ID de la obra: 911

Marizza & Pablo - Tercera temporada (Pablizza)

Het
NC-17
Finalizada
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
505 páginas, 191.839 palabras, 31 capítulos
Descripción:
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Capítulo 18

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Era una noche fresca, las luces de la calle brillaban con fuerza mientras Marizza y Pablo caminaban por la vereda, dejando atrás la cena que había quedado marcada por el silencio, mientras Marizza hablaba y hablaba sobre Sonia. Aunque había intentado mantener la calma, Marizza sabía que estaba pasando algo más fuerte. Pablo se veía distanciado, y Marizza ya no podía ignorar su estado de ánimo. Después de la llamada telefónica de esa misma mañana, donde apenas le contó que la noche anterior tuvo una pelea con Guido, ella sabía que no podía seguir dejando pasar la situación sin saber qué realmente había pasado entre los dos amigos. Según Pablo había sido una pelea pequeña. — ¿Por qué no me lo dices, Pablo? —preguntó Marizza, sintiendo cómo la incertidumbre la estaba ahogando. - ¿Qué? ¿Sobre qué? – -Sobre tu pelea con Guido. Pablo siguió caminando unos pasos más, evitando mirarla directamente, como si las palabras pudieran hacerle daño. — Nada, Marizza. No tiene importancia. —respondió, con una media sonrisa, pero los ojos reflejaban algo que Marizza no podía ignorar. Marizza se detuvo de golpe, frunciendo el ceño, observando el cansancio en su rostro. Sabía que algo no cuadraba, no solo por lo que había pasado con Guido, sino por la forma en que él se comportaba ahora. Algo dentro de ella creció al darse cuenta del motivo. Lo intuía. — ¿Sobre mí? ¿Has discutido sobre mí? —preguntó, el nudo en el estómago creciendo a medida que sentía la incomodidad de la situación. Pablo alzó la mirada rápidamente, sorprendido, pero tratando de mantener la calma. Sabía que no podía mentirle a Marizza por mucho tiempo. Pablo amaba mucho a Marizza, pero Guido era uno de sus mejores amigos y ahora se encontraba en una encrucijada fuerte. Además de muy molesto con Guido, no quería que Marizza se enfrentara a él. — No, Marizza. No es sobre vos. —respondió rápidamente, casi como si eso fuera lo único que podía decir para calmarla, pero la tristeza en su voz no lo permitió. — Nos peleamos, dijo cosas que no debió decir... y yo también me dejé llevar. El silencio cayó entre ellos por un momento, y Marizza lo observó, porque seguía sin contarle el motivo real. No podía evitar pensar que tal vez había algo más detrás, pero la idea de que no era sobre ella la tranquilizó por un segundo. — ¿Me estás diciendo que no tiene nada que ver conmigo? Pablo suspiró, deteniéndose por fin y mirándola a los ojos, intentando transmitirle toda la sinceridad que tenía, aunque sabía que le estaba mintiendo. — No, Marizza... no es sobre vos. —su voz se suavizó, pero aún había un tono de tristeza que no podía ocultar. — Solo estoy dolido porque Guido cruzó una línea. No tiene nada que ver contigo. — Entonces, ¿por qué no me lo dices? —preguntó, casi sin poder evitarlo. — ¿Por qué no me has contado lo que realmente pasó? Pablo se quedó en silencio unos segundos. La mirada de Marizza se mantenía fija en él, esperando una respuesta. Sabía que no podía seguir callando más. —No tiene importancia. Solo eso. —respondió finalmente, con la voz grave. Marizza lo miró. — ¿Entonces no vas a contarme qué te dijo? —insistió, con un suspiro. A pesar de todo, ella sabía que necesitaba entenderlo, no solo por él, sino también por ella misma. Pablo suspiró, tomando una pausa antes de responder. — Es que no hay mucho que contar, Marizza. Solo... son cosas nuestras, cosas que no tienen importancia. —su voz se endureció un poco, intentando restarle valor al asunto. — No quiero que te preocupes por eso. Marizza lo miró, pero algo no cuadraba. Había un malestar en el aire, algo que la hacía sentir aún más insegura. Marizza pensó en insistir de nuevo, pero entonces, Pablo se acercó a ella, tocando suavemente su mejilla. — No te preocupes, ¿sí? —le dijo en voz baja, y por un momento, los dos se quedaron allí, atrapados en el momento. Finalmente, Pablo se inclinó hacia ella y la besó suavemente, un beso que no solo era una muestra de cariño, sino una forma de calmar la tensión entre los dos. Marizza correspondió al beso, pero una parte de ella seguía con la incertidumbre de lo que había pasado con Guido y algo le decía que no le estaba diciendo la verdad.   ************** Al día siguiente, Marizza llegó a la escuela con una sola idea en mente: entender qué había pasado entre Pablo y Guido. Desde la noche anterior, no había dejado de darle vueltas al asunto. Había intentado actuar con normalidad en el desayuno, fingiendo que todo estaba bien, pero por dentro, la incertidumbre la estaba carcomiendo. ¿Por qué Pablo no quería contarle la verdad? ¿Por qué había mentido? Esa pregunta le daba vueltas en la cabeza sin cesar. Mientras caminaba por el pasillo junto a Luján y Laura, vio a Pilar conversando con Vico, y sin pensarlo, se acercó con paso firme. —Pilar, vení un momento, por favor. —Le tomó del brazo con urgencia, apartándola de su grupo con una fuerza que delataba su desesperación. —¿Pero se puede saber qué te pasa? —protestó Pilar, sorprendida por la brusquedad de Marizza, acomodándose el uniforme. —¿Qué ha pasado entre Pablo y Guido? —preguntó sin rodeos, mirándola directamente a los ojos, con una mirada tan intensa que Pilar sintió un leve escalofrío. Pilar frunció el ceño, como si intentara hacerse la desentendida. —¿Y por qué me preguntas a mí? —Porque sé que Tomás te cuenta todo. —Marizza cruzó los brazos, impaciente—. Dale, contáme, Pablo no me quiere