ID de la obra: 911

Marizza & Pablo - Tercera temporada (Pablizza)

Het
NC-17
Finalizada
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
505 páginas, 191.839 palabras, 31 capítulos
Descripción:
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Capítulo 11

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Pablo se despertó a media noche cuando su novia se separó de su cuerpo. Estaba somnoliento, cuando abrió un ojo para ver a Marizza se levantaba tapándose el cuerpo con su camisa. -¿Marizza? –Susurró. -Voy al baño. –Dijo ella, con una sonrisa y le besó. Pablo se relajó mientras escuchaba los movimientos de su novia por su casa, y cuando sintió que volvía hacia la cama, él abrió los ojos y, también los brazos para instarle para abrazarla. Marizza estaba algo somnolienta, pero sonrió por su gesto y no dudo en entrar en sus brazos. Pablo escondió su rostro en el cuello de Marizza, le besó en él. Se quedaron así por un largo momento, simplemente disfrutando del roce. Hasta que Pablo buscó sus labios, besándole suavemente. Pero estos no tardaron en intensificarse a medida que las manos de Marizza empezaron a acariciar el cuerpo de su novio. Las manos de Marizza fueron directamente hacia el pene de él. Pablo gimió contra su boca, cuando su novia rodó, empujo a Pablo contra la cama. Ella quería probarlo y necesitaba tener el control. Quería darle placer y también volver a sentirlo. Le miró a los ojos mientras se mordía el labio. -¿Condón? –preguntó Marizza mientras acarició de nuevo su miembro. -Si... titubeando, Pablo se estiró para agarrar uno de del cajón. Marizza prestó atención a como él se lo puso. Con un suspiro, Marizza le montó a horcajadas y sostuvo su miembro firme mientras la colocaba en posición y se dejaba caer lentamente sobre ella. Ella notó un poco de dolor; se mordió el labio al sentir la incomodidad que le producía aquel estiramiento en su interior para dejarle entrar en ella. Pero también estaba maravillada de sentir aquel calor y aquella dureza entrar cada vez más profundo en su cuerpo, y se recreó en el lento movimiento, centímetro a centímetro. Era una sensación tan excitante, que se elevó hasta casi salirse del todo y volvió a empezar. Una y otra vez. Pablo tiró la sábana con los puños y su frente se llenó de sudor. Marizza estaba adentrándose sólo hasta la mitad antes de deslizarse de nuevo hacia arriba, y Pablo estaba a punto de enloquecer. No se atrevía a tocarla, porque si lo hacía, perdería el control. La iniciativa era de ella, hasta el final. Marizza tenía una expresión preciosa, absorta mientras exploraba el placer. Estaba concentrada exclusivamente en sus propias sensaciones físicas mientras subía y bajaba, pero Pablo no se sentía excluido. El hecho de observarla aprendiendo a conocer su sensualidad resultaba tan excitante como otras muchas cosas, y la manera en que lo hacía le estaba matando de placer. Marizza cerró los ojos bajo la oleada de pasión. Todo lo que había aprendido la noche anterior no era nada comparado con esto; ahora su cuerpo sabía el éxtasis que le esperaba, y gozaba igualmente de cada instante que llevaba hasta allí. Luchó contra la necesidad de ir rápido, pero quería saborear lentamente cada una de las deliciosas sensaciones que tenía cada vez que dejaba entrar su miembro en el interior de su cuerpo al elevarse sobre Pablo. Sentir el roce de su sexo de su interior, y sentir ese indescriptible momento en que la penetración se hacía más profunda al volver a caer. Gimió en voz alta, notando que se aproximaba el orgasmo. "Aún no", pensó. Estaba disfrutando demasiado de aquello. No había ninguna prIsa. Pablo se agitaba sobre la sábana. Oh, Dios, si Marizza no se daba prisa, iba a morirse. Aquella manera