SESENTA Y UNO
31 de octubre de 2025, 0:26
—Tu hogar es muy distinto al mío, ¿sabes?
—¿Distinto en qué sentido?
Marshall acomodaba su ropa en los cajones, mientras Chase hacía lo mismo en una pequeña sección que el albino le había encontrado.
—En cómo crecimos. Qué nos gustaba de niños y... así.
Creo que tienes muchas imágenes de Megan Fox.
Marshall rió. Le dio una mirada rápida de reojo a Chase, notando cómo este seguía inspeccionando cada parte de su habitación.
No era un cuarto muy grande ni llamativo. Sí, era cierto que tenía imágenes de Megan Fox en casi cada pared, pero también había recortes de periódico con autos de lujo y, quizá, uno que otro jugador de béisbol.
—Megan Fox fue el amor de mi vida a los 16. Su peak durante la película de Transformers muestra su belleza.
—Sí... es linda.
Alzó una ceja al notar el tono un poco indiferente. Celos tan mal disimulados que no pudo evitar reír.
—¿Estás celoso de Megan Fox?
Chase negó. No eran celos, al menos él no lo consideraba así.
A fin de cuentas, Megan era solo una celebridad, y no era como si fuera a salir de la televisión, fijarse en el albino y besarlo.
—No. De hecho, lo entiendo. Yo tenía un fuerte crush con Tom Welling.
—¿Qué? ¿Tom Welling? ¿No es muy masculino para ti?
—¿Qué significa eso?
Chase lo miró, ofendido, y Marshall solo pudo atinar a negar con las manos al aire.
Había terminado de guardar su ropa, así que se giró en su lugar para verlo.
—Sí... digo, no te ves como el tipo de hombre al que le gustan más masculinos que él, no lo sé...
—Ah... te refieres a esa idea que tienen los heteros sobre los gays —cerró el cajoncillo y se sentó en la cama sin dejar de mirar al albino—. Ese tonto estereotipo donde uno de nosotros tiene que verse y actuar frágil y torpe, mientras que el otro es un casanova mujeriego y agresivo que lo protege ¿No? Todo para encajar en la idealización de las personas, porque sino lo hacemos, nos odian.
—Si lo dices así, suena... feo.
—Es exactamente la misma cosa que hacen con las mujeres. Ya sabes: la frágil damisela que debe ser salvada por el hombre y que sin el es una inútil sin motivaciones propias mas que ser salvada.
Pero, ¿y si ambos son hombres? ¿Por qué forzar que uno actúe como "se supone" que lo haría una mujer? ¿Por qué uno tiene que ser "la mujer" de la relación si son hombres?
—Uh... ¿por qué estás regañándome? No me refería a eso. Te lo tomaste muy personal, Chase.
Chase rodó los ojos y negó.
—Dices que Tom Welling es muy masculino para mí. Entonces, ¿eso quiere decir que tú eres lo suficientemente femenino para mí?
—¿¡Qué!? ¡No! ¡No quieras encasillarme en esas tonterías! No soy una mujer, ni mar... —Estuvo a punto de decir maricón, pero se detuvo al darse cuenta de que... en efecto, sí lo era—. No soy... no soy una mujer.
Chase asintió.
—Lo sé. Pero solo usé tus palabras contigo.
Si Tom Welling es "muy masculino para mí", ¿eso qué te hace a ti?
Marshall apretaba los puños con furia.
—¿Sabes qué? Jódete.
Estuvo a punto de irse, pero Chase se levantó rápidamente y lo tomó por la cadera para evitar que se fuera.
Acercó su rostro al de Marshall con una sonrisa triunfadora y besó su mejilla rápidamente.
—No soy muy fan de la fragilidad, cariño.
—Puaj. Odio tus apodos. Aléjate. —Trató de apartarlo.
—Lo sé. Por eso te los digo.
Marshall rodó los ojos, pero terminó cediendo. Tomó entre sus manos las de Chase solo para dejarlas ahí.
