CINCUENTA Y TRES
12 de septiembre de 2025, 23:26
Después de la simulación, los dejaron irse. El entrenamiento había sido intenso, así que les concedieron la tarde libre. Al menos a Chase. Para Marshall, esa era la hora habitual en que terminaban sus clases.
Caminaron juntos por los pasillos, en completo silencio. Había tensión entre ellos. No era incomodidad, sino algo más denso, más eléctrico. Como si cada paso que daban estuviera cargado con lo que ninguno se atrevía a decir.
Era evidente que ambos estaban evitando hablar del elefante en la habitación. O quizá solo posponiéndolo... por cobardía, por cansancio, o por deseo.
No dijeron nada... hasta que la puerta del dormitorio se cerró tras ellos. El sonido del pestillo al encajar resonó más fuerte de lo normal. La luz cálida de la tarde se colaba por la ventana, tiñendo de dorado los bordes de las camas, mientras la lámpara del escritorio encendida completaba la escena con una intimidad inesperada.
Lo que había entre ellos era deseo contenido. Tensión acumulada. Y estalló en cuanto estuvieron a solas.
Marshall no dudó. Lo tomó del chaleco y lo empujó contra la puerta cerrada con un golpe seco, nada violento, pero sí firme. Chase dio un suspiro sorprendido, que fue rápidamente interrumpido cuando los labios del albino se estrellaron contra los suyos.
No hubo tiempo para pensar. Solo se sintieron.
El beso fue intenso, necesitado, pero no torpe. Chase tardó un par de segundos en corresponder, pero cuando lo hizo, su cuerpo respondió con la misma urgencia. Deslizó una mano por la cintura de Marshall, atrayéndolo más, y la otra la llevó a su rostro, acariciándolo como si lo conociera desde siempre.
Marshall temblaba ligeramente, pero no se apartó. La manera en la que se besaban podía pasar fácilmente como un impulso, una descarga post-adrenalina, pero Chase notó algo más. Cada vez que los labios del albino se movían sobre los suyos, había una suavidad implícita, una ternura que desmentía la fiereza del momento.
Estaban pegados, sin espacio entre ellos, respirando el mismo aire, como si lo hubieran contenido por días.
—Tenemos que... —trató de hablar Chase, sin mucho éxito. Marshall lo volvió a besar antes de que pudiera terminar la frase—. Cambiarnos...
Ambos seguían con el pesado equipamiento encima. El chaleco antibalas, las capas del uniforme, los guantes tácticos. Todo estorbaba y, aun así, ninguno quería soltar al otro. Chase tomó a Marshall y giró sus cuerpos para pegarlo a él a la puerta.
—Un poco más... —murmuró Marshall, apenas rozando sus labios. Chase asintió, sin poder evitar sonreír, y continuó el beso.
En algún punto, sus labios comenzaron a descender. Chase dejó un camino de besos lentos hasta el cuello del albino, bajando el cuello largo de su camisa con una mano para acceder a la piel expuesta. Marshall jadeó, apretando los dedos contra los costados de Chase.
Fue entonces cuando el moreno se detuvo, sin alejarse del todo, pero con los ojos clavados en él. Su mirada era intensa, encendida, casi devota.
—¿Chase?...
Marshall lo miraba con las mejillas encendidas, los labios entreabiertos, respirando agitado. Chase lo observaba como si estuviera viendo las estrellas, como si no pudiera creer que algo tan bonito lo tuviera tan cerca.
—No sabía que te ruborizabas así... —susurró, casi divertido, pero con un dejo de admiración genuina.
—Cállate... —gruñó Marshall, apartando la mirada. Pero no se alejó. Seguía ahí, con el cuello apenas descubierto, con la marca roja que Chase había dejado ya visible en su piel.
Y por un momento, el mundo se sintió más quieto de lo habitual. Como si todo lo que importaba estuviera dentro de esas cuatro paredes, en ese cuarto de cadetes, después de un entrenamiento, con sus uniformes a medio quitar y los sentimientos a punto de desbordarse.
—Oh vamos. Te ves hermoso. —Marshall sintió un revoltijo de emociones intensas. Lo primero que se le ocurrió hacer fue alejarlo con una mano, empujandolo por la cara.
Chase rió.
—Déjame.
—¿Nervioso?
—¿Yo? No. Jamás. Presumido.
Trató de evitar que Chase viera su rostro tan sonrojado. Se sentía extrañamente vulnerable. No importaba cuanto le gustara el moreno, no creia que pudiera acostumbrarse a ese tipo de palabras tan afectuosas.
—Es divertido. Ven. Aun no termino contigo.
Dijo a la par que lo tomaba por la cintura y la tela del uniforme para acercarlo y pagarlo a si nuevamente.Lo besó de manera tranquila. Con Marshall siguiéndole el ritmo.
—Creo que... —Chase hizo lo mismo que el habia hecho de velarlo mientras hablaba. —Nuestrso uniformes pesan.
Chase rió y asintió.
—Tienes razón. Estoy tan cansado de llevarlo puesto que mejor nos lo quitamos.
Ambos hicieron eso. Cambiándose de sus uniformes a sus pijamas.
Entre ambos llegaron a la decision que querían tomar una siesta por todo lo que hicieron en el dia.
Acabaron recostados juntos en la cama de Chase.
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Después del entrenamiento conjunto, todo volvió a la rutina que tenían antes.
Pero hubo algunos pequeño cambios. A veces, cuando Chase llegaba de madrugada, Marshall seguía despierto haciendo tarea, repasando notas, o simplemente esperando. Entonces Chase lo encontraba allí, sentado con la luz tenue de su lámpara. Solo una mirada era suficiente para que ambos supieran que habían ganado un rato más.
