Quiero Hacerte Sentir Bien
13 de septiembre de 2025, 11:17
Gi-hun esperaba bajo las suaves y cálidas sábanas de su cama, notando como su respiración se había vuelto agitada y pesada por la emoción.
Según lo que la voz de los altavoces había dicho, tan solo quedaba un minuto para que las luces se apagaran y, sentir tan cercana la llegada de la penumbra, le hacía sentir ansioso.
Durante sus primeros juegos, una de aquellas fatídicas noches había terminado en una cacería que tan solo había logrado ser reprimida por la entrada de los guardias. Desde entonces, la oscuridad se había convertido en una fuente constante de pesadillas para él.
Pero ahora, de forma inaudita para su cuerpo, la ansiedad no florecía con base del temor a lo que la noche pudiera traer consigo sino a la emoción de lo que, de hecho, sabía que traería: el ansiado descanso junto al cuerpo de Young-il.
“Las luces se apagarán en diez segundos” , anunció de nuevo aquella voz de la megafonía.
Su cuerpo se contrajo, tal y como había sucedido en noches anteriores, como el acto reflejo que sus primeros juegos habían grabado en lo más hondo de su mente.
Diez… Nueve… Ocho…
Podía notar su corazón latiendo cada vez más fuerte, cada vez más fuerte…
Siete… Seis… Cinco… Cuatro
Pero no debía tener miedo, la calidez de Young-il pronto cubriría su cuerpo, como si fuera la promesa de que nada malo ocurriría si ambos estaban juntos.
Tres… Dos… Uno…
Por fin, las luces se atenuaron.
Gi-hun contuvo la respiración tratando de calmarse y convencerse así mismo de que, al menos, aquella noche no debía pasar nada. Tan solo habían jugado dos juegos, y no existía una razón de peso que incitara a los jugadores a moverse en contra los unos de los otros.
Segundos después, las luces se apagaron por completo sumiendo en la más absoluta oscuridad la mayor parte de la sala, solo a excepción de las grandes figuras grabadas en el suelo en forma de X y O que enviaban pequeños reflejos rojizos y azules (respectivamente) hacia arriba, cubriendo su entorno más directo en una penumbra violácea.
Esperó pacientemente, notando como los minutos pasaban como horas en la tensión creada por su mente. Tenía que calmarse, o sino no podría disfrutar de aquella noche.
Cerró los ojos y respiró profundamente, llenando sus pulmones del aire fresco que flotaba a su alrededor.
Las lentas respiraciones que llegaban por parte de los otros jugadores ayudaron a convencerle de la tranquilidad que le rodeaba, y poco a poco su cuerpo se fue relajando.
—¿Estás despierto? —susurró una voz a pocos centímetros de su oreja.
Abrió los ojos de golpe y giró la cabeza hacia el lado del que provenía la voz, alejando de forma abrupta y repentina la paz que tanto le había costado adquirir. Sus músculos se tensaron mientras los ojos se movían de un lado a otro, tratando de forma ansiosa de buscar entre la oscuridad.
—Disculpa —volvió a susurrar la voz, con un tono aún más suave y dulce—, no quería asustarte.
Seguido de aquellas palabras, Gi-hun pudo notar como una mano se posaba con delicadeza sobre su mejilla y comenzaba a acariciarla con ternura. Su cuerpo reaccionó antes que su cerebro, inclinándose ante aquella muestra de cariño casi de forma inmediata.
Y, como si aquellas últimas palabras que había escuchado, junto al gesto y la reacción de su cuerpo, hubieran encendido un enorme foco tras sus pupilas, sus ojos al fin lograron encontrar una figura conocida entre las sombras.
Una figura demasiado parecida a un ángel.
—Young-il… —susurró Gi-hun, notando como su corazón golpeaba lenta pero fuertemente en su pecho.
Tal y como había prometido, allí estaba, dispuesto a llevárselo con él para que pudieran disfrutar la noche durmiendo juntos.
In-ho sonrió y su rostro pareció iluminarse más.
—¿Vamos? —le dijo, apartando la mano de su mejilla y tendiéndosela frente a la cara.
Sin dudar, y aún notando como su corazón azotaba sus costillas, Gi-hun tomó aquella invitación. Al instante, In-ho le ayudó a incorporarse y pronto estuvo fuera de la cama.
Sus miradas se cruzaron, ignorando la oscuridad que las mantenía separadas, como si tuvieran una luz propia que les permitiera encontrarse con bastante facilidad.
Se sentían y se notaban, el uno frente al otro.
Juntos.
—Deberíamos ir por la parte trasera de las literas —propuso In-ho, manteniendo un tono de voz muy bajo—. Será más difícil que nos descubran por esa ruta.
Gi-hun asintió y, como si In-ho lo hubiera notado, pocos segundos después éste le tomó la mano y se dio la vuelta, decidido a marcar la ruta que ambos debían seguir.
Caminaron lentamente hasta alcanzar la pared y, desde allí (y sin soltarse en ningún momento de su agarre), comenzaron a avanzar con la espalda pegada a los ladrillos.
Tanto Gi-hun como In-ho trataron de contener la respiración cada vez que atravesaban una sección en la que lograban visualizar la cabeza de algún jugador, que reposaba en su litera completamente dormido.
La tensión volvió a morder los nervios y músculos de Gi-hun.
Temía que aquel escape nocturno pudiera ser percibido por el resto de jugadores como un intento de ataque y, en consecuencia, provocara una reacción en cadena que terminara en un terrible baño de sangre.
