Capítulo 12
13 de septiembre de 2025, 16:42
El anuncio de Franco y Sonia dejó la mesa en un silencio incómodo. Marizza parpadeó varias veces, intentando procesar lo que acababa de escuchar. ¿Su mamá y Franco... casándose? Aunque había sospechado que ese día llegaría, le resultaba difícil de aceptar. Un sentimiento extraño le invadió, algo en su interior aún guardaba la esperanza de que Sonia volviera con su papá, Martín. El único sonido que rompía el silencio era el de los cubiertos al detenerse sobre los platos.
—¿Qué? —exclamó Marizza, con los ojos muy abiertos. Franco, sonreía.
—Nos vamos a casar —repitió él. Sonia, por su parte, la miraba con cautela, anticipando su reacción.
Pablo, sentado a su lado, le apretó suavemente la mano. Sabía que no se esperaba esta noticia, y que le costaría digerirla.
—¿Y cuándo pensaban decírmelo? —preguntó Marizza con un tono mordaz, incapaz de contener el resentimiento que comenzaba a crecer en su interior.
—Marizza... —empezó Sonia, intentando mantener la calma—. No quería decírtelo hasta estar completamente segura. Hemos pensado mucho en esto.
—Qué sorpresa... —intervino Mia, aunque no sabía si le gustaba o no. -¿Y qué voy a ponerme? -. Su novio, Manuel, intentó suavizar el ambiente con una sonrisa incómoda, pero no logró disipar la tensión.
Hilda, siempre observadora, decidió intervenir.
—Es una noticia importante, querida. Sonia y Franco os merecéis ser felices —dijo con firmeza, intentando calmar los ánimos.
Las palabras de Hilda aliviaron un poco la tensión, pero Marizza aún sentía un nudo en el estómago. Pablo la miraba con atención, consciente de lo incómoda que estaba.
—Sí... felicidades —dijo Marizza en un susurro, haciendo un esfuerzo por sonreír mientras se levantaba para abrazar a su mamá y a Franco.
—Gracias, Marizza —respondió Franco, intentando suavizar el ambiente.
Pero, a pesar de la felicitación, Marizza no podía dejar de pensar en lo mucho que cambiarían sus vidas a partir de ahora.
*****
Más tarde, las tres hermanastras —Marizza, Mia y Luján— se reunieron en el jardín, alejadas del bullicio de la casa. Pablo y Manuel las observaban desde una distancia prudente. Marizza, aún molesta, se dejó caer en una silla, cruzando los brazos.
—No entiendo por qué estás tan enojada —dijo Mia, con aire de superioridad—. Es solo una boda, nada más.
—¿Solo una boda? —repitió Marizza, levantándose bruscamente—. ¡Se están casando de la nada, y nadie me lo dijo hasta ahora!
—Chicas, paren, no se peleen —intervino Luján, siempre intentando ser la voz de la razón—. Sabíamos que esto iba a pasar en algún momento. Ellos son felices juntos, y eso es lo que importa, ¿no?
Marizza la miró, sabiendo que Luján tenía razón, aunque no quisiera admitirlo.
—No es que no quiera apoyarlos —murmuró Marizza, volviendo a sentarse—, pero esto es raro. Franco no es mi papá, y ahora, de repente, esto...
—No tenés que verlo como si estuvieran reemplazando a tu papá —dijo Pablo, acercándose con las manos en los bolsillos—. Esto es algo que tu mamá quiere, y siempre dijiste que querías verla feliz.
Marizza lo miró y suspiró. Pablo siempre sabía cómo hacerla bajar un poco las defensas.
—Tenés razón —admitió finalmente, aunque aún no del todo convencida.
—Lo importante es que esto no cambia nada —agregó Mia, acomodándose el cabello—. Solo que ahora, oficialmente, seremos hermanas.
Marizza hizo una mueca al escuchar la palabra "hermanas". Aún le costaba aceptar la idea.
—Bueno, no nos emocionemos tanto con lo de "hermanas" —bromeó, intentando suavizar el ambiente—. Pero sí, supongo que Luján tiene razón. No tenemos que volvernos locas por esto.
Manuel, que había permanecido en silencio hasta ese momento, aprovechó la oportunidad para intervenir.
—Exacto, chicas. Esto no va a cambiar lo que ya sois.
Marizza soltó un nuevo suspiro, pero esta vez parecía más relajada. Se dejó caer en la silla y miró a Pablo con una sonrisa leve.
—Odio cuando tenés razón, Pabli —dijo con un tono de resignación, aunque en el fondo agradecía su apoyo.
