TREINTA Y CINCO
12 de septiembre de 2025, 23:26
Marshall estaba aburrido en la mesa, aunque había literalmente muchísima gente sentada alrededor. No supo en qué momento Chase había logrado hablar con tantos cadetes e iniciar una conversación grupal tan escandalosa.
Él estaba justo al lado de Chase, comiendo en silencio, mirando su comida sin ánimo. Trataba de seguir el hilo de la charla, pero desde hace varias anécdotas se había perdido del rumbo. Chase lideraba la conversación con maestría, controlando cada respuesta, cada pausa. Preguntaba cosas como quién había estado dónde el día del ataque, sin sonar ni remotamente sospechoso.
De vez en cuando, lo miraba. Y Marshall lo notaba.
Cada vez que lo hacía, no podía evitar que la imagen de Chase, sonrojado y avergonzado tras verlo sin camisa en la enfermería, le llegara a la mente.
Porque, MIERDA, el jodido imbécil lucía tan... tan... atractivo cuando se avergonzaba. Jamás lo había visto así, y se prometió a sí mismo volver a sacarle esa expresión. Costara lo que costara.
Sintió un roce de hombros entre él y Chase. Tan sutil que ni siquiera el otro chico lo notó. Pero Marshall sí. Y un escalofrío recorrió su cuerpo.
Volvió a mirar a Chase, disimuladamente. Observó sus gestos al hablar. No sabía exactamente qué decía, pero ahí estaba: sonriendo. Sonriendo de esa forma tan diferente a cuando estaba con él. No era por presumir, pero —usualmente— cuando estaba con Marshall, sus sonrisas y su risa eran más genuinas que ese teatro barato que estaba montando para el grupo.
Fue entonces cuando algo llamó su atención por el rabillo del ojo. Dos cadetes jóvenes. No los había visto antes. Ni siquiera pasando por los pasillos. Su instinto se activó al notar algo inusual en la manga del uniforme de uno de ellos.
La manga del OCP camuflado estaba rota.
Para cualquiera habría sido algo sin importancia. Pero Marshall compartía habitación con alguien tan pulcro y perfeccionista como Chase. Sabía perfectamente que estaba en el reglamento el reportar y devolver de inmediato cualquier prenda dañada o imperfecta de forma visible. Recordó aquella conversación casual donde Chase le explicó esa regla del libro reglamentario. Y también, cómo se lo habían dicho a él mismo al enlistarse.
Se puso de pie, lo que llamó la atención de todos en la mesa. Especialmente de Chase.
—¿Marshall?
—Uh... ya vengo. Voy... voy al baño —murmuró, sin apartar los ojos de su objetivo.
Ignoró cualquier otra cosa que Chase o los demás pudieran decirle y se dirigió a la salida del comedor. Caminó con confianza para no levantar sospechas. Y cuando la puerta se cerró tras él, se pegó a la pared. En silencio. Atento.
Escuchó. Calculó.
No tardó en oírlos a lo lejos.
Los siguió, cuidando cada paso, asegurándose de no hacer ruido. Tal vez estaba siendo impulsivo. Pero... ¿qué más daba?
—Según el mapa, dice que girando a la derecha en dos pasillos debe haber una oficina de correo. Tenemos que sacar la carta antes de que alguien más pueda verla.
Aunque la conversación no decía nada explícitamente comprometedor... sí sonaba sospechosa.
No podía permitir lo que sea que estuvieran haciendo. No podía simplemente quedarse quieto.
Suspiró con nerviosismo antes de lanzarse a la acción. Si esos dos chicos estaban metidos en algo indebido, tratarían de disimularlo. Y si eran espías... bueno, actuarían y mentirían. ¿No?
Cuando estuvieron justo frente a la puerta de la oficina de correo, a punto de abrirla, Marshall salió de su escondite de manera repentina. Pero fingiendo que tenía un propósito totalmente diferente.Los chicos se sobresaltaron y evitaron abrir la puerta. Como si los hubieran atrapado en medio del acto.
Marshall decidió usar lo aprendido con Chase. Demostrar que él también podía ser bueno en algo tan grande como sacar información.
Fingió sorpresa al verlos ahí, como si no supiera que estarían justo en ese lugar. Luego les sonrió.
—¡Oh! Vaya... me asustaron. Lo siento, creo que yo también los asusté —se rió con nerviosismo—. Espero que me disculpen. Vengo a la oficina de correo. ¿Ustedes también?
Los dos cadetes se miraron entre sí y luego lo observaron con sonrisas incómodas, asintiendo con la cabeza.
—Sí...
—Oh, qué bien. Yo vengo por la carta de mi novia. Solo que, cuando vengo en un horario distinto a la cena, suele estar lleno de más cadetes. No les molesta, ¿cierto?
Sonaba muy confiado, pero sus manos sudaban de puro nerviosismo.MIERDA. Ni siquiera sabía exactamente qué estaba haciendo.
Los dos hombres negaron con la cabeza, aparentemente tranquilos.
—No, no... adelante, pasa.
Pero justo cuando se acercaba a la puerta, uno de ellos se interpuso.
Carajo.
—¿Sabes? Uh... creo que no es buena idea que entres ahora —interrumpió el de piel oscura.
—Oh. Bueno, yo vengo todo el tiempo en la cena. Sé que no está prohibido —le sonrió Marshall, fingiendo calma—. ¿Saben? Tengo algo de prisa. Mi novia está por tener a mi hijo... no me gustaría no recibir la carta y quedarme sin saber cómo va su embarazo.
Bien hecho, Marshall. Una historia sólida. Creíble.
Al verlo tan decidido, los chicos no pudieron detenerlo.Marshall entró apresuradamente y comenzó a inspeccionar el lugar, con las miradas de ambos clavadas en su nuca.
Revisó con rapidez hasta que encontró las cartas más recientes. Fue entonces cuando lo vio: un símbolo diminuto, casi imperceptible. Pero lo reconoció de inmediato.
Era del enemigo.
Justo delante de esa carta, había otra con su nombre.Una carta real.
—¡Aquí está! Muy bien.
Tomó ambas, escondiendo la sospechosa con rapidez antes de que pudieran verla. Luego, levantó la suya para mostrársela a los dos hombres.
Ellos se miraron con cierta incomodidad, pero sonrieron.
—Felicidades. ¿Cuánto dices que tiene tu esposa de embarazo?
Marshall ya caminaba hacia la puerta, sintiéndose triunfador.Confiado.No lo pensó demasiado.
—Seis meses.
La puerta se cerró de golpe frente a él.
Mierda. Mierda. Mierda.
MIERDA.
—Pensé que dijiste que tu novia estaba por tener a tu hijo. Y yo te pregunté por tu esposa... Y un bebé no es recibido en seis meses.
Estaba jodido.
Cerró los ojos, soltando un suspiro resignado.Eso iba a acabar mal.
Sintió algo puntiagudo presionarse contra su espalda. Probablemente una navaja.
Tragó saliva con fuerza.
Dos contra uno.Y si le preguntaban, eso no sonaba nada justo.
—Muchachos... ¿no creen que aquí hay un malentendido?
El de cabello castaño y piel blanca le sonrió, sarcástico.
—Estoy seguro de que sabes que estas haciendo. Blanquito.