No, no podría soportar la idea de generar una matanza por su capricho de disfrutar una noche de tranquilidad junto a su pareja.
Por ello, agradecía que su cuidado en los pasos que daba y la rigidez en la concentración para evitar ser descubiertos fuera compartida con In-ho. Éste, caminaba con un paso firme y seguro, pero también cauteloso y paciente.
Poco a poco, la frecuencia en la que aparecía los jugadores dormidos sobre sus literas se fue atenuando y, en un breve tramo en el que cruzaban una sección de tres literas completamente vacías, In-ho se paró de forma repentina.
Antes de que Gi-hun pudiera siquiera observar a su alrededor en busca del motivo de la detención, In-ho giró sobre sí mismo y le enfrentó. Con un movimiento rápido, se acercó hasta Gi-hun, apretando sus cuerpos y dejando su boca junto a la oreja izquierda de éste, que era la más cercana a la pared.
—Vamos hasta la litera que está más alejada —le susurró. El aire cálido de su aliento impactó directamente sobre la piel contraria y Gi-hun pudo sentir un fuerte estremecimiento a lo largo de toda su columna vertebral—. Sé que ya no duerme nadie allí y las cuatro literas contiguas también están vacías.
—E-esta bien —tartamudeó Gi-hun.
Tan rápido como había llegado, se alejó y Gi-hun tan solo pudo quedarse allí parado, aturdido ante la pérdida de su cercanía. Sin embargo, con un nuevo tirón de In-ho, reanudó la marcha, siguiéndole con la misma cautela que antes, pero con la mente mucho más revuelta.
Sus orejas le ardían mientras sus músculos trataban de rememorar el peso de In-ho contra su cuerpo y la hermosa sensación de su respiración sobre el cuello. El aire parecía haberse quedado atascado dentro de los pulmones, que no parecían dispuestos a volver a funcionar, como si exigieran que ese aire debía ser usado para reclamar nuevamente la presencia de su pareja.
Entre todo el caos de su cuerpo, por fin, los ojos de Gi-hun lograron centrarse en un punto de sumo interés: una puerta metálica de color celeste encajada justo en la pared.
La puerta de los baños.
Su ansiado destino.
Tal y como había dicho In-ho, al mirar a su alrededor pudo ver que la litera que se encontraba más cercana a esa puerta se encontraba completamente vacía y, al girar la cabeza hacia atrás, comprobó que aquel mismo abandono reinaba en las literas más cercanas. De hecho, desde donde estaban no podía ver el cuerpo de ninguno de los jugadores ni a un lado ni al otro de la sala.
Era extraño y casi lograba transformar aquel lugar tan inhóspito y horrible en un lugar en el que, en verdad, pudiera ser libre junto a Young-il. Expresarse sin ataduras sobre lo que su cuerpo sentía y lograr relajarse por una vez desde hacía tres años, cuando había entrado en los malditos juegos que le habían arrebatado tanto a sus amigos como su paz mental.
Pero todo era un espejismo, seguía atrapado en aquel circo de muerte y dolor, y estaba allí para destruirlo. Solo de esa forma podría ser realmente libre. Y entonces, quizás, podría permitirse ser feliz…
—Sigues pensando demasiado.
Gi-hun regresó repentinamente de sus pensamientos y enfocó su vista al frente, desde donde le miraba In-ho, con su expresión tan tranquila y serena como siempre. Ni siquiera se había dado cuenta de cuando se habían detenido, quedando junto la última litera de la fila, ni de cuándo se había girado en su dirección.
—Si has cambiado de opinión, siempre podemos regresar —le aseguró In-ho con suavidad—. Esta noche es para nosotros, pero si no te sientes cómodo…
—No —respondió Gi-hun alarmado—. Si quiero esto…
En realidad, casi podría decirse que lo necesitaba.
Pero tenía miedo.
Miedo de que les descubrieran, de que aquellos horribles sádicos de los juegos usaran a Young-il para torturarle o de que fueran los mismos jugadores los que decidieran usar su amor para hacerles daño.
Una media sonrisa creció en la boca de In-ho y, pocos segundos después, alzó sus manos entrelazadas. Los ojos de Gi-hun siguieron el recorrido de su propia mano hasta que ésta llegó junto a los labios de su pareja. El leve chasquido de un beso contra su piel y la suavidad con la que le fue entregado, fue suficiente para volver a agitar toda su mente.
Podía sentir sus pensamientos rebotando sobre las paredes de su cráneo mientras un fuerte estremecimiento le recorría de pies a cabeza como si de una descarga eléctrica se tratara.
La sensación se mantuvo por unos segundos más después de que In-ho separara los labios del dorso de su mano.
—Adelante, Gi-hun —dijo, soltándole la mano y apartándose a un lado para dejar a la vista la litera, con las sábanas echadas hacia los pies del colchón. Luego, se acercó un poco y le tomó por el codo, invitándole a avanzar al tiempo que se inclinaba sobre su oreja izquierda—. Déjame cuidar de ti… —añadió con un susurro, justo antes de empujarlo suavemente hacia adelante.
Gi-hun pudo notar como las mejillas volvían a teñirse de rojo.
Sin rechistar y notando como el calor se iba expandiendo por todo su cuerpo, se encaminó hacia la cama, sin atreverse en ningún momento a mirar hacia atrás, donde aún podía notar la presencia de su pareja.