Pablo se encogió de hombros, devolviéndole una sonrisa cómplice, mientras Luján se sentaba a su lado, apoyando su hombro contra el de Marizza.
—Todo va a salir bien, ya lo verás —dijo Luján, dándole un pequeño empujón cariñoso con el hombro.
—Ojalá... —murmuró Marizza, mirando al cielo, dejando que el tema de la boda quedara en segundo plano, al menos por un rato.
No le quedaba más que acostumbrarse a esa situación y dejar de una vez por todas de luchar contra ello.
************
Marizza se acomodó en la cama, envuelta en la suave sábana mientras observaba a Pablo levantarse, desnudo, y caminar tranquilamente hacia el baño. La habitación estaba inmersa en una atmósfera serena, cálida, como si el resto del mundo hubiese quedado fuera, detenido por un momento.
Ella cerró los ojos y dejó que una sonrisa se asomara en su rostro. Desde que habían dado ese paso más íntimo en su relación, casi un mes atrás, aprovechaban la ausencia de Mora para pasar las tardes juntos, casi como en una especie de ritual. Era su espacio, algo privado, donde el tiempo parecía detenerse para ellos. Al principio, Marizza había sentido vergüenza, pero, poco a poco, esa timidez había ido desapareciendo, y Pablo estaba descubriendo una versión suya más segura, desinhibida, que lo volvía loco.
Cuando Pablo volvió al cuarto, sus ojos se encontraron, y en esa mirada había complicidad y cariño. Marizza, aún recostada con la sabana tapando ligeramente su cuerpo, dejó que sus pensamientos se llenaran de recuerdos del último mes. Todo había cambiado tan rápido, pero sentía como si hubieran estado así desde siempre.
—No puedo creer que haya pasado solo un mes desde que empezamos —comentó ella, rompiendo el silencio con una sonrisa cómplice. Sus ojos brillaban al mirarlo, con una mezcla de diversión y ternura.
Pablo, sin vergüenza ninguna por mostrase desnudo, se dejó caer a su lado en la cama, rozando los dedos de ella con los suyos.
—¿Y? —respondió con tono burlón—, ¿no te gusta?
—Me encanta, boludo —dijo ella, riéndose suavemente—. Nunca pensé que el sexo pudiera ser así. Lo que tenemos es... no sé, siento que es distinto.
Marizza llevaba días pensando sobre esto, a pesar de que no tenía experiencia previa en el sexo, algo le decía que esa conexión sexual, y emocional no era fácil de encontrar. Pablo la miró fijamente, su sonrisa se suavizó.
—Es distinto, es porque somos nosotros, ¿no? Siempre ha existido entre nosotros.—respondió él, con esa seguridad que siempre lograba calmarla.
—Puede ser —Marizza lo miró de nuevo—. Todo se siente tan... natural con vos. Nunca me imaginé que iba a ser así de... wow.
Rieron juntos, como lo hacían últimamente, compartiendo pequeños momentos que parecían insignificantes, pero que para ellos significaban todo. Había algo extraordinario en esa simpleza, en esas charlas tranquilas después de hacer el amor, donde todo fluía sin esfuerzo.
—Y lo mejor es que mi vieja sigue en Londres por unos meses más —dijo Pablo, guiñándole un ojo con picardía. Por ahora podían seguir disfrutanto de esos momentos entre ellos sin interrupciones.
Marizza se rió más fuerte esta vez. Saber que estaban solos les daba una libertad que sabían aprovechar. Se sentían en su propio refugio, de las expectativas de los demás, y, sobre todo, de las reglas.
—Sí, posta que es lo mejor —admitió ella, dejando caer la cabeza en la almohada. Sus manos buscaban las de Pablo mientras él le acariciaba el pelo suavemente.
Se quedaron así un rato, en silencio, disfrutando de esa calma.
—Che, Marizza —dijo Pablo, inclinándose hacia ella para besarla delicadamente—. Quiero que esto no termine nunca.
Ella lo miró a los ojos, sorprendida por la intensidad de sus palabras.
—Yo tampoco, Pabli... —susurró, mientras sentía cómo su corazón aceleraba.
Él la abrazó rozando sus cuerpos, separados únicamente por la fina sábana, y en ese gesto sintió algo profundo, una certeza de que lo que compartían era real, auténtico, más allá de cualquier otra relación que hubiese tenido antes. El sol de la tarde se filtraba por las cortinas, envolviéndolos en una luz dorada que hacía todo parecer perfecto.
—Sabés que sos todo lo que necesito, ¿no? —dijo Pablo en voz baja, acariciando su rostro con ternura—. Nadie va a cambiar lo que tenemos.
