ID de la obra: 911

Marizza & Pablo - Tercera temporada (Pablizza)

Het
NC-17
Finalizada
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
505 páginas, 191.839 palabras, 31 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

Capítulo 20

Ajustes de texto
Marizza observaba las luces de la ciudad desdibujarse a medida que el auto avanzaba por la carretera. La música de "One" de U2 llenaba el espacio, y Pablo la tarareaba distraídamente mientras manejaba. Ella movía la pierna con nerviosismo, y él, notándolo, arqueó una ceja. -¿Qué pasa? -Sonia no se ha dado cuenta aún. No me ha llamado. Pablo sonrió con cierta diversión. -Marizza, vos fuiste la reina de las escapadas por años y ahora te ponés nerviosa. -No quiero que se preocupen, eso es todo. -¿Estás segura de que es solo eso? –preguntó con una mezcla de burla y preocupación. -Sí, nada, una boludez mía. -Si querés, podemos volvernos –propuso él con un tono completamente serio. -¡No! Por supuesto que no –exclamó ella, casi indignada–. Hace mucho que no hacía esto, me parece hasta extraño. Quiero pasar el finde con vos. Quién me iba a decir que me iba a escapar solo para poder curtir con mi novio –masculló, y Pablo soltó una carcajada. -Suena como si fuéramos dos desesperados –bromeó él, justo cuando cambiaba de carril. -Pero es la verdad –Marizza se cruzó de brazos, haciéndose la ofendida–. No me vengas con discursos filosóficos ahora y de que esto no es porque estamos tremendamente desesperados. Pablo soltó una risita. -¿Vas a darme un discurso ahora? - dijo al ver su rostro que queria hablar. -Depende... –Pablo se encogió de hombros–. ¿Vos querés escucharlo? -Depende... –repitió ella, imitándolo–. ¿Va a ser aburrido? Pablo negó con la cabeza, divertido. -Sé que los dos estamos deseando estar a solas, pero también sabés que, si no fuera así, tampoco pasaría nada. No es que no me guste tener relaciones, claro que me gusta, ¿a quién no? –dijo con una media sonrisa–. Pero con vos es diferente. Si un día no pasa, no me importa. Me gusta estar con vos de cualquier forma. Y sí, claro que para mí es importante, para nuestra relación lo es. Pero más allá de eso, también extraño otras cosas. Extraño estar con vos sin hacer nada, sin prisas, sin horarios. Extraño las noches en las que nos quedamos hablando hasta que se hace de día, las veces que nos reímos sin razón, los momentos en los que simplemente estamos juntos y eso es suficiente. Y no poder estar a solas con vos me mata. Extraño incluso discutir con vos. Marizza soltó una pequeña risa, jugueteando con los pliegues de su falda. -¿Extrañás nuestras discusiones? –preguntó, con un matiz de burla en la voz. Pablo la miró de reojo y llevó su mano a la suya, dándole un suave apretón antes de entrelazar sus dedos. -Y a veces, –confesó él, con un tono más divertido. Marizza sintió que algo dentro de ella se removía. Lo miró de reojo, intentando procesar lo que decía. No era solo lo que le decía, era cómo lo decía. Como si realmente lo sintiera. Como si fuera el mismo Pablo de siempre, pero a la vez alguien completamente distinto. Apretó los labios, sintiendo una extraña mezcla de ternura y desconcierto. Parte de ella aún esperaba el comentario burlón, la risa socarrona de aquel Pablo que no se tomaba nada en serio. Pero ese Pablo parecía cada vez más lejano, y en su lugar estaba este, que la miraba con una sinceridad que la desarmaba. -¿Quién sos vos y qué hiciste con el Pablo Bustamante que se quería curtir a todas? –preguntó ella, entrecerrando los ojos con fingida sospecha. Pablo sonrió de lado, sin soltar su mano. -Ese Pablo dejó de existir cuando te conoció –respondió con simpleza. Marizza sintió que el pecho se le apretaba un poco. No era solo lo que decía, era la manera en que lo hacía. -¿Sabés? –murmuró ella, con una media sonrisa–. También amo eso de nosotros. Pablo llevó su mano a sus labios y depositó un beso suave en el dorso. Ella cerró los ojos un instante, sintiendo cómo ese gesto la derretía más que cualquier otra cosa. ****** El coche se detuvo frente al lujoso Wyndham Nordelta, y Marizza no pudo evitar mirar impresionada el imponente edificio. El aire fresco de la tarde parecía resaltar aún más el lujo del lugar. Cuando salieron del coche y caminaron hacia la entrada, Marizza levantó una ceja, sorprendida por la magnitud del lugar. -¿Esto qué es, un palacio? –dijo entre sorprendida y divertida. Pablo, con una sonrisa despreocupada, la miró mientras la tomaba de la mano. -Es lo que quiero para vos, Marizza –respondió con sencillez. Su tono era calmado, pero había una seguridad en sus palabras que le hizo sonreír. Al entrar a la habitación, Marizza se detuvo un momento en la puerta, mirando a su alrededor. El lugar era espectacular: muebles elegantes, un ventanal grande con vistas al río y una cama king size que ocupaba casi toda la habitación. Todo era impecable. -¿Pablo, en serio? –dijo, mirando la habitación–. No necesitabas gastar tanto. Esto es... mucho. Pablo la miró con una sonrisa tranquila y se acercó a ella. -No iba a reservar un hotel de mala muerte, Marizza. –dijo mientras dejaba la maleta sobre la mesa–. Ahora, si te parece, vamos a dar una vuelta y luego cenamos, ¿te parece bien? Marizza lo miró, notando que la propuesta no era solo una excusa para moverse, sino una invitación a disfrutar del momento de otra forma. Sin embargo, algo en ella se resistía a dejar pasar la oportunidad de estar más tiempo con él. En ese momento, sin pensarlo mucho, señaló la cama con un gesto suave, dejando que su mirada se encontrara con la