Al llegar a la cama (la que se encontraba situada en la parte más baja de la litera), apoyó sus manos sobre el colchón y rodó sobre el mismo para situarse en el extremo más alejado. Trató de inclinarse hacia los pies de la cama, en busca de las sábanas que allí se encontraban, apretujadas y arrugadas contra los soportes metálicos.
Sin embargo, justo cuando iba a alcanzarlas, un fuerte empujón le obligó a tumbarse. Su hombro izquierdo chocó bruscamente contra el colchón.
El corazón volvió a latir con fuerza y los ojos navegaron entre la penumbra, controlados ambos por el miedo.
¿Acaso los habían descubierto?
¿Qué se suponía que iban a hacer ahora?
¿Dónde estaba Young-il?
—Tienes que relajarte —le susurró una cálida voz en la oreja.
Giró un poco la cabeza y pudo ver a In-ho quien, sin que él se hubiera percatado, se había subido junto a él a la cama y ahora se encontraba tumbado justo detrás de él. Su mano, la causante del susto que le había puesto de nuevo en alerta, se encontraba reposando sobre su brazo derecho, ejerciendo presión hacia abajo para no permitirle que se levantara.
—Esta noche —volvió a susurrar In-ho, acercando más la boca—, yo me encargo de todo, así que relájate.
De forma instintiva, pareció querer seguir la orden. Sus músculos perdieron toda su fuerza al instante, permitiendo que la cabeza de Gi-hun cayera contra la mullida almohada y su magullado cuerpo pronto se viera envuelto por la amable suavidad del colchón.
Resultaba extraño, porque no recordaba que ninguna de las camas en las que había dormido hasta el momento fuera tan cómoda como aquella, pero trató de no pensar mucho en ello, achacando esa percepción a su propio cansancio.
Mientras él se entretenía con aquellas cavilaciones, In-ho se inclinó hacia los pies de la cama para tomar las sábanas que Gi-hun había querido rescatar. Las tomó y tiró de ellas con un golpe seco, arrastrándolas hacia su propia dirección para cubrirles. Una vez que ambos se encontraban bajo las sábanas, él mismo se dejó caer sobre su costado izquierdo.
—¿Tienes frío? —preguntó, acercándose más hacia Gi-hun.
Sin esperar una respuesta, pasó la mano derecha sobre su cintura y tiró de él hacia atrás, provocando que sus cuerpos se encontraran. El pecho de In-ho se encontraba pegado a la espalda de Gi-hun, la boca demasiado cercana a su cuello y las caderas apretadas contra sus glúteos.
—Ahora ya no —respondió divertido Gi-hun.
—Me gusta escuchar eso —dijo In-ho, dándole un suave beso en la nuca.
Una descarga de placer recorrió la espalda de Gi-hun y no pudo evitar que un suave jadeo escapara de su garganta.
Al instante, la vergüenza comenzó a navegar por su cuerpo, gritándole que era un completo estúpido por no saber controlarse y que su reacción no podía ser intrepretada más que como la propia de un hombre desesperado…
¿Pero acaso no lo era?
Amaba que Young-il le tocara, que le cubriera de besos y le dijera lo hermoso que era…, estaba desesperado por sentir su cariño sobre él, porque era algo que a lo largo de toda su vida le había sido negado y ahora aquel hombre le entregaba de forma sincera.
—L-lo siento… —tartamudeó, aún ardiendo de vergüenza y apretando su mejilla contra la almohada, tratando de ocultar su rostro.
—No tienes que disculparte por nada, Gi-hun —le regañó In-ho con ternura—. Llevas unos días muy difíciles y quiero llenarte de caprichos —hizo una leve pausa, permitiendo que el agarre en la cintura se endureciera—. Así que, ¿te ha gustado eso?
Gi-hun asintió tímidamente.
In-ho esbozó una sonrisa. Le parecía realmente adorable que un hombre con la edad de Gi-hun se avergonzara y sonrojara, tal y como lo haría un adolescente, ante el más mínimo contacto de la persona que le gustaba.
Sin esperar un segundo, In-ho volvió a acercar la boca hasta la piel de su pareja, pero, en esta ocasión no se contentó con dar un pequeño beso. En cambio, abrió la boca y comenzó a masajear delicadamente con sus labios aquella zona, apenas rozándola.
La respiración de Gi-hun dio un brinco ante el contacto y su garganta dejó escapar de nuevo un jadeo mucho más fuerte que el primero. En respuesta a su propia reacción, quiso usar una de sus manos para cubrirse la boca. Sin embargo, In-ho se lo impidió, apartando la mano que hasta entonces había mantenido en la cintura y atrapando la mano de este contra su propio pecho.
—Déjame escucharte, Gi-hun —le dijo, acariciando con sus labios la piel apenas mojada por la saliva.
—Pueden oírnos…
In-ho no pudo evitar que una gran sonrisa le cruzara el rostro.
—Entonces —le susurró, apartando su mano de la muñeca de Gi-hun y dirigiéndola hacia el abdomen—, procura que solo yo lo haga.
Un nuevo estremecimiento azotó la columna vertebral de Gi-hun y se fue intensificando conforme la mano de In-ho se iba deslizando por la parte baja de su camisa de jugador hasta que, por fin, se introdujo en el interior.
—P-pensé que solo…, í-íbamos a dormir —tartamudeó divertido Gi-hun.
—Puedo parar si es lo que quieres… —respondió In-ho, justo antes de que su boca volviera a conectarse con el cuello mientras la yema de sus dedos comenzaban a rozarse suavemente entre los abdominales de Gi-hun.
