Luna llena sobre París
13 de septiembre de 2025, 13:04
No sé cómo actuar cuando me mira, con esos ojos oscuros que me invitan a perderme en ellos. Cada día me duele más este sentimiento contenido. Pero tengo que aguantar, espantar a mi brillante fantasmita no me traería más que dolor. Ella ilumina mis días y noches con esa sonrisa tan maravillosa y escondida que tiene.
Pasaron varios días sin verla. Lupita empezaba a acostumbrarse a que yo la buscara para preguntar por Yuri. Había veces que Dulce me acompañaba. Noté una cierta tensión entre ellas; pero lo que me importaba era mi fantasmita, por lo que ignoré la sensación de que debería dejarlas solas.
La extrañaba mucho. Llegaba más temprano que antes solo para sentarme en nuestros rincones y, a veces, hasta me quedaba dormida un ratito. Desde el martes no la veía ni hablaba con ella.
El jueves de la siguiente semana, como era costumbre, llegué temprano y me quedé dormida en el rincón.
Una voz familiar me despertó.
Abrí un poco los ojos y ahí estaba, radiante, como si toda su ausencia hubiera sido un mero sueño. Todavía adormilada, extendí mis brazos para abrazarla. Empecé a lagrimear; la extrañé demasiado. Ella me tomó fuertemente, como si me hubiera extrañado tanto como yo a ella.
El abrazo fue fuerte, cómodo y cálido. Ella era una de las muy pocas personas que me abrazaban. No quiero dar la impresión de que no me gusta que me abracen, pero en mi familia no es costumbre el cariño de esta forma.
Tuve una buena infancia: fui a una buenas escuela, tuve amigos, mis necesidades cubiertas y hasta caprichos. Sin embargo, mi familia es muy reservada y mis papás casi no están por lo mismo del trabajo. Entonces me acostumbré a qué el amor se veía con regalos y no con cariño físico o verbal.
Yuri me tenía agarrada, como si fuera su ancla en un mar turbio y oscuro. No era su costumbre faltar y mucho menos tanto tiempo. Sentía que algo andaba mal, pero no quería presionar. Yo no sé estar para la gente, no sé cómo actuar o qué hacer. Si me quieren abrazar yo me dejo y si quieren hablar yo escucho. No sé dar palabras de aliento sin que suenen desesperanzadoras.
Creo que yo no sé querer.
Empezó a llorar... Sus sollozos eran lo único que registró mi mente. Entré en pánico, ¿que hago?. ¿cómo ayudo?, ¿cómo se está para alguien que se ama?
Solo pude pegarme más a ella y abrazarla fuerte, que supiera que estoy aquí y que no la voy a abandonar. Quiero que sepa que la amo, quiero intentar quererla; quiero hacerla sentir tan amada que estas lágrimas lúgubres no vuelvan a salir. La quiero a ella, pero ese es casi el único capricho que no puedo tener.
Los minutos pasaban y Yuri no dejaba de llorar. Yo acariciaba su espalda en silencio, en un intento de que se sientiera reconfortada. El timbre sonó y ella se asustó, se separó ligeramente y se intentó limpiar las lágrimas en vano. Quité suavemente sus manos de su cara y la volví a abrazar. Mi prioridad es que esté bien, aunque los profesores se molesten y mis papás se decepcionen.
Estuvimos así, escondidas, hasta la tercer hora. Para ese momento parecía más calmada. No hablamos del tema, no pregunté, no insistí. Cuando se calmó nos separamos, ella fue al baño y yo fui a mi siguiente clase. No nos vimos hasta la salida.
Dulce estaba furiosa, comparto casi todas mis clases con ella y fue difícil crear una excusa; yo nunca falto, ni por enfermedad. Por eso fue increíblemente raro que no me viera. Me regañaba por no contestar los mensajes, realmente estaba preocupada.
Al final, le terminé comprando cosas de la cafetería como forma de disculpa. Al parecer apreció el gesto, pues a partir de ahí cambió el tema de conversación a su día, su ahora pareja y más cosas triviales. Para el final del día, ya parecía contenta otra vez y se fue muy sonriente de regreso a casa.
Yo, por otro lado, fui a buscar a Yuri. Quería ver cómo estaba, saber si podía ayudar en algo o si solo quería estar conmigo (o, en cualquier caso, que la dejara sola).
La búsqueda no fue tan larga, la encontré en el salón vacío del tercer piso. Siempre nos íbamos ahí después de clases. Estaba ahí, sentada; no parecía estar haciendo nada en concreto, solo mirando por la ventana. Me acerqué lentamente a ella.
Esa paz solo la hacía verse mil veces más hermosa, sin preocupaciones, sin cargas. Después de su cara sonriente, esta era la segunda versión de ella que no me cansaría de admirar nunca. Me movía por instinto, como si una fuerza imparable me atrajera hacia ella.
Estaba cerca, tal vez demasiado. La abracé lentamente y ella me correspondió. No necesitábamos palabras ni escenarios dramáticos. Solo necesitábamos la cercanía para que las cargas de desvanecieran.
Más tarde que temprano, sentí una pequeña gota de agua caer sobre mi brazo; casi imperceptible. Me moví ligeramente, solo lo suficiente para tener un vistazo de su rostro. En efecto, estaba llorando. Tenía la carita enrojecida y el semblante entre triste y preocupado. No me moví, solo la abracé más fuerte. Ahora se escuchaban sus sollozos.
Me volteé para estar frente a frente con ella y poderla abrazar correctamente. Su cara estaba escondida en mi cuello y sus manos estaban entre nosotras. Yo acariciaba su cabello y su espalda. Que supiera que estoy aquí, incluso si las palabras no salen.
Cuando se calmó no sabía que hacer. Claramente dejarla sola no era opción. La invité a mi casa en un impulso. Todo el camino estuvimos abrazadas. Yuri parecía querer cercanía y si eso ayuda a mi fantasmita a sanar, a sonreír, a tener paz; la abrazaría toda la vida y la que sigue.
Eran las 5:30 cuando llegamos, ambas estábamos cansadas así que fuimos directo a mi cuarto.
- Gracias...- Eran las primeras palabras que la oía decir desde la mañana.- ...fueron días difíciles, te extrañé.-
- No hay de que, Yuri. Yo también te extrañé, no sabes cuánto.- Nos acostamos en la cama y nos acurrucamos. Mi cabeza estaba en su pecho.
Así nos quedamos hablando de todo y de nada, hasta que dieron las 10:30 pm y nos quedamos dormidas. Abrazadas, con uniformes puestos y maquillaje corrido, pero arropadas por la calidez de la otra.