ID de la obra: 901

Quiero Hacerte Sentir Bien (001 x 456) Two-Shot Smut/Fluff

Slash
NC-21
Finalizada
2
Tamaño:
28 páginas, 10.837 palabras, 2 capítulos
Descripción:
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Déjame cuidarte

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—¿Dónde está Gi-hun? Todos los jugadores del equipo X miraron al mismo tiempo a In-ho, con la misma expresión confusa y extrañada en cada uno de sus rostros. Era la hora de la cena y, como era costumbre, los jugadores se habían refugiado en diferentes rincones, de forma enfrentada en lados opuestos de la gran sala de las literas. Allí se encontraban todos reunidos: los jugadores 007 y 149, madre e hijo; la jugadora 120 y el jugador 246, la mujer transexual y el padre de la niña con luecemia; la jugadora 222, la joven embarazada y el jugador 388, el joven ex-marine. El resto de jugadores que allí se encontraban apenas los conocía o le importaban bien poco como para tenerles en cuenta. Pero su Gi-hun siempre estaba en sus pensamientos y, por eso, al no verlo con el resto del grupo se había extrañado. Comer junto a su pareja y poder contemplar cómo su rostro, normalmente serio, se redondeaba cuando lograba que llenara sus mejillas de comida y sonreía muy levemente al mirarse, se había convertido en una de sus mayores adicciones. —Se ha subido a una de las literas... —susurró una débil voz. Una repentina sensación de asco y rabia le subió por la garganta. Bajó la vista en dirección de aquella voz y comprendió al instante porque su cuerpo había reaccionado así: el jugador 390, el insoportable y entrometido amigo de Gi-hun llamado Jung-bae, le miraba fijamente, sosteniendo en su mano derecha su plato medio lleno de comida mientras que con su mano izquierda señalaba hacia adelante, en un punto de las alturas tras él. Se giró para seguir la dirección de la mano, alejándose de la repulsión que la figura de aquel hombre le causaba y logró ver a Gi-hun, sentado en una de las literas más cercanas a la puerta por la que entraban los guardias para repartirles la comida y anunciar la suma acumulada tras los juegos. Sin darse la vuelta para agradecer la información, comenzó a caminar hasta aquella zona, llevando consigo la pequeña caja rectangular y metálica que contenía su propia comida. Podía sentir cómo las miradas del grupo que dejaba atrás se clavaban en su espalda conforme seguía avanzando en su objetivo. Poco después, con el resonar de sus pisadas en el enorme espacio que conformaba la sala de las literas, comenzaron a unirse a aquellas primeras miradas las del equipo contrario, los círculos. Todos parecían pendientes de su movimiento, aunque unos le observaban con curiosidad y otros con el temor de que intentara algo contra su integridad física..., pero no le importaba. No le importaba ni lo más mínimo que todos tuvieran clavando sus ojos en él porque su propia atención se encontraba centrada en un objetivo claro: su querido Gi-hun. Continuó caminando hasta que por fin llegó hasta la litera, conformada por unas cuatro camas apiladas una encima de la otra, en cuya cima había vislumbrado la figura de pareja. Colocó el recipiente con la comida en su boca y apretó los dientes para asegurar el agarre. Luego, comenzó a trepar por la escalera colocada en uno de los laterales. Cuando su cabeza al fin atravesó el último colchón, logró ver a Gi-hun: permanecía sentado, con una pierna flexionada y apretada contra el colchón y la otra con la rodillas hacia arriba, de forma que le sirviera de soporte para su brazo derecho. Le estaba dando la espalda, por lo que no pudo verle la cara, pero debido a su postura tensa y calculadora pudo adivinar, con gran pesar, que la seriedad había vuelto a apoderarse de los hermosos rasgos de su rostro. Suspiró con tristeza, emitiendo un sonido apenas perceptible pero que sirvió para captar la atención de Gi-hun, quien se giró de inmediato para