—N-no…, no…
Ante aquella respuesta los dedos de In-ho se presionaron un poco más sobre la carne, dibujando las perfectas líneas que tan bien conocía y que conformaban los laterales de su vientre. Los músculos bajo la piel comenzaron a contraerse rítmicamente, siguiendo el recorrido de aquellas caricias.
Gi-hun apretó los labios, tratando de evitar que a su respiración agitada y descontrolada se le unieran una sucesión de gemidos.
—Pensé que habíamos acordado algo —murmuró In-ho junto a su oído, mostrando su decepción.
No hubo respuesta.
Gi-hun se encontraba demasiado concentrado en contener sus jadeos, huyendo de la vergüenza de ser escuchado por el resto de jugadores, como para siquiera plantearse escuchar sus fingidos reproches.
Pero In-ho no pensaba rendirse tan fácilmente.
—Por favor…, Gi-hun… —jadeó, apretando su ahora media erección contra los glúteos de su pareja al tiempo que alzaba su mentón y atrapaba entre sus dientes el lóbulo de la oreja—. Me encanta escucharte…, por favor…
Aquello desarmó por completo a Gi-hun y no tardó más que unos segundos en dejar escapar todo el aire que mantenía retenido en sus pulmones de una sola vez.
—Young-il… —gimió.
El pene de In-ho se contrajo al escucharle.
Aunque le habría encantado que aquella dulce voz coreara su nombre real, después de mucho tiempo escuchando a su pareja llamarle de aquella forma, había aprendido a disociarse y adoptar de forma más natural ese nombre como suyo (lo cual, dicho sea de paso, le había ayudado a evitar unos celos que, aparte de resultar absurdos, bien podrían haber generado ciertas sospechas y recelos tanto en el grupo de las X como en Gi-hun).
Sus caderas comenzaron balancearse lentamente sobre el trasero de Gi-hun mientras sus dedos jugueteaban cerca de la pelvis, provocándole de forma sutil y frustrante.
Quería que fuera Gi-hun quien lo pidiera.
Que le pidiera dar el siguiente paso en el transcurso de aquellos acontecimientos por los que se estaban arrastrando y cuyo destino era inevitable.
Gemidos y semen.
Recuperó los besos en la nuca, expandiéndolos por el lateral del cuello y sobre la parte externa de la oreja, moviéndose con delicadeza y arrastrando los labios muy suavemente en cada zona, en busca de lograr más y más gemidos de los que vanagloriarse.
Su nariz, que se movía cercana a los oídos, permitía a Gi-hun escuchar la propia respiración de In-ho, pesada y profunda, que dejaba entrever el disfrute y el deseo que cada vez más se iba expandiendo por la piel de éste.
La consciencia de aquel deseo que estaba llenando a In-ho tan solo logró incendiar más sus propios nervios, ya machacados por los suaves, aunque constantes, roces contra la dura erección que recibían sus nalgas.
—Young-il… yo… —jadeó al fin, pero su tono aún se encontraba marcado por la vergüenza.
Una vergüenza que In-ho quería desterrar de su mente, porque significaba que Gi-hun aún seguía consciente del entorno que lo rodeaba y, por ende, de los jugadores y los guardias. Y no pensaba tolerarlo. Él debía ser lo único que llenara los pensamientos de Gi-hun, e iba a pelear con todo lo que tuviera para que así fuera.
—Si quieres algo, tendrás que decirlo —le aclaró con un susurro.
Luego, movió la mano para que ésta se introdujera muy levemente bajo la cinturilla elástica de los pantalones de Gi-hun. Apenas unos centímetros dentro de la tela, lo suficiente como para acariciar una piel aún más sensible y desesperar a su pareja.
—No seas así… —protestó Gi-hun, apretando los dientes con fuerza.
Luego de un pequeño silencio, en el que imperaron los jadeos de ambos y sus respiraciones agitadas y anhelantes, las caderas de Gi-hun se movieron hacia atrás de forma repentina, encontrándose con los empujes de In-ho.
—Dijiste que ibas a cuidarme… —jadeó—, entonces hazlo.
In-ho sonrió.
—Muy listo, Gi-hun —dijo divertido.
Después, le dio un pequeño beso en la zona en la que se conectan el cuello y el hombro, justo antes de apartarse completamente de su cuerpo, dejando un vacío inmenso y desolador entre ellos.
Ante aquella acción, el cuerpo de Gi-hun se movió como un resorte, disipando todo el calor y el confort que había reinado en sus músculos hasta aquel momento, y girándose hacia atrás.
Seguía de los nervios y estaba demasiado alerta…
In-ho podía sentirlo.
—No me voy a ir a ninguna parte —le tranquilizó éste, saliendo por un momento de la cama.
A pesar de que sus acciones parecían decir todo lo contrario que sus palabras, Gi-hun pudo darse cuenta de que no mentía cuando, rápidamente, se movió hacia los pies de la litera y volvió a trepar en el colchón.
—Tan sólo voy a cumplir con lo que te he prometido…
Ahora que Gi-hun se encontraba tumbado boca arriba, colocó sus manos en el hueco que quedaba entre las rodillas de éste y las sábanas, y las empujó para que se doblaran hacia el techo.
Acto seguido, alejó sus manos de aquel lugar y se colocó entre las piernas abiertas de Gi-hun. Éste observaba sus movimientos sin apenas moverse, como si tratara aún de comprender el camino que quería seguir.