superficial de montarle estaba atormentando la cabeza hinchada de su miembro con una presión. Un ronco rugido le surgió del pecho. Quería empujar, más profundo, de hecho, necesitaba empujar más de lo que nunca había necesitado ninguna otra cosa, pero aun sin saber cómo, se negó a hacerlo. Ya habría ocasiones en las que sus necesidades tuvieran prioridad. Esta vez le tocaba a Marizza. Tembló con la intensidad del placer que le provocaba. Pensó que el corazón le iba a explotar; con toda seguridad, su pene estaba a punto de hacerlo. Marizza ya estaba muy mojada y había incrementado el ritmo. La sábana ajustable se salió cuando Pablo tiró de ella. Se arqueó mientras una especie de niebla le cegaba los ojos. -Marizza -Pronunció su nombre con voz gutural, casi irreconocible, suplicando- Más adentro... por favor. Más dentro. Coge... todo el resto. Si ella le oyó, no le hizo caso. Estaba perdida en su propio torbellino de sensaciones, ajena a todo lo demás. Tenía las manos apoyadas en el pecho de él y los ojos cerrados. Sus caderas se balanceaban. Un gemido ahogado salió de sus labios, y con un movimiento convulsivo se hundió en él pero sin llegar a todo, con todo el cuerpo abandonado al placer que la inundaba. La tensión de los músculos internos de Marizza sobre él hizo añicos el control que le quedaba a Pablo. Con un gruñido explosivo, soltó la sábana y aferró las caderas de Marizza, obligándola a bajar al tiempo que él elevaba sus propias caderas de golpe y se hundía en ella a todo lo largo. Pero no acabó ahí. Casi con urgencia ambos siguieron moviendose. Pablo cerró los ojos con fuerza mientras luchaba por controlarse a sí mismo, demasiado asustado por mirar a Marizza y ver a su cuerpo perfecto encima de él moviendose, por miedo a terminar ya. Gimió con un volumen cada vez mayor cuando Marizza empujó sus caderas hacia abajo con fuerza sobre él, ahora sí, todo dentro de ella, sus dedos arañando todo sobre su pecho y su estómago, sus gemidos cada vez más fuertes. Pablo no pudo evitar, pero finalmente abrió los ojos para mirar a su chica, como ella rebotaba encima de él. Pablo miró a Marizza, tan hermosa y vulnerable como lo había nunca lo había visto. Su inclinación de su pequeño cuerpo, sus pezones deliciosos muy cerca de su cara , su rostro lleno de placer y gimiendo, y se obligó a mirar hacia otro lado antes de él llegara. Estaba al límite. Marizza necesitaba para terminar antes que él, a sabiendas de que probablemente no sería capaz de continuar después, por lo que se mordió el labio con fuerza cuando llevó sus manos acariciando su panza bajándola por su cuerpo y hasta su intimidad, acariciando su clítoris. Estaba muy mojada, y comenzó a acariciarle en círculo mientras seguía a montarlo. Él fijó sus ojos en su hermoso rostro, viendo como su cara se contorsiono mienrtas lo hacía. Su otra mano, agarraba su cintura siguiendo el incesante movimiento de ella. Marizza comenzó a gemir: cada vez más fuerte. En ese momento Pablo estaba tan encendido que no pudo retener sus palabras. -Que hermosa eres, mi amor. Se siente tan suave y húmedo. Por favor, córrete para mí, amor. Déjame sentirte. Marizza abrió levemente sus ojos, mientras se movía encima suyo, obnubilada de placer, centró la mirada en él. Y en ese momento, Pablo sintió las paredes de Marizza apretando con fuerza alrededor de él mientras ella gritaba, sus dedos seguían frotando en círculo alrededor de su clítoris mientras cabalgaba muy rápido. Ella echó su cabeza hacia atrás, sus gemidos continuaron durante unos segundos más antes de que ella se quedó en silencio, su cuerpo tembloroso e indefenso como el de una muñeca de trapo. Pablo tuvo su orgasmo apenas unos segundos después de ella, cuando la sintió contra