observarle. —¿Young-il? —dijo, enarcando una ceja con expresión confusa—. ¿Qué haces aquí? In-ho subió el pequeño tramo que aún le quedaba y apoyó sus manos sobre el colchón de la cama. Una vez arriba, sacó el recipiente de su comida de la boca y lo alzó al aire. —No quería que comieras solo —explicó. Gi-hun le miró a los ojos por unos instantes, luego al envase metálico que agitaba y una vez más a su rostro antes de regresar su atención al frente, donde se encontraba aquella enorme puerta metálica y cerrada. —Vuelve con el grupo —le sugirió con una voz seria—, no voy a comer. —¿Por qué no? —preguntó con incredulidad In-ho, avanzando lentamente hacia él para poder sentarse a su lado—. Necesitas fuerzas si quieres continuar los juegos... —No tengo tiempo para eso —le interrumpió secamente Gi-hun, sin apartar la vista de la puerta metálica. In-ho le miró por unos instantes, tratando de encontrar sus ojos, pero estos no parecían dispuestos a verle, demasiado absortos en la vigilancia autoimpuesta de aquella zona. Bajó la mirada con un suspiro hacia su regazo, encontrando allí la caja de metal aún cerrada. —¿Dónde está tú comida? —preguntó, temiendo saber cuál era la respuesta. —Se la di a la jugadora 222 —respondió Gi-hun con indiferencia—. Ella y su bebé la necesitan mucho más que yo. Justo lo que se temía. Amaba que Gi-hun fuera tan empático con las situaciones ajenas y no podía negar que la situación de la jugadora 222, aquella joven embarazada, también le causaba una gran ternura..., pero no podía consentir que en el transcurso de ayudar a otros su pareja se fuera marchitando. Hacía días que no terminaba sus porciones de comida y eso estaba provocando que adelgazara de una forma vertiginosa. Admiraba los motivos que le movían, pero debía comprender que no le sería posible ayudar a otros si no se preocupaba por él. Si importaba más ser el héroe de toda aquella locura que su propia integridad física, al menos debía comprender que no sería capaz de serlo si moría en el proceso por el agotamiento y la desnutrición. Si lograba convencerlo de ello, al menos le mantendría a salvo. Suspiró con pesar, mientras su manos se movían para abrir la caja de su comida, revelando tras la tapa una gran porción de arroz acompañada de kimchi y un huevo frito. Tomó el tenedor que también se encontraba allí y lo hundió en el arroz. —No voy a dejar que te mueras de hambre —dijo, alzando el tenedor lleno en su dirección. Gi-hun ni siquiera se dignó a mirarle mientras él mantenía el tenedor en alto. —Gi-hun, tienes que comer —insistió In-ho, observando con impotencia como algunos granos del arroz caían irremediablemente hacia el suelo. —Vuelve con el resto —repitió a su vez Gi-hun—. Tengo que seguir pensando como sacaros de aquí. In-ho volvió a meter la porción intacta de arroz dentro de la caja de metal, pero no apartó la vista ni un instante del rostro endurecido de su pareja. —La única manera de sacarles es convencerles de salir, ya lo sabes bien —dijo. La mandíbula de Gi-hun se apretó, tensando los músculos de sus mejillas. Le dolía demasiado pensar en la cantidad de veces que ya habían votado los jugadores y como en cada una de las ocasiones parecía que el número de jugadores que querían quedarse se multiplicaba. —Si lo jugadores no quieren ser razonables, entonces tengo que sacarlos a la fuerza... —Entonces no lograrás convencerlos —le aseguró In-ho, negando con la cabeza. El dolor volvió a punzar en el pecho de Gi-hun y, de manera instintiva, se giró para mirar con furia al otro hombre. —No haría falta convencerles si nos hubieras dejado irnos en la primera votación. En cuanto la última palabra salió de su boca, escupida con todo el veneno y el odio que le habían inyectado los tres años de continua búsqueda y pesadillas, se arrepintió. Porque no tenía razones para culpar únicamente a Young-il. Como él mismo le había dicho tras la primera votación, no había sido el