decir nada. Pilar dudó. Movió la mirada de un lado a otro, como si evaluara si debía hablar o no. —Mira, no quiero que se lo cuentes a Pablo, ¿sí? —bajó la voz, nerviosa—. Si no, Tomás se va a enojar conmigo... —Te lo juro. —La urgencia en su voz la convenció. Pilar suspiró y, tras unos segundos de duda, finalmente soltó la verdad: —La pelea fue por vos. Marizza sintió un vuelco en el estómago. Su intuición no la había engañado. —¿Qué dijo Guido? —Que desde que están juntos, Pablo ya no es el mismo. Que los está dejando de lado, que antes era más divertido, que... —Pilar tragó saliva, insegura de si debía decir lo siguiente. —Decime todo. —Dijo que lo tenés atado. Que ya no puede hacer nada sin que vos estés en el medio. Marizza sintió cómo la rabia le subía por el pecho. —¿Y Pablo qué le contestó? —Que no tiene derecho a hablar así de vos. Se re enojó, Marizza. Pero también... está dolido. No quiere perder a Guido, aunque tampoco piensa ceder. La indignación de Marizza fue creciendo con cada palabra. No podía creerlo. —Ese pelotudo... —murmuró. Sin decir nada más, giró sobre sus talones y salió disparada por el pasillo, dejando a Pilar atrás. —¡Marizza, esperá! Pero ella no iba a esperar. Tenía que hablar con Pablo ya mismo. Cuando lo vio en el patio, sentado con Tomás y Manu, riéndose de algo como si nada pasara, sintió que la rabia le subía por el pecho como un fuego imparable. No lo pensó dos veces. Caminó decidida, sintiendo cómo la adrenalina la empujaba a moverse más rápido. —Así que no era por mí, ¿eh? —soltó de golpe, sin preámbulos. Pablo alzó la vista, sorprendido. La sonrisa se le borró en el acto. Tomás y Manu se miraron incómodos, como si quisieran desintegrarse en ese mismo momento. —¿En serio? —Pablo dejó escapar un suspiro y miró de reojo a sus amigos, como si esperara apoyo, pero ninguno de los dos dijo nada. —Sí, en serio. —Marizza cruzó los brazos y dio un paso más hacia él—. Porque me acabo de enterar de que la pelea con Guido era por mí. Y que me mentiste en la cara. Tomás carraspeó, incómodo y miró de fondo a su novia, que observaba frustrada toda la situación. —Yo mejor me voy. —Manu asintió y se levantó de inmediato, como si alguien hubiera encendido una alarma de evacuación. Pablo los vio alejarse y luego volvió la mirada a Marizza, que seguía parada frente a él, con los ojos brillantes por la ira contenida. Hubo un silencio tenso entre ellos. Pablo se pasó una mano por el pelo, claramente frustrado. —Marizza... —No me mientas de nuevo. El tono de su voz era bajo, pero cargado de emoción. Pablo la miró, y por primera vez en toda la conversación, pareció cansado. Como si estuviera harto de todo esto, pero al mismo tiempo, supiera que no tenía escapatoria. —Está bien. Sí, la pelea fue por vos. Pero no quería que te enteraras, porque sé cómo sos y... —¿Cómo soy qué? Pablo hizo una pausa, midiendo sus palabras. —Impulsiva. —¿Impulsiva? —repitió ella, alzando una ceja—. ¿Querés decir que me enojo cuando alguien anda diciendo pelotudeces sobre mí? Porque sí, en eso tenés razón. Pablo suspiró, pasándose una mano por el pelo, frustrado. —No es tan simple... —¿Ah, ¿no? —Marizza dio un paso más hacia él, sin apartar la mirada—. Decime, ¿qué te dijo exactamente? Él apretó la mandíbula. Se notaba que no quería decirlo. Que le dolía repetirlo. Pero Marizza no iba a ceder. Finalmente, Pablo dejó escapar un suspiro resignado. —Que desde que estamos juntos, me alejé de ellos. Que ya no soy el mismo. Marizza sintió un golpe en el pecho. Algo dentro de ella se revolvió con fuerza, una mezcla de indignación y dolor. —¿Y vos qué pensás? —preguntó en voz baja. Pablo tardó en responder. Sus ojos se suavizaron apenas, pero su expresión seguía tensa, como si estuviera luchando consigo mismo. —Que Guido es un idiota. —Lo dijo sin dudarlo. Pero después bajó la mirada y agregó, en un tono más bajo, casi como si le costara admitirlo: —Pero también que antes hacíamos todo juntos, y ahora... sí, lo veo menos. Marizza sintió un nudo en la garganta. No era culpa suya, pero igual le dolía. —¿Y te molesta? ¿Piensas que es mi culpa? —insistió, con un hilo de voz. Pablo levantó la vista y la miró directo a los ojos. —No. Por supuesto que no, yo quiero estar con vos, pero también quiero estar con mis amigos. Pero me duele que piense así. Ella tragó saliva. Por primera vez en toda la discusión, su enojo comenzó a ceder. —Pablo, yo nunca quise que te alejaras de tus amigos. —Su voz tembló apenas—. Y no lo voy a permitir. No quiero que por estar conmigo, pierdas a tus amigos, por mucho que caigan como el orto. Pablo soltó una risa corta, sin humor, y negó con la cabeza. —Lo sé. —A mí no me gustaría estar peleada con Luján por vos. No me gustaría que nadie me hiciera elegir. Él asintió lentamente, comprendiendo. —Y yo tampoco quiero elegir. Hubo un silencio largo. Ya no era un silencio cargado de rabia, sino de algo más denso, más pesado. Marizza bajó la vista un momento y se mordió el labio. Aunque Pablo no le había contado lo que realmente pensaba Guido sobre ella, ya que, si se enteraba entonces, ardería Troya. —¿Y ahora qué? —preguntó ella, con la voz más baja. Pablo la miró con un aire cansado, pero también con cariño. —No tengo idea. Se quedaron en silencio. Un viento suave recorrió el patio, arrastrando con él las palabras que ninguno de los dos se atrevía a decir en voz alta. Marizza sintió un leve temblor en las manos, un nudo en la garganta que amenazaba con convertirse en algo más grande, en algo que no podía permitirse soltar. No lo pensó demasiado. Simplemente se acercó y lo abrazó. Sintió cómo su pecho chocaba contra el de él, cómo su propio cuerpo se amoldaba al de Pablo como si ese abrazo fuera un refugio