de él, con una insinuación clara. Su cuerpo se inclinó ligeramente hacia él, y sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa. -¿Y no querés...? –preguntó Marizza con tono sugerente, levantando las cejas mientras no apartaba la mirada de él. Pablo la miró, notando la señal inmediata, el lenguaje silencioso de su cuerpo. Sus ojos brillaron con la chispa del juego, pero fue él quien se detuvo. Se acercó, levantándole la barbilla suavemente, sus rostros casi rozándose. -Todo a su tiempo, Marizza –murmuró en un tono suave pero con una promesa, su voz más grave. Sin esperar más, la besó con intensidad, como si quisiera marcar un antes y un después. El beso comenzó suave, pero en cuanto sus lenguas se encontraron, la intensidad aumentó, hasta convertirse en un beso profundo y apasionado. Un beso que dejó a Marizza sin aliento, sabiendo que no era solo un beso cualquiera, sino el preludio de algo más. Las manos de Pablo la sujetaban con firmeza mientras su lengua exploraba la suya con urgencia, sin dejar espacio para dudas. La pasión fluía de manera natural, y Marizza sintió cómo sus pensamientos se desvanecían por un momento. Finalmente, Pablo se separó lentamente, sonriendo con esa mezcla de satisfacción y diversión que Marizza conocía demasiado bien. -No te preocupes –dijo, sonriendo con picardía, mientras su mirada jugaba con la de ella–. Ya habrá tiempo para todo. Marizza, aún con el corazón acelerado y la mente dando vueltas por el beso, lo miró, sabiendo que lo que acababa de pasar era solo el comienzo de algo mucho más intenso. Y Pablo, con su mirada profunda, sabía que estaba disfrutando cada momento del juego. ***** La brisa nocturna acariciaba sus rostros mientras caminaban por las calles iluminadas de Nordelta. El sonido del agua cercana y la tranquilidad del lugar contrastaban con la energía contenida que vibraba entre ellos. Marizza, con las manos en los bolsillos de su chaqueta, pateaba suavemente una piedrita en el camino, mientras Pablo la miraba de reojo con una media sonrisa. -¿Sabés que una vez casi incendio mi casa cuando tenía diez años? –soltó ella de repente. Pablo soltó una carcajada. -¿Cómo hiciste semejante desastre? -Marizza, experta en meterse en líos –bromeó ella, y luego se corrigió–. Bah, en realidad, fue un accidente. Quise calentar leche. Sonia casi me mata. Pablo negó con la cabeza, divertido. -Siempre fuiste un peligro andante. Yo una vez me escapé de casa para ir a un concierto. Me mandé solo con trece años, sin entrada ni nada. Terminé colándome, pero cuando volví, mi viejo me estaba esperando en la puerta. Me la hizo pagar. El gesto de Marizza se ensombreció levemente. Sabía lo que significaban las palabras "me la hizo pagar" viniendo de Pablo. Sin embargo, decidió no arruinar el momento y le dio un empujoncito con el hombro. -Bueno, al menos cumpliste tu misión –dijo, regalándole una sonrisa. Siguieron caminando hasta que, al girar una esquina, Marizza se detuvo de golpe. -¡Ey, mirá eso! –señaló con entusiasmo. Frente a ellos, un local con mesas de billar se asomaba detrás de unos amplios ventanales. Un par de personas jugaban concentradas, las bolas chocaban con un sonido seco y certero. Marizza se giró hacia Pablo con una sonrisa desafiante. -Te apuesto a que te gano –declaró, cruzándose de brazos. Pablo arqueó una ceja, divertido. -¿Ah, sí? ¿Tan segura estás? -Segurísima –confirmó ella, alzando la barbilla con confianza. Pablo la miró con diversión, pero sus ojos se oscurecieron levemente con una chispa de picardía. -Está bien, acepto –dijo, dando un paso hacia ella–. Pero con una condición. Marizza enarcó una ceja, intrigada. -¿Qué condición? Pablo se acercó lentamente, acortando la distancia entre ellos. Su voz bajó de tono cuando le susurró al oído: -El que gane... tiene el control esta noche. Marizza frunció el ceño por un segundo, sin entender del todo. -¿Control de qué? Pablo dejó escapar una leve risa y deslizó sus labios peligrosamente cerca de su piel antes de murmurar: -De todo en la cama. El que gane, decide absolutamente todo. Y el otro... obedece. Un escalofrío recorrió la espalda de Marizza, una mezcla de sorpresa y un deseo que se encendió al instante en su interior. Se mordió el labio, mirando a Pablo con ojos brillantes. -Pablo... ¿qué estás tramando? –preguntó en un susurro. Él se limitó a mirarla con una sonrisa cargada de intención. -¿Seguís tan segura de que vas a ganar? –provocó, con la mirada clavada en ella. Marizza sintió el pulso acelerarse. Si había algo que le gustaba, era un reto. Y si el premio era ese... bueno, haría todo lo posible por ganar. O perder, dependiendo de cómo lo viera. ****** Las bolas de billar chocaban con fuerza en la mesa mientras la partida avanzaba con tensión palpable. Marizza mordía su labio, calculando su siguiente tiro con concentración, pero en el fondo sabía que la partida no estaba a su favor. Y Pablo lo sabía también. Cuando la última bola cayó en la tronera y Pablo se irguió con una sonrisa satisfecha, Marizza sintió un torbellino de emociones. Por un lado, la frustración de perder. Por otro... el latido acelerado de la anticipación. -No puedo creerlo –murmuró, apoyando el taco contra el suelo y cruzándose de brazos. Pablo se acercó a ella lentamente, con una mirada de lujuria intensa, como si ya tuviera todo planeado desde hace tiempo. Se inclinó un poco, quedando apenas a centímetros de su rostro. -Espero que estés lista –murmuró con voz ronca. Marizza sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Se humedeció los labios, incapaz de