—¿No crees... que soy femenino, cierto?
—Nope. Eres lo más alejado de la feminidad que he visto.
¿Aunque sabes qué? Si fuera lo contrario, no hay nada de malo. Son solo gustos, a fin de cuentas.
—Ew. No. Estoy bien siendo un hombre recto y derecho.
Chase soltó una carcajada, quizá un poco fuerte.
—Sí... porque despertar y besarse con otro hombre es lo más recto y derecho, ¿no?
—Precisamente.
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—¿Mamá?
Marshall tocó la puerta antes de entrar a la habitación. Estaba completamente a oscuras: ninguna cortina abierta, un aire a abandono y tristeza. Se sentía fría, lúgubre.
No recibió respuesta, así que se acercó a la cama. Allí estaba su madre, recostada. Parecía dormida. Sabía que al regresar había una posibilidad de verla así... pero no por eso dolía menos.
Su abuela le había contado que, al recibir la carta con el nuevo seguro médico militar, fueron directo al hospital. ¿El resultado? Solo más medicamentos para el dolor. Adictivos, básicamente.
Marshall la removió suavemente. Luego, un poco más fuerte, hasta que abrió los ojos.
—¿Mhn...?
—Mamá... soy yo. Marshall. Ya regresé.
—Marshall... mi niño hermoso... ¿Cómo estás? ¿Cuánto... cuánto he estado dormida? Se siente como si fuera ayer cuando te fuiste...
El albino tomó su mano. Sonrió, aunque con tristeza. Era probable que para su madre todo pareciera tan corto por haber estado sedada la mayor parte del tiempo.
—Vamos a comer, ¿sí?
—Me gustaría, pero... no puedo moverme. La movilidad de mis piernas se fue por completo. No tengo fuerza en los brazos... Solo déjame aquí... ve y disfruta tú...
Marshall frunció el ceño, sintiendo su pecho apretarse con fuerza.
—No. Vamos. Yo te llevo.
Se acercó con cuidado y la acomodó entre sus brazos. Pensó que estaría pesada... pero no fue así.
Entre sus brazos solo quedaba lo que una vez fue su madre. Podía sentir los huesos incluso debajo de la ropa.
Ligera como una pluma. Frágil.
Y lo suficientemente sedada como para no recordar este momento más tarde.
La llevó hasta la cocina, donde Chase y su abuela los esperaban.
Chase no dijo nada, pero Marshall notó la sutil sorpresa en su rostro. Respondió con una sonrisa triste.
—Mamá... La abuela hizo sopa para ti. ¿Puedes tomarla?
Un leve asentimiento fue suficiente. Marshall le dio la cuchara para que la sujetara. Tras un poco de esfuerzo y temblores, logró mantenerla entre sus delgadas manos. Comió un poco.
—Oh... ¿cómo te llamas, jovencito? —preguntó su madre, mirando a Chase con curiosidad.
—Chase Wallas.
La mujer asintió con una sonrisa cálida.
—Sí que eres apuesto... Marshall nunca trajo a ningún amigo a casa, así que me sorprende que el primero sea alguien tan guapo.
—Mamá... —Marshall intentó replicar, sintiendo el rostro caliente. Primero su abuela, ahora su madre.
—Gracias, señora. Puedo ver de dónde sacó Marshall la belleza también. No cabe duda de que se parece a usted.
Los ojos de la mujer se abrieron ligeramente, sorprendida. Se le humedecieron un poco. Tras un pequeño carraspeo, habló con voz quebrada.
—¿Eso piensas? Ahora me veo tan vieja y arruinada... Ya no soy la joven que fui. Ya no soy... linda.
Escuchar a su propia madre referirse a sí misma como fea hizo que un nudo se atorara en la garganta de Marshall.
—No diga eso, señora. Usted es hermosa.
No deje que lo que está pasando acabe con usted.