SESENTA Y DOS
31 de octubre de 2025, 0:25
Marshall mantenía la vista fija en los movimientos de su madre. Esa mañana, Chase y él habían salido a buscar una silla para ella.
Aunque ahora la tuviera, sus brazos ya no tenían la fuerza suficiente para moverse por sí misma.
Su abuela trataba de empujarla lo más que podía, aunque el esfuerzo la agotaba demasiado rápido por su edad.
Él lo sabía. Ellas lo necesitaban allí.
Lo sabía.
Pero si se quedaba, no habría dinero. No habría nada para ellas.
—Marshall. He arreglado la ventana.
La voz de Chase lo interrumpió desde la cocina, arrancándolo de sus pensamientos. Lo miró y, por inercia, le sonrió.
—Gracias... —regresó la mirada hacia su madre—. ¿Necesitas ayuda, ma?
—No...
Llevaba quizá media hora esperando a que la mujer terminara de desayunar para llevarla de vuelta a su habitación. Había intentado ayudarla, pero cada vez que lo hacía ella rechazaba la comida con terquedad.
Chase se sentó a su lado. Comenzó a mirar alrededor, y Marshall, que lo conocía bien, supo que estaba inspeccionando todo en silencio.
—No hay fotos de ti de niño...
Marshall soltó una sonrisa cargada de burla. Lo miró y luego negó con la cabeza.
—No... tengo unas pocas, pero están en el ático.
—Están en tu habitación, hijo. Tu abuela las puso ahí. Deben estar en el clóset.
Aunque la voz de su madre era apenas audible, el silencio en la cocina permitió que cada palabra se escuchara clara.
—Ahora entiendo por qué había una caja arriba... —murmuró Chase.
—¿Quieres mostrárselas a Chase? —preguntó su madre.
—Pero... ¿qué hay de ti?
—Aún me falta para acabar. Te llamaré cuando termine y me ayudes a ir a mi cuarto.
La sonrisa débil de la mujer no lo convencía en lo más mínimo. Pero, ante su insistencia, Marshall solo asintió.
Mientras subían las escaleras, Chase rompió el silencio:
—¿Qué enfermedad tiene tu madre?
Marshall se detuvo en seco. El corazón se le encogió. Chase tenía razón. No lo sabía.
—Yo... no lo sé.
Frunció el ceño. Apenas entonces comenzaba a darse cuenta: jamás su madre o su abuela le habían dicho con claridad qué era lo que padecía.
Chase lo notó en su rostro.
—Eres médico. ¿No deberías poder identificarlo por los medicamentos que toma y los síntomas que tiene?
Marshall asintió, con cierto letargo.
—Sí... sí, creo que sí puedo.
En lugar de dirigirse a su cuarto, cambió el rumbo hacia el de su madre.
Ya allí, le pidió a Chase que se quedara en la puerta, atento, por si llegaba su abuela o si su madre lo llamaba.
Cruzó la habitación en busca de algún lugar donde ella pudiera guardar los medicamentos.
Dio la vuelta a la cama para revisar del otro lado... y la escena lo heló.
Debajo, al fondo, junto a la mesa de noche, alcanzó a distinguir la esquina de una caja de cartón mediana.
Se acercó con cautela. No porque hubiera un peligro real, sino por el miedo de lo que fuera a encontrar.
Cuando la tuvo enfrente, se agachó y la sacó con cuidado. La sostuvo entre sus manos y luego se sentó sobre la cama.
Abrió la caja.
Comenzó a revisar frasco por frasco. Algunos aún conservaban las etiquetas intactas. Otros... no tanto.
Todos los frascos eran de medicinas para el dolor. Unos muy fuertes. Pero en ningún momento vio alguno que fuera para tratar alguna enfermedad específica.
Tragó saliva al ver, hasta el fondo, un sobre.
Lo tomó. Eran radiografías.
Puso el papel negro frente a su rostro, en dirección a donde la luz de la ventana entraba.
En la parte de abajo vio el nombre de su madre. Regresó la vista a la imagen. Parecían varias fisuras y una fractura en la columna.
Con todo el entrenamiento médico que él tenía, pudo entenderlo perfectamente.
Pero... ¿cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo?
—¿Marshall? ¿Estás bien?
Marshall giró el rostro, dándose cuenta de que Chase lo había estado observando desde que comenzó a revisar.
