Capítulo 19
13 de septiembre de 2025, 16:42
La nieve crujía bajo las botas de cada uno mientras el grupo avanzaba por el paisaje completamente blanco. Era pleno invierno, y las vacaciones habían comenzado con el pie derecho. Sonia y Franco los habían invitado a todos a pasar unos días en una cabaña gigante con seis habitaciones, cada una decorada con un toque único, pero siempre con un aire rústico que evocaba calidez. La cabaña estaba rodeada de montañas nevadas, sus picos cubiertos de nieve, como gigantes de hielo que dominaban el horizonte. Los pinos altos y frondosos, cargados de nieve, parecían sacados de una película de Disney, y todo el paisaje era tan idílico que casi se podía escuchar el crujir de la nieve bajo los pies como si el lugar estuviera vivo.
Era el tipo de paisaje que se ve en las postales, y la sensación de estar ahí, envueltos por la tranquilidad del invierno, hacía que el estrés de la vida diaria quedara a kilómetros de distancia. El lugar, situado en la región de Cerro Catedral, en la Patagonia argentina, es uno de los destinos más populares del país para los amantes del esquí. Cerro Catedral es conocido por ser uno de los centros de esquí más importantes de América Latina. La cabaña estaba perfectamente situada, con ventanales enormes que dejaban ver el esplendor del exterior: las montañas cubiertas de blanco, el cielo azul brillante y el sol reflejándose en la nieve, creando destellos que parecían mágicos.
La chimenea principal ya estaba prendida, proyectando una luz cálida sobre los rostros del grupo mientras regresaban de haber pasado un día en la nieve. Almohadones de lana, mantas de colores y sillas de madera con cojines invitaban a relajarse después de un día de actividades al aire libre.
Era la ocasión perfecta para desconectar del ruido del mundo y disfrutar de la compañía, rodeados de amigos y familia. Ellos estaban felices de compartir este lugar con su gente más cercana: los amigos de sus hijos, como Manuel, Marcos y Pablo, además de Mora, que habían hecho el viaje hasta allí para disfrutar de unas vacaciones diferentes.
Mora, la mamá de Pablo, había pensado en un principio que debía contribuir económicamente para no sentirse como una invitada más, pero cuando se ofreció a pagar su parte, Sonia y Franco le dijeron con una sonrisa que no hacía falta. "Sos parte de la familia", le dijeron, y Mora no pudo evitar sonrojarse, agradecida por el gesto. Ese tipo de cosas eran las que realmente hacían que el tiempo compartido con ellos fuera aún más especial.
Los chicos, por su parte, lo estaban pasando genial. Aunque unos más que otros, Mia había recibido ya incontables bolas de nieve por parte de Marizza, aunque esta última le lanzaba bolas a todos, pero Mia de quien más estaba disfrutando.
En otro rincón del jardín de la cabaña, Pablo, Marizza y Manuel estaban organizando una carrera para ver quién llegaba más rápido a la cima de una pequeña colina nevada. La competencia estaba en su punto más alto, con gritos de ánimo, risas y algunos empujones juguetones. Los chicos disfrutaban como nunca, metiéndose en los más tontos de los juegos, pero sin dejar de lado las risas que llenaban el aire frío. A cada rato, alguno se caía, otro lanzaba una broma sarcástica y todos se reían juntos.
En la tarde, ya más tranquilos, se agruparon alrededor de la chimenea dentro de la cabaña, donde se sintieron como una verdadera familia. Las luces de la chimenea reflejaban en sus rostros mientras las risas seguían. Marizza y Pablo, con una manta compartida, hablaban con los demás, mientras Manuel y Mia, más callados, se acomodaban en el sillón cercano, disfrutando de la compañía. Mora y Sonia hablaban de los detalles de la boda y Lujan, Marcos y Franco hablaban de futbol.
******
—¡Vamos, Marizza! ¿Te quedaste atrás porque no sabés esquiar? —se burló Pablo, tirándole una mirada picarona mientras avanzaba con pasos ágiles, las mejillas rojas por el frío.
—¿Ah, sí? Ya vas a ver, Bustamante —respondió Marizza con una sonrisa antes de lanzarle una bola de nieve directo a la cara.
—¡Te la ganaste! —gritó él, corriendo tras ella, resbalando en el proceso y cayendo de culo en la nieve. Marizza no podía parar de reír, aprovechando la oportunidad para tirarle otra bola más.
Mientras tanto, Luján y Mia trataban de hacer un muñeco de nieve con la ayuda de Manuel y Marcos. Las risas y los comentarios sarcásticos no paraban, mientras cada uno proponía ideas más ridículas para decorar al muñeco.
—Tiene que llevar un sombrero. Así parece más elegante —dijo Mia, poniendo un gorro de lana sobre la cabeza del muñeco.
—¿Elegante? Parece más un pitufo borracho —bromeó Luján, ganándose un codazo.
—Ay, sos densa... —se quejó Mia, frunciendo el ceño, pero sin poder evitar sonreír. Su enojo creció cuando Marizza decidió aprovechar la ocasión y le tiró una bola de nieve que le dio justo en el hombro.
—¡Marizza! ¿Pero qué hacés? ¡Esto era un momento de paz! —protestó Mia, cruzándose de brazos mientras Manuel se reía a su lado.
—Ay, no te pongas así, princesa. Es solo nieve —respondió Marizza con una risa traviesa.
—Claro... siempre tenés que arruinarlo todo —resopló Mia, ofendida. Manuel intentó calmarla con un abrazo, pero ella apartó la mirada, claramente molesta.
Franco, Sonia y Mora caminaban un poco más atrás mientras charlaban tranquilos.
—Es increíble que hayamos conseguido reunirnos todos acá —comentó Mora, sonriendo mientras veía a Pablo y Marizza peleando en una guerra absurda de bolas de nieve.
Luján que en ese momento se había acercado para buscar algo para decorar al muñeco, le escucho y no pudo evitar sonreir y estar de acuerdo con la mamá de Pablo. Para alguien que había crecido sin un hogar verdadero, momentos como esos le llenaban el corazón.