único en votar el círculo que les impedía marcharse. También en su edición ganaron tan sólo por un voto el grupo de aquellos que querían marcharse... No, no podía culparle cuando él mismo, aún habiendo votado para marcharse, había decidido volver. —Young-il, yo... —trató de decir, agachando la cabeza. —Tienes razón —le interrumpió In-ho. Gi-hun alzó de nuevo la cabeza y le miró, encontrándose con aquellos ojos marrones que siempre le observaban con ternura y amor. —Fue culpa mía —continuó In-ho—. Pensé más en mi propio beneficio que en lo que era correcto..., fui un cobarde y lo siento por ello. Gi-hun apretó los labios. La voz de su pareja había llegado demasiado dolida y arrepentida hasta sus oídos, y escucharlo de aquella forma le rompía el corazón. De nuevo, volvía a hacer daño a quien amaba. —Entiendo que te enfades conmigo por ello —siguió hablando In-ho. Sus manos se habían movido hacia el recipiente metálico y lo estaban cerrando de nuevo—. Pero, Gi-hun, por favor, tienes que entender que te estás cargando con una responsabilidad que no es solo tuya. Alzó de nuevo la cabeza y sus ojos volvieron a conectarse. —No eres él único que debe tomar la decisión de irse y, si quieres lograr convencerles, tienes que descansar y alimentarte. Gi-hun escudriñó aquellos ojos: eran tan hermosos como siempre y se encontraban bañados con la sinceridad y la preocupación de quien siente su pecho latir por otra persona. Ambos sabían que su relación había nacido en un contexto demasiado complicado, pero no por ello habían renunciado a la idea de liberar sus sentimientos. Eso sí, todo se mantenía en el más absoluto secreto. —Ten —le dijo In-ho, tendiéndole su caja de comida ya cerrada—. Tu lo necesitas más que yo, estoy seguro de que en realidad te mueres de hambre. Gi-hun apretó los labios, como si tratara de reprimir una nueva negativa. —Déjame cuidarte —añadió In-ho. Aquellas últimas palabras parecieron convencer de forma milagrosa a Gi-hun puesto que tomó aquel recipiente de forma casi automática, mientras seguía tratando de encontrar algunas palabras con las que responder. Seguía demasiado preocupado por la acusación que había vertido, de forma injusta y cruel, contra la persona que amaba y deseaba librarle del dolor que, estaba seguro de ello, había infundido en el corazón de su pareja. Pero, antes de que pudiera dar con aquellas anheladas palabras, In-ho se inclinó hacia él y le besó suavemente en los labios. Un beso superficial, casi sin contacto, que dejaba en claro que no era necesario que se disculpara, que en verdad entendía y conocía el dolor que le apretaba el corazón, y que no le culpaba por ello. Aquello solo le hizo sentir más peor. Pero no pudo decir nada porque In-ho rápidamente se apartó de su lado y emprendió el camino hacia las escaleras, bajándolas ante la mirada impotente de Gi-hun. Instintivamente, y aprovechando su posición elevada, trató de buscarle en el suelo, queriendo saber si volvía con el resto del grupo. Unos pocos segundos después, pudo verle de nuevo, encaminando sus pasos hacia el lateral derecho de la sala donde se encontraban los baños de hombres. Cuando su figura desapareció tras aquella puerta celeste suspiró con pesar. Agachó la cabeza y apretó los dedos con fuerza sobre el recipiente de comida que aún sujetaba en su mano derecha. La culpa comenzó a apretarle las entrañas, asentándose en su estómago como si pretendiera impedirle cumplir con lo que le habían pedido. A pesar de todo, y contradiciendo las señales de su cuerpo, que le suplicaba no ingerir nada que viniera de aquellos monstruos vestidos con monos rosas y cubiertos en el rostro por máscaras negras, abrió el recipiente. El tenedor, que aún mantenía parte de la porción que In-ho había querido darle, le saludó en el interior. Lo tomó con decisión y, sin agregar ni un solo grano de arroz, se metió el contenido en la boca. Al instante, su estómago pareció cambiar