En un intento por aprovechar el espacio que existía entre la parte superior de la litera y el colchón (y que era lo único con lo que contaba para actuar), se inclinó sobre el cuerpo de Gi-hun, y apoyó sus manos junto a la cabeza de éste permitiendo así que su erección volviera a encontrarse con la entrada vestida de su pareja y que sus rostros quedaran a pocos centímetros.
Sus alientos chocaron en el pequeño abismo que separaba cruelmente sus labios.
—¿Qué es lo que quieres, Gi-hun? —le preguntó In-ho, doblando un poco sus brazos para acortar aún más el espacio entre ellos.
Mientras decía aquello, apretó aún más su erección contra las nalgas de Gi-hun, arrancándole otro delicioso jadeo. Sus ojos lograron captar la crispación subiendo por la mirada del otro hombre y aquello le hizo sonreír para sus adentros.
Las manos de su pareja se movieron repentinamente para situarse sobre sus hombros y él lo permitió, deleitándose al sentir como los dedos se enredaban en la tela de su chaqueta de jugador.
—B-bésame… —susurró Gi-hun con un tono que no podía dejar más clara su desesperación—. Bésame, Young-il…
Aquellas pequeñas súplicas hicieron explotar el ego de In-ho quien no dudó ni un instante en abalanzarse sobre aquellos labios que tanto le deseaban. Inconscientemente, sus caderas comenzaron a moverse, generando una suave fricción entre ellos.
Sus labios se movían con ferocidad, rebuscando entre los de Gi-hun la confirmación de sus anhelos y el asentamiento de su propiedad sobre él. Ambos gemían contra la boca del otro, tratando de hacer frente a la pérdida de oxígeno, que se veía acentuada por los constantes gemidos que los movimientos de In-ho estaban arrancando de sus gargantas.
Pronto, la lengua de Gi-hun se deslizó fuera de su boca, muy tímidamente, rozando los de In-ho como pidiendo permiso para entrar. Tal permiso fue concedido al instante por su pareja quien, en respuesta de aquella iniciativa, atacó a su vez la boca de Gi-hun.
Sus lenguas comenzaron a bailar una contra la otra, intercambiándose saliva en cada uno de sus movimientos, permitiéndoles disfrutar más profundamente el uno del otro.
Mientras los besos continuaban arrebatándoles el aire, las manos de Gi-hun se apartaron de los hombros de In-ho y comenzaron a deslizarse por sus clavículas (rozando muy ligeramente el cuello en el proceso), atravesando su pecho hasta llegar hasta la cintura. Una vez allí, apretó sus dedos contra la carne y buscó atraerlo hacia sí.
Quería sentirle aún más cerca…
Pero In-ho no se lo permitió.
En cambio, desconectó el beso y se separó, irguiéndose todo lo que pudo frente a Gi-hun. Éste, por su parte, le miró con sus ojos nublados por la confusión más absoluta.
—¿H-he hecho a-algo mal? —preguntó sin fuerzas.
—No, Gi-hun, no has hecho nada malo —dijo In-ho.
Pudo notar como con aquella respuesta los pensamientos de su pareja volvían a caer en un caos irremediable por lo que se apresuró a continuar:
—Es solo que… —dijo, introduciendo su mano dentro del bolsillo izquierdo de su chaqueta de jugador—, hoy no te está permitido intervenir…
Tras aquellas palabras, extrajo la mano del bolsillo dejando ver lo que parecía un revoltijo arrugado de tela. Gi-hun lo observó con atención, aún sin atreverse a decir nada. Bajo su silencio, In-ho desenvolvió aquel rollo de tela revelando una forma rectangular de, aproximadamente, un metro de longitud.
Gi-hun abrió mucho los ojos al darse cuenta de lo que era: una de las fundas que se usaban para cubrir las almohadas de las literas. Ante su expresión, In-ho no pudo evitar esbozar una sonrisa malvada.
—Es lo mejor que se me ha ocurrido —explicó, enrollando la tela sobre sí misma hasta que formó una línea estrecha y alargada—. Pero debería bastar para atarte.
—¿Tenías esto planeado? —preguntó Gi-hun, enarcando una ceja.
—No del todo —respondió firmemente In-ho—. Tan sólo lo veía como una posibilidad.
—Una pequeña posibilidad para la que te has preparado.
La sonrisa de In-ho se amplió.
—Yo siempre estoy preparado para todo, Gi-hun —dijo con petulancia.
Luego, tomó una de las manos de su pareja y comenzó a enredarla en la tela. Gi-hun por su parte, no opuso resistencia alguna ante sus acciones. Normalmente, el sexo era algo en lo que ambos participaban en la misma proporción pero, si In-ho deseaba tener el control pleno sobre su cuerpo, no era algo que le incomodara probar.
Confiaba en él y, a fin de cuentas, la misma naturaleza del juego indicaba que su esfuerzo en el mismo iba a ser mínimo. De eso se trataba, de dejarse caer en los brazos de In-ho y alejarse de cualquier responsabilidad para concentrarse únicamente en su placer.
En ser egoísta…, al menos por una vez.
—Si te agobias en algún momento —volvió a hablar In-ho, una vez que sus manos se encontraban perfectamente atadas—, dímelo y pararé de inmediato.
Gi-hun asintió, notando como un leve cosquilleo comenzaba a avanzar por su columna vertebral al sentir sus muñecas apretadas contra la suave tela. Su restricción era la excusa perfecta para su cuerpo, el cual pareció relajarse ante la pérdida de poder.