Después de un rato, decidieron hacer una pequeña competencia de esquí en una pista cercana. Todos se pusieron sus equipos mientras Pablo, siempre competitivo y mucho más hábil esquiando, trataba de picar a Marizza para que se animara a participar. Y Marizza siempre quería ganar, a pesar de que no sabía tanto de esquiar como Pablo.
—Si perdés, me debés un masaje cuando volvamos a la cabaña —dijo él con una sonrisa provocadora.
—Y si gano, vos me hacés el masaje a mí. Y... me comprás chocolate caliente —replicó ella, levantando la barbilla con desafío.
—Trato hecho —respondió él, acercándose para sellarlo con un beso rápido antes de lanzarse por la pista.
Mientras Pablo se movía con soltura por la pista, Marcos se caía cada dos por tres, arrancando carcajadas de Luján que intentaba ayudarlo a levantarse mientras él se reía de su torpeza.
Finalmente, al anochecer, el grupo se reunió en un restaurante de madera justo al lado de la pista de esquí. Las luces cálidas y la decoración rústica hacían del lugar un sitio repleto de onda. Se sentaron alrededor de una mesa larga, y pronto el aroma de la comida caliente invadió el aire.
—¿Estás bien, Marcos? Después de todas tus caídas pensé que tendríamos que llevarte en ambulancia —se burló Pablo mientras dejaba su chaqueta sobre una silla.
—Estoy entero... más o menos —respondió Marcos con una sonrisa avergonzada, frotándose el brazo con el que había amortiguado su última caída.
—Marcos, sos un desastre —rió Luján, pero su tono era suave mientras se acercaba para darle un beso rápido en la mejilla. Su mirada tenía ese brillo especial que decía cuánto le importaba tener a alguien así en su vida.
Mia y Manuel, por su parte, se acurrucaban juntos, completamente en su propio mundo. Mia con la cabeza apoyada en el hombro de Manuel, riéndose de cualquier cosa que él decía, por más simple que fuera.
—¿Y ustedes dos? ¿Quién ganó la carrera? —preguntó Franco mirando a Pablo y Marizza con curiosidad, mientras Sonia se acomodaba a su lado.
—Yo, obvio. Marizza apenas logró mantenerse de pie —dijo Pablo con falsa superioridad.
—Eso es porque me estabas distrayendo todo el tiempo, ¡tarado! —protestó Marizza, aunque en sus ojos había diversión.
Mora los miraba con ternura. Era hermoso ver a su hijo tan feliz, rodeado de gente que realmente lo quería. Por un rato, todo parecía perfecto. Justo lo que necesitaban.
******
Después de la cena, los seis jóvenes salieron del restaurante y se quedaron a las puertas del local, respirando el aire frío de la noche de montaña. La luna brillaba sobre ellos, iluminando la nieve que cubría el suelo y dándole un aire mágico al paisaje. En el aire, todavía flotaban las risas y las bromas que se habían lanzado durante la cena.
—Bueno, ¿qué hacemos ahora? —preguntó Manuel, abrazando a Mia por la cintura mientras la miraba con su típica sonrisa de novio meloso.
—Podemos ir a dar una vuelta por el bosque —sugirió Luján, con una sonrisa tímida.
—¿A dar una vuelta por el bosque? ¿Te refieres a quedarnos todos congelados? —bromeó Pablo, alzando una ceja mientras tomaba una bola de nieve y lanzándosela a Marcos, quien esquivó el golpe pero casi se cae en el intento.
—¡Vas a ver, Bustamante! —exclamó Marcos, con una sonrisa traviesa. Aunque Marcos era algo patoso, siempre mantenía el buen humor. Tomó una bola de nieve y la arrojó hacia Pablo, pero esta vez erró en el lanzamiento y la bola pasó a su lado.
—¡Qué desastre eres! —se rió Luján, acercándose para darle un codazo a Marcos.
—Tú también me lanzaste una bola hace un rato —protestó Marcos, mientras intentaba besarla en la mejilla, pero ella lo esquivó con una risa.
—¡Cuidado con las bolas de nieve, chicos! —advirtió Mia, quien estaba abrazada a Manuel.
—¿Qué pasa, Mia? ¿Nos vas a regañar? —dijo Marizza con una sonrisa burlona.
—¿A ti te parece? —respondió Mia, mirando de reojo a Marizza, mientras Manuel la miraba.
—¡No te pongas seria! —se burló Marizza, lanzándole una bola de nieve que dio justo en su hombro.
—¡Marizza! ¡Otra vez! —gritó Mia, enfadada. Se apartó de Manuel, cruzando los brazos y mirando a Marizza con desdén.
—¿Qué te pasa, Mia? ¿Una bola de nieve es motivo para que te pongas así? —dijo Marizza, alzando las cejas y sin un ápice de arrepentimiento.
—Sí, porque no parás de lanzarme bolas a mi. Y mirá como tengo el pelo ya...—respondió Mia, claramente molesta. Manuel trató de calmarla, pero ella le apartó el brazo y volvió a mirar a Marizza.
—Ay, por favor, Mia, ¿es tan difícil tomárselo con humor? —intervino Luján, tratando de suavizar el ambiente. Aunque no quería meterse en medio, sentía que la pelea entre las dos se estaba volviendo incómoda para todos.
—Es que a veces Marizza no entiende cuándo parar —murmuró Mia, sin mirarla.
—¿Por qué no mejor nos olvidamos de esto? —dijo Marcos con tono conciliador, colocando su brazo sobre los hombros de Luján y sonriendo a todos. —Vamos a disfrutar del paisaje, que todavía hay mucho por ver.
Los demás asintieron, aunque la tensión entre Marizza y Mia seguía presente. La atmósfera volvió a relajarse, pero Marizza no pudo evitar notar cómo la mirada de Mia permanecía fija en ella, llena de incomodidad.
En ese momento, Pablo se acercó a Marizza y, con una sonrisa cómplice, le susurró al oído:
—¿Nos vamos a escapar un rato? Los demás no lo notarían.
Marizza lo miró, sorprendida pero intrigada. Un destello de diversión apareció en sus ojos.
—¡Vámonos! —respondió con una sonrisa traviesa, tomando su mano con rapidez.
