CINCUENTA
12 de septiembre de 2025, 23:26
El primer día de sus clases de especialización no fue precisamente normal. Creyó que tendría las asignaturas regulares que cualquier soldado junior en entrenamiento llevaba, pero ni siquiera logró llegar al salón cuando fue interceptado por un soldado. Le entregaron una carta y le dijeron que siguiera las órdenes, que eran solo para él.
Marshall la abrió y la leyó.
Sería ascendido a fases superiores de su entrenamiento si lograba pasar un examen de habilidad.
Se dirigió a la sala y se encontró con la casualidad de que era el único allí, a excepción de un sargento.
—¿Señor?
—Tú debes ser el soldado Byce.
—Lo soy.
—Bueno, tengo tu examen de aptitud. Si lo pasas, tal como dicen las instrucciones, te subirán a clases avanzadas de tu especialización.
Marshall asintió y rápidamente recibió la hoja y un lápiz. Era una prueba escrita.
Se sentó en una de las sillas con mesita que estaban allí. Luego, comenzó.
Eran cosas que él mismo había aprendido durante los ataques a las bases. Todo era información básica que lograba reconocer. Tan familiar.
No era difícil, pero sí complicada de entender. Había muchas preguntas trampa, y se usaban.
Durante el examen, le venía a la mente todo lo ocurrido el día anterior.
Él y Chase.
Juntos.
Besándose.
A cada respuesta que daba en el papel, el recuerdo de Chase volvía a su mente.
Sus labios. Su piel. Su cabello. Todo de él era algo en lo que no podía dejar de pensar.
Después de casi una hora, logró terminar el examen y se lo entregó al sargento.
—Tendremos tus resultados a medio día. Ven después del almuerzo.
—Sí, señor. Gracias.
Ahora que no tenía nada más que hacer, podía pensar con claridad en lo que había pasado.
¿Qué sentía por Chase?
Caminó por los pasillos sin rumbo fijo. Aún era temprano para el almuerzo, y la orden del sargento solo significaba que tenía tiempo libre. Así que no había mejor momento para pensar que ese.
Chase...
Chase le gustaba. Mucho.
No podía decir que todo era efecto de haber sobrevivido juntos o de compartir trauma. No se sentía confundido respecto a eso. No era solo culpa del sobreviviente.
Desde el inicio hubo algo diferente en él. Algo que jamás se había atrevido a ver. Y cuando besó a Chase, lo supo.
Pero... lo que estaba pasando con Chase no era correcto. Estaba corrompiéndolo. Estaba ensuciándolo.
Chase era justo la prueba de lo que siempre le habían vendido como masculinidad. Chase era un hombre en todo el sentido de la palabra. Varonil, fuerte, inexpresivo... solitario... bueno, no sonaba como algo muy bueno, pero era cierto: Chase cubría la bota completamente. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué lo besó? ¿Por qué no se alejó? Si Chase era la imagen de lo que significaba la masculinidad para él, entonces debió haberlo empujado, golpeado, gritado o hasta odiado. No... besarlo de vuelta.
Marshall logró entender que él estaba corrompido, que no era normal, que se había convertido en la definición exacta de lo que su padre siempre le recalcó como "un fenómeno". Pero, ¿Chase? Chase jamás dio indicios de ser como él...
Y cuando se besaron, no sintió odio, ni asco de su parte. Al contrario, jamás lo había visto tan... tan necesitado. Como si hubiera estado esperando mucho tiempo por besarlo.
La sola idea de Chase esperando por él le generaba una sensación de cosquillas que le subía de las palmas a la columna. Tan placentera que no podía evitar sonreír.
Pero... estaba mal. Marshall no era una mujer. Y Chase, tampoco.
Marshall jamás podría cumplir con las expectativas que seguramente tenían los padres del moreno sobre su próxima familia.
¿Pero qué hacer? ¿Qué hacer cuando la sensación de quemarse cada vez que estaban juntos seguía ahí? ¿Qué hacer cuando sus cuerpos los unían como imanes? No había manera de evitarlo. Y aun así... no podía dejar de sentirse culpable.
Estaba quitándole a Chase la oportunidad de conseguirse a una buena mujer que le diera hijos y una familia.
No podía ser tan egoísta.
No debía serlo.◇
No supo cómo ni cuándo, pero en un instante estaba frente a la puerta de su habitación. Quería entrar, quería recostarse en su cama, pero eso solo significaría ver el momento exacto en el que se besó con Chase inundando su mente.
¿Le molestaba?
No tanto como quisiera admitir.
Puso el código en la puerta y se adentró en la habitación. No había nadie.
Dio un suspiro de alivio.
No sabía qué haría si veía a Chase ahí. No podría evitar querer besarlo otra vez.
Y entonces, le llegó a la mente la manera tan distinta en la que Chase terminó besándolo.
Tan suave y lento.
Mierda.
¿Por qué ese hombre tenía que ser tan buen besador? ¿Por qué tenía que hacerlo sentir tan deseado? Tan... tan querido. La manera en que Chase lo besó en la cama fue algo que jamás en su vida creyó experimentar.
La forma en que sus labios se sentían en su rostro, en su mandíbula, en su cuello...
Había demasiada devoción. Tanta que no sabía si podría manejarla.
Después del beso que se dieron, después de haberlo besado de manera tan tierna, ambos acordaron hacer como si nada hubiese pasado.
Seguir como amigos y compañeros. No querían arruinar lo que fuera que tenían antes.
«—No vuelvas a besarme así.»
Otro recuerdo lo inundó.
«—¿Así cómo?»
Marshall frunció el ceño.