En esos momentos, aprovechaban para hablar... o al menos eso decían que hacían.
Porque, más que hablar, se besaban.
Una y otra vez.
Como si el simple hecho de tenerse cerca fuera una necesidad física.
Comenzó a volverse una costumbre. Una adicción suave. Marshall cerraba el cuaderno apenas escuchaba el seguro girar. Chase dejaba su gorra en el escritorio y caminaba directo hacia él. No se decían mucho. No creían necesario hacerlo. Habían encontrado la menera de hablar con sus labios, con la presión de sus cuerpos uno contra el otro, con la manera en que respiraban después de cada pausa.
Se besaban hasta quedarse sin aliento.
A veces, en los días libres, buscaban el mismo rincón apartado para seguir besándose como si se les fuera el mundo en ello. No importaba si estaban a plena luz del sol. Se agarraban y se besaban fuerte.
Y sí. El único problema era que a veces el beso subía de tono.
Demasiado.
Se empujaban contra la pared, contra el escritorio, contra la cama. Sus manos ya no sabían como quedarse quietas. Tocando cada rincon libre y expuesta de su piel. El deseo se volvía cada vez más insistente, cada vez más impaciente. Y, aunque ninguno decía nada, ambos sabían que estaban acercándose peligrosamente a una línea que aún no se animaban a cruzar del todo.
Estuvieron así casi cuatro semanas.
Viviendo en ese intermedio donde no eran nada... pero lo sentían todo. Donde daban todo pero no decían nada.
Y de pronto, para su sorpresa, empezaron a juntarlos más seguido. Los horarios fueron reorganizados y comenzaron a coincidir en las prácticas. Juntando medicos y policias militares. Como en el primer simulacro.
Sin embargo, nada pasaba desapercibido. Siempre había ojos sobre ellos. Supervisores, sargentos, asistentes. Observando. Evaluando. Midiendo demasiado de cerca.
Y un día, los llamaron por separado.
—Joven Bryce.
—Sargento.
—Tu desempeño ha sido bueno durante los entrenamientos. Sin embargo, creemos que hay un pequeño inconveniente.
—Lo escucho.
—He hablado con mis compañeros... y con los tuyos. Al parecer tienes buena relación con el cadete Wallas.
—Sí... somos amigos.
—Lo entiendo. Y eso está bien. No está prohibido tener amistades aquí. Pero hemos notado que pasar tanto tiempo con él está afectando tu rendimiento de equipo con el resto del grupo.
—...
—Creemos que podrías mejorar tu compatibilidad si aprendes a trabajar con quienes no conoces. Esa es una habilidad necesaria para cualquier Policía Militar en el campo.
—...Sí, señor. Lo entiendo.
—Perfecto. A partir de la próxima semana, tanto tú como el cadete Wallas serán rotados semanalmente con distintos compañeros. Es todo, puedes retirarte.
Al salir de la sala, Chase ya estaba esperándolo afuera, recargado contra la pared como si supiera exactamente en qué momento iba a aparecer.
—Supongo que te dijeron lo mismo, presumido. —dijo Marshall, bajando un poco la mirada.
—¿Separados? ¿Nuevos compañeros? Sí —respondió sin mirarlo del todo, con esa voz tranquila que a veces ocultaba más de lo que decía.
Comenzaron a caminar en dirección al comedor, como si el peso de la noticia apenas llegase a ellos.
—Supongo que tienen razón —admitió Chase al cabo de unos segundos—. Solo somos tú y yo.
—¿No ha sido así todo este tiempo? —preguntó Marshall con una ceja levantada, aunque su tono sonaba menos desafiante de lo habitual. Chase notó esto y tragó saliva.
—Sí, pero... también tienen un punto. No siempre estaremos juntos en cada misión. Tú te irás por un lado y yo... probablemente por otro.
Sonrió un poco al ver la mueca que Marshall hizo ante esa idea, como si no le gustara en absoluto. Y no le gustaba. No lo admitía, pero no le gustaba.
Marshall abrió la boca para decir algo, pero en ese instante ambos notaron movimiento afuera mientras caminaban por el pasillo. Camiones. Muchos camiones estacionados afuera de la entrada principal.
—¿Camiones? —musitó.
—Deben ser nuevos —respondió Chase con desinterés, pero la voz de Marshall volvió a sonar más firme.
—No. Mira los nombres impresos —se quedó quieto frente a la ventana—. Esos son nombres de bases del Sur...
Chase frunció el ceño. Se acercó también a la ventana.
—Estamos en una base multiespecialidad, Marshall. Tal vez trajeron a un grupo selecto de soldados para algo.
—Sí... eso creo. —Se quedo viendo hacia afuera hasta qje vio algo familiar. —Espera... yo conozco a esa enana —su tono cambió de inmediato, y sus ojos se iluminaron—. ¡Es Skye!
—Ah... claro —respondió Chase, no tan emocionado como él.
—Tenemos que ir a saludarla. Así podremos...
—Marshall —lo interrumpió con suavidad, mirándolo—. Tenemos que ir a almorzar. Luego puedes verla. No nos dan mucho tiempo, ¿recuerdas?
—Pero...
—Créeme, ya la verás. Además, tienes que dejarla acomodarse.
Sin pensarlo demasiado, Chase lo tomó de la mano y lo jaló suavemente consigo, guiándolo de vuelta al pasillo.
Marshall no pareció notar el gesto. Siguió caminando con él, aunque sus ojos no se despegaban de la ventana. Llevaba en el rostro una mueca dramática de tristeza.
Una mezcla entre tristeza infantil... y resignación adulta.