Antes de que los demás pudieran darse cuenta, los dos se escabulleron hacia la salida del restaurante y se adentraron en el aire frío de la noche, dejando atrás al grupo. Mientras tanto, los otros se quedaron afuera, mirando cómo Marizza y Pablo desaparecían entre las sombras.
—¿Dónde se han ido? —preguntó Mia, frunciendo el ceño.
—¡Ay, no! ¿Otra vez? —dijo Luján, divertida, sabiendo que Marizza siempre hacía lo suyo cuando quería estar a solas con Pablo.
—¿Escapándose para estar a solas? —bromeó Marcos, haciendo una mueca exagerada y ganándose una mirada de desaprobación de Mia.
—Son como un par de conejillos inseparables —comentó Manuel, abrazando a Mia, quien parecía algo irritada, aunque no podía evitar sonreír ante el comentario.
—¡Ya lo creo! —exclamó Marcos, riendo y dando un empujón juguetón a Manuel.
Los demás continuaron bromeando y haciendo comentarios sobre la escapatoria de Pablo y Marizza. La pareja no tardo en llegar a la cabaña, pues a pesar de que querian estar a solas hacia mucho frío y estaba muy oscuro. Mora, Sonia y Franco, además, empezaban a preocuparse y nada más que llegaron, los retaron por irse solos.
*****
A pesar de todo, la pareja intentaban buscar momentos para estar a solas y eso fue lo que paso cuando a la tarde siguiente, mientras todos estaban de nuevo disfrutando de una tarde tranquila, la pareja se escapó a una de las habitaciones de la cabaña.
El frío de la nieve aún le ardía en la piel cuando Marizza se dejó caer contra la pared de la pequeña habitación, con Pablo a escasos centímetros de ella. Apenas habían cruzado la puerta, y la adrenalina de haber escapado del bullicio exterior los hacía reír entre susurros. Sus corazones latían desbocados, no solo por el frío, sino por la urgencia que se encendía en sus cuerpos cada vez que estaban juntos.
—Si nos descubren, nos matan —susurró Marizza con una sonrisa traviesa, sintiendo su aliento mezclarse con el de Pablo.
—¿Y desde cuándo te importa lo que digan? —contestó él con esa sonrisa ladeada que tanto la volvía loca.
No esperó respuesta. Se inclinó y la besó, primero con suavidad, como si saboreara el momento, y luego con una intensidad que le hizo perder el equilibrio por un instante. Marizza sintió que su estómago se encogía y que su piel se erizaba con cada roce de sus labios. Su mente quedó en blanco cuando él deslizó sus manos por su espalda, atrayéndola más contra su cuerpo.
Las capas de ropa comenzaron a desaparecer. Primero los guantes, luego las bufandas, después los abrigos, que cayeron al suelo con un sonido sordo. Pablo deslizó las yemas de sus dedos por los brazos de Marizza mientras le quitaba la sudadera, y ella tembló, no solo por el cambio de temperatura, sino por la sensación de su piel desnuda contra la de él.
—Estás helado —susurró entre besos, sus dedos recorriendo la línea de su mandíbula.
—Entonces caléntame —murmuró Pablo, con su sonrisa de medio lado antes de hundirse de nuevo en su cuello.
Marizza soltó una risa ahogada, que se convirtió en un suspiro cuando sintió sus labios bajando por su clavícula. Se arqueó instintivamente cuando las manos de Pablo la recorrieron con una caricia firme, trazando caminos invisibles en su piel.
—Te juro que me vuelvo loco —murmuró él contra su piel, su voz ronca de deseo.
Ella lo miró con una sonrisa cómplice, deslizando sus dedos bajo la camiseta de Pablo, recorriendo con hambre la piel que tanto había extrañado. Le acarició su estómago, subiendo por los pectorales.
Pablo deslizó la boca por su cuello, dejando besos ardientes y desesperados mientras sus dedos se clavaban en su espalda. Marizza echó la cabeza atrás, jadeando, sintiendo su estómago retorcerse cuando él bajó por su clavícula, arrastrando los labios con una necesidad que la hizo temblar.
—Pablo... —susurró su nombre entre suspiros, pero él solo la calló con otra embestida contra la pared, haciéndola sentir su peso, su necesidad.
Su corazón latía tan fuerte que apenas escuchaba otra cosa. Sus manos se aferraron a su nuca, enredando los dedos en su cabello, mientras él sujetaba sus muslos y la elevaba, haciendo que ella se enroscara a su cadera instintivamente. Pablo con ella a cuestas, dio apenas un par de pasos hacia la pared, para que se sujetará con las caderas.
Todo iba demasiado rápido, pero al mismo tiempo, no lo suficiente.
El pulso desbocado. El aire cada vez más denso. La sensación de urgencia creciendo como un incendio imposible de apagar.
Y justo cuando Pablo deslizó una mano bajo su camisa, justo cuando Marizza arqueó la espalda para pegarse más a él...
—¡¿QUÉ CARAJO ESTÁ PASANDO ACÁ?!
El grito retumbó como un disparo en la habitación.
Marizza sintió que su alma abandonaba su cuerpo en ese instante. Su estómago cayó en picada, y el aire que antes se sentía tan denso se volvió asfixiante. Sus ojos se abrieron de golpe y se encontró con la figura imponente de Franco en la puerta, con la mandíbula tensa y los brazos cruzados.
Pero lo peor no era eso.
Detrás de él, el resto de la familia observaba la escena con distintos niveles de shock, diversión y horror. Sonia tenía los labios apretados en una fina línea, Mora alzaba las cejas con incredulidad, Mia parecía incapaz de procesar lo que veía, y Luján se mordía el labio para no soltar una carcajada.
Marcos y Manuel, en cambio, tardaron solo un par de segundos en reaccionar antes de estallar en carcajadas.
—¡No pueden estar ni cinco minutos sin saltarse encima! —soltó Marcos, sujetándose el estómago de la risa.
—¡Pero loco, al menos lleguen a la cama! —añadió Manuel, entre carcajadas.