Esas palabras resonaron en Marizza, dándole una seguridad que jamás había sentido antes. Ella sabía, sin lugar a dudas, que lo que tenían era fuerte y que estaba dispuesta a luchar por ello, si fuera necesario.
Pablo sonrió de nuevo, esta vez con esa picardía que la volvía loca.
—Todavía tenemos tiempo antes de que te tengas que ir —dijo él, levantando una ceja, viendo como sus pechos estaban ahora la vista.
Marizza lo miró divertida, su sonrisa era cómplice y sus ojos brillaban con travesura.
—¿Una segunda ronda? —le susurró al oído, mientras lo acercaba más a ella—. No me hagas rogar, Pablo...
Ambos se rieron y, entre besos y caricias, se dejaron llevar otra vez.
****************
El aula estaba llena de risas y conversaciones mientras Julián, el nuevo profe de historia, se levantaba para anunciar un proyecto en parejas que duraría un mes y que todos tendrían que presentar frente a la clase. Marizza miraba a su alrededor con la esperanza de que le tocara trabajar con su amiga Luján.
—¡Chicos! —gritó el profe—. Vamos a hacer un trabajo en parejas que va a durar un mes.
Las palabras resonaron por todo el salón, causando una incomodidad general en los compañeros. Lo peor fue cuando Julián explicó que las parejas serían elegidas al azar. Marizza cruzó los dedos para que no le tocara con alguien con quien no se llevara bien. A medida que el profe nombraba las parejas, una sensación de malestar se apoderó de ella. El primer nombre salió: Vicco con Pilar, seguido de Tomás y Belén, Marcos y Luján. Luego, llegó su turno.
—Marizza...
Marizza contuvo la respiración. ¿Con quién le tocaría?
—...y Manuel.
Suspiró aliviada, sonriendo al saber que su gran amigo Manu sería su compañero. Le miró con cariño y sonrió aliviada. Pero apenas escuchó un suspiro de descontento proveniente de Mia, a lo que respondió con una sonrisa de superioridad.
—Laura y Raúl, Felicitas y Francisco, Mia y Guido, y..., Jimena y Pablo —anunció el profe.
El alivio de Marizza se convirtió rápidamente en un nudo en el estómago. Giró lentamente hacia Pablo, quien intercambiaba miradas con Jimena. Por un segundo, le pareció que Pablo estaba nervioso, mientras Jimena sonreía, con un gesto que le pareció demasiado triunfante. Aunque trató de mantener la calma, Marizza no pudo evitar sentir un repentino ataque de inseguridad.
—¿En serio? —protestó Marizza, cruzándose de brazos con disgusto hacia sus amigas.
—Son solo unos días trabajando juntos —intentó tranquilizarla Luján.
—Claro, a vos te tocó con tu novio... —respondió Marizza, más a la defensiva de lo que quería, pero al respirar hondo, se calmó—. Sí, ya sé que tenés razón, pero no la banco, hay algo en ella que no me gusta.
Desde su lugar, Manuel se acercó y le sonrió con complicidad. Justo cuando empezaban a trabajar en sus respectivas parejas, el bullicio de la clase aumentó, y Marizza no pudo evitar escuchar lo que sucedía detrás suyo.
—Parece que vamos a trabajar juntos, Pablo —dijo Jimena en un tono meloso, mientras se acomodaba el pelo de manera evidente.
—Sí, supongo... —respondió Pablo, claramente incómodo.
Marizza intentó concentrarse en su proyecto con Manuel, pero cada palabra entre Pablo y Jimena le llegaba como un eco. Aunque sabía que Pablo la quería, la cercanía de Jimena la llenaba de celos e inseguridad.
—¿Estás bien? —preguntó Manuel, con una mirada comprensiva.
—Eh, sí, estoy bien —mintió ella, sonriendo débilmente.
Manuel, que la conocía mejor que nadie, le dio una palmadita en la espalda y añadió:
—No creo que tengas que preocuparte. Pablo solo tiene ojos para vos, te lo aseguro.
Marizza sonrió, agradecida por las palabras de su amigo. Intentó enfocarse en su proyecto, pero los celos y la ansiedad seguían rondando su mente. Jimena continuaba hablando con Pablo, y aunque él parecía incómodo, Marizza no podía evitar sentir que esta situación sería una prueba para su relación.
Después de la clase, cuando todos comenzaban a salir del aula, Pablo se acercó a ella con una sonrisa tranquilizadora.
—¿Vamos a tomar algo? —sugirió con dulzura, abrazándola con más fuerza de lo habitual.