de opinión con respecto a la comida, puesto que comenzó a rugir con fuerza, instándole a devorar hasta el último gramo de arroz. Gi-hun sonrió, y emitió un pequeño bufido divertido. Young-il siempre tenía razón. ⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑 Una hora después, Gi-hun había decidió volver de su "autoexilio", reincorporándose al grupo de las X. Junto a él se sentaba In-ho, que parecía no recordar nada de la conversación que habían mantenido durante la hora de la cena. Todos charlaban alegremente, esperando a que llegara el momento en el que la rutinaria voz de las bocinas anunciara el apagado de las luces que correspondía al tiempo de descanso. De pronto, la enorme puerta de entrada, aquella que había obsesionado a tanto a Gi-hun durante la hora de la cena, comenzó a abrirse. Los presentes de ambos equipos, círculos y equis, se giraron instintivamente hacia aquella zona. Un grupo de unos ocho guardias con triángulos pintados en sus máscaras negras y armados entraron en la sala. Los jugadores, conscientes de que aquellas armas tan solo se dispararían contra ellos si eran eliminados en los juegos o si eran considerados una amenaza importante, comenzaron a moverse, no sin cierta timidez, por el espacio yermo que se encontraba en el centro de la sala. Los guardias terminaron de colocarse, situándose cuatro a la izquierda y cuatro a la derecha, del pequeño escenario que los separaba de los jugadores, dejando entre ellos un pequeño pasillo. Pocos segundos después, apareció un nuevo guardia, vestido con el mismo mono rosa que los demás pero con la particularidad de que en su máscara no se hallaba pintado un triángulo sino un cuadrado. Caminó por el pasillo construido por sus subordinados, con el paso firme y seguro, como si quisiera mostrar en cada segundo de su avance la autoridad que pesaba sobre sus hombros. Por fin, llegó justo al inicio de las escaleras de aquel pequeño escenario y se detuvo, colocando sus manos por detrás de la espalda. —Debido a una avería en las tuberías —proclamó con la voz tan clara como le permitía el modulador de voz—, los baños, tanto de hombres como de mujeres, quedarán clausurados por esta noche. Al instante, una gran cantidad de voces se alzaron, protestando ante aquella medida que les privaba de una necesidad tan básica como la evacuación de sus deshechos personales. Los guardias de triángulo alzaron sus armas, apuntando a la pequeña multitud que comenzaba a acercarse hacia ellos, deteniendo el paso al instante. —Sin embargo —continuó calmadamente el guardia con el cuadrado—, sabemos que algunos jugadores cuentan con circunstancias especiales para los que esta medida resulta inviable por lo que, bajo una excepción, permitiremos a ciertos jugadores que acudan a otros baños de las instalaciones. —¿Y cómo se supone que vais a decidir eso? Todos se giraron para seguir la dirección de aquella voz que se había alzado: el jugador 100 se encontraba situado en mitad de la multitud y su actitud, siempre irritante y desagradable, hacía que la indignación supurara odio en cada una de sus facciones. —Dado que investigamos muy bien el historial de los jugadores, tenemos acceso a los historiales médicos de cada uno de ellos, por lo que sabemos quienes poseen condiciones sanitarias que hacen indispensable acudir a los baños, tales como infecciones urinarias, diabetes, embaraz-... —¡Es injusto! —volvió a protestar el jugador 100. La sala se quedó en silencio y, por un momento, todos creyeron (incluyendo el propio jugador 100) que los guardias le dispararían. El aire se volvió denso, casi como si pudiera cortarse con un cuchillo. El guardia con el cuadrado parecía mirar, desde detrás de su oscura máscara, directamente hacia aquel jugador que había osado interrumpirlo, como si estuviera analizando cómo proceder. Por su parte, el jugador 100 había comenzado a sudar, consciente de la delicada situación en la que se