apartar la mirada de la suya. Algo en ella quería odiarlo por haber ganado, pero otra parte... otra parte estaba demasiado ansiosa por saber qué tramaba. -Vamos a cenar –dijo Pablo de repente, como si nada. Marizza parpadeó, desconcertada. -¿Qué? ¿Así, sin más? Él se encogió de hombros, tomando su mano con tranquilidad. -Todo a su tiempo –respondió, con una sonrisa enigmática. Marizza resopló, siguiéndolo fuera del local con una mezcla de impaciencia y deseo latente. Llegaron a una pizzería acogedora, con luz tenue y un aroma delicioso flotando en el ambiente. Pablo pidió una botella de vino y eligieron una pizza cargada de queso y especias. Mientras comían, él se mostraba relajado, encantador. Le acariciaba la mano con suavidad, hacía bromas, la miraba con ternura. Pero cada tanto, en su mirada se filtraba un destello oscuro, como si estuviera esperando su momento. De repente, Pablo se inclinó hacia ella y, con una expresión inocente que no engañaba a nadie, susurró: -Vas al baño un momento, ¿sí? Marizza frunció el ceño, confusa. -¿Por qué? Pablo le sostuvo la mirada con una intensidad peligrosa. -Quiero que te quites la ropa interior. Los ojos de Marizza se abrieron de par en par. Sintió un calor abrasador subirle por el cuello. -¿Qué? ¿Estás loco? Pablo apoyó el codo en la mesa y sonrió de lado. -Gané, ¿o no? –susurró, deslizando sus dedos sobre los de ella de manera provocadora–. Eso significa que hacés lo que yo diga. Marizza sintió su piel arder. Llevaba un vestido negro ajustado, de tirantes finos, lo suficientemente elegante para una cita especial pero sin exageraciones. La tela suave marcaba sus curvas con sutileza. Tragó saliva y, con el corazón latiéndole con fuerza, se levantó de la mesa. Marizza se levantó de la mesa lentamente, sin saber exactamente qué hacer, qué pensar. Mientras caminaba hacia el baño, sentía una maraña de emociones que se confundían. Parte de ella quería enfrentarlo, gritarle, decirle que no iba a hacer lo que él dijera. Pero había algo en su interior que la retenía, algo que le decía que no podía simplemente ignorar lo que estaba sucediendo entre ellos, algo que le incitaba a ceder, aunque fuera solo por un momento. Al entrar al baño, se quedó frente al espejo. Por un segundo, observó su reflejo y respiró profundamente. Su vestido negro, ajustado y de tirantes finos, marcaba sus curvas de una manera tan sutil pero tan definitiva. Los delicados detalles del diseño caían justo en el lugar correcto, sin ser demasiado llamativos, pero suficientes para hacerla sentir increíblemente atractiva. Pero era más que eso. Mientras la miraba, se dio cuenta de lo que había en juego. Si hacía lo que él le pedía, no solo estaría cediendo a una petición, sino que habría algo más. Su mirada recorrió su figura en el espejo, viendo cómo la tela del vestido abrazaba su cuerpo. Se quito el brasier y lo guardo en el bolso. Los pezones se marcaban contra la tela, lo que hizo que un escalofrío recorriera su columna vertebral. Estaba nerviosa, pero también... excitada. Algo en la forma en que Pablo la miraba, la forma en que había jugado con ella, había encendido una chispa de curiosidad en su interior. ¿Qué iba a pasar después? ¿Qué significaba esto realmente? Finalmente, suspiró, sin poder quitarse la sensación de que esto era solo el comienzo de algo más. Se acercó al lavabo y, con un gesto lento y vacilante, comenzó a deslizar su ropa interior por las piernas. La tela era suave, y al ir quitándosela, su mente parecía nublarse, su cuerpo estaba caliente y su respiración se hacía más irregular. El sonido de su ropa interior deslizándose sobre la piel hacía que cada segundo pareciera eterno. Cuando finalmente guardó la prenda en su bolso, se miró al espejo una vez más. Por un instante, la incertidumbre y la excitación se entrelazaron, y una pequeña sonrisa apareció en sus labios. Estaba preparada para salir, para enfrentarse a lo que él había planeado. Aunque en el fondo sabía que no tenía idea de lo que Pablo realmente quería, algo en su interior le decía que estaba dispuesta a descubrirlo. Caminó de regreso a la mesa, y justo al entrar, Pablo la observó con una mirada intensa, mirandola de arriba abajo, como si supiera exactamente lo que había hecho. El aire entre ellos se cargó de una tensión aún más palpable, una mezcla de lujuria y control. Marizza intentó mantener su postura, pero por dentro sentía la ansiedad acumulándose. Sabía que esa noche no sería como cualquier otra. Y al sentarse nuevamente frente a él, Pablo no dijo nada, pero su sonrisa lo dijo todo. La había vencido en el juego, y ahora, estaba esperando el momento adecuado para reclamar su victoria. Marizza no podía evitar preguntarse: ¿Qué haría él ahora? ¿Qué tan lejos llegarían? Y, sobre todo, ¿qué tan dispuesta estaba ella a dejarse llevar? -Buena chica –murmuró. Marizza sintió un escalofrío recorrerle la piel. La noche apenas comenzaba. ****** El ascensor subía lentamente, y la atmósfera dentro del pequeño espacio estaba cargada de una tensión palpable. Marizza no dejaba de sentir cómo su corazón latía más rápido con cada segundo que pasaba cerca de Pablo. El reto del billar, la apuesta que había perdido, seguía rondando en su cabeza mientras él permanecía a su lado, tan cerca que podía sentir su presencia a cada movimiento que hacía. Pablo la observaba en el espejo del ascensor, sus ojos recorriendo su figura con una mirada tan intensa que le erizó la piel. Ella estaba completamente consciente de su vestido, de cómo se ajustaba a su cuerpo. Sobre todo a su peznes. El