TREINTA Y SEIS
12 de septiembre de 2025, 23:26
Marshall tragó saliva con fuerza, sintiendo la punta de la navaja clavarse contra su espalda. Levantó las manos para mostrar que estaba indefenso, y la carta que tenía en su mano derecha fue arrebatada por el chico que había cerrado la puerta.
—Uhm... eso que agarraste es mío.
Lo ignoraron y abrieron la carta con rapidez, sin darle importancia al hecho de que tenía su nombre escrito al frente.
Por suerte, no notaron la otra carta. La que había ocultado entre su pantalón y su camisa. La del enemigo.
—Esta carta debió enviarse hace tres meses.
Se burló uno de ellos, decidido a leerla.
—¿No podrías... no sé... leerla en voz alta?
Marshall se giró lentamente, seguido por su atacante, quien hundió la navaja con más fuerza —aunque sin perforar—.
—Mantente callado.
Marshall trataba de mostrarse confiado. De no verse débil. De no ser un llorón suplicando por su vida. Tenía que conservar la dignidad, al menos.
—No hay nada aquí, Arbb —dijo el joven tras leer la carta—. De verdad es suya.
—Mierda, Sid. No podemos dejarlo ir ahora que lo amenazamos.
El de cabello castaño miró el reloj en su muñeca e hizo una mueca.
—Aún quedan quince minutos para que acabe la hora de la cena...
Se miraron entre ellos y asintieron.
—Busca la carta mientras yo lo ato a la silla. Creo que si ya nos dejamos ver, una navaja no le dará tanto temor.
Marshall no entendió del todo... hasta que vio al chico de piel oscura sacar un arma de fuego del pantalón.
Sí. Estaba más que jodido.
¿Dónde rayos estaba Chase cuando más se lo necesitaba? Oh, cierto. Le había dicho que iba al baño, no que había visto a nadie sospechoso. Pero, ¿podía culparlo? Estaba rodeado de esa bola de gente. ¡No había manera de advertirle!
Y, pensándolo bien, tampoco era buena idea que apareciera si uno de ellos tenía una maldita pistola.
No tuvo más remedio que dejar que le ataran las manos y los tobillos, y luego lo empujaran a una silla para inmovilizarlo.
Mientras era vigilado por el tal "Arbb", "Sid" buscaba la carta que no iba a encontrar.
—No hay nada, maldición.
—Tiene que estar aquí, idiota. El informante dijo que la puso en este lugar.
¿Informante? ¿Había más?
—Ya la busqué, te digo que no está.
—A ver, quítate. Yo buscaré. Tú vigila al rarito.
Marshall frunció el ceño, ofendido.
—¿Rarito? ¿A quién le dices rarito? Créeme que si esto fuera una pelea justa, yo te ganaría, imbécil.
—Sid. Callalo, por favor.
—Enseguida.
El chico buscó un trapo. Cuando encontró uno que parecía viejo y sucio, lo acercó a la boca de Marshall.
Marshall se negó. Qué asco. Parecía el que usaban para limpiar las máquinas de impresión.
Recibió un golpe seco con el mango de la pistola justo en el pómulo, encima de uno de los raspones que ya tenía.
Joder, eso dolió.
Siseó por el dolor, y esa fue la oportunidad perfecta para que le metieran el trapo en la boca. Luego usaron cinta para cubrirle los labios y parte del rostro.
El sabor del trapo casi lo hizo vomitar.
También fue consciente de que el gran raspón de su rostro había comenzado a sangrar tras el golpe.
¿Acaso esos imbéciles no veían cuán herido estaba ya? ¡Innecesario que lo golpearan más!
—No hay nada...
—¿Qué hacemos con él? Es un testigo.
—Mm... matarlo.
—¿Aquí?
—Claro que no, idiota. Tenemos que ver dónde ocultarlo.
Marshall vio cómo la carta —su carta— era guardada en el bolsillo del hombre. ¡Su carta! ¡No había recibido ninguna en meses y se la habían quitado!
Trató de moverse en la silla, pero otro golpe en el rostro lo detuvo.