que llevaba tiempo necesitando. Pablo tardó un segundo en reaccionar. Pero cuando lo hizo, sus brazos la rodearon con firmeza, con una fuerza que parecía decir no quiero soltarte. Él apoyó la frente en su hombro, y Marizza sintió su respiración cálida contra la piel de su cuello. Se quedó inmóvil, sintiendo cada latido, cada leve movimiento de su pecho al respirar. Y entonces, lo sintió. El suspiro de Pablo, largo y pesado, escapando de su boca como si hubiera estado conteniéndolo todo el día. Como si, en ese instante, se permitiera bajar la guardia. Ella cerró los ojos. —Me duele todo esto —susurró él, con la voz áspera, cargada de emociones que no lograba poner en palabras. Marizza tragó saliva. Le dolía a ella también, en un sitio profundo, en un sitio que no sabía que podía dolerle así. —A mí también —respondió en voz baja. No había más que decir. No en ese momento. Se quedaron así, abrazados, mientras el ruido del colegio seguía a su alrededor. Las voces de los demás, las risas lejanas, incluso alguna mirada curiosa... nada de eso importaba. Porque en ese instante, lo único que importaba era que, a pesar de todo, todavía se tenían el uno al otro. ***** Marizza estaba en el suelo, recostada boca abajo sobre la alfombra, con los auriculares puestos y las piernas dobladas en el aire, moviéndolas distraídamente mientras escribía en su cuaderno de historia. Tarareaba en voz baja, completamente concentrada. Apenas unos metros, Pablo, en el sofá, tenía su cuaderno en las piernas, pero hacía rato que no pasaba la página. No podía. No cuando tenía a Marizza justo ahí, con la falda subiendo un poco cada vez que se movía, con su cabello cayendo sobre su espalda, con la luz del atardecer resaltando la curva de su cuello. Intentó obligarse a leer, pero su mente lo traicionó. La última vez que habían estado solos en esa casa... El recuerdo lo golpeó de lleno. Marizza, en ese mismo sofá, totalmente desnuda y la respiración agitada. Su boca en partes de su cuerpo. Su boca jadeando su nombre. Un calor repentino le recorrió el cuerpo. Sintió la respiración volverse más profunda, la necesidad encenderse en sus pantalones. Dejó los apuntes a un lado y, sin pensarlo, se inclinó hacia ella. Apartó suavemente su cabello y dejó un beso lento en su cuello desnudo. Marizza se sobresaltó, quitándose un auricular de golpe y girando la cabeza hacia él. —¿Qué hacés? —preguntó con un tono entre la sorpresa y el deseo. Pablo sonrió contra su piel, dejando otro beso en su clavícula antes de murmurar: —Me acordé de la última vez que estuvimos solos acá. Ella entrecerró los ojos, fingiendo no saber de qué hablaba. —Ajá, yo no me acuerdo —respondió con picardía, moviendo el lapicero, mientras seguía mirando la tarea como si no le hiciera caso Pablo pasó la lengua por su mandíbula. —¿No? Antes de que pudiera replicar, él la agarró de la cintura y la subió sobre su regazo de un movimiento fluido. Marizza soltó una pequeña exclamación sorprendida, pero se rió al instante, rodeando su cuello con los brazos. Marizza aprovechó para acariciar sus pelos rubios de la nuca y miró a esos ojos de deseo, que ya conocía tan y tan bien. Las manos de Pablo se deslizaron por sus muslos con lentitud, presionando, recorriendo su piel con deseo contenida. Marizza sintió el cambio en su respiración, el deseo palpable en su mirada. —Pablo... —susurró ella, con una media sonrisa, aunque su voz ya no sonaba tan firme. Él no respondió con palabras. En cambio, sus manos siguieron ascendiendo por debajo de su falda, agarrándola con firmeza por el trasero, atrayéndola más hacia él. Marizza sintió el roce de su cuerpo contra el suyo y un escalofrío le recorrió la espalda. Ella sintió la inconfundible tienda de campaña en sus pantalones. —No podemos —susurró, sin moverse—. Tu mamá puede venir en cualquier momento... Pero Pablo parecía haber olvidado el mundo exterior. Su boca bajó lentamente, dejando un camino de besos en su cuello, en su clavícula... hasta llegar al borde de su escote. Sus labios carnosos se cerraron sobre su piel, su respiración caliente contra ella. Marizza suspiró mientras sus dedos se clavaban en su cuero cabelludo y disfrutaba de sus atenciones, porque, aunque sabían que estaban en peligro, ella necesitaba esto más de lo que pudiera admitir. Las manos de Pablo seguían manoseando su trasero, y sus labios adorando su escote. Y justo en ese momento... El pomo de la puerta giró. El sonido los golpeó como un balde de agua fría. Los ojos de Marizza se abrieron de par en par. Pablo la soltó de golpe y ella prácticamente rodó fuera de su regazo. —¡Mierda! —susurró él, con el corazón latiéndole en la garganta. Con reflejos de relámpago, Marizza agarró un cojín del sofá y se lo lanzó a Pablo, que apenas tuvo tiempo de colocárselo estratégicamente en la entrepierna antes de que la puerta se abriera. Mora entró con calma, cargando un par de bolsas, ajena a la escena. —¿Cómo van esas tareas? Pablo aclaró la garganta y se encorvó un poco más sobre el cojín, disimulando. —Ehh... bien. Muy bien. Súper bien. Marizza, con las mejillas ardiendo, asintió con una sonrisa demasiado grande. —Sí, sí, re productivos. Mora los miró con leve sospecha, pero no dijo nada. —Bueno, avísenme si necesitan algo —dijo finalmente antes de desaparecer por el pasillo. Cuando la puerta volvió a cerrarse, Marizza exhaló y estalló en una risa ahogada. Pablo resopló y se dejó caer contra el respaldo del sofá, pasándose una mano por la cara. —Casi me da un infarto. Marizza lo miró, aún con los labios curvados en una sonrisa divertida, y se inclinó hacia él. —Vos empezaste. Pablo la miró de reojo, con una media sonrisa peligrosa. —Y voy a terminar. Marizza sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Ese juego aún no había acabado. ******** Pablo y Mora llegaron a la casa de Sonia y Franco, ya que ella les había invitado a cenar. La mesa estaba repleta de comida, el aroma a guiso casero llenaba el aire. —¡Ay, Pablito! ¡Mora, pasen, pasen! —Sonia los recibió con su entusiasmo característico, abriendo los brazos como si quisiera envolverlos en un abrazo con solo su voz—. Mora, pero qué guapa estás, como siempre. Mora, sonriendo, abrazó a Sonia. —¡Gracias, Sonia! Vos sí que estás increíble, ¿eh? Sonia la miró de arriba abajo, entrecerrando los ojos como si la estuviera analizando con ojo clínico, y con una sonrisa pícara, soltó: —¿Sabes qué? Desde que dejaste al odioso de Sergio, estás... ¡radiante! Como si te hubieras quitado un peso de encima. Te lo juro, se te ve mucho mejor. ¡Es como si te hubieras rejuvenecido! Mora soltó una risa, sorprendida pero divertida. —¡Ay, Sonia! No sé si tanto... pero sí, estoy más tranquila ahora. Sonia, mirando de reojo a Pablo para asegurarse de que su comentario no lo hubiese molestado, vio cómo él soltaba una risa sin poder evitarlo, como si estuviera totalmente de acuerdo. —¡Lo sé, lo sé! —dijo con complicidad—. ¡El muy cavernícola te había puesto una cara de agotada que hasta él mismo ni sabía! Franco, que estaba sirviéndose vino y había estado esperando que Sonia no dijera algo tan directo, se llevó las manos a la cabeza con resignación. —¡Sonia! —exclamó entre risas, pero con algo de desesperación—. ¡No puedes hablar así! —¿Y por qué no? ¿Acaso estoy diciendo algo que no sea cierto? —replicó Sonia, cruzándose de brazos—. Mirá a Mora, desde que se alejó de Sergio está más feliz, relajada... ¡Y mirá a Pablo, él también está mucho mejor! Vos, decime, ¿tenés algún novio o algo? Pablo, entre risas, miró a su madre y luego a Sonia. Marizza, que escuchaba desde el otro lado de la mesa, no pudo evitar reírse también. Mora, con una sonrisa agradecida, miró a Sonia. —No es que haya sido fácil, pero alejarme de Sergio es lo mejor que me pasó en la vida. Lo único que me impedía estar en paz era estar lejos de mi Pablito, pero por suerte eso ya fue. —Y te merecés toda esa paz, Mora. Siempre has sido una gran mujer, y más ahora, sin las malas vibras de ese tipo —dijo Sonia con firmeza, como si fuera la jueza suprema de la felicidad ajena. —Bueno, ¿empezamos a cenar antes de que Sonia se ponga sentimental? —masculló Marizza, rodando los ojos con diversión. Justo en ese momento, Luján apareció de la cocina con una fuente de ensalada, y detrás de ella venía Hilda con un plato de papas al horno. Mia bajó por las escaleras, totalmente ajena a la conversación, y al ver a Mora, le dedicó una sonrisa antes de abrazarla con cariño. —¡Mora! ¡Qué alegría verte! —¡Mia! ¡Pero mirá qué grande estás! —dijo Mora, sosteniéndola por los hombros y mirándola con ternura—. Ya ni sos la nena que conocí en el colegio. Pablo sonrió al ver la escena. Él y Mia habían compartido el colegio desde pequeños, y su madre la había visto crecer. Mientras tanto, Hilda aprovechó la oportunidad para ponerse al día con Mora sobre cómo llevaba la jubilación, y Sonia, con su usual energía, terminó llevando la conversación hacia los hermanos de Pablo. Franco, Pablo y Luján empezaron a discutir sobre fútbol con la pasión de quienes creen que una conversación sobre tácticas y jugadores puede resolver los problemas del mundo. Mientras tanto, Mia, aunque sonreía de vez en cuando, parecía estar en otra. Estaba más callada de lo habitual, como si tuviera algo en la cabeza que no quería compartir. Marizza, que era más perceptiva de lo que dejaba ver, la observó de reojo con curiosidad. —Mia, ¿todo bien con Manuel? Mia levantó la vista como si la hubieran despertado de un sueño, y negó con la cabeza con rapidez. —Sí, sí... solo estoy cansada —respondió con una sonrisa forzada. Pero a Marizza no se le escapaba nada. La cena continuó entre risas, conversaciones cruzadas y comentarios de Sonia que hacían que Franco se llevara las manos a la cabeza cada pocos minutos. Era un caos de voces y platos compartidos, pero, en el fondo, era exactamente eso lo que hacía de esa casa un verdadero hogar. ****** Marizza estaba en la cama, intentando dormir, pero el silencio de la noche solo la hacía más consciente del vacío de su habitación. Su mente seguía dando vueltas, siempre inquieta. De repente, su teléfono vibró. Miró la pantalla y vio un mensaje de Pablo. ¿Estás despierta? Frunció el ceño, sorprendida. Sí. ¿Podés abrirme la puerta? Una mezcla de sorpresa y emoción la invadió, pero no dudó ni un segundo. Se levantó con cuidado para no hacer ruido, el corazón latiendo más rápido. No había podido dejar de pensar en él desde que Mora había llegado. Cada día que pasaba sin poder estar a solas con Pablo le dolía un poco más. Bajó las escaleras con agilidad, sus pies descalzos apenas rozando el suelo frío. Abrió la puerta de la entrada y lo vio allí, en la oscuridad, con una mirada que hablaba más de lo que las palabras podían expresar. - Pablo - susurró, con el corazón acelerado, su voz temblando ligeramente de emoción. - Shh, -dijo él con suavidad, casi como si temiera romper la magia del momento. Agarró su mano con delicadeza, guiándola hacia arriba por las escaleras con el máximo sigilo. Al llegar a la habitación, cerraron la puerta con un suave clic, como si no quisieran que nada los separara de ese instante. Marizza lo miró, sintiendo cómo el deseo y la necesidad se mezclaban con la ternura en su pecho. Le sonrió, pero su voz traicionó el temblor de su interior. - ¿Qué haces acá, Pabli? Pablo la miró fijamente, su mirada estaba cargada de una vulnerabilidad que Marizza no podía ignorar. Se acercó a ella, su cuerpo encontrando la cercanía que tanto había deseado. Apoyó su espalda contra la pared de la habitación, sus manos tocando suavemente su rostro. - Necesitaba verte, tocarte, besarte -confesó, con palabras bajas, casi inaudibles, pero llenas de mucho sentimiento. -Te extraño, te necesito...