él, apretarse contra su miembro, el orgasmo explotó en él en una potente oleada acompañada de convulsiones. Marizza sólo se sentó allí con la cabeza caída hacia un lado mientras ella luchaba por recuperar el aliento, sudor en su pelo y su cara enrojecida. Mientras veía a su novio recuperarse también. Pablo sentía que su corazón iba a explotar cuando la miró y pensó que nunca había visto nada más hermoso. Cuando finalmente sintió un poco de su fuerza regresando, Marizza volvió a mirar a Pablo y sus labios mostraron un 'wow', Pablo le dio una sonrisa tímida mientras elevó su mano para acariciar su rostro. Pablo se elevó para buscar sus labios y darle un beso cariñoso, antes de que ella quedara rendida sin fuerzas sobre su pecho. Mientras los corazones de ambos retumbaban juntos, sacudiendo sus cuerpos. Pablo tuvo la sensación de no tener fuerzas para moverse otra vez. Marizza se sentía como si fuera cera caliente, derretida y vertida sobre él. Ninguno de los dos podía soportar el hecho de separar el cuerpo del otro. Pablo recorrió con la mano la esbelta trayectoria de la columna vertebral de ella mientras buscó con la mirada la hora. Las 3:47 de la madrugada. Volvió a mirar a Marizza, quien ya parecía que estaba en un profundo sueño. La beso en la frente suavemente y se dejó llevar por el cansancio de nuevo. ********************** Pablo fue el primero en despertarse cuando un rayo de sol le dio de lleno en sus ojos, durante la noche se habían movido de posición y su novia estaba tumbada de lado con el cubrecama tapándole ligeramente su cuerpo, pero dejando su espalda al aire libre. Casi como un tonto, Pablo sonrió al verla así, mientras sentía que le iba a explotar el corazón de amor . Se acercó hacia ella con ternura y la abrazó, sintiendo todo su cuerpo cálido contra el suyo. Besó suavemente su nuca para no despertarla, simplemente disfrutando de tenerla cerca. Rememoro lo sucedido apenas unas horas, las dos veces que había sucedido. No tenía palabras para describir lo que había pasado. Había sido tan perfecto. Excitante, placentero. Solo esperaba que para ella hubiera sido igual. Aunque si no se equivocaba ella había llegado al orgasmo en ambas ocasiones, y sabía que eso no siempre pasaba. No recordaba esa pasión o excitación cuando había estado con otras minas. Su orgullo masculino se elevó. Volvió a abrazarla con fuerza, abrumado por todo lo que estaba sintiendo. Sin embargo, su movimiento hizo que Marizza se despertara ligeramente. Abrió los ojos y sintió el cuerpo de Pablo contra el suyo. Por un momento no se movió, disfrutando del contacto con su novio. Ambos seguían desnudos, sintiendo el roce de sus cuerpos. Se sentía cómoda y feliz. Una parte de ella no creía que hubiera sucedido, pero sí, había tenido su primera vez y a medía noche ella había llevado las riendas y lo habían vuelto a hacer. Ella lo recordaba tan y tan excitante. Le había gustado. Volvió a sentir un pequeño beso de Pablo en su nuca y en esta ocasión ella se estremeció ligeramente. Giró el rostro para mirar a su novio quien le sonrió ampliamente. -Buen día... -Buen día. –Le respondió ella, con otra sonrisa. Se abrazaron con ansias mientras Pablo escondió su rostro contra su cuello. Pablo cerró los ojos y disfrutaron del momento. Del contacto de sus cuerpos. -Es real... -Susurró Pablo. –¿Sucedió verdad? No ha sido otro sueño... Marizza se giró en sus brazos para enfrentarlo. -No lo has soñado. ¿Solías soñar que lo hacíamos? – Preguntó Marizza acariciando los cabellos rubios de su frente. Pablo sonrió y le besó antes de hablar. -Y sí. pero fue mil veces mejor que en mis sueños. ¿Ah sí? -Sí... Pablo la beso de nuevo, mientras que Marizza le abrazo. Pablo aprovecho para abrazarla mientras