—Sí, claro —respondió Marizza, sintiendo cómo su ansiedad empezaba a desvanecerse con cada gesto de cariño de Pablo.
Caminaron juntos hacia la cafetería, y Marizza empezó a sentir que, después de todo, no había nada de qué preocuparse. La conexión entre ellos seguía siendo fuerte, y aunque Jimena intentara entrometerse, sabía que lo que tenía con Pablo era real.
—No tenés nada que temer —le dijo Pablo, mirándola a los ojos con seriedad—. Lo que tenemos es real, y no hay nada ni nadie que pueda cambiar eso.
Las palabras de Pablo hicieron que todas las dudas e inseguridades de Marizza comenzaran a desvanecerse. Sabía que lo más importante era confiar en él.
**********
—¿Sabés qué sería divertido? —dijo Marizza con una sonrisa pícara, mientras caminaban juntos hacia la combi para llevarlos de vuelta al Elite Way, el sol de media tarde iluminando su cabello.
Ambos vieron como sus compañeros se subían lentamente a la combi y el profe de deporte les indicaba que subieran a la combi.
Pablo levantó una ceja, intrigado, pero con una sensación extraña en el estómago. Sabía que cuando Marizza tenía esa mirada, las cosas nunca eran simples.
—¿Qué? —respondió él, intentando sonar despreocupado, mirando a sus amigos que subían a la combi.
—Podríamos... no sé, perder la combi a propósito y quedarnos un rato más acá. Solos. —Marizza lo miró de reojo, sus labios curvándose en una sonrisa cargada de intenciones.
Pablo rió nervioso. Aunque sabía que era una locura, una parte de él no podía negar que la idea lo tentaba. Siempre había algo en Marizza que lo sacaba de su zona de confort, que lo llevaba a hacer cosas que nunca habría considerado
Llegaron al lugar donde la combi los recogería para llevarlos al campo de deportes, pero en lugar de acelerar el paso, Marizza se detuvo y lo tomó del brazo.
—Vení, vamos para allá. —Señaló con la cabeza los vestuarios vacíos. Pablo la miró un segundo, dudando, pero finalmente la siguió.
Cuando la combi pasó de largo, ambos soltaron una pequeña carcajada. La adrenalina les corría por el cuerpo, como si hubieran hecho algo mucho más atrevido que simplemente dejar ir un transporte. Entraron en los vestuarios, donde el eco de sus pasos resonaba en las paredes de azulejos blancos.
—¿Y ahora? —preguntó Pablo, apoyándose contra una de las paredes del vestuario, su respiración acelerada no solo por la carrera ligera, sino por la tensión que comenzaba a sentirse en el aire.
Marizza lo miró con esa sonrisa de siempre, la que lo volvía loco y que hacía que su corazón latiera más fuerte de lo que admitía. Caminó lentamente hacia él, sus pasos resonando en el espacio vacío, sus ojos fijos en los de Pablo.
—Ahora... —susurró mientras se acercaba más, hasta quedar frente a él, sus cuerpos casi rozándose— ...podríamos hacer algo mucho más divertido.
Pablo tragó saliva, sabiendo perfectamente a qué se refería. Sus ojos se desviaron por un segundo hacia la puerta, como si aún tuviera tiempo de salir de la situación, pero en el fondo sabía que no quería irse. No cuando Marizza estaba tan cerca, mirándolo de esa forma que hacía que el mundo a su alrededor desapareciera.
Antes de que pudiera responder, Marizza lo empujó suavemente contra la pared de una de las duchas y cerraron la puerta, y, sin decir nada más, sus labios encontraron los de él. El primer beso fue lento, como si ambos estuvieran probando el terreno, pero en segundos la intensidad aumentó. Pablo, sin poder contenerse más, la tomó por la cintura, acercándola aún más a él.
El eco de sus respiraciones y el sonido de los labios encontrándose una y otra vez llenaban el vestuario vacío. El tiempo parecía detenerse, y lo único que importaba en ese momento era el calor que compartían, la manera en la que ambos parecían estar conectados, sin necesidad de palabras.
Pablo rompió el beso por un momento, sus manos todavía en su cintura, sus respiraciones entrecortadas.
—Marizza... —murmuró, tratando de encontrar algo que decir, pero las palabras parecían escaparse.
Ella, con una sonrisa triunfante, lo miró intensamente y se inclinó para susurrarle al oído.
—¿Sabés en qué estoy pensando? —le dijo con una voz suave y seductora, recordándole sus palabras anteriores. Luego, sin darle tiempo a responder, lo besó de nuevo, esta vez con más urgencia, pero intenso.