—Si lo matamos aquí, podemos esconderlo en... —Revisó la pequeña oficina. No había ningún lugar donde pudiera ocultarse un cadáver. O eso pensó, hasta que vio la rendija de aire: era cuadrada, lo suficientemente grande, y probablemente larga. —Ahí.
Bien. Ya podía despedirse de su vida. En definitiva.
Pensó que usarían la pistola, así que cerró los ojos esperando el disparo. Pero cuando este tardó demasiado, los abrió.
Tenían una cuerda.
Oh... pensaban ahorcarlo para no hacer ruido.
Pensó que eran idiotas, pero al parecer no lo eran tanto.
Sintió cómo pasaban el objeto alrededor de su cuello y comenzaban a jalarlo. Trató de forcejear, pero era inútil. Tampoco podía gritar. Maldito trapo. Maldita cinta. Malditas cuerdas.
Maldecía todo.
Sintió el ardor en su cuello por las quemaduras que comenzaban a formarse con la fricción. Empezó a ver borroso, y lo único que escuchaba era el latido de su propia cabeza. Vio negro, y un cosquilleo incómodo trepó hasta su cráneo.
Las cuerdas rozaron dolorosamente su cuello. La fricción causando quemaduras que no tardarían en rasgarse y causar sangrado por la piel expuesta.
Mierda... era muy doloroso.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y sí, derramó varias. Se estaba quedando sin aire. Sin opciones. Sin vida.
Al menos hasta que, de pronto, un jalón increíblemente fuerte hizo que cayera de lado junto a la silla. Justo entonces, la cuerda se aflojó.
Estaba mareado. No podía ver bien y los sonidos a su alrededor llegaban distorsionados.
Aunque quería quitarse la cuerda del cuello, aún estaba atado. Solo se quedó ahí, sintiéndose débil.
Lo odiaba.
Sus brazos no respondían.Su cuerpo no respondía.Su mente apenas y estaba consciente.
Su desconcierto fue mayor al sentir cómo el agarre en sus muñecas y piernas se iba, cómo lo desataban de la silla.
Fue sujetado con fuerza mientras la cuerda de su cuello era retirada con suavidad.
Cuando recobró la suficiente consciencia, se dio cuenta del ruido a su alrededor. Había murmullos y conversaciones en marcha. Aun así, lo único que lograba quedarse con él era la voz preocupada de Chase llamándolo.
—Marshall. Marshall. ¡Marshall! ¡Reacciona! Vamos, vamos —sonaba muy desesperado. Le movía el rostro de un lado a otro con la mano—. Marshall... albino... albino, por favor... reacciona...
Marshall sonrió. Finalmente podía verlo. Un dolor de cabeza punzante lo invadió, pero trató de ignorarlo.
—¿Estás... estás llorando?
Dijo Marshall con esfuerzo, antes de toser con fuerza.
—¡Marshall! Dios mío... estás vivo.
—No pienso morirme antes que tú, imbécil. No soy tan inútil.
Se enderezó con la ayuda de Chase, sentándose para mirar a su alrededor.
No estaban solos.
Había dos cadetes más en la habitación, atando a los infiltrados con las cuerdas que usaron en él.
Una mujer de cabello rubio... y Ryder.
—Chase... —Se movió para quedar de lado. Grave error. El moretón que tenía en la cadera dolió como el infierno. Hizo un gesto de dolor.
—¡Que no te muevas, tonto! ¿No ves que casi te mueres?
—Nah... no es nada —le restó importancia, indiferente—. Oye, hazme un favor y quítale la carta que tiene el chico alto en el bolsillo. Es mía.
Se lo dijo a la chica, porque estaba más cerca. Ella lo miró feo por lo descortés que fue, pero lo hizo. Le extendió la carta y Marshall la tomó.
Era de su abuela.
—¿Marshall...?
—Ah. Si... toma. —Sacó la carta enemiga de su ropa para dársela a Chase e interrumpirlo antes de que pudiera seguir hablando. —Ellos buscaban esto. Tiene el símbolo rojo.
Dijo sin apartar la vista de SU carta. Tenia miedo de leerla.
—Marshall...
—Shh... puedes regañarme cuando estamos en la habitación... solo... solo déjame ver esto...
—…Idiota.