- Dijo con un tono tan sincero que Marizza sintió una punzada en el corazón. El hecho de no haber podido estar a solas había sido más fuerte de lo que ella pensaba. Marizza tragó saliva. Nunca había escuchado esas palabras con tanta intensidad. El deseo, la necesidad, y la vulnerabilidad de Pablo la hicieron estremecer. - Pablo...- susurró, casi sin saber qué decir. El deseo la desbordaba, y sus manos, por impulso, se elevaron hasta su rostro, acariciando su mandíbula. Fue entonces cuando, sin pensarlo más, se adelantó y lo besó. El beso comenzó suave, casi como si ambos intentaran asegurarse de que este momento fuera real. Pero el deseo comenzó a hacer mella. Fue como si un simple roce encendiera una chispa que pronto se convirtió en fuego. Las lenguas se entrelazaron con un ritmo que era a la vez suave y urgente, como si estuvieran recuperando el tiempo perdido. La necesidad de estar juntos se manifestaba en cada caricia, en cada suspiro que escapaba de sus labios. Pablo presionó su cuerpo contra el de Marizza, y ella lo atrajo hacia sí, sin dejar espacio entre ellos. Sus manos comenzaron a moverse con más libertad, deslizándose por su espalda, por su cuello, por cada línea de su cuerpo. Todo era perfecto, pero la necesidad crecía dentro de ambos. Con una risa suave, caminaron hacia la cama, todavía entrelazados en besos, hasta que, sin más ambos cayeron de espaldas sobre la cama. La cercanía de su cuerpo hizo que Marizza dejara escapar un suspiro profundo, un suspiro lleno de deseo reprimido y frustración. Pablo sintió la suavidad de su piel, deslizó sus manos bajo el pijama corto de Marizza. El roce de sus dedos en su piel la hizo estremecer, y ella no pudo evitar cerrar los ojos, sumida en la sensación de estar tan cerca de él. Los besos de Pablo bajaron lentamente por su cuello, y Marizza se dejó llevar por cada uno de esos toques, por la suavidad de sus labios sobre su clavícula. Sintió su respiración agitada. Ya no importaba nada más, solo estar con él, en ese momento, con todo el deseo acumulado de semanas sin poder compartir nada de esto. Pero justo cuando su mente se sumergía por completo en la pasión, Marizza escuchó el crujido de los escalones. Un ruido lejano, pero suficiente para hacerla detenerse. - Pablo, para. -La orden salió de su boca antes de que pudiera pensarlo. - Mmmm... -murmura él, su tono grave e inmediatamente obedeció. Ambos se quedaron quietos, escuchando con atención. Marizza sintió su corazón latir con fuerza, como si estuviera a punto de ser pillados. El sonido de los pasos en las escaleras fue lo único que pudo escuchar en ese momento. La tensión en el aire era palpable, y la sensación de peligro inminente les hacía casi imposible pensar en otra cosa. En cuanto los pasos se alejaron, Pablo intentó volver a besarla, sus labios se acercaron, pero Marizza lo frenó de nuevo, girando ligeramente su rostro. - Lo siento, Pabli -Su voz sonaba más suave de lo que quería, como si el deseo estuviera hablando por ella. - Es que aquí... es imposible. Pablo se sentó al borde de la cama, completamente abatido, pasando una mano por su rostro para intentara calmar su mente y sus emociones. La frustración de no poder tenerla, de no poder estar juntos como tanto anhelaba, lo estaba consumiendo. Marizza lo observó, y por un momento, vio más que su desespero, vio su vulnerabilidad, y eso la hizo sentir una mezcla de ternura y dolor. Con una sonrisa que intentaba disimular su frustración, Marizza se acercó a él y acarició su cabello con suavidad, como buscando consolarlo de alguna manera. - Quizá no podamos hacer nada ahora,- dijo, su voz suave y cargada de comprensión. - Pero... te quedas conmigo a dormir, ¿sí? Pablo la miró con tristeza en sus ojos, porque realmetnte queria quedarse ahí. - No puedo. Si Mora se despierta y no me ve, se va a asustar. La razón era lógica, pero eso no hacía que fuera más fácil. Marizza asintió con una pequeña sonrisa triste, aceptando lo que no podían cambiar en ese momento. Entonces, Pablo suspiró y levantó su mano, acariciando su rostro con ternura. Sus dedos rozaron su barbilla, y Marizza cerró los ojos un instante, dejando que el toque de Pablo calmara sus pensamientos. - Así que te cruzaste medio Buenos Aires solo para curtir - dijo Marizza, con una sonrisa algo seria, pero con un toque de broma, intentando aliviar la tensión. Pablo, al principio, pensó que ella se enojaría, pero al ver su sonrisa, entendió que solo estaba jugando. - No, quiero decir...-Pablo tartamudeó, claramente nervioso. Su intento de explicarse solo lo hacía sonar peor. - No es solo eso, Marizza. Te extraño, más de lo que te imaginas. Y cada vez que estoy cerca de ti, siento que no quiero separarme, pero, ya sabes... Marizza lo miró fijamente. Sentía lo mismo, y el dolor de no poder estar juntos sin barreras le dolía más de lo que ella misma quería admitir. - Lo sé. Yo también quiero estar contigo... quiero que podamos estar tranquilos, sin que nada ni nadie nos interrumpa. Pablo la miró con una ternura infinita. - Lo vamos a hacer, Marizza. Marizza le sonrió, y sin pensarlo, se acercó para besarle. - Quédate conmigo un poco más. Pablo asintió, abrazándola con suavidad, mientras sus manos acariciaban delicadamente sus hombros. Marizza, exhausta, se acurrucó contra él, buscando el calor de su cuerpo, el único lugar donde sentía que podía relajarse completamente. La cercanía de Pablo le