En ese momento, la mano de Marizza derecha bajo por su estómago, pasó por la parte exterior de los pantalones de deporte de Pablo, sintiendo el eje duro a través de ropa. Pues nada más pensar en lo que podía pasar entre ellos, le hacía sentirse excitado. Pablo se quejó en voz baja.
-¿Estás segura Marizza? –Dijo Pablo parando sus movimientos por un momento, sabiendo que, si cruzaban esa línea ahí, no iban a poder detenerse. Ninguno de los dos, ambos sabían el efecto que tenían sobre el otro. Ella solo le miro y se mordió los labios, en señal que no estaba arrepentida.
Estaba tratando de mantener el control, pero siempre fue tan imposible cuando se trataba de Marizza, que se había demostrad tener tan jodido talento en la cama. Marizza metió su mano por el interior la ropa y apretó sus dedos en su pene.
Mariza empezó a acariciarle mientras las manos de Pablo tocaban el cuerpo pequeño de su novia, en especial su cola que tanto le excitaba. Él escondió su rostro en el cuello de la pelirroja tratando de recuperar la respiración, gimiendo, cuando llevó sus manos por debajo de la falda de deporte para tocar el trasero desnudo de su novia.
Marizza gemía suavemente y dejó caer la cabeza sobre el pecho de Pablo mientras seguía acariciándolo en su pene que cada vez estaba más y más duro contra su mano. Ella sintia cómo cada vez estaba más húmeda, por toda la situación tan excitante, mientras seguía acariciándole con como su pequeña mano de la forma que sabía que a él le gustaba.
Sintió la humedad en su centro cuando los dedos largos de Pablo, le tocaron ahí y se hundieron más en el centro de sus piernas. Pablo dejó caer su cuerpo hacia abajo y comenzó a besar y lamer el cuello de Marizza. Saboreó el familiar sabor de su perfume en su hombro mientras con sus dientes le daba pequeños bocados por la excitación, soltando gemidos contra su piel.
Marizza no podía soportarlo más, tiró de los pantalones cortos de Pablo hacia abajo de manera que cayó en el piso, quedándose en sus pies. Los ojos de Marizza estaban llenos de lujuria cuando volvió a tocarlo con sus manos, y miró a sí misma bombear su pene otra vez.
A pesar de que llevaban poco tiempo compartiendo momentos de cama, Marizza parecía que nunca se cansaba de tocarle y solo parecía que quería más.
-Uhhh ...- Gimió Pablo en su cuello, cuando ella empezó a frotarle más fuerte.
Él levantó la cabeza y miró hacia abajo en su cuerpo delgado, más concretamente su faldita de deporte que le quedaba tan sexy. De pronto imaginó simplemente arrancándola y hacerle el amor salvajemente. Llevó sus manos a los lados de la faldita de Marizza y metió los dedos en el borde para tirar de él hacia abajo, cuando sintió que una de sus manos frenarle.
-No... – dijo ella mirándolo con una sonrisa pícara. -Hay algo que quiero probar primero.
Él le miró con curiosidad. Marizza mantuvo su contacto con los ojos mientras se dejó caer su cuerpo hacia abajo arrodillándose delante de él. Pablo tomó una respiración profunda y exhaló a través de sus labios, observándola arrodillada delante de él, muy cerca de su erección.
Marizza miró a la erección de Pablo por un momento, algo indecisa sin saber si lo iba a hacer bien. Era la primera vez que se atrevia de hacer esto y Pablo jamás le había insistido para que lo hiciera. Pero una parte de ella queria hacerlo. Ella envolvió su mano alrededor de él, acariciando un par de veces, antes de que empezará a pasar su lengua por su miembro.
-Oh, Dios, amor... -Pablo gimió cuando sus ojos se cerraron y bajo la cabeza, mientras se apoyaba contra la pared tratando de sostenerse para mantener el equilibrio.
Marizza se dedicaba a probar, pasar la lengua a su alrededor mientras tanteaba que era lo que más le gustaba, era su primera vez y simplemente hacia lo que su instinto le decía. Pablo llevó una mano hacia su cabello y darle una caricia justo cuando Marizza decidió llevárselo a su boca todo con suavidad. A pesar de que Pablo notaba un poco su indeción en sus actos, solo por verla y su boca alrededor de él, era tremendamente excitante.
Pero por mucho que deseara seguir observándola, debía detener esto.
-Para, vení acá. –dijo Pablo con mucha contundencia.
Algo confundida, Marizza pestañeo mientras él le ayudaba a levantarse.