Marizza sintió su rostro arder, la vergüenza inundándole hasta la punta de los dedos. Y eso que ella no solia tener vergüenza. Se apresuró a subirse la sudadera con manos torpes, mientras Pablo intentaba componerse, la mandíbula tensa, mirando a su madre como si quisiera que la tierra se lo tragara.
—Decime que no estabas a punto de... —empezó Mora, llevándose una mano a la frente—. No, mejor no me digas nada.
—¿En serio? —Sonia lo fulminó con la mirada.
—Acá, no. ¿Me entendieron? —sentenció Franco con un tono tan grave que Marizza sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Franco, no estábamos... —intentó Pablo, pero Franco levantó una mano para callarlo.
—No quiero detalles.
Marizza intentó salvar la situación, aunque su cara ardía de la vergüenza.
—Nos estábamos abrigando después de estar afuera —dijo con la peor cara de póker del mundo.
Marcos soltó otra carcajada.
—Sí, claro, el abrigo estaba en el piso porque se les cayó del cielo, ¿no?
—¡Marcos, te juro que si no cerrás la bocata...! —le lanzó una mirada asesina, pero su tono tembloroso delataba su nerviosismo.
Manuel le dio otro codazo a Marcos, divertido.
—Ey, ey, déjalos. Seguro estaban discutiendo... con la lengua.
Las carcajadas estallaron de nuevo. Pablo cerró los ojos con frustración, pasándose una mano por la cara, mientras Marizza deseaba evaporarse en ese mismo instante. Luján, con los brazos cruzados, observaba la escena con una mezcla de diversión y vergüenza ajena.
—Bueno, si lo piensan, peor hubiera sido que llegáramos cinco minutos más tarde... —murmuró, ganándose una mirada de horror por parte de los adultos y de Mia.
—Ya está, basta de show. Váyanse a la sala y compórtense —ordenó Sonia con tono firme.
—Sí... —murmuró Pablo, derrotado.
Marizza se tapó la cara con las manos y salió rápidamente de la habitación, intentando no mirar a nadie. Sentía su corazón martilleando en sus oídos, su cuerpo aún con rastros del calor de antes, pero ahora ahogado en pura vergüenza.
Cuando pasaron junto a los chicos, Marcos y Manuel siguieron riéndose, dándoles palmaditas en la espalda como si fueran soldados que habían sobrevivido una batalla.
—¿Saben qué? Mejor váyanse afuera, que acá hay demasiado control parental —bromeó Marcos, aún entre risas.
Pablo le dedicó una mirada asesina antes de salir con Marizza.
Los adultos se quedaron en la habitación en un silencio incómodo. Mora miró a Sonia y Franco con una mezcla de disculpa y diversión. Sonia resopló, frotándose las sienes, mientras Franco negaba con la cabeza.
—Necesito un trago.
*****
Pablo estaba tirado en la cama, brazos cruzados detrás de la cabeza, con una expresión de pura frustración.
—Yo solo quería un momento con mi novia... —murmuró, mirando el techo con amargura—. ¿Es mucho pedir?
—Un momento, sí... pero sin espectadores, boludo —soltó Marcos, con una risa contenida.
Manuel se apoyó en la pared con los brazos cruzados y una sonrisa maliciosa.
—A ver, Pablo. No es que juzguemos, pero... ¿una cabaña llena de gente? No solo de gente, de la familia de tu novia ¿En serio? ¿Es que querías que te aplaudieran al final?
—¡Obviamente no! —gruñó Pablo, exasperado—. ¡Pero no teníamos otra opción, ok! ¡Llevamos SEMANAS sin poder estar juntos! ¡SE-MA-NAS!
Marcos chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
—¡Pero qué show nos dieron, che! —soltó Marcos, aguantando la risa.
—¿No tenían otra opción? ¿Estás seguro?
—¡Sí! ¡Nos estamos volviendo locos!
Marcos se rió.
—Menuda tragedia. Un Romeo y Julieta versión "no tenemos dónde curtir".
Pablo los fulminó con la mirada.
—Ustedes se ríen, pero esto es serio. No podemos estar en su casa porque eso parece el camerino de los Hermanos Marx. Siempre hay alguien. ¡Siempre!
Manuel levantó una ceja.
—Bueno, pero antes sí tenían privacidad, ¿no?
Pablo suspiró, derrotado.
—Sí... cuando mi vieja estaba en Londres y la casa estaba vacía. Pero ahora está todo el tiempo ahí.
—O sea, de poder hacer lo que querías a no poder ni respirar sin testigos.
Manuel rió.
—¡Qué fuerte lo bajo que caiste, che! Pasaste de tener casa libre a planear encuentros a lo espía en territorio enemigo.
—Y con pésima estrategia, encima —añadió Marcos, divertido.
—¡Váyanse a la mierda! —refunfuñó Pablo, enterrando la cara en la almohada.
******
Marizza estaba tumbada boca abajo en la cama, hundiendo la cara en la almohada mientras daba pequeños golpes en el colchón, como si intentara ahogar sus pensamientos en la suavidad de la tela. El sonido de su frustración se mezclaba con el silencio de la habitación.
—¡LA PEOR IDEA DE TODAS! —gritó, su voz distorsionada por la almohada, pero llena de desesperación.
Mia y Luján la observaban desde el borde de la cama, con los brazos cruzados y sonrisas burlonas en sus rostros. La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo.
—¿Recién te das cuenta? —preguntó Mia, alzando una ceja con esa mezcla de superioridad y diversión que siempre lograba sacarle un brillo a sus ojos.
Marizza se incorporó de golpe, levantando la cabeza como si hubiera despertado de un mal sueño. Su mirada, llena de incredulidad, pasó de Mia a Luján, y luego se clavó en el vacío con una mezcla de rabia y desesperación.
—¡Nos delataron en menos de cinco minutos! —exclamó, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creer lo que acababa de pasar—. ¡Cinco minutos, Mia! ¡Ni tiempo nos dio de hacer NADA! ¡Ni de respirar tranquilos!
Luján sonrió con malicia, cruzando las piernas y observando a Marizza con una mirada que no dejaba lugar a dudas: le gustaba ver a Marizza tan fuera de control.
—Es que también... ¿en qué cabeza cabe hacerlo en una cabaña llena de gente? —dijo, con tono burlón pero sincero, como si ya hubiera anticipado que algo así iba a suceder.