otorgaba una paz que no podía explicar. Ese pequeño instante era todo lo que necesitaba. Pablo se quedó quieto, disfrutando de su presencia, de su fragilidad en ese momento. Observó cómo sus ojos se iban cerrando lentamente, cómo su respiración se volvía más profunda y regular. Marizza estaba agotada, pero también tranquila entre los brazos de de Pablo. Él la miró un instante más, dándose cuenta que realmente era todo lo que necesitaba. Cuando sus ojos comenzaron a cerrarse también, él suspiró. Besó suavemente su frente, sin hacer ruido, con un cariño que se desbordaba en cada gesto. Marizza, ya profundamente dormida, no se dio cuenta cuando él lentamente comenzó a apartarse de ella, tratando de no hacer ruido. La habitación estaba en completo silencio, solo roto por el sonido tenue de su respiración y el suave crujir de las sábanas cuando Pablo se levantó de la cama. Miró una vez más a Marizza. La imagen de ella tan vulnerable, tan hermosa. Sabía que no podía quedarse, pero su corazón se retorcía con la necesidad de no separarse de ella, de permanecer en ese pequeño rincón. Cuando estuvo a punto de salir, se volvió hacia ella una última vez. Su mirada se suavizó al verla tan tranquila. Salió de la habitación. La casa estaba en completo silencio, y él caminó con cuidado, evitando que cualquier ruido lo traicionara. Solo estar con ella, aunque fuera por un ratito, aunque no pudieran tener lo que deseaban, era suficiente. Porque al final, lo que más le importaba era ella, estar cerca de ella. ***** Marizza se despertó tranquila, mucho más descansada de lo que recordaba. De repente, recordó que cuando se quedó dormida, Pablo estaba ahí. Tomó su teléfono con la mano aún algo adormilada y, con un gesto impulsivo, marcó su número. La llamada sonó un par de veces antes de que una voz adormilada y suave le contestara. -mmmm dime... - murmuró Pablo, claramente todavía medio dormido. Marizza sonrió al escuchar su voz. - ¿Pablo? - preguntó con un tono suave. - Solo quería saber si llegaste bien te fuiste muy tarde. Pablo, al escuchar la familiar voz de Marizza, se movió ligeramente en la cama, acomodándose en las sábanas, con los ojos entrecerrados. Su sonrisa era cálida, aunque algo cansada. -Hola, amor... sí, llegué perfectamente... - respondió con voz rasposa, pero relajada. Su apodo cariñoso tan poco habitual en él la hizo sonreír, que hizo que el corazón de Marizza diera un pequeño salto. -Perdóname por despertarte... - dijo, un poco avergonzada por esa necesidad de querer saber que todo estaba bien. -No importa... - dijo Pablo, acomodándose en la cama. Su voz sonaba aún profunda, pero estaba cargada de cariño. - Me gusta escuchar tu voz, Marizza. El simple hecho de escuchar esas palabras hizo que Marizza se sintiera avergonzada por sus palabras de afecto. -Te estás volviendo muy cursi... - bromeó Marizza, dejando escapar una pequeña risa nerviosa. - Eres como Mia ya... Pablo, aún con los ojos cerrados, sonrió. Estaba tan cómodo y relajado, que no le importaba que ella estuviera burlándose de él. -Ojalá pudiera estar contigo ahora. Despertarme contigo... - dijo Pablo, con esa mezcla de ternura y deseo que tanto le gustaba a Marizza. Marizza se mordió el labio, sintiendo cómo un cosquilleo recorría su cuerpo. A veces, era difícil admitir lo mucho que le gustaba que le dijera estas frases. Pero decidió jugar con la situación, como siempre lo hacía. - ¡Para! qué... me vas a dar una subida de azúcar... - bromeó ella, riendo suavemente, mientras se acomodaba en su cama. Pablo captó inmediatamente la broma y siguió el juego. -Como sigas así, voy a colgar, ¿eh? – dijo Pablo, y su voz sonaba más viva, más despierta, llena de una chispa juguetona. Marizza lo imaginó sonriendo, con esa sonrisa que siempre le hacía perder la concentración. -De verdad te extraño, Marizza... - admitió él, dejando de lado la broma por un momento y tocando una fibra sensible en ella. Marizza sintió que su corazón latía más rápido. Había algo tan real en su voz, algo tan profundo que le hizo sentirse vulnerable y amada. -Extrañas más "curtir", Pablo... - respondió ella, con humor, pero sin poder evitar el tono de ternura que se colaba entre sus palabras. Pablo, sin perder la suavidad de su voz, contestó con algo de seriedad. -No... extraño hacer el amor contigo, Marizza. Que es diferente. - Su tono, estaba cargado de deseo y tenía una sinceridad que Marizza pudo sentir. Un suspiro escapó de Marizza. Aunque intentaba jugar con la situación, su corazón sabía lo que él realmente significaba para ella. La idea de estar con él, de compartir esos momentos de intimidad, siempre la había hecho sentir viva. -Siempre puedes ver porno, Pablo... - dijo, siguiendo con la broma que salió con un tono juguetón, sabiendo que él entendería su humor. Pablo rió, una risa suave y coqueta que le erizó la piel a Marizza. Luego, con voz grave y confiada, contestó. -Vos sos mejor que el porno... - dijo, dejando claro el deseo detrás de sus palabras, pero también la admiración que sentía por ella. Marizza no pudo evitar soltar una carcajada. - ¡Pablo Bustamante, me acabas de comparar con ver porno! - exclamó entre risas, pero al mismo tiempo sintió cómo su corazón latía más fuerte por la intensidad de la conversación. Pablo, riendo también, no dejó que la tensión se disipara del todo. Su tono era juguetón, pero con una dosis de sinceridad que tocaba los sentimientos más profundos de Marizza. -No es lo mismo, Marizza... Solo digo que, cuando estoy necesitado, ya sabes, no hace falta ni porno ni nada. Solo con imaginarte... ya está. Marizza no sabía cómo sentirse con respecto a eso. Sintió que se le apretaba el vientre inferior al imaginarse a Pablo tocarse mientras