encontraba. —Los jugadores de nuestra lista, como ya he mencionado, cuentan con afecciones que ya de por sí resultan una grave desventaja durante los juegos —respondió al fin el guardia, con el mismo tono calmado e indiferente—. La razón de otorgarles este pequeño "privilegio" responde a la única intención de igualar, en la medida de lo posible, las condiciones de todos los jugadores. En esta ocasión, el jugador 100 no se atrevió a decir nada y, muerto su intento de protesta, nadie se volvió a alzar la voz. —Para evitar exponer la identidad de aquellos que cuenten con las características necesarias para acceder a los baños —continuó el guardia—, todos los jugadores que lo deseen deberán acercarse a la puerta de los baños de hombres —explicó, señalando con su brazo izquierdo hacia la puerta celeste que allí se encontraba—. Un guardia le hará saber a cada jugador si se encuentra en la lista de aquellos que lo tienen permitido. En caso de que así sea, otro miembro del personal les conducirá hasta los baños. —Disculpe —intervino una mujer de las primeras líneas—. ¿Qué pasa si no estamos en la lista? —Los jugadores que pueden ir a los baños por su condición médica solo tienen veinte minutos para hacerlo por lo que, si un jugador no tiene dicho permiso, deberá permanecer custodiado ese mismo tiempo por un miembro del personal. De esta forma, el resto de jugadores no sabrán quienes cuentan con el permiso necesario... —hizo una leve pausa y, por un momento, Gi-hun incluso logró imaginárselo sonriendo a través de esa máscara—, a no ser que el propio jugador quiera darlo a conocer, teniendo en cuenta las complicaciones que eso puede suponer en su relación con el resto de jugadores. Dicho esto, y ante el reinante silencio que aquellas amenazadoras palabras, se dio la vuelta para marcharse, siendo seguido de inmediato por los guardias con máscaras de triángulo. Cuando la enorme puerta de metal se cerró tras ellos, el silencio aún permaneció por unos instantes dentro de la sala, roto tan solo por el ligero sonido de alguna respiración demasiado fuerte. Luego, y sin que aún nadie se atreviera a decir nada, el tumulto de personas volvieron a dividirse según el grupo al que pertenecían. Gi-hun permaneció quieto, dejando que las personas pasaran por su lado y sin prestarles ninguna atención. Sus ojos aún miraban hacia la puerta cerrada, como si aquellos guardias continuarán allí, como fantasmas diabólicos dispuestos a atacar en cualquier momento. —Oye Gi-hun —dijo alguien a su espalda, al tiempo que una mano era posada con delicadeza en su hombro izquierdo. Aquel gesto le sobresaltó. Giró sobre sí mismo de forma casi automática, temiendo que un enemigo, ya fuera jugador o guardia, aguardara tras su espalda dispuesto a dañarle, con un disparo en el primer caso y una puñalada en el segundo. A estas alturas, ya no sabía qué muerte prefería. Y, sin embargo, no fue necesario decidir, puesto que frente a él no encontró ni un jugador con círculo ni un sanguinario guardia con mono rosa. —Siento haberte asustado —se disculpó In-ho, soltándole el hombro y regalándole una sonrisa preocupada. —Está bien, no ha sido nada —respondió Gi-hun, sonriendo levemente a su vez. El hecho de que su pareja quisiera volver a acercarse le llenaba de alivio teniendo en cuenta la tensa situación que habían vivido durante la cena. En verdad, no sería capaz de seguir luchando sabiendo que le había dañado, porque aquel hombre ahora significaba su único pilar de cordura y paz. Le amaba. —Quería proponerte algo —volvió a hablar In-ho. —¿De qué se trata? —Según lo que han dicho, los baños de hombres y mujeres están cerrados por esta noche, aunque el de hombres va a ser usado para atender a los que puedan ir a esos "baños auxiliares", ¿verdad? Gi-hun asintió. —Eso significa que nadie puede tener razones para acercarse al baño de las mujeres... —continuó hablando In-ho, esta vez con un tono más