Marizza se agarró el pelo, desesperada, sintiendo cómo el estrés comenzaba a invadir cada rincón de su cuerpo. Con cada palabra, la frustración crecía más, y sus pensamientos se volvían un caos.
—¡En la de dos desesperados que no han podido estar juntos en semanas! —dijo, su voz temblando por la frustración—. ¡Eso pasa, Luján! ¡Eso pasa cuando no hay un lugar privado ni un maldito segundo de paz!
Mia suspiró, la burla claramente visible en su rostro mientras se recostaba en el respaldo de la cama.
—¿Y por qué no se buscaron otro lugar? —preguntó, como si la respuesta fuera tan obvia que ni siquiera mereciera una reflexión.
—¡Porque no hay! —Marizza levantó las manos, como si estuviera al borde de la locura. Sus ojos se llenaron de desesperación, y su voz sonó ahogada por la impotencia—. ¡No hay, Mia! En casa de Pablo, su mamá no sale ni para ir a comprar pan. Y en nuestra casa... si no es Sonia, es Franco; si no es Franco, es Hilda; si no es Hilda, es Luján... ¡O tú, o el perro del vecino! ¡Da igual! ¡Hasta Dunnoff si quiere! ¡No tenemos privacidad ni por accidente!
Mia y Luján se miraron, y luego soltaron una carcajada sincera, como si Marizza fuera un espectáculo cómico ante sus ojos. Marizza, por su parte, frunció el ceño, completamente fuera de sí.
—¿Cómo lo hacen ustedes, eh? —dijo, su voz teñida de sarcasmo mientras miraba a sus amigas con ojos de pura indignación. —¿Tienen un refugio secreto o qué?
Mia se acomodó el cabello con un aire triunfal, casi como si estuviera presumiendo una ventaja que sabía que nadie podría quitarle.
—No, tenemos casas. Bueno, en mi caso, Manuel tiene depa. Es anticuado y con un estilo pésimo, pero nos sirve —dijo con una sonrisa juguetona, disfrutando el momento.
Marizza parpadeó, sorprendida y confundida, sin poder creer lo que acababa de escuchar.
—¿Qué? —preguntó, su mente luchando por procesar lo que le acababa de decir Mia.
—Que Manuel tiene su depa. Su mamá se lo paga con la ayuda de mi papá. Así que siempre tenemos privacidad, siempre que queremos —dijo Mia con total tranquilidad, como si no fuera nada fuera de lo común.
Marizza la miró fijamente, su ceño fruncido y su mandíbula tensa. La ira comenzaba a burbujear en su interior, y no podía dejar de pensar en la increíble desigualdad de la situación.
—¿Me estás diciendo que mientras Pablo y yo estamos sufriendo, vos y Manuel están cómodos en su nidito de amor? —preguntó, casi a punto de reventar de frustración.
Mia sonrió con malicia, sabiendo que había dado en el blanco.
—Exacto —respondió, sin inmutarse.
Marizza se cubrió la cara con las manos, sintiendo cómo la vergüenza y la humillación la invadían. El pensamiento de que Mora la había visto, que había sido descubierta tan rápido... todo eso la hacía sentirse aún más perdida.
—Esto es una maldita injusticia —murmuró entre las manos, derrotada.
Luján le dio una palmadita en el hombro, casi con compasión, pero sin dejar de sonreír, como si supiera exactamente cómo sentía Marizza.
—Yo tengo la casa de Marcos. Su papá casi nunca está, así que también tenemos nuestro espacio —dijo, mirando a Marizza con una sonrisa burlona.
Marizza volvió a levantar la cabeza, esta vez con los ojos entrecerrados, buscando respuestas, aunque lo que realmente quería era un respiro de su propia frustración.
—¿O sea que ustedes sí pueden estar con sus novios tranquilas, sin interrupciones? —dijo, la incredulidad evidente en su tono.
—Básicamente —respondió Luján con una ligera sonrisa, dejando claro que no había nada que pudiera hacer Marizza para cambiar la realidad de esa situación.
Marizza dejó caer la cabeza de nuevo en la almohada, sintiéndose completamente derrotada. El peso de la situación la aplastaba.
—¡Estamos en la ruina! —exclamó, como si esas palabras pudieran aliviar un poco el caos que sentía en su pecho.
Mia le dio una palmadita en la pierna, con una sonrisa comprensiva, pero también divertida.
—Bueno, podrías pedirle a Pablo que le diga a su mamá que le alquile algo —sugirió, como si fuera la solución más fácil del mundo.
Marizza resopló, levantando la cabeza una vez más, esta vez mirando a Mia como si estuviera a punto de explotar.
—Sí, claro, seguro que Mora me paga un hotel cinco estrellas —dijo con sarcasmo, su voz impregnada de desesperanza.
Luján soltó una risa, y Marizza la miró, sintiéndose completamente atrapada en la ironía de la situación.
—No sé si tanto, pero seguro que preferiría eso antes que volver a verlos en acción —comentó Luján, divertida.
Marizza se tapó la cara con las manos y murmuró con horror:
—Dios... Mora...
Mia sonrió con picardía, sabiendo exactamente cuál era el golpe final.
—¿Lo peor no es que mi papá casi te mate? —preguntó, con una sonrisa que hacía que Marizza deseara desaparecer de la tierra.
Marizza negó con la cabeza, derrotada por completo, su mirada perdida y vacía.
—No. Lo peor es que Mora me vio. ¡Mora! ¡A la persona que más respeto en este mundo! ¡Me quiero morir! —exclamó, su tono lleno de horror.
*****
Después de regresar del viaje, Pablo quedó con su amigo Tomás. Este le propuso ir a su departamento, donde hasta ahora había estado viviendo con Guido, aunque parecía que desde su última discusión, Guido no había vuelto a aparecer.
—Puedes venir con Marizza si quieres —añadió Tomás—. Estará Pilar también.
A Marizza le encantó la idea. Su relación con Pilar había mejorado mucho en el último tiempo, así que aceptó sin dudarlo.