hecho de que no llevara ropa interior solo sumaba a la sensación de vulnerabilidad que ahora sentía, pero también la excitación de estar tan cerca de él, de la promesa que había quedado en el aire después de la apuesta. Marizza no podía negar que la cercanía de Pablo la estaba volviendo loca. Era difícil de manejar, esa sensación de estar bajo su control, de no saber qué esperar. Pero una parte de ella, aunque se resistía, disfrutaba de la tensión que había entre ellos. Pablo se inclinó ligeramente hacia ella, lo suficiente para que su aliento acariciara su oído, y con voz suave, cargada de esa seguridad que solo él tenía, dijo: –Me encanta cómo luces, Marizza. Es imposible no notar cómo te marcas en ese vestido. Las palabras, tan cercanas y susurradas, hicieron que Marizza tragara saliva, su mente llena de preguntas, de deseos y de dudas. Su cuerpo reaccionaba sin poder evitarlo, el calor subiendo por su cuello y su pecho, y sus labios se entreabrieron ligeramente, buscando alguna respuesta que no podía encontrar. –¿Por qué me miras así? –preguntó, su voz temblorosa, sin poder ocultar la sensación de excitación que empezaba a crecer en ella. Pablo sonrió de forma casi imperceptible, disfrutando de la manera en que la impactaban sus palabras. Sabía perfectamente lo que estaba causando en ella. La miró fijamente a los ojos a través del espejo, sin apartar la vista de su rostro, y habló con la misma suavidad, pero con una firmeza que hizo que sus palabras fueran aún más intensas. –Porque me encanta verte perder el control. Y esta noche... eso es exactamente lo que va a pasar. Tú, que siempre tienes el control, esta vez no lo vas a tener. El latido de Marizza se aceleró al escucharle. Una mezcla de enojo, deseo y una sensación de vulnerabilidad la invadió. Jamás había sido fácil para ella ceder, pero algo en la forma en que Pablo hablaba, la manera en que la miraba, la hacía cuestionarse todo. No estaba acostumbrada a perder, mucho menos cuando se trataba de algo tan importante. Pero en el fondo, había una parte de ella que no podía esperar para ver hasta dónde llegaría. Pablo, al notar el torbellino de emociones que cruzaba por sus ojos, se acercó un poco más, pero sin tocarla. Su voz se suavizó y, casi como un susurro, dijo: –Tranquila, Marizza. Nunca te haría daño. Confía en mí. Solo quiero verte perder el control, te va gustar. El ascensor se detuvo con un suave "ding" y la puerta se abrió, interrumpiendo el momento cargado de tensión. Pero el deseo, la promesa que flotaba en el aire, seguía allí, incluso más fuerte ahora. Pablo extendió la mano hacia ella, con esa sonrisa que ya sabía que la haría dudar de todo lo que había dicho antes, y la invitó a salir. –Vamos –dijo simplemente. Marizza, con una mezcla de emociones, lo siguió. A pesar de la confusión, de las dudas que aún rondaban su mente, había algo en el fondo que la impulsaba a seguir. Porque, al final, ella sabía que con Pablo, perder el control era lo más cercano a sentirse viva. ***** Apenas entraron en la habitación, Pablo cerró la puerta con un movimiento seguro y, sin darle tiempo a reaccionar, la empujó suavemente contra la pared. El impacto no fue brusco, pero sí lo suficientemente firme como para dejar claro que él estaba tomando el control. Marizza sintió la frialdad de la superficie en su espalda, un contraste perfecto con el calor que Pablo desprendía mientras se acercaba a ella. Su respiración se mezcló con la de él, creando una burbuja donde solo existían los dos. Sin dejar de mirarla, Pablo inclinó la cabeza y empezó a besar su cuello, con un ritmo lento y tentador, disfrutando de cada reacción en su piel. Marizza cerró los ojos un instante, sintiendo cómo su cuerpo respondía, pero enseguida los abrió de nuevo, negándose a perder el control tan fácilmente. No iba a ceder. No tan rápido. Con un movimiento calculado, deslizó sus manos por su torso hacia abajo en su erección que ya estaba bien formada bajo los vaqueros, le dio un apretón buscando provocarlo, tentando su paciencia. Sabía exactamente qué hacer para volverlo loco, y la manera en que su cuerpo se tensó bajo su toque le confirmó que estaba en el camino correcto. Pero Pablo no era alguien que se dejara vencer fácilmente. Antes de que pudiera avanzar más, él tomó sus muñecas con fuerza y las llevó contra la pared, atrapándola por completo. Marizza dejó escapar un jadeo sorprendido, pero no había miedo en sus ojos, solo expectación. Ambos sabían que si Marizza se queria soltar de sus brazos lo podia hacer, ya que estaba ejerciendo poca fuerza, pero ella le siguió el juego. Pablo sonrió con diversión y deseo a la vez. —No —murmuró con voz ronca, acercándose a su oído—. Si haces esto, no voy a durar ni un minuto... y hoy, yo tengo el control. Sus palabras la hicieron estremecer, pero en lugar de rendirse, Marizza lo desafió con la mirada. Siempre había sido ella quien llevaba la batuta en sus juegos, siempre la que tenía la última palabra. La que le provocaba hasta hacerle perder la razón. Pero esa noche, él no estaba dispuesto a dárselo tan fácil. Una sonrisa traviesa apareció en sus labios mientras se movía contra él con un gesto provocador, sus caderas con las suyas, rozándolo lo suficiente para hacerlo maldecir por lo bajo. No se detuvo ahí. Enroscó una pierna alrededor de su cadera, acercándolo aún más, sintiendo su erección contra su entrepierna cómo su respiración se volvía más pesada. Pablo cerró los ojos un instante, intentando mantener la compostura. Cuando los abrió, había una advertencia en su mirada