De pronto, pudo sentir como In-ho tiraba de la unión de sus ataduras, llevando sus manos por encima de su propia cabeza y apretándolas contra la almohada.
Contuvo la respiración…, ahí estaba de nuevo aquel placentero cosquilleo.
—Deja ahí las manos —le ordenó In-ho.
Luego, sin esperar una respuesta, se apartó un poco y usó sus manos, ahora libres, para comenzar a subirle la camiseta de jugador, dejando a la vista poco a poco su abdomen.
—Siempre has sido tan hermoso… —susurró In-ho, inclinándose hacia adelante lo suficiente como para que su boca lograra alcanzar la piel ahora expuesta.
Los besos no tardaron en aparecer, arrancándole suaves jadeos y gemidos a Gi-hun conforme los labios iban explorando cada tramo. Las manos de In-ho se encajaron sobre su cintura, reprimiendo los suaves espasmos que, involuntariamente, estaban atravesándole.
La respiración de Gi-hun ya era un completo desastre.
Poco a poco, y conforme las sacudidas comenzaron a calmarse, In-ho al fin decidió deslizar sus manos a lo largo de sus costados, acariciando en el recorrido sus caderas hasta llegar al fin al borde de sus pantalones.
Sin perder un instante, y viendo que Gi-hun no oponía ninguna resistencia a la nueva colocación de sus manos, se dispuso a tirar de la cinturilla elástica, que servía de sujeción de los mismos, arrastrando consigo también la ropa interior.
La polla erecta y cubierta en la punta de líquido preseminal apareció al instante, sacudiéndose de un lado a otro. Sin embargo, In-ho no se detuvo a prestarle atención al momento. Primero, se encargó de seguir arrastrando los pantalones hacia los tobillos de Gi-hun, desde los cuales, logró sacarlos.
Una vez en sus manos, no tardó ni un par de segundos en lanzarlos a un lado, tal y como si quisiera castigar a aquella tela por privarle durante todo aquel tiempo de la visión que ahora tenía frente a él: el hermoso cuerpo semidesnudo de Gi-hun, retorciéndose de expectación.
—Cierra los ojos —le ordenó.
Gi-hun clavó sus ojos marrones en él, marcando con una ceja enarcada su nula comprensión de la finalidad de su orden.
—Voy a empezar a prepararte —añadió In-ho con una sonrisa—, quiero que solo estés pendiente de lo que sientes, no de lo que ves.
Ante aquella explicación, y aún sin alejar del todo la extrañeza de su mente, Gi-hun decidió obedecer, cerrando sus ojos. In-ho sonrió con satisfacción: aquello era justo lo que necesitaba.
Volvió a meter la mano en el bolsillo izquierdo de su chaqueta y extrajo la pequeña botellita de lubricante que siempre mantenía a buen recaudo en su propia litera y que, tal y como le había dicho a Gi-hun, bajo la previsión de que aquella noche pudiera desarrollarse de la forma en la que lo estaba haciendo, se había llevado consigo.
Sin la plena seguridad de que Gi-hun no iba a experimentar ningún daño y/o sufrimiento durante el acto, no estaba dispuesto a llevarlo a cabo.
Abrió la botella de lubricante, cuidándose de que esta chasqueara, y dejó caer un buen chorro del contenido sobre tres de sus dedos. Luego, volvió a cerrarla, y dirigió su atención hacia la entrada de Gi-hun que esperaba, palpitante y sonrosada, el momento de ser abierta.
—¿Te he dicho ya que eres demasiado hermoso? —preguntó, bajando su mano hasta aquella zona y comenzando a esparcir el lubricante, confiando en que su pareja creyera que aquella sustancia era saliva.
—Unas cuantas veces… —respondió Gi-hun, esbozando una ligera sonrisa—. Pero nunca deja de ser bonito de escuchar.
—Se me ocurre algo más bonito para escuchar… —respondió a su vez In-ho, comenzando a introducir el primer dedo.
Al instante, una ola de fuego pareció envolver el cuerpo de Gi-hun. No sentía ningún dolor puesto que, aunque repentino, el gesto de su pareja había sido lo suficientemente amable y cuidadoso como para resultar cómodo.
Sin embargo, eso no reprimió las descargas de placer que comenzaron a llenar sus nervios.
Su mandíbula se tensó, consciente de que no debía emitir el fuerte gemido que estaba empezando a crecer dentro de su garganta. Así mismo, sus ojos se apretaron con más fuerza y las muñecas tiraron de sus ataduras, en un intento desesperado por colaborar en la dura tarea que significaba guardar silencio.
Los pulmones le ardían, implorándole que dejara escapar todo el aire que tenían retenido y permitiera que la respiración siguiera su curso natural.
Mientras tanto, el dedo de In-ho siguió avanzando en su interior, ajeno a todo el caos que estaba generando en su cuerpo.
Por fin, pudo notar como el nudillo de la mano chocaba contra sus nalgas, evidenciando el final de aquel dedo y permitiéndole expulsar poco a poco el aire.
—¿Estás bien?
Gi-hun se tomó unos segundos para restablecer, aunque fuera mínimamente, el control de su respiración
—S-sí… —logró decir al fin.
—Voy a empezar a moverlo, ¿de acuerdo? —preguntó In-ho.
Un ligero asentimiento de cabeza fue todo lo que obtuvo como respuesta, pero fue suficiente.