«—Como si me odiaras.»
¿Lo había besado como si lo odiara? Según Marshall sabía, no se besaba a alguien a quien se odiaba.
No odiaba a Chase.
Odiaba lo que había despertado en él.
Odiaba no poder sacarlo de su cabeza.
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Estaba en el comedor. Había descansado tanto como podía con todos esos pensamientos inundando su mente, pero al menos ahora podía hacerlo con el estómago lleno.
Se dirigió a las bandejas para tomar su comida. Se le hacía extraño no haber visto a Chase en todo el día.
Iba tan distraído que chocó con alguien, aunque por suerte, nada de comida fue derramada sobre la otra persona.
Fue casi como si hubiese sido previsto.
Levantó lentamente la mirada... y ahí estaba.
Hablando del rey de Roma...
—De verdad —dijo Chase, con una sonrisa apenas contenida—. ¿Tienes un imán que te hace besarte con el piso?
Las mejillas de Marshall se calentaron.
—Te... tengo un imán. Y uno muy, muy fuerte. Me dice hola y ahí voy de estúpido.
Rodó los ojos, intentando fingir fastidio. Chase lo ayudó a enderezarse y a tomar la comida con más cuidado.
—Uy... hay muchas olivas en esa bandeja.
La cara de disgusto de Chase hizo sonreír a Marshall.
—¿Acabo de encontrar una debilidad, presumido?
Chase alzó los hombros.
—Supongo. Saben tan mal que sigo sin creer que a alguien le guste eso.
Sacó la lengua, con dramatismo exagerado.
—Oh, vamos. No son tan malas. ¿Has tomado tu comida o vas a ir?
—Iré. ¿Vas por la mesa?
—Te diría que sí pero... la última vez que pasó eso terminamos mal.
Chase sonrió de lado, como si recordar ese día fuese agradable.
—Bueno, no me quejaré si decides acompañarme.
—¿No te quejarás? ¿No debería ser yo quien diga eso?
Ambos comenzaron a caminar hacia la fila. Marshall se quedó a su lado mientras Chase elegía qué comer.
—Bueno... creo que tengo mis motivos para pensar que disfrutas estar conmigo, albino.
Marshall supo que estaba jugando con él. Y le encantaba.
—En tus sueños, presumido.
Chase terminó de servirse y simplemente fue a sentarse con Marshall en su mesa.Pero tan pronto como ambos se acomodaron, dos soldados se acercaron, claramente entusiasmados.
—¡Hola! Mucho gusto. Mi nombre es Alex —dijo uno, de cabello castaño claro y ojos azules.
—Yo soy Danny —añadió el otro, de ojos y cabello café.
—Nosotros somos... —intentó decir Marshall, pero fue interrumpido rápidamente por Danny.
—¡Son los famosos Ángel Blanco y el Cazador! Los conocemos.
Marshall frunció el ceño, completamente desconcertado.¿Qué mierda dijo?
—Creo que nos están confundiendo —dijo Chase, con un tono algo arisco pero aún respetuoso. Ese tono que usaba con todos... menos con él.
—¡No! ¡Sus nombres suenan mucho desde que llegaron! —exclamó Alex con emoción—. Tú debes ser Marshall Byce. El Ángel Blanco —fijó su mirada en él, escaneándolo con descaro—. Ahora que lo pienso... tiene todo el sentido del mundo. Un médico albino... claro que te dirían así.
Marshall se encogió en su asiento. No le gustaba la atención. Mucho menos que lo distinguieran por su albinismo.
—No sabía que me llamaban así... ¿Tú lo sabías, Chase?
—Sí —respondió sin interés, comiendo sin mirar a los chicos.
—¿Qué? ¿En serio? ¿Por qué no me lo dijiste?
—No lo vi relevante.
—Tú debes ser Chase Wallas. El Cazador —intervino ahora Danny, dirigiéndose a él.
—¿Cazador? ¿Por qué "Cazador"? —preguntó Marshall, genuinamente intrigado.
—¿No lo sabes?
Ambos chicos lo miraron con sorpresa.
—Se dice que durante la batalla en Fort Vent, él rastreó a todos los enemigos en el campo para matarlos uno por uno y conseguir que el enemigo se retirara.
Mientras Danny hablaba, Marshall notó cómo Chase se tensaba.
—Y no es todo —añadió Alex—. Se cuenta que lo hizo después de que uno de sus compañeros cayera en combate.
Marshall frunció el ceño.¿Chase había matado a tantas personas... después de que él se desmayó?
Lo miró, buscando su reacción. Fue ignorado.
—Chase...
—He terminado de comer. Un gusto conocerlos. Nos vemos —dijo abruptamente, y se levantó tan rápido que Marshall se preocupó.
Se quedó ahí, mirándolos con una mezcla de rabia y decepción.
—Oh... creo que hablamos de más, Danny.
—Creo que sí, Alex...
—¿Ustedes creen? —replicó Marshall con sarcasmo—. ¿Acaso saben lo que es estar en una batalla y tener que matar personas?
Su enojo era real. Y se volvió certeza al ver sus rostros avergonzados.Ninguno de los dos había vivido lo que ellos vivieron en Fort Vent o Jackson.Ellos se entrenaron alejados del fuego real. No sabían lo que era el infierno.
—Lo sentimos...
—Sí, lo sé. No es algo que sepan aún cómo se siente —tragó saliva, conteniendo algo que no sabía si era rabia o compasión—. Yo también pensé que no me afectaría. Pero cambia tu vida para siempre...
Hizo una pausa.
—A mí. A Chase. A todos nosotros.