oscura. —Si sigues así... —murmuró con tono grave, su voz cargada de deseo— no voy a tocarte. Marizza arqueó una ceja, desafiándolo. —¿Ah, no? Pablo sonrió de lado, con esa expresión segura que tanto la volvía loca. —No. Y si no te portas bien, capaz y ni siquiera te beso. Marizza soltó una risa corta, pero había algo en su mirada que le decía que, aunque estuviera jugando, esta vez Pablo iba en serio. El reto estaba lanzado. Y ninguno de los dos tenía intención de perder. Pablo mantenía su agarre firme en las muñecas de Marizza, asegurándose de que no pudiera tocarlo, pero ella no se lo iba a poner fácil. La sonrisa desafiante seguía en su rostro mientras lo miraba con esos ojos encendidos de determinación y deseo. —¿Ni siquiera un beso? —susurró con tono retador, inclinando la cabeza apenas para acercar sus labios a los de él, sin llegar a tocarlos. Pablo tragó saliva. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, cómo estaba probando sus límites. Sintió el calor del aliento de Marizza contra su piel y su autocontrol pendió de un hilo. —Depende —murmuró él, acercándose un poco más, como si fuera a caer en su trampa... pero se detuvo a milímetros de sus labios—. ¿Vas a comportarte? Marizza soltó una risa entre dientes, divertida. —Sabes que nunca me porto bien. Pablo sonrió de lado. Eso le encantaba. Le fascinaba lo impredecible que era, lo terca, lo apasionada. Y, sin embargo, esa noche él estaba al mando. Apretó un poco más sus muñecas contra la pared, inclinándose de nuevo para besar su cuello lentamente, saboreando su piel con la misma calma con la que ella intentaba hacerle perder la paciencia. Marizza cerró los ojos por un instante, estremeciéndose, pero cuando sintió que él se separaba un poco, su instinto rebelde volvió a surgir. Movió sus caderas otra vez, rozándolo justo donde sabía que le haría perder el control. Pablo apretó la mandíbula y exhaló bruscamente. —Joder, Marizza... —susurró con voz ronca, apoyando la frente contra la de ella un segundo. Ella sonrió con suficiencia. —Dime, ¿sigues teniendo el control? Pablo la miró intensamente, sus ojos oscuros brillando con deseo y algo más profundo. Se quedó en silencio por unos segundos, solo observándola, sintiéndola. Entonces, sin previo aviso, soltó sus muñecas y deslizó sus manos lentamente por sus brazos hasta sus hombros, haciéndola temblar. —Lo tengo —afirmó con seguridad—. Pero quiero verte perder el tuyo. Marizza sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No era solo el desafío en sus palabras, sino la forma en que lo dijo, con una mezcla de ternura y peligro, como si de verdad estuviera dispuesto a llevarla hasta el límite. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que quizá esta vez, solo esta vez... estaba en desventaja. Pablo la agarró de la mano, y la llevó con paso firme hasta el gran espejo de la habitación. Marizza sintió el leve escalofrío del reflejo frente a ella, la imagen de ambos bajo la tenue luz del cuarto. Sus respiraciones eran lo único que rompía el silencio, una mezcla de deseo contenido y anticipación. Se colocó detrás de ella, sin decir nada. Sus manos se deslizaron lentamente por sus brazos, recorriendo su piel con el roce de sus dedos hasta que llegaron a sus muñecas. —Mírate —susurró en su oído, su voz profunda y rasposa. Marizza levantó la mirada y se encontró con su propio reflejo. Sus mejillas estaban encendidas, su pecho subía y bajaba con la respiración entrecortada. Pero lo que realmente la hizo estremecerse fue la expresión de Pablo detrás de ella: oscura, intensa, como si estuviera a punto de devorarla. —¿Ves lo hermosa que te ves cuando intentas provocarme? —sus labios rozaron su cuello, apenas un roce, un susurro caliente contra su piel. Ella tragó saliva y sostuvo su mirada en el espejo. —¿Y tú? —respondió en un murmullo—. ¿Ves lo mucho que me deseas? Una sonrisa ladeada apareció en el rostro de Pablo, pero no respondió. En su lugar, bajó una de sus manos y deslizó lentamente los tirantes de su vestido. La tela cayó apenas unos centímetros, dejando al descubierto la curva de sus hombros, su espalda. —Pablo... —intentó decir algo, pero su voz salió débil cuando él dejó un beso justo en la unión entre su cuello y su hombro. —Shhh... —susurró contra su piel—. Solo mírate. Marizza se obligó a no cerrar los ojos, a no perderse en la sensación, a mantener la vista en el espejo. Pablo continuó con su tortuoso ritmo, bajando el vestido centímetro a centímetro, sin prisa, como si disfrutara de ver su reflejo reaccionar, de ver el leve temblor en su cuerpo cuando sus labios recorrían cada zona recién expuesta. Sus pechos quedaron al descubierto y un suspiró salio de su boca. Cuando la tela cayó hasta su cintura, Marizza apretó los labios y se arqueó ligeramente contra él, buscando más contacto, buscando que perdiera el control. Pero él no se lo permitió. —No tan rápido —dijo con esa voz grave que la volvía loca. Sostuvo su cintura con una mano, asegurándose de que no pudiera moverse demasiado. Luego llevó su otra mano a su barbilla y la obligó a mirarse directamente a los ojos. —Quiero que veas lo que me haces —murmuró. Ella tembló y sintió el calor subirle hasta las mejillas. Pero no desvió la mirada. Entonces, como si quisiera llevar el juego un paso más allá, Marizza tomó su mano y la guió lentamente hasta su propia cadera, hasta donde sabía que Pablo no podría ignorar la invitación. —Y yo quiero que sientas lo que me haces —susurró con una sonrisa desafiante. Pablo soltó un suspiro bajo, como si intentara contenerse, pero