empezó a besarla de nuevo lentamente, pero fue aumentado de intensidad a medida que fue bajando por todo su cuerpo. Y poco a poco, con un ritmo lento y perezoso lo volvieron a hacer. ***** -Debería irme -susurró Marizza, mientras sus dedos jugaban suavemente con el cabello de Pablo. Sentía una mezcla de tristeza y urgencia en su voz—. No quiero, pero si Sonia se da cuenta de que no pasé la noche en casa, me va a matar. -No quiero separarme de vos —respondió Pablo, abrazándola aún más fuerte. Marizza sonrió ante el comentario. En realidad, ella tampoco quería alejarse, pero sabía que debía hacerlo. —Pabli... —Lo sé, lo sé —se resignó él con un suspiro—. Solo cinco minutos más y te llevo a casa, ¿sí? Marizza rió suavemente y depositó un beso en su frente. Pablo levantó la vista, apoyando su mentón en la clavícula de ella, mirándola con intensidad. —Te amo —susurró Pablo. Marizza sintió cómo su corazón daba un vuelco ante la sinceridad de sus palabras. —Y yo a vos —respondió ella con una sonrisa dulce. Sellaron su amor con un beso tierno, que se vio interrumpido por unos golpes en la puerta que los hicieron separarse de golpe. -¡Marizza, abrí la puerta! – La voz enfadada de Sonia se escuchó al otro lado. De un salto, ambos salieron de la cama, desnudos y con prisas por encontrar sus ropas. -Pablo, ¿Dónde está mi ropa? – preguntó Marizza en un susurro urgente. -Y no sé -respondió él, encogiéndose de hombros y dando una rápida mirada a la habitación, que estaba desordenada y con la ropa esparcida por todos lados. Finalmente, divisó el vestido de Marizza en el suelo y se lo lanzó, mientras ella buscaba su ropa interior con desesperación. -Marizza, abrí la puerta. -¡Que densa que es! –murmuró Marizza, encontrando finalmente su bombacha y vistiéndose a toda prisa, olvidándose del corpiño. Pablo, que se había puesto algo de ropa rápidamente, avanzó hacia la puerta y miró a Marizza, asegurándose de que ya estaba lista. Se miraron brevemente y, con una mezcla de nerviosismo y enfado, abrieron la puerta. Al otro lado, Sonia los observaba con el rostro claramente enfadado. -Buenos días Sonia. –Dijo Pablo, intentando ser amable y calmar la situación. Sonia le dirigió una mirada fulminante antes de volverse hacia su hija, quien también estaba visiblemente molesta. -¿Qué querés Sonia? -¿Qué quiero? No avisaste que no estabas en casa, ¿vos sabes el susto esta mañana al saber que no pasaste la noche en casa? Te podía haber pasado cualquier cosa. -He estado dos años durmiendo en el Elite. Además, no me paso nada, mamá. Estuve con Pablo La mirada de Sonia enfadada recayó en ambos y supieron que ella se había dado cuenta de lo que había pasado. -Nos vamos a casa. -¿Pero se puede saber qué te pasa Sonia? -Nos vamos a casa, Marizza. - Repitió Sonia, enfadada. Marizza miró a su madre y luego a Pablo, quien le hizo un gesto para que obedeciera. Ella asintió, y se acercó a él para darle un beso suave. -Te llamó después, -prometió Pablo. Ella asintió de nuevo y salió con Sonia. Apenas cerró la puerta, Pablo vio el corpiño de Marizza en el suelo de la habitación. Desde su ángulo, estaba seguro de que Sonia también lo había visto. Maldijo en voz baja mientras recogía la prenda y la guardaba en un cajón, sintiendo una mezcla de frustración y preocupación por lo que vendría. ***** —Hermano, ¿dónde te metiste anoche? —preguntó Tomás en cuanto entró en el departamento de sus amigos, con quienes iba a pasar el sábado. —Me fui con Marizza al departamento —respondió Pablo, esbozando una sonrisa mientras se dejaba caer en el sofá. Guido, que estaba sentado en el otro extremo del sofá con una expresión de mal humor, levantó la vista para mirar a su amigo, luego dirigió su mirada a Tomás. —Por