pensaba en ella. Le avergonzaba lo rápido y lo mucho que le excitaba. - ¿Me imaginas? ¿Cómo? - le preguntó Marizza provocativamente, su ritmo cardíaco se aceleró. - ¿Cómo? - repitió, casi susurrando. - No te imaginas lo fácil que es. Pienso en ti, en cada gesto, en cada movimiento... en lo que me haces sentir cuando estamos juntos. No necesito más que eso. A veces es como yo te beso. A veces todo lo que tengo que pensar en mi lengua en tu boca, y es suficiente para... ya sabes, hacerme venir. Marizza podía escuchar su respiración acelerarse. -Y a veces ... a veces pienso en ti desnuda en mi cama. Sin hacer nada. Con tu cuerpo tan perfecto, tus pezones duros y tus ojos mirándome fijamente. Marizza no recordaba que Pablo le hubiera hablado así nunca, sintió que no podía respirar mientras apretaba el teléfono con más fuerza contra su mejilla. -Y otras veces... es más intenso –Susurró Pablo. - ¿Como... qué? – Marizza preguntó -Me gusta imaginar cómo te chupo tus pezones. O ver lo mojada que estás para mí. A veces me imagino enterrando la cara entre medio de tus piernas y comerte. Marizza se quedó sin aliento, porque sí habían hecho eso en varias ocasiones, pero nunca había hablado tan directo, de esa forma tan sucia. La mano libre Marizza que no aguantaba el teléfono, bajó por su cuerpo y la metió por debajo de sus pantalones de pijama y de su ropa interior. -Sabes tan bien. –Dijo Pablo, haciendo lo mismo y empezó a acariciarse. –Me pasaría horas haciendo eso, comiéndote. En ese momento, Marizza sintió la humedad en su zona más íntima, cuando empezó a acariciarse. -Pablo... -susurró con la voz suplicante. - ¿Qué quieres, cariño? – preguntó Pablo- ¿Quieres que te besé ahí? -Sí... - Suplicó Marizza, mientras se acariciaba a si misma con círculos suaves. - ¿Te estás tocando? –Preguntó Pablo con un deseo ardiente, al mismo tiempo que llevó su mano a su pene. -Sí. – Confesó Marizza, sintiendo su cuerpo muy caliente mientras acariciaba su clítoris más rápido. - ¿Qué llevas puesto? ¿Aún llevas puesto tu pijama de ayer? -Sí. -Dime que estás haciendo. –Susurró Pablo, mientras escuchaba sus gemidos suaves. Marizza arqueó su espalda mientras separaba sus piernas aún más, dejando las sabanas bajaran por su cuerpo, dejando sus piernas al descubierto. -Ya te lo dije, estoy... me estoy tocando. – Susurró sintiendo su rostro acalorado. - ¿Estás mojada? –Preguntó Pablo. -Sí – Respondió Marizza, sabiendo que necesitaba esto. -Ojalá pudiera verte, - Dijo Pablo, mientras él gemía suavemente ante la imagen de su novia tocándose. –Ojalá pudiera tocarte yo. Sigue, tócate e imagina que soy yo. Marizza llevo la punta de sus dedos por los pliegues húmedos, antes de que ella inhaló profundamente y adentró un dedo en su interior. -Oh... -gimió Marizza, mientras comenzó adentrar los dedos en su interior. Marizza escuchó la respiración más desigual de Pablo y lanzo un gemido a través del teléfono., sabiendo que él estaba volviendo loco. -Dios quiero estar ahora ahí. –Susurró Pablo. –quiero curtir con vos ahora mismo. -Pablo... - Respiró fuertemente. Lo necesitaba tanto que sus dedos se adentraron más fuerte e imaginó que era él. -Sigue, cielo, quiero que te toques y que soy yo. Marizza sintió una presión en su bajo vientre y siguió tocándose con más intensidad, más duro, más rápido y más profundo. -Dios mío, Marizza, han pasado muchos días y me estoy volviendo loco. -Ohh, Pablo. –Susurró Marizza en el teléfono. –te necesito muchísimo. Imaginarse a Pablo acariciarse a si mismo, era suficiente para que encender su pasión. -Ahora te toca decirme que es lo que estás haciendo. -¿Tú que crees? - Vaciló Pablo mientras se tocaba a si mismo. -Dímelo. -,Me estoy tocando imaginándote. -Susurró mientras su mano apretó su erección -¿Estás duro? -preguntó Marizza con cierta timidez. - No tenes ni idea de lo duro que me haces. -Mierda, Pablo... Ojalá pudiera sentirte en mi interior. -Confesó ella mientras se mordia el labio y su respiración se acelero muy fuertemente cuando aceleró el movimiento de sus dedos en su interior. -Oh, Marizza, me vas a matar. -Masculló él desesperado, necesitaba venirse ya- Quiero que te pongas encima de mí. -Dijo Pablo cerrando los ojos mientras escuchaba los gemidos de su novia a través del telefóno. La cara de Marizza se enrojeció. -Dime que harías si estuviera aqui – preguntó ella suavemente, con el deseo en su voz. -Hay tantas cosas que quiero hacerte. No sé por donde empezar. –Dijo Pablo mientras su mano se movieron más rápido su erección, imaginando que era Marizza quien estaba encima de él. - ¿Cómo qué? –Hundiendo sus dedos aún más profundos en su cuerpo. -Me gustaría lamerte todo y follarte con mi lengua hasta que te vengas en mi boca. -Oh, Pablo. -Y entonces, quiero entrar dentro de vos y te follaré hasta que veas las estrellas. -Oh, dios Pablo... - Sintiendo como su cuerpo se estremeció y arqueo su espalda. Casi al instante, le oyó gemir con voz ronca y un gemido profundo, y se quedaron ambos en silencio mientras luchaba por respirar. —Wow... cómo extrañaba esto... —la voz de Pablo sonaba ronca, todavía impregnada de deseo. Del otro lado de la línea, Marizza sonrió con los ojos cerrados, aún sintiendo el calor en su piel, aunque él no estuviera ahí. —Yo también... —susurró, mordiéndose el labio— pero no es suficiente. Pablo suspiró. Estaba recostado en su cama, con la mirada fija en el techo, sintiendo el cuerpo tenso por la frustración. No soportaba no poder tocarla, no poder estar con ella como quería. —Vamos a encontrar la manera de estar juntos —dijo, con determinación. —Lo sé —Marizza respondió en voz baja, jugando con un mechón de su cabello. Estaba tumbada en su cama, con la luz de la mañana entrando por la