ID de la obra: 888

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Mezcla
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planificada Mini, escritos 267 páginas, 72.620 palabras, 58 capítulos
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CINCUENTA Y OCHO

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—Aún no sé por qué me estabas ignorando ayer... Hace media hora habían despertado juntos. Y aunque ambos hubieran querido quedarse en la cama, Marshall tenía clases temprano. Estaba alistándose el uniforme cuando sintió unas manos familiares rodearle la cintura. No tenía puesta la camisa, lo que dejaba sentir el contacto piel con piel cuando Chase lo abrazó por detrás. Sonrió al sentir los labios del moreno posarse en su cuello y hombros. —Bueno... es muy complicado. —¿Fue mi culpa? Chase detuvo su camino de besos para pegarse más a Marshall y así besarle la mejilla. —Claro que no. Tú no tuviste nada que ver con mi actitud. Marshall acarició la mejilla de Chase mientras terminaba de meter las agujetas en las botas. —¿Pero por qué solo me ignorabas a mí? —... No sé. —Chase. —Bueno, quizás me puse un poco celoso. Eso sonó como una respuesta pensada, por el tiempo que tardó en contestar. —Claro. ¿Celoso de qué? —... De no almorzar contigo. Pero ya no pasará otra vez. Lo prometo. Volvió a besar la espalda del albino. —Más te vale, si no, yo seré quien te ignore. —Por cierto, tengo curiosidad sobre algo que dijiste ayer. Marshall giró su cuerpo para quedar cara a cara con Chase. Alzó la ceja y sonrió tras rodar los ojos. —¿De qué se trataba? Chase tuvo que lamerse los labios. Se sentían repentinamente secos al tener a Marshall frente a él sin camisa. Bueno, ninguno tenía la camisa puesta, pero eso no significaba que le atrajera menos. —Dijiste algo sobre que armaste un show... Marshall abrió los ojos con sorpresa y volvió a girarse, esta vez para no mirarlo. —Oh, no. Olvídalo. No fue nada, ¿sí? Chase sonrió y lo giró por la cintura para que volviera a mirarlo. —Oh, vamos, albino. Dime. Marshall mostró inseguridad en el rostro. Hizo una mueca y suspiró. —Ayer... discutí con mis amigos... La burla en el rostro de Chase se esfumó al instante. Genuinamente preocupado, lo incitó a continuar. —Digamos que... dijeron que tú y yo éramos novios... y... y... No podía hablar. No podía decirlo. No quería hacerle creer a Chase que lo que estaba sucediendo no era algo que él quisiera. Sería mentira. —¿Lo negaste? Digo... no somos novios, Marshall. —Lo sé, lo sé. Pero... tenemos algo... ¿no es así? Marshall lo miró y pudo sentir su corazón desmoronarse por la ternura que le causaba su expresión. Mierda. Marshall iba a matarlo. Sus ojos azules brillaban con fuerza, y con ese deseo desesperado de saber si era correspondido. —Joder. Claro que sí, Marshall. Se acercó rápidamente a besarlo. Un beso dulce, aunque un poco cargado de emociones. Al separarse, Chase no pudo evitar la sonrisa que se mantenía en su rostro. —¿No estás enojado por lo que te estoy diciendo? —¿Por qué lo estaría? —Porque negué que hay algo entre nosotros. E incluso actué como un hipócrita. —Bueno, esa última parte no la habías mencionado. —... Cuando mis amigos dijeron esas cosas, no pude evitar... molestarme con ellos. Fui grosero e hiriente. —Mi duda es: ¿cuándo no lo eres? Es parte de tu encanto, cielo. Marshall rodó los ojos por el apodo ridículo sin mirar a Chase. Sonrió apenas. Mantenía la vista en sus propias manos, que jugaban sobre el pecho del moreno. —Qué gracioso. —Sarcástico—. Ya, pues sí. Discutí con ellos y lo negué todo... —... No me... no me molesta. Digo, sí, duele un poco, pero no me molesta, porque... te entiendo, Marshall. No estás listo para gritar a los cuatro vientos que te gusta un hombre. El albino se sintió extrañamente vulnerable. —Después de que me fui, tuve un recuerdo de mi padre. Chase frunció el ceño. —Fue de la primera vez que me golpeó. Yo era un niño, y tenía un amigo que me había hecho una carta después de decir que era lindo. Él la vio... Desde ahí jamás me bajó de maricón. Chase lo miraba. No con pena, pero sí con comprensión. —¿Crees que esa sea la razón de tu actuar? —Tal vez. Pero... ¿tú... se lo has dicho a tus padres? El que tú... —Oh. Sí. Ellos lo han sabido toda mi vida. —¿Y te aceptaron? —Supongo. Nunca hablamos de ese tema. Pero desde que se lo dije a mi padre, se puso como loco a enseñarme todo lo que sé. A convertirme en... —No lo digas —interrumpió Marshall, frunciendo el ceño. Chase soltó una risotada. —Pero no he dicho nada. —Sé lo que ibas a decir. —¿Ah, sí? Chase se acercó para robarle un pico. —Sí. —¿Qué iba a decir, según tú? —Monstruo. —... Bueno. Sí iba a decir eso, pero... mantengamos en secreto que te has vuelto brujo, porque si no, luego te mandan a la hoguera. Marshall rió por las ocurrencias de Chase. —No eres un monstruo. —... —Chase no se atrevió a negarlo ni a asegurarlo—. Sí, bueno... —trató de cambiar de tema—. Recuerdo que una vez mi padre me dijo que si iba a ser joto, al menos debía volverme el mejor, para que nadie se atreviera a hacerme o decirme nada por eso. Alzó los hombros, indiferente. —Suena mejor que el mío. —Oh, sí. Por mucho. Ambos rieron. Quizás el tema de conversación no era el mejor para reír, pero así lograban sentirse conectados de alguna manera. Tras dejar de reír, Chase no pudo evitar volver a besar a Marshall. Sus labios, su mandíbula, su cuello y hombros, mientras lo mantenía sujeto por la cintura. —Comienzo a creer que te estás haciendo adicto a mí. Chase rió en su cuello, dándole cosquillas. —Sí... yo también creo lo mismo. Marshall se fijó en el reloj. —Es hora de que me vaya. ¿Nos vemos en el almuerzo? —Ah... tengo unas... cosas que hacer con Rocky... pero, nos vemos en la noche. Marshall asintió, y antes de que el moreno lo dejara ir, lo sujetó por el cuello para besarlo. Sí. Chase se estaba haciendo adicto a él. Pero Marshall también. Y sinceramente... no se sentía como algo malo. Ni incorrecto, o siquiera... raro. Se sentía bien. Correcto. Real.
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