Esa noche, pidieron unas pizzas y se sentaron los cuatro a la mesa, conversando animadamente sobre los viajes que habían compartido. Sin embargo, en un momento de la velada, mientras Pablo daba un trago a su refresco de cola, sintió una punzada de nostalgia. No podía evitar notar la ausencia de Guido. Seguía dolido con él.
—¿No sabes nada de Guido? —preguntó Pablo, cambiando abruptamente de tema.
Tomás miró a su novia antes de volver la vista a sus amigos y negó con la cabeza.
—La última vez que lo vi fue en la escuela, con Jimena. Desde entonces, nada.
—Mira que Guido ha hecho cosas estúpidas, pero esto... —dijo Pilar, sorprendida.
—Yo creo que es Jimena quien le está comiendo la cabeza —añadió Marizza. Todos asintieron, de acuerdo con ella.
Pablo no dijo nada, pero su rostro reflejaba una leve preocupación. Marizza, sentada a su lado, notó la tensión y deslizó su mano sobre la suya en un gesto de apoyo. Pablo le dedicó una pequeña sonrisa de agradecimiento.
—Bueno... es lo que hay, ¿no? —dijo con voz apagada—. Supongo que solo tengo que aceptar que mi amistad con Guido terminó.
Marizza lo miró con ternura y apretó su mano con más fuerza. Antes de que la conversación se tornara demasiado pesada, cambiaron de tema y comenzaron a hablar sobre la inminente boda de Sonia y Franco, que estaba en boca de todos y hasta en los noticieros.
—No tienen idea de lo que está siendo esto —se quejó Marizza—. Mi mamá y Mia quieren hacer todo súper formal, un desastre.
Pilar y Tomás se reían de sus quejas mientras terminaban de cenar. Luego recogieron la mesa y se acomodaron en el sofá.
—Bueno, dejemos de hablar de bodas... ¿qué quieren hacer? —preguntó Marizza, sentándose en el suelo con las piernas cruzadas—. ¿Jugamos a la Play? Tengo ganas de darles una paliza.
—O podemos jugar a las cartas —propuso Pablo.
—O... ¡strip-póker! —soltó Tomás con una sonrisa pícara.
Todos lo miraron con expresiones entre asombro y desaprobación. Pilar lo fulminó con la mirada, y Marizza levantó una ceja.
—¿En serio, Tomás? ¿Querés que la novia de tu mejor amigo te vea en bolas? —soltó Marizza, provocando carcajadas.
—Está bien, cartas normales entonces... —dijo Pilar con una sonrisa traviesa—. Pero nada aburrido. Vamos a jugar algo más atrevido.
—¿Y qué tenías en mente? —preguntó Marizza, sospechando.
—Verdad o reto.
Pablo y Marizza se miraron, evaluando la idea.
—Bueno, dale —aceptó Pablo con una mezcla de resignación y diversión.
Tomás tomó una botella vacía y la puso en la mesa. Pilar, con una expresión entusiasta, aclaró las reglas:
—Nada de preguntas tibias. Queremos preguntas picantes, morbosas.
Pablo y Marizza se miraron con complicidad.
—Son tan chismosos... —se burló Marizza.
Pablo giró la botella, que cayó en Marizza.
—A ver, Marizza... ¿verdad o reto? —preguntó Pilar.
—Verdad —respondió sin dudar.
Pilar no tardó en lanzar su pregunta:
—Cuéntanos, ¿cuándo te diste cuenta de que estabas enamorada de Pablo?
Marizza se quedó en silencio un momento, mirando a Pablo. Sabía que la pregunta no era fácil, pero tampoco podía evitar responder.
Pablo la miró con curiosidad.
—Emm, uff... No sé si... —murmuró, sintiéndose algo vulnerable. Pero tras un suspiro, decidió contestar—. Probablemente cuando me hiciste la fiesta de despedida antes de que me fuera a Italia... en el acoplado. Fue un momento raro, pero muy especial.
Los ojos de Pablo brillaron al recordar esa noche. Se miraron con una sonrisa cómplice.
—¿¡Fiesta de despedida!? —exclamó Tomás, sorprendido—. ¡Eso no lo sabía!
—Hermano, no sabes ni la mitad de nuestra historia... —dijo Pablo, riendo.
—Boludo, pensé que me lo contabas todo...
—No te pongas celoso, Tomi —bromeó Pablo, agarrándole el rostro con ambas manos, fingiendo que iba a besarlo.
Todos se rieron, menos Tomás, que se soltó enseguida.
—No te hagas el gracioso, boludo —refunfuñó.
Pilar, que todavía estaba asimilando la confesión, se giró hacia él con una sonrisa irónica.
—¡Vaya, qué romántico! ¿Cuándo me vas a decir algo así a mí, eh?
Tomás bufó y, sin perder el tiempo, agarró la botella y la hizo girar de nuevo. Esta vez le tocó a Pilar.
—Reto —dijo sin dudar.
Después de debatirlo un poco, decidieron que tenía que llamar a Dunoff y decirle que había una emergencia en el Elite Way. Pilar protestó, pero finalmente lo hizo. Cuando el director respondió con su clásico tono serio, ella improvisó algo sobre una invasión de mapaches en la cocina.
Cuando colgó, todos estallaron en carcajadas.
—Sos una genia, boluda —dijo Marizza entre risas.
La botella giró otra vez y esta vez le tocó a Pablo.
—Verdad —eligió sin pensarlo demasiado.
Tomás sonrió con picardía.
—A ver, Pablito... ¿Cuál es el lugar más extraño donde hayas tenido sexo?
Pablo le lanzó una mirada asesina, pero luego se encontró con la de Marizza. Ella le sonrió con complicidad, dándole permiso silencioso para responder sin preocuparse por ella.
—En los vestuarios del campo de deportes —dijo con total naturalidad.
Hubo un segundo de silencio antes de que Pilar y Tomás abrieran los ojos como platos.
—¡No jodan! —exclamó Tomás, estallando en carcajadas—. Ya sabía yo que ustedes dos debían ser medio salvajes.
Pilar los miró con respeto fingido.
—La verdad, los banco. Pero ahora queremos detalles...
—¡Ni en pedo! —dijeron Marizza y Pablo al mismo tiempo.