Al momento, su dedo comenzó a balancearse dentro y fuera de Gi-hun, haciendo desaparecer poco a poco la tensión que reinaba en un principio en la entrada.
—¿El segundo? —preguntó de nuevo.
Y otro asentimiento fue todo lo que obtuvo.
Apretó ese segundo dedo, luchando contra la tensión de aquel anillo de músculos y nervios, hasta que logró ganar la batalla.
Gi-hun volvió a ser recorrido por una descarga eléctrica, mucho más fuerte que la primera, que se fue intensificando conforme el segundo dedo se movía junto al otro en su interior.
—Y-Young-il… —tartamudeó sin apenas fuerzas.
—¿El tercero? —preguntó In-ho, casi como si le hubiera leído los pensamientos.
—Te quiero a ti… —susurró Gi-hun.
In-ho le miró con ternura; amaba ver lo vulnerable que había conseguido volver a su pareja gracias a su esfuerzo y tacto.
—Uno más, Gi-hun… —susurró a su vez, inclinándose para besar una de sus rodillas, que continuaban dobladas—. Uno más y me tendrás…
Un ligero gruñido escapó de la garganta de su pareja pero, igualmente, el asentimiento de rutina que significaba la entrega de su consentimiento volvió a hacerse presente.
Ante aquello, In-ho comenzó a introducir el tercer dedo y, al no notar apenas alguna resistencia, no se detuvo en ligeros movimientos sino que, en pos de llegar lo antes posible al culmen de la preparación, hizo que sus tres dedos penetraran con fuerza y rapidez el cuerpo de Gi-hun.
Éste, incapaz ya de hacer frente a un ataque tan placentero y directo como aquel, permitió a su garganta estrangulada la liberación de unos pequeños gemidos que llegaron directamente hasta la polla de In-ho, haciéndola saltar con interés.
Había llegado el momento de culminar con todo aquello.
Sin esperar un momento más, sacó los dedos del interior de Gi-hun y colocó sus manos bajo sus gemelos.
En un instante, se había inclinado de nuevo sobre su pareja y sostenía en los hombros sus piernas, de forma que el trasero de Gi-hun se encontrara suspendido en el aire, formando un ángulo de menos de noventa grados con respecto al colchón.
Sus rostros volvían a estar cercanos el uno del otro, aunque en esta ocasión resultaba imposible acercarse lo suficiente como para unir sus labios, puesto que el hacerlo, podría suponer una gran incomodidad para Gi-hun, dada la poca elasticidad con la que contaba a esas alturas de su vida.
—Me muero de ganas de follarte —le susurró In-ho, abriendo los ojos para mirarle directamente.
—Y yo de que lo hagas… —le susurró de vuelta Gi-hun, con la voz inundada por el deseo.
De inmediato, In-ho movió una de sus manos hasta el borde de su propio pantalón para que este bajara lo suficiente como para revelar una dura y firme erección.
Luego, puso aquella misma mano para alinearse con la entrada ya lubricada y preparada de Gi-hun.
El glande se apretó contra aquel agujero y fue absorbido al instante.
Ahora el fuego les consumía a ambos.
Sus sistemas nerviosos parecieron incendiarse al momento y el temblor de sus músculos se hizo presente casi de inmediato.
A pesar de esto, In-ho logró tomar la fuerza necesaria como para empujar sus caderas hacia adelante, disfrutando del viaje hacia el interior cálido y húmedo de su pareja.
—J-joder…, Young-il… —jadeó Gi-hun, justo cuando la pelvis al fin chocó contra sus nalgas.
—V-voy a empezar a moverme —anunció In-ho, ansioso de enterrarse una y otra vez en aquel cuerpo que tanto le fascinaba.
—Fóllame… —susurró Gi-hun por toda respuesta.
Eso era todo lo que In-ho necesitaba.
Sin perder un momento, retrajo sus caderas tomando el impulso necesario para volver a encajarse con fuerza e intensidad.
Un gemido al unísono, y quizás un poco más alto de lo que debían, recorrió sus gargantas como un chispazo.
Pero a estas alturas ya no importaba.
Porque para entonces, estaban demasiado sumergidos dentro de lo que hacía el otro como para preocuparse del mundo exterior.
Ya no había juegos ni jugadores.
No había líder ni guardias de mono rosa.
Solo estaban ellos, ardiendo el uno contra el otro.
Las embestidas comenzaron a acelerarse, y con ellas, sus respiraciones.
El sudor ya gobernaba casi toda su piel y los músculos se tensaban y destensaban tanto en los brazos de In-ho, quien se encontraba completamente entregado a la tarea de ofrecerle toda su fuerza y devoción, como en los de Gi-hun, que luchaba de forma instintiva contra las ataduras que le retenían.
In-ho observaba, deleitándose con la belleza de su pareja, cómo ésta se retorcía bajo sus atenciones y trataba, apretando la mandíbula y mordiéndose los labios para no chillar.
Pronto, un hormigueo bien conocido subió por sus pelvis, anunciando el inminente orgasmo.
—Y-Young-il… —jadeó Gi-hun—, voy a…
Pero antes de que pudiera terminar la frase, la mano izquierda se levantó de su posición entre las sábanas, dirigiéndose hacia su entre pierna
En aquel momento, Gi-hun comenzó a prepararse, creyente firme de que aquel gesto tan sólo respondía a las intenciones de In-ho de masturbarlo para que alcanzara el clímax en su mano.
Sin embargo, aquello no fue así.