esa sonrisa... ha pasado, ¿no? ¿Vos y Marizza? —preguntó Guido con una media sonrisa y un toque de picardía en su voz. —¿Es verdad? —Tomás se acercó a Pablo, poniendo una mano en su espalda. Pablo sonrió y asintió, su sonrisa era suficiente confirmación para sus amigos. —No les voy a contar nada, pero sí, pasó —dijo Pablo, tratando de mantener un aire de misterio, aunque sus ojos le delataban. —¡Dale! No seas así —se quejó Guido, fingiendo indignación. —Somos tus amigos. Tenés que contarnos los detalles—añadió Tomás, con un tono de voz que mezclaba la insistencia y la complicidad. Pablo, sin querer entrar en demasiados detalles, decidió desviar la conversación. —¿Y a vos qué te pasa, Guido? —preguntó, señalando la evidente cara de preocupación de su amigo. —Laura —respondió Guido, soltando un suspiro pesado. La mención de su nombre bastó para que el ambiente se llenara de tensión. Pablo miró a Tomás, buscando más información. Este le hizo una mueca, indicando que las cosas no estaban bien. —¿Qué pasó con Laura? —preguntó Pablo, acomodándose en el sofá, preparado para escuchar. —Es que... estuvimos hablando anoche, y todo fue un desastre. Después de la fiesta, ella empezó a decirme que no está segura de lo que siente, que necesita tiempo para pensar —explicó Guido, su tono de voz reflejaba la mezcla de frustración y tristeza que lo embargaba. Siguieron hablando durante un rato sin llegar a llegar a nada, hasta que decidieron salir a dar una vuelta. ***** Mientras caminaban hacia casa, Sonia no podía contener la mezcla de enfado y preocupación que sentía. Se le notaba en la forma en que fruncía el ceño y en la rigidez de su postura. Su mente estaba llena de pensamientos contradictorios. Por un lado, entendía que Marizza era una adolescente en busca de su independencia y de experimentar la vida a su manera; por otro, el miedo a que algo pudiera salir mal la abrumaba. Marizza, por su parte, caminaba al lado de su madre, con la cabeza llena de emociones encontradas. Sabía que había cruzado una línea al pasar la noche con Pablo sin avisar, pero también sentía que merecía tener esa libertad. Su relación con su madre siempre había sido abierta, pero ahora sentía que había una brecha que no entendía del todo. Finalmente, Sonia rompió el silencio con una pregunta directa y llena de preocupación: -¿Usaron precauciones? – La pregunta salió de sus labios con un tono que era a la vez urgente y temeroso. Marizza se quedó sorprendida por la pregunta, no porque no lo esperara, sino porque la forma en que su madre la hizo con preocupación. -Mamá... sí – respondió Marizza, asintiendo con la cabeza. Trató de mantener la calma para no gritarle y decirle de todo. La tensión en el aire era palpable. Sonia suspiró, aliviada por la respuesta, pero todavía no podía dejar de sentir esa punzada de preocupación. La joven que caminaba a su lado era su hija, su niña, y la idea de que pudiera estar expuesta a cualquier tipo de daño la aterrorizaba. -¿Sabes? No es que no quiera que seas feliz, y sé que sos feliz con Pablo – dijo Sonia después de un momento, su voz sonaba más suave pero llena de una tristeza contenida. – Es solo que... tengo miedo. No puedo protegerte de todo, Marizza. Y he visto como Pablo te lastimó más de una vez. Marizza se detuvo un momento, obligando a su madre a hacer lo mismo. Miró a Sonia a los ojos, buscando entender el miedo que veía reflejado en ellos. -Mamá, yo sé cuidarme. Pablo me cuida también. No estoy haciendo nada malo – dijo Marizza con una pequeña punzada de duda en su corazón. Sonia la miró, sus ojos brillaban con una mezcla de lágrimas no derramadas y un amor por su hija. Le estaba costando aceptar esa situación. -Lo sé, pero no es tan simple. Y aunque