—Dale, ¿fue mientras estábamos todos?
—Obvio que no —respondió Marizza, fingiendo indignación—. Fue un día que nos quedamos sin querer sin colectivo y bueno... sucedió.
—Son únicos, en serio —dijo Pilar, negando con la cabeza.
La botella giró otra vez. Esta vez le tocó a Tomás, que eligió reto. Le hicieron llamar a su primo Francisco para decirle que estaba enamorado de su novia.
Las risas continuaron hasta que la botella volvió a apuntar a Marizza.
—Verdad —dijo con seguridad.
Pilar entrecerró los ojos y sonrió de forma maliciosa.
—Vale... ¿cuántas veces has llegado al orgasmo en una misma noche?
Tomás silbó y miró de reojo a Pablo, quien, con una sonrisa nerviosa, bajó la mirada.
—¡Sos una morbosa! —exclamó Marizza entre risas—. Tres veces.
—Ehhh, nada mal —dijo Pilar con admiración, girándose hacia Tomás—. Ya sabés, amor...
Pablo y Marizza se miraron antes de largarse a reír.
Después de algunas rondas más donde Pablo aprovechó para preguntarle a Tomás lo más vergonzoso que le había pasado en la cama y burlarse un rato de él, la botella volvió a apuntar a Pablo.
—Verdad.
Tomás volvió a sonreír con picardía.
—Está bien... ¿Cómo fue tu primera vez con Paula?
El ambiente cambió en un segundo. Pilar y Marizza intercambiaron una mirada rápida, mientras Pablo se quedaba inmóvil por un momento antes de clavar los ojos en su amigo, fulminándolo con la mirada.
—¿Qué? Pensé que esto iba de preguntas morbosas y no hay nada más morboso que la primera vez... —dijo Tomás, sin captar la tensión en la sala.
Pablo miró de reojo a Marizza y luego a su amigo.
—No voy a responder a eso.
Su tono fue tan cortante que incluso Tomás notó que se había pasado.
Pablo se sintió incómodo por varios motivos: no le parecía adecuado hablar de eso delante de su novia y, además, todos sabían en qué trabajaba Paula en realidad.
Marizza se mordió el labio. Sabía exactamente lo que pasaba por la cabeza de Pablo en ese momento. Años atrás, ella había intentado advertirle sobre Paula, pero él no le había creído... hasta que fue demasiado tarde.
Aun así, quiso aliviarle el momento.
—Si querés, podés responder. No pasa nada.
Pablo la miró, tratando de descifrar si hablaba en serio.
—Dale, hermano —insistió Tomás—. ¿O te da vergüenza?
Pablo suspiró.
—Está bien... Fue un desastre.
—¿Cómo desastre? —preguntó Pilar, intrigada.
—Era mi primera vez, no tenía idea de nada, estaba nervioso, fue incómodo y me enfoqué más en no arruinarlo que en disfrutarlo. No sé qué más querés que te cuente.
Tomás frunció el ceño.
—¡Eso no es nada! Un poco más de detalle, hermano. ¿Dónde fue? ¿Fue rápido? ¿La cagaste mucho?
Pablo se frotó la cara con frustración.
—En su casa. Y sí, obvio que fue rápido. Fue la primera vez. Apenas duré un minuto. ¿Era eso lo que querías saber?
Tomás abrió la boca para seguir insistiendo, pero Pablo ya estaba harto del tema. Así que decidió contraatacar.
—Pilar, ya que tanto les gusta hablar de primeras veces... ¿Cuánto duró Tomás la primera vez?
Pilar abrió los ojos como platos.
—¡¿Perdón?!
Tomás se quedó en shock.
—¡No, no, no! —Pilar agitó las manos—. ¿Por qué me toca a mí?
—Porque yo respondí, así que es lo justo —dijo Pablo con una sonrisa satisfecha.
—Dale, Pilar, no te hagas la difícil —se burló Marizza.
Pilar resopló y miró a Tomás, quien seguía paralizado.
—Poco tiempo.
—Vamos a cambiar de tema —dijo Tomás, recuperándose.
—Che, no pasa nada. Es cierto, la primera vez siempre es un desastre —
Las chicas se miraron y sonrieron, compartiendo una complicidad silenciosa que hablaba por sí sola. Pilar se mordió el labio para contener una risa y Marizza simplemente alzó una ceja, divertida.
Volvieron a girar la botella y esta vez le tocó a Marizza. Cruzó los brazos y suspiró con dramatismo.
—Reto. —Decidió, con su clásica actitud desafiante.
Tomás y Pilar intercambiaron una mirada cómplice antes de que Pilar sonriera con malicia.
—Tenés que llamar a Sonia y decirle algo fuerte.
Los ojos de Marizza se agrandaron un poco antes de volver a su expresión habitual. Se pasó una mano por el pelo y bufó.
—¿Algo fuerte? Definan "fuerte", porque si me hacen joder con mi vieja, me mata.
—Algo que la deje en shock —aclaró Pilar, intentando contener la risa.
Los demás se acomodaron, esperando expectantes mientras Marizza sacaba el móvil. Pablo la miraba con diversión y un poco de curiosidad.
—Dale, valiente, a ver qué decís —la picó Tomás.
Marizza rodó los ojos y, con un suspiro resignado, marcó el número de su madre.
—Hola, vieja... —dijo con tono serio. Hubo un silencio. Sonia respondió del otro lado y Marizza tragó saliva antes de soltar—: Estoy embarazada.
Hubo un segundo de absoluto silencio en la habitación. Hasta Pablo se inclinó un poco hacia adelante, expectante.
—¿¡QUÉ!? —la voz de Sonia se escuchó tan fuerte que todos la oyeron a través del teléfono.
Tomás casi se atraganta con su propia risa y Pilar se tapó la boca para no soltar una carcajada.
—Nah, mentira, vieja. ¡Caíste! —dijo Marizza rápidamente, conteniendo la risa mientras Sonia maldecía en el otro lado de la línea.
Colgó antes de que su madre pudiera asesinarla verbalmente y soltó una carcajada.
—Bueno, probablemente me mate cuando llegue a casa, pero valió la pena.