Para cuando la mano de In-ho le alcanzó el pene, erecto e hinchado hasta más no poder, le tomó por la base del mismo y apretó con fuerza.
Aquella acción, atenuó en gran medida la sensación que su cuerpo percibía del placer, mientras aún seguía siendo golpeado por los empujes de In-ho.
Gi-hun le buscó los ojos, tratando de hacer frente a la ola de desesperación que comenzó a navegar por debajo de su piel.
—¿P-por qué? —tartamudeó y, al instante, pudo sentir como la voz se le quebraba y los ojos comenzaban a llenarse de lágrimas por la frustración.
—C-confía en mí, Gi-hun… —le pidió In-ho.
Gi-hun gruñó con impotencia, mientras su próstata era firmemente golpeada y la imposibilidad de correrse mantenía su firme agarre en la base de su pene.
—T-te daré algo mejor…, ah… —le aseguró In-ho, evidenciando en su voz la cercanía de su propio orgasmo—. N-no te corras…
Tras aquellas palabras y como si se tratara de una broma cruel e irónica, In-ho comenzó a sentir que sus embestidas se volvían más erráticas en el ritmo hasta que, por fin, la polla comenzó a palpitarle.
En cada uno de sus espasmos, un chorro de semen salía disparado contra las paredes de su pareja.
Se quedó aún unos segundos dentro de Gi-hun, sintiendo como su entrada aún reclamaba seguir siendo penetrada y la piel bajo la pelvis parecía recriminarle la opresión, hasta que su respiración se estabilizó un poco.
Una vez pudo respirar con cierta normalidad, se retiró de Gi-hun, ganándose con ello un gruñido aún más potente y enfadado que el primero.
—Confía en mí… —volvió a susurrarle.
Luego, y aún manteniendo las piernas de Gi-hun sobre sus hombros, se movió un poco hacia atrás, hasta que su cara quedó alineada con la desatendida polla de su pareja.
Fue entonces, cuando liberó de su agarre aquella zona y, con un movimiento admirablemente rápido, encajó los tres dedos de su mano izquierda dentro de Gi-hun al tiempo que su boca se hacía con el control de su polla.
Gi-hun no pudo evitar sobresaltarse; había pasado de la nada absoluta, a la fuerte sensación de la lengua de In-ho moviéndose a lo largo de toda su longitud, y de sus dedos penetrándolo con fuerza.
El aire se desintegró en sus pulmones, como si nunca hubiera estado allí y dejándole sin aliento.
Nuevamente, y ahora liberado de la presión, su pene volvió a llenarse con la sensación del orgasmo.
Y al fin lo comprendió.
Aunque le hubieran educado a correrse junto a su pareja, la decisión tomada por éste de que no se corrieran juntos, no respondía nada más que la búsqueda de In-ho de que disfrutara de un orgasmo únicamente basado en su cuerpo.
In-ho volvía a quitarle cualquier responsabilidad, incluida la de que su cuerpo fuera el encargado, de una forma u otra, de producir un orgasmo en el otro al mismo tiempo que alcanzaba el suyo.
Ahora, con su pareja satisfecha, podía concentrarse única y exclusivamente en él.
La boca de In-ho aceleró sus movimientos, llenándole de saliva y los dedos continuaron penetrándole, hundiéndose hasta los nudillos en su interior y rozando en cada uno de los golpes su próstata.
Su garganta ardía y podía sentir como su corazón latía fuertemente en cada una de sus venas.
—Y-Young-il… —gimió—. Por favor…, Young-il…
Ni siquiera sabía que era lo que estaba suplicando, pero In-ho sí lo sabía. Le estaba pidiendo que no se detuviera, que no le volviera a hacer pasar por la frustración de un orgasmo denegado ahora que el clímax volvía a llenarle los testículos.
Pero eso ya no iba a ocurrir.
Por fin, Gi-hun apretó la cabeza contra la almohada y tiró con fuerza de sus ataduras, dejando escapar el gemido más suave y bajo que fue capaz de controlar.
Su semen salió disparado hacia la garganta de In-ho, y rápidamente desapareció en su interior.
Mientras los últimos rastros de su orgasmo fluían entre sus nervios, relajándolo poco a poco, la boca de In-ho fue subiendo por el tronco de su pene, hasta llegar al enrojecido y sensible glande.
Una vez allí, comenzó a besarlo con delicadeza, disfrutando de los suaves jadeos y gemidos que aún continuaba emitiendo Gi-hun hasta que pudo notar como su respiración se estabilizaba.
Fue entonces cuando se separó por completo, extrayendo sus dedos del apretado agujero de Gi-hun y alejando los labios de su pene.
Luego, se volvió a tumbar junto al cuerpo caliente y tembloroso de Gi-hun. Con sus manos, desató las de su pareja y le tomó la cabeza, haciendo que se recostara sobre su pecho.
—Te amo —le susurró, besándole con ternura la frente.
—Gracias, Young-il… —murmuró tiernamente Gi-hun, apretándose más contra su pecho—. Yo también te amo…
Y con aquellas palabras, In-ho al fin vio la recompensa de sus planes.
Porque todo, desde la orden que había dado a los guardias para que anunciaran la mentira de que los baños estaban averiados justo antes de que se apagaran las luces, hasta la “inocente” propuesta que le había hecho a Gi-hun de usar aquella situación para dormir juntos, le había llevado a aquel preciso momento.
Todo había merecido la pena por hacerle sentir bien.