sus dedos se aferraron a su piel con más fuerza. Cerró los ojos por un instante, como si estuviera peleando una batalla interna. Cuando volvió a abrirlos, su mirada ardía. —Eres insoportable —susurró contra su oído, mordiéndolo suavemente. —Lo sé. Marizza sonrió, satisfecha con su reacción. Las manos de él subieron por el contorno de sus cuerpo y recorrieron todo él hasta sus pechos. Marizza suspiró cuando con sus dedos empezó a frotar sus pezones poniéndolos duros. Cerró los ojos, antes de sentir los besos de Pablo por su clavicula, mientras sus dedos seguían torturandola, frotandolos. Marizza se miró a través del espejo y era una imagen muy, muy sensual. Pero entonces, en un movimiento rápido, Pablo la giró para enfrentarla, haciendo que su espalda golpeara suavemente el espejo. Antes de que pudiera reaccionar, capturó sus labios en un beso profundo, consumiéndola por completo. El vestido terminó de caer al suelo, quedando completamente desnuda, pero él seguía completamente vestido, marcando la diferencia entre ambos, manteniendo el control. Las manos de Pablo recorieron su espalda desnuda hasta sus nalgas apretándolas. Cuando finalmente se separaron, ambos estaban sin aliento. Pablo apoyó su frente contra la de ella y cerró los ojos, intentando recuperar la calma. Marizza arqueó una ceja, divertida, y deslizó sus manos por su camisa, provocándolo una vez más. Pablo la miró por un momento, aún con su respiración agitada. Su control pendía de un hilo, pero no estaba dispuesto a dárselo tan fácil. Marizza seguía apoyada contra el espejo, su pecho subía y bajaba con cada respiro, sus labios entreabiertos en un intento de recuperar el aliento después de la batalla de voluntades que habían jugado. Su vestido ahora era solo un montón de tela en el suelo, y ella, vulnerable y desafiante a la vez, no apartaba la mirada de él. Entonces, sin previo aviso, Pablo la tomó en brazos con facilidad, arrancándole un pequeño jadeo de sorpresa. Ella rodeó su cuello con los brazos por instinto, pero él solo sonrió con suficiencia, sabiendo que quizá estaba ganando la batalla. Con pasos firmes, la llevó hasta la cama, con la misma calma con la que había saboreado cada reacción de ella frente al espejo. Se inclinó sobre el colchón y la depositó suavemente en él, como si estuviera acomodando algo valioso. Marizza sintió la suavidad de las sábanas frías contra su piel caliente y se mordió el labio mientras lo veía aún de pie junto a la cama. Pablo no se apresuró a unirse a ella. En cambio, se tomó su tiempo para mirarla, su cuerpo desnudo, recorriéndola con la misma intensidad con la que la había tocado antes. Seguía vestido, con la camisa aún perfectamente en su lugar, el contraste entre ellos haciéndose más evidente. —No me gusta esta diferencia —murmuró Marizza, alzando una mano para tirar de la tela de su camisa, tratando de atraerlo hacia ella. Pablo atrapó su muñeca antes de que lograra su cometido y negó con la cabeza, una sonrisa traviesa curvando sus labios. —A mí me encanta. La soltó lentamente y, en lugar de hacer lo que ella quería, deslizó su mano por su muslo desnudo hacía su entrepierna, donde pasó un dedo por toda su humedad debido a lo excitada que estaba, su toque firme pero tortuosamente lento. Marizza dejó escapar un suspiro frustrado. —Sigues jugando. Pablo se inclinó, colocando una mano a cada lado de su cuerpo en la cama, atrapándola bajo su sombra. —¿No es lo que te gusta? Su voz tenía ese tono grave y seguro que siempre lograba hacerla temblar. Ella sonrió de lado, fingiendo que no la afectaba tanto. —Solo si gano. Pablo dejó escapar una risa baja y negó con la cabeza. —Esta vez, no. Él se separó de Marizza y con la mirada intensa, empezó a desabrochar lo primeros botones de su camisa. Marizza solo le miró lamiéndose los labios, con la camisa blanca desabotonada y el pelo alborotado. Se sentía como si estuviera viendo al hombre más sexy del mundo. Pablo se inclinó de nuevo, volvió a agarrar sus muñecas separandolas de su cuerpo y le besó con hambre. Encontró su lengua con la suya y gimió. En ese momento, Marizza no se había dado cuenta de lo excitada que estaba, este absurdo juego del control le tenia al borde. Y la ferocidad con la que él le estaba besando hizo darse cuenta que él estaba igual. -Necesito cogerte ya - le digo Pablo olvidándose de todo. -Por favor... -Suplicó ella mientras se daba cuenta que sí, que él había ganado aunque no lo iba a admitir nunca. Pablo se levantó de encima de ella. -¿Me desnudas? - preguntó él, con inociencia juguetona. Marizza se rió, y a pesar de que quiso negarse, solo se levantó de la cama y empezó a desabrocharle la camisa blanca mientras no dejaba de mirarse, una mirada oscura. Pablo aprovecho para recorrer sus manos por su cuerpo. Marizza llevó sus manos por los hombros para dejar caer la camisa al suelo. En ese momento, lo unico que se interponía es unos pantalones y unos boxers, con una poderosa erreción. Sin dejar de mirarle, Marizza se mordió el labio y buscó a tientas la hebilla de su cinturón, Pablo le sonrió mientras bajaba la cremallera de estos y le ayudó a bajar los pantalones. Marizza llevó sus pulgares en la ropa interior de Pablo y tiró hacia abajo de sus boxers, dejando libre su gruesa longitud, hasta quitarle los boxer. Fue a levantarse pero Pablo suavemente le colocó una mano en su hombro, deteniendo su movimiento. -Quédate ahí. -Ordenó suavemente con una fuerte mirada- Marizza entendió perfectamente lo que quería y sonrió, por un momento pensó en desafiarle, pero la excitación era