bajo de voz e inclinándose hacia adelante para que asegurarse de que solo Gi-hun le escuchaba. —No sé a dónde quieres llegar, Young-il —dijo éste. —Lo que quiero decir, es que esa zona va a quedar sin vigilancia de guardias esta noche y que ningún jugador va a acercarse por allí para nada..., nadie se daría cuenta si algo pasa por allí. Gi-hun enarcó una ceja, aún sin comprender. —¿Qué te parecería si esta noche dormimos juntos en alguna de las literas que estén más cercanas a la puerta? —explicó al fin In-ho. El rostro de su pareja se ruborizó al instante. —Nadie nos va a ver, Gi-hun, lo nuestro seguirá siendo un secreto —le aseguró In-ho. Lo había dicho con toda la intención de tranquilizarle, pero eso solo había añadido una presión de culpa en el pecho. Gi-hun odiaba que aquella situación fuera en la que su amor había florecido y odiaba aún más el tener que esconder lo que sentía por aquel hombre ante el temor de que pudiera ser utilizado para dañarlo. Había perdido demasiada gente durante los últimos años, y recordaba cada rostro con una punzada en el corazón, pero el simple hecho de imaginar una vida sin él le retorcía las entrañas y le dejaba sin aliento. Él no podía morir por su culpa. —No me avergüenzo de ti... —susurró al tiempo que su cabeza caía en señal de abatimiento. —Gi-hun, sé que no lo haces —replicó con suavidad In-ho, ampliando su sonrisa para llenarla de más cariño—. Entiendo tus motivos y los comparto. No podemos dejar que nos usen de arma arrojadiza contra el otro ni nos podemos permitir que el resto de jugadores vean en nuestra relación un punto en el que atacarnos. —Cuando acabemos con los juegos —volvió a hablar Gi-hun alzando la cabeza y permitiendo que sus miradas volvieran a encontrarse—, te presentaré a todos como mi pareja. —Sé que lo harás, no tienes que preocuparte por ello... —dijo a su vez In-ho, notando como el corazón se le estrujaba de emoción en el pecho. Y, sin embargo, sabía que era bastante imposible que cumpliera su promesa, teniendo en cuenta que él era Líder que controlaba aquellos juegos y que era tan odiado por Gi-hun. Resultaba más probable que terminara con una bala enterrada en el pecho. Y, de forma irónica, el responsable de colocar aquella pieza mortal sería el mismo hombre que tenía frente a él, aquel que tenía todo el derecho a perforarle el corazón puesto que le pertenecía enteramente. —¿Entonces qué me dices? —preguntó, alejando aquellos sucios pensamientos de su mente para volver a aquellos ojos marrones que tanto amaba—. ¿Me dejas cuidarte esta noche? El calor volvió a subir desde su cuello hasta sus mejillas, tiñéndose de un rojo intenso color rojizo y aquella hermosa vista estuvo a punto de provocar en In-ho una reacción impulsiva. Quería lanzarse contra Gi-hun y besarlo de una forma que no dejaría dudas en el resto de jugadores sobre la verdadera naturaleza de su relación. Pero se contuvo. Sabía que, si se dejaba llevar por sus impulsos, por bien motivados que estuvieran, no servirían más que para incomodar a su pareja. Además, y lo más importante de todo, significaría un ataque directo a la confianza que ambos se tenían el uno en el otro, y Gi-hun tendría todo el derecho de odiarle y de terminar su relación. No podía dañarle de esa forma..., no a él. Al fin, la cabeza de Gi-hun comenzó a moverse de arriba abajo, en un tímido asentimiento que no hizo más que dificultar el enorme esfuerzo que estaba realizando In-ho para mantenerse en su sitio. —Bien —logró decir, esbozando una sonrisa sincera—. Te iré a buscar a tu litera cuando se apaguen las luces, espérame allí. Luego de decir esto, se dio la vuelta y dirigió sus pasos hacia su propia litera, notando como su corazón comenzaba a bombear sangre con fuerza a lo largo de sus venas y la adrenalina se expandía por sus brazos, haciéndolos temblar. Todo estaba saliendo de acuerdo al plan.
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