
La declaración hizo que ambos se tensaran. El color se les fue del rostro. ¿No había sido un accidente?
—¿Qué? ¿Estás seguro de eso? —Marshall sacó una pluma de uno de los bolsillos de su uniforme y, sin pensarlo, buscó una hoja entre los bolsillos laterales del pantalón de Chase.
—¡Ey! ¿Qué haces?
—Aquí está. Date la vuelta, Chase. Sirve de algo.
Ordenó con brusquedad. Chase rodó los ojos y se giró de mala gana, ofreciéndole la espalda. Marshall apoyó el papel y empezó a escribir rápidamente.
—¿Puedes contarnos más?
—Sí, claro. Bueno... estaba en mi turno de guardia... creo que era al atardecer. Todavía había algo de luz. Estaba revisando el perímetro, y cuando me acerqué al borde del acantilado, sentí cómo alguien se me acercó por detrás, me clavó algo en el cuello... y me empujó. Rodé y caí hasta quedar tirado en el suelo. No podía moverme. Creo que era un paralizante. No sé cuántas horas estuve así antes de desmayarme... y bueno, desperté aquí.
Marshall seguía escribiendo sin detenerse, hasta que dejó de hacerlo. Se apartó y Chase se enderezó. Entonces fue su turno de hablar.
—¿Tienes alguna riña con alguien?
—Mmm... no... trato de llevarme bien con todos aquí... —respondió, pensativo.
—¿Viste algo inusual mientras patrullabas?
Marshall lo miró de reojo. Le sorprendía la precisión de Chase para hacer las preguntas correctas. Él mismo nunca habría pensado en preguntar eso.
—Sí... creo que vi una fogata. Por eso me acerqué al borde.
Ambos se tensaron al instante.
—¿Lograste ver a alguna persona?
—Mientras caía... vi un parche en el uniforme de quien me empujó. Era rojo.
Marshall sintió cómo se le humedecían los ojos, cómo le picaba la nariz y cómo la sangre le bajaba de golpe a los pies, dejándolo petrificado. Al girarse hacia Chase, supo que su expresión no debía ser muy distinta.
Ataque enemigo.
Los mismos que atacaron Fort Jackson.
—Mierda... —susurró Marshall, y rápidamente anotó esa última parte en su hoja.
Cuando terminó, se dio cuenta de que faltaba algo importante.
—Lo siento... ¿podrías darme tu nombre completo?
—Ryder Zachary Azura Jr.
—Bien, Ryder. Haremos nuestro informe e informaremos al alto mando. Fue un gusto conocerte. Vendremos a verte pronto —dijo Chase con seriedad.
—Sí. No te preocupes, Ryder. Veremos que la información llegue a las personas correctas —añadió Marshall, mientras ambos se encaminaban hacia la puerta.
—Gracias, chicos.
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Tanto Chase como Marshall caminaron con rapidez hacia la oficina de su superior. Abrieron la puerta, y al entrar, notaron que el hombre estaba concentrado revisando algunos documentos.
—Buenas tardes, jóvenes. ¿Han venido a presentar su informe?
El sargento les dirigió una sonrisa amable, aunque lucía visiblemente cansado.
Chase fue el primero en hablar.
—Así es, señor. Y me temo que se trata de algo bastante alarmante.
La expresión del hombre cambió al instante. Se quitó las gafas que usaba para leer, las sostuvo entre sus manos, y se recostó en el respaldo de su silla con gesto serio. Sabía que la situación era delicada, especialmente por la forma en que Marshall había cerrado la puerta tras ellos con tanta determinación.
—¿De qué se trata, cadete?
—Durante nuestra misión de reconocimiento encontramos al cadete desaparecido, Ryder Azura. Despertó hace poco. Está en el hospital, estuvo inconsciente tras una caída... pero según su testimonio, no fue un accidente. Fue un ataque intencional. Describió que el agresor llevaba un parche rojo en el uniforme.
—Ajá... —El hombre canoso los observaba con atención creciente.
—Como sabrá, mi compañero Byce y yo estuvimos presentes durante el atentado en Fort Jackson. Y, según lo que el cadete Azura describió, los identificadores coinciden con los que llevaban los atacantes de aquella base.
La expresión del sargento se tornó perpleja.
—Cadete... ¿Está completamente seguro de lo que me está informando?
—Sí, señor. Lo confirmó con claridad.
—Si lo que dices es cierto... —el sargento hizo una pausa, mirando a ambos cadetes con gravedad—, entonces no solo podríamos tener infiltrados. También es posible que se esté gestando un ataque contra esta base. Iniciaremos el protocolo. Lanzaré una alerta interna. Mientras todo comienza, les asignaré una misión. —Los observó con firmeza—. Encuentren al infiltrado.
No tuvo que repetirlo dos veces. Chase y Marshall salieron de su oficina con la orden clara.
Ya en el pasillo, se dirigieron primero a su habitación. Marshall necesitaba cambiarse de ropa. No podía andar por la base con el uniforme manchado de tierra y sangre; si alguien lo veía, conectaría fácilmente que estuvo en el punto clave del ataque. Y ahora, lo último que necesitaban, era levantar sospechas sobre sí mismos.
Una vez cambiado, ambos caminaron rumbo al comedor. Era hora de la cena.
Para Marshall, hablar con las personas iba a ser un desafío. Nunca fue precisamente bueno con las relaciones interpersonales —un claro ejemplo de eso era cómo había empezado con sus propios amigos—. Siempre decía algo fuera de lugar. Siempre lograba que todo se volviera incómodo.
Chase, en cambio... Chase tenía un don.
Podía hablar con cualquiera. Encajar. Adaptarse. Y aunque a Marshall no le gustaba admitirlo, eso lo hacía sentirse... inferior. Envidioso.
Mientras llenaban sus bandejas metálicas, Chase charlaba con una chica y un chico que estaban junto a él. El tema parecía trivial, algo normal. Pero Marshall, conociéndolo ya bastante bien, supo lo que realmente estaba haciendo. Cada pregunta estaba disfrazada con maestría. Cada gesto calculado. Chase sacaba información sin que nadie lo notara. Era como ver a un jugador profesional moviendo sus piezas.
Cada día, Marshall aprendía algo nuevo de él.
Y ese día, en especial, entendió que si Chase quería ser detective o policía algún día, sin duda, sería uno de los mejores.