confío en que Pablo te cuida, me preocupa que te hagan daño, que alguien te lastime. No puedo estar ahí siempre para protegerte. Marizza sintió un nudo en la garganta. Siempre había visto a su madre como una figura fuerte, alguien que podía manejar cualquier cosa. Verla así, tan vulnerable y preocupada, la conmovió profundamente. -¿Por qué no puedes confiar en mí? – Preguntó Marizza, su voz temblando un poco. – Siempre te he contado todo, y ahora siento que vos no me apoyas. Sonia se mordió el labio, tratando de encontrar las palabras adecuadas. -No es que no confíe en vos, vos siempre has sido tan independiente. – respondió finalmente, con voz suave, acariciando su rostro con ternura. – Es solo que... que tengo miedo. Vos sos lo más importante para mí. No quiero que sufras, Marizza. No quiero que pases por cosas que no deberías tener que enfrentar a tu edad. Marizza bajó la mirada, entender lo que su madre le estaba diciendo y sus miedos. Sabía que Sonia tenía razón en cierta medida, pero también sentía que necesitaba espacio para vivir sus propias experiencias, cometer sus propios errores y aprender de ellos. -Mamá, entiendo que quieras protegerme. Pero necesito vivir mi vida. Necesito tomar mis propias decisiones y, sí, también mis propios errores. No puedo vivir siempre con miedo a lo que podría pasar – dijo Marizza, su voz ganando fuerza con cada palabra. Sonia la miró, sus ojos llenos de una mezcla de orgullo y tristeza. Sabía que tenía que dejar ir un poco, darle a su hija el espacio para crecer y aprender por sí misma. Pero también sabía lo difícil que era. -Está bien, Marizza. Solo quiero que sepas que siempre estaré aquí para ti. Pase lo que pase, siempre podrás contar conmigo – dijo Sonia, su voz llena de una sinceridad que tocó el corazón de Marizza. Marizza asintió, sintiendo una conexión renovada con su madre. Sabía que no sería fácil, pero sentía que, de alguna manera, habían llegado a un entendimiento. **** El día lo pasaron cada uno con sus amigos, aunque ninguno de los dos pudo sacarse de la cabeza lo ocurrido la noche anterior. Estaban demasiado extasiados de amor y pasión y solo querían volver a verse. El domingo, Pablo acudió a la casa de Marizza donde de forma inesperada, Sonia les había invitado a comer. Nada más entrar en la casa, vio a Manuel y Marcos charlando y un gran banquete en mitad del salón. -Che, te estábamos esperando. –Saludó Marcos con una sonrisa. -perdona, me entretuve. - intentando sonar relajado mientras Sonia le lanzaba una mirada rápida pero cargada de significado. -Ya estás acá Pablo. –Dijo Sonia, aunque su tono era algo tenso suponía que ella se había enterado de lo que había ocurrido la noche con Marizza. En ese momento, su novia con una falda y una blusa hermosa apareció en escena y se abalanzó a él, dándole un gran beso. Mia quien estaba sentada hablando con Franco, puso cara de asco. -Bueno, ahora que estamos todos. Ya podemos empezar – Dijo Sonia. -Sí. Porque tengo un hambre – Dijo lujan, Sonia y Franco compartieron una mirada. -Realmente los hemos reunido acá a todos, incluidos a Pablito, Manu y Marcos porque ustedes son también de la familia. Y les tenemos algo que contar. Marizza, Mía y Luján intercambiaron miradas de confusión y sorpresa. Los chicos elevaron las cejas sorprendidos, sin saber muy bien que hacian ahí. Hilda parecía emocionada. -Dale, Sonia, deja el misterio. ¿No estarás embarazada, no?- bromeó Marizza, provocando miradas de sorpresa y risas entre los presentes, aunque Mia abrió la boca escandalizada. -Ay, no, Marizza,- se escandalizó Sonia. -No, no estoy embarazada. Franco tomó la palabra con una sonrisa radiante: -Nos vamos a casar.
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