tan fuerte que ni siquiera protesto. Agarró su pene con una mano y la llevó su boca, Pablo gruñió de placer cuando ella envolvió sus labios a su alrededor, chupando su punta suavemente, usando su mano para acariciarlo desde la base, mientras utilizaba su lengua arriba y abajo. Pablo llevó su mano hacia sus cabellos, justo cuando él empezó a mover sus caderas contra su boca. Marizza hizo pequeños gemidos mientras chupaba y le lamia desde la base hasta la punta. Los gemidos de Pablo solo hacía que Marizza se sintierá más y más confiada, hasta que Pablo se separó de ella. Rapidamente, Pablo se agachó, la agarró de sus hombros y tambaleandose, se puso en pie. Pablo enmarcó su rostro y le besó con behemencia. -Si me chupas así no me quedará nada para después... - Susurró Pablo con la voz ronca, haciend temblar el cuerpo pequeño de Marizza. Pablo la empujó con suavidad hacia la cama, Marizza capto la indirecta y se estiró en la cama. Mientras él cerró los ojos un momento, con su erección fuerte, tratando de controlarse un poco, ya que no, aún no había acabado con ella. Cuando estaba tumbada, Marizza observó con curiosidad cómo Pablo se dirigía a su maleta y la abría con calma, como si estuviera a punto de sacar algo inofensivo. Pero su sonrisa, esa maldita sonrisa suya, le decía que nada de lo que iba a hacer era inocente. Su mirada recorrió cada objeto que él iba sacando: primero, un par de pañuelos de tela oscuros, luego un antifaz de satén negro y, por último, una caja entera de preservativos. Marizza arqueó una ceja, cruzándose de brazos sobre el pecho mientras lo miraba con fingida indiferencia. —Vaya, parece que vienes preparado —comentó, ladeando la cabeza—. ¿Qué estás tramando, Pablo? Él sonrió, esa sonrisa que mezclaba picardía con desafío, y caminó con tranquilidad hacia la cama. Se detuvo al borde, mirándola con la intensidad de alguien que ya había decidido lo que iba a hacer. —No te vas a arrepentir —susurró Pablo, con esa sonrisa pícara que Marizza conocía demasiado bien. Ella entrecerró los ojos, observándolo con suspicacia desde la cama mientras él sostenía el antifaz entre sus manos, haciéndolo oscilar como si fuera una invitación. —¿Y si no quiero? —preguntó con aire desafiante, aunque una parte de ella ya sentía el cosquilleo de la anticipación recorrerle la piel. Pablo inclinó la cabeza, su mirada chispeando diversión. —No seas cobarde. Marizza soltó una risa incrédula. —¿Perdón? Él se encogió de hombros con fingida inocencia, dando un paso más cerca, hasta que su presencia cálida la envolvió. —Si tienes miedo, lo dejamos. Era un reto. Lo sabía. Y por mucho que quisiera resistirse, había algo en la forma en que la miraba, en la seguridad con la que la tocaba, que hacía que su piel se erizara de expectación. Pero no iba a ceder tan fácil. —Dame eso —dijo, arrebatándole el antifaz de las manos. Pablo levantó una ceja, divertido. —¿Vas a ponértelo tú solita? —No —respondió con una sonrisa traviesa—. Voy a ponértelo a ti. Antes de que pudiera reaccionar, Marizza lo empujó con fuerza hasta hacerlo caer sobre la cama. Se montó sobre él en un rápido movimiento y, con una agilidad que lo tomó por sorpresa, deslizó el antifaz sobre sus ojos. —Ahora el que no ve eres tú —susurró contra su oído, disfrutando de la forma en que su respiración se volvió más pesada bajo su toque. Pablo rió bajo, su voz ronca vibrando contra su piel. —Esto no era el plan. —Oh, amor, los planes están sobrevalorados. Y entonces, como si quisiera probar un punto, dejó que sus labios rozaran su cuello apenas un instante antes de alejarse, solo para escucharlo exhalar con frustración. —Marizza... —Dime —respondió ella con tono burlón, disfrutando de la ventaja. Pero su orgullo le duró poco. En un movimiento rápido, Pablo la atrapó entre sus brazos y la hizo rodar sobre la cama, quedando sobre ella en cuestión de segundos. —Tramposa —murmuró contra su piel, deslizando los labios por su clavícula. —¿Y qué esperabas? —replicó ella, aunque su voz tembló apenas un poco cuando sintió su aliento caliente contra su piel. —Esperaba que fueras buena. —Entonces todavía no me conoces. Pablo sonrió contra su cuello y, con la misma lentitud calculada que la volvía loca, tomó el antifaz de sus manos. —No pasa nada, nena. Yo puedo esperar. Pero cuando él se alejó de la cama, su cuerpo reaccionó antes que su orgullo. —Espera... Pablo se detuvo, observándola con esa intensidad que le hacía perder el aire. —¿Sí? Ella mordió su labio, debatiéndose entre su instinto de rebeldía y el deseo que vibraba en su piel. Y al final, con un suspiro resignado, le tendió el antifaz. —Hazlo. Los ojos de Pablo brillaron con un fuego inconfundible mientras tomaba el antifaz entre sus dedos y, con una suavidad que la desarmó, se lo colocó sobre los ojos. —Ahora sí —susurró contra sus labios—. Déjame hacerte sentir. La oscuridad la envolvió en cuanto Pablo ajustó el antifaz sobre sus ojos. Marizza sintió su respiración más profunda, más consciente de cada roce, de cada movimiento a su alrededor. —Perfecta —susurró él, con la voz grave y satisfecha, mientras la observaba. Ella tragó saliva, sintiendo un escalofrío recorrerle la piel. —¿Y ahora qué, galán? —desafió, intentando mantener su tono juguetón, aunque su corazón latía con fuerza. Pablo no respondió de inmediato. En su lugar, el colchón se hundió levemente cuando se movió, y entonces sintió sus dedos deslizándose con lentitud por sus muñecas, provocando un cosquilleo que la hizo estremecer. —Ahora —susurró cerca de su oído— quiero que confíes en mí. Marizza