SESENTA
31 de octubre de 2025, 0:23
Oficialmente graduados.
Al fin.
Después de interminables semanas de entrenamiento físico y mental, ya eran relativamente libres.
Suspiró, sintiendo sus manos temblar. Sujetaba una carta con el destino a su hogar.
Su madre y su abuela lo verían pronto. No podía evitar preguntarse cómo estaban las mujeres de su vida.
Y si aceptarían a Chase.
Por alguna razón, mientras estaban recostados juntos antes de dormir, le preguntó si le gustaría conocer a su madre y a su abuela.
Con la excusa de ser solo amigos, algo que claramente no eran.
Chase lo pensó un poco, pero terminó aceptando.
...¿Tal vez iba muy rápido? No lo sabía, pero ahí estaban, en el camión de camino a su hogar.
Tras varias horas, llegaron al condado de Charleston.
Tanto él como Chase bajaron del autobús, cargando sus grandes y pesadas mochilas a la espalda. Luego, esperaron en la parada de autobús de la ciudad.
—¿No tienes un auto?
—¿Yo? No... siempre me he movido en autobús —Marshall se sintió repentinamente incómodo.
No tenía siquiera un auto para ir a casa, y estaba arrastrando a Chase con él.
—Ya veo. Nunca había venido a Charleston. Se ve bastante simpático.
—Sí... al menos esta área. Es la zona con más dinero, así que supongo que es linda.
El autobús llegó hasta donde estaban, subieron y emprendieron camino.
Su destino estuvo frente a ellos una hora después.
Se dirigían a las afueras de Charleston. El camino, que al principio lucía bien cuidado, fue cambiando progresivamente a uno cada vez más descuidado.
Casas abandonadas, llenas de hierba en la yarda. No había muchas personas caminando por las calles, lo cual se le hizo extraño a Chase.
Nunca había visto una realidad de vida como esa.
Cuando el autobús se detuvo nuevamente en una parada, Marshall le indicó que ya era momento de bajar.
Caminaron unos cinco minutos antes de llegar frente a una casa con vallas de color blanco desgastado. Era una casa pequeña, de color beige.
—Llegamos. Bienvenido a mi muy humilde morada.
Chase observó el lugar y asintió, siguiéndole el paso a Marshall. Al llegar al pórtico, notó que una de las ventanas estaba rota.
No rota como si alguien hubiera tratado de asaltar, sino rota como si una pelota hubiera volado en esa dirección.
—Los niños del barrio juegan mucho béisbol. El equipo local es muy popular por aquí. No hemos tenido el dinero para reemplazar la ventana, pero eso cambiará muy pronto.
Mi madre y mi abuela no pueden cortar la hierba mala, así que creció esto mientras no estuve.
—Ya veo... pero no necesitas explicármelo, ¿o sí?
—Veo tu expresión, Chase. Aunque quieras disimularlo, puedo notar que es la primera vez que estás en un lugar como este. ¿No?
Chase no dijo nada al principio. Solo observó cómo Marshall sacaba sus llaves del bolsillo y comenzaba a quitar el seguro de la puerta.
—No... mi padre es un general, después de todo. Hay mucho dinero involucrado, supongo.
Marshall asintió, y finalmente la puerta se abrió. Era aún temprano en la mañana, así que no les sorprendía si no había mucho ruido en la casa.
Después de todo, era una mujer enferma junto a una anciana.
El olor familiar llegó a la nariz de Marshall. Un olor hogareño. El olor a viejito, café mañanero junto a comida.
Tragó saliva al sentir el nudo en la garganta. Chase siguió sus pasos desde atrás mientras se dirigía a la cocina.
Ahí estaba. Su abuela, parada frente al lavavajillas, limpiando un plato. Tocó la puerta de la cocina para hacerle saber que estaba ahí. La mujer giró un poco.
—Lucía, no debiste levantarte, sabes que te llevo el pla— —Se interrumpió a sí misma con un susto que casi le hizo tirar la taza limpia que tenía en las manos.
Se quedó viendo a Marshall, como si tratara de procesar que lo que estaba viendo era real.
—Hola... abuela.
La mujer dejó la taza en la pequeña mesa frente a ella, y luego llevó sus manos a la boca.
—¡Hijo mío!
Había emoción en su hablar. A pasos pequeños pero algo rápidos, se acercó al albino para abrazarlo.
Se separó al poco tiempo y sujetó sus mejillas con cariño.
—Estoy en casa...
—Te ves tan diferente, Mars. Tan grande y guapo. Seguro tienes a muchas mujeres detrás de ti, ¿no?
Marshall sonrió con nerviosismo, mirando a Chase, quien seguía parado detrás de él.
—Sí... mujeres... digo, sí, sí... no. Quiero decir... no tuve tiempo de enfocarme en esas cosas.
La mujer rió suavemente y volteó a ver a Chase.
—¿Es tu amigo? Es muy alto y guapo. Seguro, así como tú, debe tener muchas jovencitas detrás de él.
Mucho gusto, jovencito. Soy Lupita Barnes, la abuela materna de Marshall.
Chase tomó la mano de la mujer de manera educada y la besó, haciéndola reír.
—Mucho gusto, señora Barnes. Un gusto conocerla. Soy Chase Wallas... amigo de Marshall.
—Oh, pero qué educado joven... También luces como un joven muy fuerte.
—Abu... ¿Ma? —preguntó Marshall tras no verla. Según lo que recordaba, ella siempre bajaba al menos a desayunar con su abuela—. ¿Cómo sigue de su enfermedad? ¿Fueron al seguro del hospital militar?
Su abuela lo miró por un instante.
—Sí... pero ya sabes, lo mismo de siempre. No ha habido mejora, pero le recetaron más medicina...
—Ya veo. ¿Crees que siga dormida?
—Sí. Últimamente duerme más. Son analgésicos muy fuertes.
—¿Hay algo que le haga falta?
—... Sí. Tu madre necesita una silla de ruedas... No tenemos el dinero para comprarla. Sus piernas ya perdieron movilidad total.
Marshall alzó las cejas, sorprendido, y solo asintió.
—Ya... ya veo. Eh, iré a comprarla esta tarde. Por mientras, Chase y yo iremos a dejar nuestras cosas en mi habitación.
¿Tú necesitas algo, Abu?
—No, mi niño, gracias. Seguiré haciendo el desayuno. Les hablaré cuando esté listo.
—Bien.