El grupo estalló en carcajadas y Pilar aprovechó el momento para girar la botella. Esta vez le tocó a ella y, con una sonrisa desafiante, también eligió reto.
Después de su turno, el juego continuó hasta que la botella volvió a apuntar a Pablo.
—Verdad —dijo con resignación, apoyando un codo sobre su rodilla y mirándolos con cansancio fingido.
Tomás se frotó las manos con emoción, como si hubiera estado esperando este momento toda la noche.
—A ver... ¿Cuántas veces lo hacen por semana?
Pablo puso los ojos en blanco de inmediato.
—Pero boludo... —protestó, llevándose una mano a la cara.
—Dale, contestá —insistió Tomás, disfrutando de su incomodidad.
Pablo se rascó la nuca, desviando la mirada por un segundo antes de suspirar.
—Puff, ni que sé.
—Últimamente ninguna porque no tenemos sitio —intervino Marizza con total naturalidad, encogiéndose de hombros.
Pablo asintió con expresión seria, como si fuera un problema real que debía resolverse urgentemente.
—Es un problema real —remató, completamente serio. - En las vacaciones estabamos tan desesperados que casi nos ve toda la familia haciéndolo.
Hubo un segundo de silencio antes de que todos estallaran en carcajadas. Pilar se inclinó hacia adelante, golpeando a Marizza en el brazo.
—¡Por favor, son unos desubicados!
Tomás se secó las lágrimas de la risa y levantó una mano.
—Bueno, si necesitan que les preste mi cuarto...
—¡Ni en pedo! —gritaron Marizza y Pablo al unísono, alzando las manos en un gesto de rechazo absoluto.
El grupo siguió riéndose mientras la botella giraba de nuevo, y la noche continuó entre desafíos cada vez más locos, confesiones inesperadas y carcajadas interminables. El juego de la botella había hecho lo que mejor sabía hacer: sacar a la luz secretos, tensiones y, sobre todo, muchas risas.
*****
Pablo se acercó lentamente a Marizza, quien estaba sentada en el banco del parque, absorta en sus pensamientos. Había algo en el aire, una tensión sutil, como si ambos estuvieran esperando que algo sucediera. Él, con el ceño ligeramente fruncido, parecía tener algo en mente.
—Oye, Marizza, creo que tengo una solución para el problema que tenemos —dijo, tomando asiento junto a ella.
Marizza levantó la vista, frunciendo el ceño, confundida.
—¿Qué problema? —preguntó, sin saber a qué se refería.
Pablo la miró fijamente, como si buscara la mejor manera de explicar. Ella lo observó en silencio, esperando.
—El de estar a solas... ya sabes, tener intimidad. —dijo, con una sonrisa tímida pero cómplice.
Marizza se quedó en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. La sorpresa se reflejó en su rostro por un momento, pero pronto una chispa de diversión brilló en sus ojos.
—¡Ah! —exclamó Marizza, levantándose rápidamente, sus manos extendidas como si estuviera buscando algo. —¡Eso es lo que te preocupaba! ¡Creí que te referías a algo mucho peor!
Pablo la miró, completamente desconcertado.
—¿Peor? —preguntó, confundido. _¿Te parece poco?
—La verdad, sí que es un problema. A ver, contame —instó Marizza, ladeando la cabeza y sonriendo con curiosidad.
—La verdad es que es una idea loca... —le dijo Pablo, mirando al suelo como si no estuviera seguro de cómo seguir.
—¡Ei! —se quejó Marizza, levantando una ceja y fingiendo estar ofendida. —¿Desde cuándo vos tienes ideas locas? Yo soy la de las ideas locas. —dijo ella, guiñándole un ojo y poniendo una mano sobre su cintura, con la otra extendida como si se estuviera desafiando.
Pablo soltó una pequeña risa, sin poder evitarlo. Luego, se inclinó hacia ella con una mirada intensa y, sin pensarlo dos veces, la besó suavemente.
—Es que todo se pega... demasiado tiempo con vos —le dijo, en un susurro, antes de volver a besarla, esta vez con más pasión.
Marizza sonrió entre el beso, sintiendo esa conexión única entre ellos. Pero no pudo evitar la curiosidad, y lo empujó suavemente para separarse un poco.
—Dale, contame —dijo, con una sonrisa juguetona en el rostro, mientras le daba un empujón suave en el pecho.
Pablo, todavía sonriendo, sacó un papel del bolsillo de su chaqueta y lo deslizó entre sus dedos antes de dárselo a Marizza. Ella miró el papel con sorpresa antes de alzar la vista hacia él, esperando algo más.
—He reservado un hotel para vos y para mí... para este finde —dijo, con una mirada traviesa, esperando su reacción.
Marizza quedó en silencio por un momento, mirando el papel en sus manos. Un suspiro de sorpresa escapó de sus labios, pero pronto se soltó en una risa nerviosa.
—¡¿Un hotel?! —dijo, levantando las cejas, sorprendida y divertida. —¡Esa sí que es una idea loca!
Pablo sonrió, orgulloso de su propuesta.
—Lo sé, ¿verdad? Lo que pasa es que... no podemos seguir esquivando el problema, Marizza. Necesitamos un lugar donde podamos estar a solas sin preocupaciones, y creo que este finde será perfecto.
Marizza, al ver la seriedad en los ojos de Pablo, asintió lentamente. Era una idea impulsiva, pero lo cierto es que a ella también le atraía la idea de pasar tiempo con él de una manera más privada. Y, además, era una de esas locuras que siempre los caracterizaba.
—Bueno —dijo, sonriendo y abrazándolo de nuevo con fuerza—, si me invitas a un hotel, no puedo decir que no.
Pablo la miró, encantado por su respuesta, y la abrazó con fuerza, sabiendo que este sería un fin de semana que nunca olvidarían.
Después de unos segundos en silencio, Marizza se separó ligeramente, mirándolo con una sonrisa pícara.
—¿Y qué les vamos a decir a nuestros padres? —preguntó, arqueando una ceja.
Pablo, sin pensarlo mucho, la miró con una sonrisa confiada y respondió con total seguridad:
—Nos escapamos.