SESENTA Y TRES
30 de noviembre de 2025, 3:09
—Tenías el cabello muy rizado cuando eras niño...
Marshall estaba recostado en la cama, mientras Chase permanecía sentado, observando las fotografías.
—Sigo sin creer que te haya dado curiosidad ver fotos mías de cuando era niño.
—Sigo sin creer que no hayas querido mostrarme.
Marshall rodó los ojos y, poco después, los cerró. Estaban algo hinchados y rojos. Toda la situación con su madre lo tenía mal.
—No es para tanto...
Mientras Chase pasaba las páginas del álbum, una fotografía en particular captó su atención, una que estaba casi hasta el final, bastante oculta. Parecía ser una imagen de la madre de Marshall con él en brazos, acostados en una habitación de hospital.
Pero algo no cuadraba: la foto estaba mal posicionada, parecía demasiado pequeña para el marco que la contenía. Además, la decoración del cuarto le resultaba sospechosamente familiar.
—Albino.
—¿Mhn?
—¿Puedo sacar una foto para verla bien?
Chase supuso que Marshall estaba comenzando a quedarse dormido, por la forma en que cabeceaba, aferrado a su propio brazo.
—Sí, supongo.
Con el visto bueno, comenzó a retirar la fotografía.
Al tenerla en sus manos, se dio cuenta de que no estaba recortada, sino doblada en un extremo. Con una textura arrugada, como si la fotografía hubiera sido doblada y desdoblada muchas veces.
Frunció el ceño.
Al desdoblarla, sintió el corazón subirle hasta la garganta.
No veía ahí al padre de Marshall.
No era el mismo hombre que, en el resto del álbum, aparecía siempre con una cerveza en la mano. No era, ni de cerca, la misma persona. Era un extraño. Esa foto había sido doblada justo donde aparecía el hombre, en el lugar exacto para que a primera vista luciera como una fotografía de madre e hijo.
Tragó saliva con fuerza.
¿Qué hacía ese hombre ahí? Lograba reconocerlo, lo había visto muchas veces en viejas pinturas y libros. Con el ceño fruncido muchas preguntas rondaron por su mente. Y algunas otras fueron contestadas.
Volteó a ver a Marshall. Estaba casi completamente dormido. Tomó la fotografía del álbum y la guardó en su bolsillo con rapidez.
De pronto, un fuerte golpe sonó a través de la pared, asustándolos a ambos.
Marshall se levantó casi al instante, como un acto involuntario: una muestra de que, sin importar cuánto lo intentara, después de los ataques no podía dormir sin estar alerta.
El albino se dirigió a la ventana para observar de qué se trataba, mientras Chase lo miraba con atención, con nervios de que Marshall hubiera visto como escondió la foto.
—¿De qué se... —Carraspeó al sentir su voz débil—...trata?
—Son... son los niños del barrio. Están jugando béisbol... —La respiración de Marshall comenzaba a tranquilizarse.
—Béisbol...
—Oh, cierto. Tú no has jugado béisbol antes —tras una rápida mirada por la ventana, Marshall sonrió de forma maliciosa—. Ya sé lo que vamos a hacer...
Chase frunció el ceño, pero no dijo nada, al menos no hasta que el chico se acercó, lo tomó de la mano y lo jaló para levantarlo de la cama.
—¿Estás pensando lo que creo que estás pensando?
—Sí. ¿No crees que es buena idea? Pienso que será divertido.
Marshall lo guió por la casa hasta llegar a la salida. Afuera, soltó su mano de manera inconsciente. Los niños del vecindario seguían ahí, entre risas y una que otra queja.
Chase observó cómo el chico se acercaba a ellos y comenzaba a hablarles.
Mientras intentaba convencerlos de dejarles jugar, Chase miró a su alrededor. Los árboles estaban casi completamente secos, sin hojas, en respuesta a la estación del año en la que se encontraban. Pero, a pesar de eso, aún se veía a muchas personas fuera de sus casas. ~
Las decoraciones de Día de Gracias estaban en casi cada casa. Tal vez debería recordarle a Marshall que comprara, al menos, un adorno pequeño para su hogar.
Salió de sus pensamientos cuando Marshall regresó hacia él con un bate, un guante y una pelota. Alzó una ceja, sorprendido por lo animado que sonreía.
—¿De verdad te dejaron jugar?
—No les pregunté si me dejaban jugar. Les pregunté si podía rentarles el guante, la pelota y el bate por unos veinte dólares.
—Pensé que jugarías con ellos.
—Nope. Voy a enseñarte a ti a jugar béisbol. Porque de verdad no puedo creer que nunca lo hayas hecho.
Y tras eso, ambos se dirigieron al patio trasero de la casa. Había hierba alta, pero también el suficiente espacio para jugar.
Marshall le explicó lo básico, que en realidad no era tan difícil. Chase solo asintió, comprendiendo de qué se trataba el juego.
Le tocaba batear, así que se quedó quieto, esperando a que el albino lanzara la pelota.
—¿Listo?
Sujetó el bate con más fuerza. Tras un asentimiento, la pelota no tardó en venir hacia él.
La primera vez, la falló. Marshall rió y dijo que lanzaría dos veces más.
En el segundo intento, logró golpearla, pero sin la fuerza suficiente. Marshall terminó atrapándola antes de que Chase pudiera siquiera moverse de su lugar.
Finalmente, un poco herido en su orgullo por las burlas del chico, en el último intento ajustó su posición, respiró hondo y mantuvo los ojos fijos en la bola.
¡Zas!
Un golpe seco resonó por el patio, tan fuerte que hizo eco. Marshall se agachó por si acaso la pelota iba en su dirección.
Para mala fortuna de ambos... la pelota atravesó la ventana del vecino.
Se quedaron quietos en su lugar, con una expresión de miedo. Luego, se miraron el uno al otro.
Apenas se escuchó el grito del vecino, Marshall habló:
—Corre.
No tuvo que decirlo dos veces. Ambos salieron del patio en dirección a la calle, corriendo tan rápido como sus piernas se lo permitían. Y eso era mucho.
Al llegar al final de la calle, se detuvieron, jadeando con fuerza mientras estallaban en carcajadas.
—¡No puedo creer que hayamos salido corriendo, Marshall! ¡No es algo que se supone debamos hacer! ¡Somos adultos!
Marshall solo podía seguir riendo, contagiando cada vez más a Chase.
—¡No es la primera vez que rompo la ventana del vecino! —dijo entre risas—. Iremos más tarde a pedir disculpas y a pagar por eso.
Cuando al fin lograron calmar las risas, tras varios intentos de respirar profundamente, Marshall miró a su alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie cerca.
Nadie.
Entonces se acercó a Chase, lo tomó del rostro y lo besó. Fue un beso tosco, como la situación, pero no tardó en ser correspondido. Chase copió su acción con igual intensidad.
Cuando se separaron, Chase mantuvo los ojos cerrados, con una sonrisa.
Amaba cuando Marshall dejaba atrás sus miedos y actuaba tan... libre.