-¿No te ha...?
-Me está gustando demasiado, pero necesito estar dentro de vos. – Confesó él sin vergüenza ninguna.
Pablo le besó tan ardientemente que las rodillas de Marizza temblaron. Se separó de ella, puso sus manos sobre los hombros de Marizza, y suavemente le dio la vuelta para que ella quedara enfrente de la pared, de espaldas a él. Él se movió por detrás de ella y dio un paso más cerca presionado su cuerpo contra la pared.
Marizza gimió al sentirse aprisionada contra la pared y el cuerpo de su novio y más concretamente su miembro duro empujando firmemente en la parte posterior de su culo. Pablo puso una mano en la cintura de Marizza, mientras la otra la utilizo para acariciar sus hombros y comenzar a besar su cuello por detrás, pasándose la lengua por toda su piel salada mientras ella gemía.
-Aunque no hay nadie, no chilles, ¿sí? Como entre alguien estamos podridos, podrás estar en silencio – Preguntó Pablo mientras continúa besando su cuello, sabiendo que sus gemidos eran altos.
Marizza dejó caer la cabeza hacia un lado para darle a la lengua más espacio.
-Eso intentaré, no prometo nada. – Contestó Marizza, ante su propuesta que no estaba dispuesta a cumplir. Pablo se rio.
Él llevó las manos por los lados del torso de Marizza y los llevó a sus pechos, tocándolos por encima de la ropa y rodeó sus pezones que ya estaban duros.
Pablo llevó sus manos a la falda deportiva, levantándola y dejando a la vista los mini pantones de Marizza, antes de llevar hacia los lados, tirando de ellos hacia abajo de manera que cayó al suelo. Su trasero desnudo, asomaba justo en frente de él.
Pablo comenzó a frotar sus manos por todo el trasero de Marizza, mirándola como él utilizó sus dedos para separar las piernas y ayudarle a desaherse de sus pantalones y su ropa interior y rozar su intimidad que estaba muy húmeda.
-Madre mía, amor.
Marizza se sentía muy excitada. De todas las veces que habían tenido relaciones esta era la que más excitada se sentía. Probablemente porque estaban en un lugar público.
Pablo suspiro mientras seguía acariciando todo el cuerpo de Marizza y su polla estaba muy dura por toda la situación.
-Pablo... por favor... -Le rogó Marizza.
Con las manos presionado la pared de la ducha, los muslos de Marizza se abrieron instintivamente invitándole a entrar. Con el corazón a tope, Pablo colocó una mano en la espalda Marizza y presionado suavemente contra la pared, mientras se colocaba en posición. Se frotó contra ella un par de veces, gimieron los dos antes de que finalmente la penetró.
Ambos gimieron cuando Pablo puso sus manos sobre los hombros de Marizza y comenzó a empujar dentro y fuera de ella. La cara de Marizza cayó sobre la pared con su mejilla presionada contra ella mientras él continuó haciendo el amor con ella, aunque era todo bastante salvaje y duro. Era la primera vez que estaba siendo tan salvaje y excitante.
Marizza quien ya estaba gimiendo en éxtasis, que solo quería más.
-¿Te gusta? –Preguntó Pablo contra su oído, mientras llevo sus manos a los pechos bajo la ropa en sus manos. Marizza no dejaba de gemir y asintió con la cabeza.
Pablo siguió haciendo el amor con fuerza mientras escuchaba los gemidos de Marizza avisándole que no podía más. La sintió deshacerse entre sus brazos en un orgasmo tan potente que dio gracias que no hubiera nadie fuera ya que estaba seguro que le hubiera escuchado. No tardó mucho hasta que Pablo estaba en el límite moviéndose rápidamente, salió de ella y acabo finalmente fuera de ella. Marizza se giró sobre sí misma, enfrentándole.
Marizza le miró con una mezcla de diversión y satisfacción.
—Creo que perder la combi fue una excelente idea —dijo ella, su sonrisa juguetona iluminando su rostro mientras se apartaba lentamente de él.
Pablo la observó, aun tratando de procesar lo que acababa de pasar. Sabía que la chica frente a él tenía la habilidad de darle vueltas a su mundo, y aunque intentaba resistirse, caía en su juego una y otra vez.
—No sé cómo siempre me convences de estas cosas —dijo él, sacudiendo la cabeza con una sonrisa.
—Es porque, aunque no lo digas, te encanta —respondió ella, dándole una mirada cómplice.
Pablo rió, sabiendo que, en el fondo, ella tenía razón. Pablo se acercó y le besó.