ventana. Quería creerle, quería pensar que pronto podrían estar juntos de verdad, sin prisas, sin interrupciones. Se hizo un breve silencio, pero ninguno de los dos tenía ganas de colgar. —¿Qué vas a hacer hoy? —preguntó ella, buscando aferrarse un poco más a su voz. —Quedé con Tomás y Pilar —dijo él—. Si querés, podés venirte. Marizza resopló, dejando caer la cabeza sobre la almohada. —No puedo. Mi mamá nos arrastró a lo del traje de bodas, Luján, Mía y yo. Va a ser un quilombo, pero de los de verdad. Pablo sonrió, imaginando la escena. —No envidio para nada ese plan. —Ni yo —Marizza rodó los ojos—. Pero bueno, no me queda otra. Él suspiró, cambiando de posición en la cama. —Te veo pronto, ¿sí? —Sí... Hubo otro momento de silencio. —¿Marizza? Ella cerró los ojos, como si pudiera sentirlo más cerca al escuchar su tono suave, casi susurrante. —¿Sí? Pablo tragó saliva antes de decirlo. —Te amo. Marizza sintió un nudo en el pecho, esa calidez dulce que solo él lograba provocarle. Sonrió, acariciando la sábana con los dedos. —Y yo a vos. Se quedaron ahí, en silencio, escuchando la respiración del otro, estirando el momento tanto como podían, antes de que la realidad los obligara a colgar. ***** El colegio estaba lleno de alumnos que llegaban en grupos, conversaban animadamente o simplemente arrastraban los pies con desgana hacia otro día de clases. Entre ellos, Pablo y Marizza caminaban juntos, abrazados por los hombros, con esa complicidad natural que los hacía destacar entre los demás. —No sabes el quilombo que fue ayer —decía Marizza, gesticulando con energía mientras Pablo la miraba con una sonrisa—. ¡Ir a buscar un vestido con Mia y mi mamá es peor que rendir cinco exámenes el mismo día! Pablo soltó una risa y le besó la sien con ternura. —¿Qué pasó ahora? —¿Qué pasó? ¿Qué pasó? ¡Lo de siempre! —Marizza suspiró dramáticamente—. Mia es tan... ¡tan Mia! No sé cómo explicarlo. Se probaba un vestido y me miraba con esa cara de "ay, no sé si estás lista para esta clase de elegancia". Pablo rió más fuerte, conociendo perfectamente a Mia. —Y vos, obviamente, agarraste el vestido más opuesto al de ella solo por joder. —Obvio. —Marizza respondió euforica —. Y casi me saca corriendo del local. —Mia quiere que todo sea perfecto —dijo Pablo, divertido—. Para ella, la estética es la prioridad número uno. —Sí, pero se olvida de que la boda no es una sesión de fotos para Vogue. —Marizza se acomodó más cerca de él—. Yo quiero algo que me guste a mí. Pablo le acarició la espalda con suavidad, disfrutando del momento. —Sos hermosa con lo que te pongas, eso lo sabés, ¿no? Marizza lo miró de reojo con una sonrisita. —Gracias, Pabli. Pablo se inclinó y le dio un beso en los labios, lento pero lleno de cariño, hasta que una voz cercana los interrumpió con un silbido burlón. —¡Ehh, cálmense, tortolitos! ¡Es temprano para tanta pasión! Era Tomás, pasando a su lado con una sonrisa pícara. Marizza le sacó la lengua y Pablo le hizo un gesto de "seguí tu camino". —No te pongas celoso, Tommy —bromeó Pablo—. Después te doy un besito a vos también. —No, gracias. Se alejaron entre risas, y Pablo y Marizza retomaron su caminata hasta que algo en el rabillo del ojo de él lo dejó congelado. En uno de los bancos del patio, a plena luz del día y sin ningún tipo de vergüenza, Guido estaba... comiéndose la boca con Jimena. El tiempo pareció detenerse por un instante. Pablo sintió el golpe como un puñetazo en el estómago. Primero la pelea con Guido, la decepción. Y ahora... esto. Marizza notó el cambio en su expresión y siguió su mirada. —No, pará, pará, pará... ¿Guido? ¿¡Con Jimena!? Pablo sintió cómo la rabia le subía por el pecho. —No puede ser —murmuró con la mandíbula tensa. —No, no, no. ¿Qué carajos estoy viendo? —Marizza agitó una mano delante de su cara, como si pudiera borrar la imagen—. ¡Guido está con Jimena! ¿¡Guido!? Pablo sintió un calor denso subirle al pecho, una mezcla de enojo y asco. —Guido ya me falló una vez —soltó con los dientes apretados—. Pero esto... esto es otra cosa. Marizza parpadeó, entendiendo la gravedad de la situación. —O sea, encima de que se portó como un idiota con vos y conmigo, ahora está con tu acosadora oficial. —Es increíble —masculló Pablo—. Como si no hubiera otras minas en el colegio, tenía que ir justo con ella. Marizza se cruzó de brazos, mirándolos fijamente. —No sé si quiero reírme o prender fuego todo. Pablo ni siquiera respondió. Sus nudillos estaban blancos de tanto apretar los puños. —O sea, ¿esto es una venganza o qué? —continuó Marizza—. Porque si lo es, le salió como el orto. Pablo dejó escapar una risa sin humor. —Si quería demostrarme que es un pelotudo, misión cumplida. Marizza chasqueó la lengua y lo miró fijamente. —Ahora entiendo todo. Pablo levantó una ceja. —¿Todo qué? Marizza señaló a Guido y Jimena con la cabeza. —Desde el principio me preguntaba cómo alguien podía ser tan cabeza de termo para cagarte así. Pero ahora veo que Guido es un tipo al que le das dos segundos de distracción y termina metido en el peor quilombo posible. Pablo suspiró, rascándose la nuca con fastidio. —Sí, ya veo. —Mirá el lado positivo —dijo Marizza con una sonrisa traviesa—. No tenés que perder más tiempo pensando si vale la pena arreglarte con él. Pablo soltó una carcajada amarga. —Eso no ayuda. —Bueno, a mí sí —respondió ella, con aire divertido—. Ahora, vení. No les demos el gusto de vernos enojados. Pablo la miró un segundo y suspiró. —Tenés razón. —Obvio que la tengo. Y con esa última palabra, lo agarró del brazo y lo arrastró lejos de la escena, dejando a Guido y Jimena en su universo paralelo de traición y besos que nadie había pedido ver.
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