—Sí... Pero creo que tengo que hablar con mi abuela...
De pronto, las llaves en la puerta sonaron.
—No creo que tengas que esperar mucho.
Al instante se levantó de la cama y caminó hacia abajo con los documentos en mano. Chase no lo siguió, pero sabía que igual escucharía.
Al llegar abajo, su abuela estaba poniendo el mandado en la mesa.
Al voltear a verlo, se quedó quieta tras ver lo que sostenía en sus manos.
Ninguno dijo nada por un par de segundos. Entonces su madre, que seguía sentada, giró el rostro para saber qué estaba pasando entre ellos. Su rostro palideció al ver el documento.
—¿Pueden explicarme cómo pasó?
No hubo ningún tono violento o grosero, sino uno inquisitivo.
—Marshall...
—Hijo...
—¿No es una enfermedad lo que tienes, mamá?
La mujer de cabello negro miró a otro lado. No se sentía capaz de responder. Marshall entendió y, en cambio, miró a su abuela. Ella dudó un poco, pero al final suspiró resignada.
Se sentó en la mesa e invitó a Marshall a hacer lo mismo.
Lo hizo.
—Marsh... tienes razón. Tu madre no sufre de ninguna enfermedad.
—Si no es eso, entonces... ¿qué es? —se alteró un poco. Se relajó apenas cuando sintió la mano (un poco fría) de su mamá sobre la suya.
—Cuando... cuando eras niño y tu padre aún vivía...
Marshall frunció el ceño. ¿Ese hombre qué tenía que ver en todo eso?
—...cuando vivía...
Recuerdos llegaron a su mente al instante. Unos para nada lindos.
Las mismas escenas grotescas: él golpeándolo a él o a su madre.
Entonces... todo encajó.
—Sabes que tu padre era un hombre con los nervios un poco elevados y...
—Él lo hizo. ¿No es así?
No podía apartar la mirada de un punto fijo de la mesa. El tener que darse cuenta de que todo por lo que estaba pasando su madre era culpa de un hombre violento que alguna vez juró quererlos...
—...sí... cuando tenías siete u ocho años... él se excedió un poco...
Marshall finalmente miró a su abuela.
—¿Un poco? ¿¡Un poco!? ¡¿Dejar paralizada a mi madre te parece excederse un poco?! —No quería alzar la voz ni gritar, pero sentía que la situación se le iba de las manos. ¿Cómo es que jamás se dio cuenta? ¿Por qué, siendo tan obvio, no lo vio antes?
—Marshall. Espera, hijo... —Estampó las radiografias con un golpe seco sobre la mesa. Sentía tanta rabia dentro de sí. Una que creía no poder controlar. No al menos hasta que vio las expresiones aterrorizadas de las dos mujeres. Reconocía esa maldita mirada.
LA CONOCÍA.
LA VIVIÓ.
Y... otra vez los recuerdos llegaron a él.
Lo entendió.
Veían en él la sombra de su padre.
El mismo monstruo. Reflejado en su rabia.
Tragó saliva al obligarse a detenerse. Volvió a tomar la mano de su madre, que por el susto retiró de la suya.
—... lo siento... —Trago saliva con nerviosismo—. Yo... ¿porque no puede moverse? ¿Que les dijo el doctor?
Su abuela soltó el aire que contenía.
—Sus lesiones en la columna nunca fueron tratadas... en ese entonces tu padre perdió todo el dinero que teniamos guardado en una deuda que acumuló... y en cerveza... no habia dinero para un tratamiento ni rehabilitación para tu madre...
Marshall asintió comprendiendo. Una fractura sin tratar no era algo que se pudiera curar... no cuando ya habían pasado mas de diez años.
—Vi... vi muchos medicamentos. Unos eran... muy fuertes.
Su abuela trago saliva y su madre no se atrevió a verlo.
—Tanto tiempo con tanto dolor... tu madre no tuvo de otra mas que recurrir a eso... y... bueno... causó... causó...
—Una adicción...
Se quedó recargado en la silla. Todo eso era demasiado que procesar. Y solo tenia cuatro o cinco dias para pasar con ellas antes de irse.
No queria, de verdad abandonarlos ahora seria algo que se arrepentirá toda su vida pero... alguien tenia que traer el dinero a casa.
Y si no era él. No seria nadie mas.