Y mientras ambos salían del vestuario, con el eco de sus pasos desapareciendo en la distancia, Pablo no pudo evitar pensar que, de alguna manera, todo lo que había pasado en esos vestuarios era algo que jamás podría olvidar.
************
En el patio, horas más tarde, Pablo estaba sentado en un banco, rodeado de sus amigos, Tomás, Guido y Manuel. Ellos hablaban de fútbol y de las fiestas que se avecinaban, pero Pablo tenía la mente en otro lado. Su cabeza giraba en torno a Marizza y lo que acababa de ocurrir en los vestuarios.
—Che, Pablo —comenzó Tomás, mirándolo con picardía—, ¿cómo va lo tuyo con Marizza? Desde hace unas semanas no sabemos nada de vos. ¿Te olvidaste de nosotros?
Pablo se sonrojó ligeramente, aunque trató de ocultarlo con una risa despreocupada.
—Todo bien, loco. Ya saben cómo es esto... —dijo, encogiéndose de hombros. Sin embargo, una sonrisa tonta se le dibujó en la cara, y los chicos lo notaron, pero no quería dar demasiados detalles.
—¿Sí? ¿Y qué tal? —insistió Manuel, levantando una ceja—. ¿Cómo es que están tan bien, eh? ¿Cuántas veces al día?
Pablo, tratando de mantener la calma, simplemente se limitó a reír.
—Ya, ya. No sean pesados.
—Vamos, contá un detalle —dijo Guido, con la mirada llena de curiosidad. Los tres lo miraban con expectativa.
Pablo se rascó la cabeza, intentando salir de esa situación.
—No sé... ¿qué quieren que les cuente? Todo muy bien... Hacemos las tareas y después a veces nos dejamos llevar —dijo, sin dejar de pensar en las tardes juntos, esas que pasaban en su casa mientras su mamá estaba en Londres.
—¡Eso no cuenta! —exclamó Tomás, riendo—. Todos sabemos que solo lo están haciendo para no estudiar.
Pablo se rió con ellos, pero en el fondo sentía un ligero apuro.
—No les pienso contar nada, solo que estamos muy bien —respondió, un tanto evasivo.
—Dale, solo decinos si es mejor o peor que Paulita, que era una profesional —preguntó Guido.
—¡Guido! —le reprochó Tomás.
—Qué tarado sos.
—¿Qué? Solo quiero saber, con lo loca que está, debe ser un show en la cama.
—Paren ya, dejá de llamarla loca —se molestó Pablo.
El ambiente se tensó y todos vieron que Pablo se puso a la defensiva.
—¿Y qué pasa con Jimena? —preguntó Manuel, y Pablo sintió pesado con el tema de Jimena.
—No quiero hacer el proyecto con ella —respondió, frunciendo el ceño—. Quedé con ella, pero la verdad es que no tengo ganas.
—¿Por qué? ¿Te da miedo que se meta entre vos y Marizza? —inquirió Manuel, levantando una ceja.
—No sé, hay algo raro en ella —respondió Pablo, tratando de sonar despreocupado. –Lo ultimo que quiero es tener problemas con Marizza.
Guido se inclinó hacia adelante, un brillo juguetón en sus ojos.
—¿Entonces estás diciendo que preferirías estar en la cama con Marizza en vez de hacer el proyecto?
Pablo se rió, sintiéndose algo incómodo pero divertido.
—Sí, eso podría ser una mejor opción —dijo, guiñándole el ojo.
-Vamos que Marizza es una diosa en la cama –Concluyó Guido.
-¿Pueden parar de mi vida sexual? ¿Te pregunto yo de la tuya o mejor dicho de tu inexistente vida sexual? –Dijo a Guido.
—¿Pueden parar de hablar de mi vida sexual? ¿Te pregunto yo de la tuya, o mejor dicho, de tu inexistente vida sexual? —dijo Pablo, tratando de cambiar de tema.
—Está bien. Che, qué carácter, y eso que estás bien servido. Si no, no me quiero imaginar el carácter que tendrías... —se burló Guido, mirando a Tomás y Manuel, quienes ambos se reían.******
El aire vibraba de emoción mientras Pablo, Marizza, Manuel y Mia se preparaban para regresar al escenario. Mientras esperaban tras el telón, Marizza sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se giró hacia Pablo, quien ajustaba su guitarra.
—¿Estás listo? —le preguntó, intentando disimular el nerviosismo que comenzaba a aflorar. Su voz temblaba ligeramente. Sabía que esa noche era especial; después de meses volviendo al escenario.
—Listísimo —respondió Pablo, con una sonrisa segura que le devolvió el aliento. La multitud esperaba impaciente al otro lado del telón—. Nos va a ir increíble. Esta es nuestra noche.
—Lo sé. Lo siento acá —dijo Marizza, tocándose el pecho.
El telón se levantó y el rugido del público llenó sus oídos. Las luces del escenario eran cegadoras, y el calor de la multitud, palpable. Marizza sintió que su corazón latía al ritmo de la música. Mientras tocaban, la conexión entre ella y Pablo se hizo más intensa. En mitad de una canción, Pablo se giró hacia Marizza y entrelazó su mano con la suya. Fue un gesto sencillo, pero cargado de amor. Intercambiaron miradas llenas de significado, pues la música era lo que los había unido hacía ya dos años y siempre sería algo que los uniría.
Marizza se sentía en la cima del mundo; cada día que pasaba estaba más convencida de que quería vivir esto por el resto de su vida. La música había terminado, pero la energía del concierto aún vibraba en el aire. Los cuatro amigos se abrazaron, riendo mientras los aplausos resonaban a su alrededor. Aunque el público seguía vitoreando, ellos estaban en su propio mundo. Habían vuelto a la esencia de lo que eran: una banda unida por la música que tanto amaban.
Pablo, mirando a su alrededor, recordó los días oscuros en los que luchaba por subirse a un escenario, solo y lejos de su familia, sintiéndose vacío y sin apoyo. Pero ahora, con su banda y Marizza a su lado, ese vacío estaba lleno. La música, la amistad y el amor lo envolvían en una calidez que no había sentido en mucho tiempo. Marizza, radiante, lo miró, y él supo en ese instante que todo había valido la pena.
Eran más que amigos; eran una familia. La música siempre había sido su refugio, un lugar donde podían expresarse sin límites.
—¿Lo hicimos bien? —preguntó ella, sus ojos brillando de emoción.
—No, ¡lo hicimos espectacular! —respondió Pablo, inclinándose para besarla con ternura.
Al retirarse del escenario, Jimena, quien había llegado al concierto junto a sus compañeros, se acercó sigilosamente a la pareja y aprovechó cuando Marizza fue a saludar a Luján y Pilar para acercarse a Pablo.
—¡Increíble show! —exclamó, deteniéndose justo frente a Pablo—. ¡No puedo creer lo bien que lo hicieron! Pablo, tu voz... ¡es increíble!
Pablo sonrió, agradecido pero incómodo.
—Gracias, Jimena. Nos divertimos mucho —respondió, intentando sonar natural.
Jimena, sin embargo, no dejó pasar la oportunidad de acercarse un poco más. Con un leve gesto que solo Pablo percibió, rozó su brazo, como si buscara una conexión más profunda. Pablo sintió el aire tensarse, y Marizza, quien en ese momento se acercó a ellos, también lo notó, su expresión volviéndose seria.
—Gracias, Jimena. Nos esforzamos mucho —repitió Pablo, intentando mantener el tono.
—Tú siempre has sido el mejor —respondió Jimena, inclinándose un poco hacia él, como si buscara un momento de intimidad.
—Y el resto de la banda también estuvo genial —agregó Marizza, intentando desviar la atención.
Jimena miró a Marizza, que apenas se había dado cuenta de su presencia de nuevo.
—Claro, claro, todos, vos también, Marizza, pero no me podrás negar que Pablo tiene algo especial.
Jimena lanzó una última mirada a Pablo—. ¡Sigan así, chicos! Espero que hagan más shows pronto.
Mientras Jimena se alejaba, Marizza y Pablo intercambiaron una mirada rápida, ambos conscientes de la tensión en el aire. Marizza sentía una extraña mezcla de celos y confusión, sin saber exactamente qué había pasado. Esa chispa que Jimena había intentado encender la incomodaba, pero a la vez la impulsaba a querer proteger lo que tenía con Pablo.
—¿Qué acaba de pasar? —preguntó Marizza, su voz un susurro apenas audible.
—No lo sé, solo fue un cumplido, no te preocupes. —respondió Pablo, frunciendo el ceño, aunque la incomodidad también le invadía.
Marizza le miró, sabiendo que Pablo estaba tratando de restarle importancia, pero algo en su interior empezaba a hacerle dudar. ¿Estaría Pablo justificando su comportamiento por alguna razón?
No quería dejarse llevar por este sentimiento, pero la inseguridad había comenzado a gestarse en su mente. La chispa que había encendido Jimena había dejado una sombra, y mientras intentaba sacudirla, se dio cuenta de que ya no era tan segura de lo que sentía.