sintió algo suave y sedoso envolverle las muñecas. —¿Pablo...? —su tono era alerta, pero no del todo negado. —Shhh... —la calmó, rozando su nariz contra la suya, su aliento tibio acariciándole los labios—. Si no te gusta, me detienes. Ella debería haberse quejado. Debería haberse reído, burlado de su atrevimiento o dicho algo mordaz. Pero lo cierto era que su piel ardía, que su cuerpo vibraba de expectación y que, aunque le costara admitirlo, la idea de cederle el control la hacía temblar... de anticipación. Pablo ató sus muñecas con un lazo de tela, lo suficientemente suave para no hacer daño, pero lo bastante firme para que ella sintiera su dominio. —Vaya, parece que ya tenías todo planeado —soltó ella, con la voz apenas un susurro. Él rió bajo, y el sonido reverberó en su pecho. —¿Acaso te sorprende? —Nada de ti me sorprende ya. —¿Seguro? El tono burlón en su voz la hizo fruncir el ceño, pero antes de que pudiera replicar, sintió su aliento cálido descender por su cuello, dejando un rastro de cosquilleo en su piel. La privación de la vista hacía que todo se sintiera más intenso. Cada roce, cada susurro, cada mínima caricia parecía multiplicarse en su cuerpo, despertando un fuego que la consumía desde dentro. —Pablo... —su voz salió más baja de lo que esperaba. Él deslizó los labios hasta la curva de su clavícula, apenas rozándola. —¿Vas a comportarte o sigues con ganas de jugar? —su voz era un susurro grave que la hizo estremecer. Ella mordió su labio, negándose a ceder tan fácil. —Depende. ¿Qué tienes en mente? Pablo soltó una risa baja, esa que siempre le hacía perder el equilibrio. —Me gusta que seas una rebelde, nena. Pero esta vez... —su boca descendió de nuevo, dejando un camino de fuego en su piel—. Esta vez vas a dejarte llevar. Ella pudo imaginar la sonrisa satisfecha en su rostro sin necesidad de verlo. Ella se sobresaltó un poco cuando de repente sintió la mano cálida tocando su estomago, dándole unas caricias suaves en su piel desnuda. -Eres perfecta. De repente, sus labios estaban sobre ella, dejando que su lengua entrando en su boca, ambos gimieron mientras sus lenguas se saboreaban. Se besaron por algunos momentos más, hasta que se quedaron sin aire. Marizza quería agarrar su pelo, abrazarle, pero sus muñecas se lo impedían. Finalmente, Pablo se separó de su boca, antes de sentir la húmeda lengua deslizando por uno de sus pezones. Marizza gimió y arqueó la espalda, cuando Pablo se dedicó a lamer y chupar sus pezones sin piedad alguna. Marizza se retorcía de agonía de no poder tocar ni ver a su novio y esto hacía que la exitación fuera aún más fuerte. -Quiero tocarte. -Suspiró ella entre gemidos, mientras sentía que empezaba a estar muy humeda entre sus piernas. -Lo sé, -Respondió mientras se separó de su cuerpo y se arrodilló entre sus piernas. -Pero no se puede. Marizza se estremeció al sentir su voz proveniente de entre sus piernas y entonces, sin previo aviso, su boca encontró un punto sensible en su piel, haciéndola arquearse contra él. —Pablo... —su tono ya no era de queja. —Dime que pare —desafió él contra su piel. Marizza respiró hondo. Sabía que podía hacerlo. Sabía que si decía la palabra, él la soltaría sin dudarlo. Pero lo único que salió de sus labios fue un susurro casi inaudible —No pares. La lengua de Pablo rozó su clitoris y Pablo empezó a chuparla. Marizza se quedó allí jadeando, mientras sentía como su lengua se deslizaba de arriba a abajo en ella y volvió a su clitoris, provocando gemidos de los dos. -Abre más. Marizza gimió más amplio sus piernas antes de que él volviera a su lengua más profundamente en ella. Tiró del pañuelo en un intentó de quitarse el nudo, mientras seguía retorciéndose, solo quería llevar su mano a sus cabellos para aliviar la tensión. Él lamió, chupó, y pronto sintio como Marizza se estremeció, gimió y se retorció cuando se dio cuenta de que estaba en el borde. Pablo siguió lamiendo toda su excitación. -Vamos, Marizza. - Murmuró Pablo alrededor de su clitorís, sabiendo que estaba en limite. De pronto, Marizza sintió la tensión dentro de ella, todo su cuerpo se estremeció y las estrellas aparecieron detrás de sus ojos y su boca lanzó gritos que ni siquiera se dio cuenta que estaba haciendo. El sentimiento era tan fuerte que sintió un agotamiento repentino, pero apenas pasó un minutos antes de que volviera a sentir la boca de Pablo todavía ahí. -Pablo... - Dijo en señal de protesta, cuando su lengua volvió a lamer su toda su humedad. -Dame otra. -le ordenó con voz ronca mientras los ojos de Marizza se pusieron en blanco. Marizza dejó caer su cara contra la almohada cama cuando sintió un segundo clímax se apoderaba de su cuerpo mientras él seguía incesantemente lamiendo su clítoris. Ella gemía mientras se retorcia contra las sábanas y él siguió lamiendola hasta la última gota de su excitación. -Dios Pablo. -Dijo sin aliento, luchando por respirar. Ella necesitaba un momento de descanso, pero en apenas unos segundos sintió la punta de sus grandes dedos rozando los pliegues, él comenzó a acariciar con delicadeza su húmeda, mientras ella empezaba a hacer pequeños gemidos. Marizza sintió deslizar dos dedos dentro de ella, una sensación tremendamente placentera. -Pablo... no puedo... es demasiado... - Murmuró. Pablo empezó a deslizar sus dedos dentro y fuera, entrando y saliendo, mientras los retorcia en su interior. -Venite de nuevo para mi. -Susurró, con su voz plagada de deseo. - Vamos, mi amor. -Ordenó Pablo. Sus dedeos empezaron a moverse con facilidad, debido a los orgasmos anteriores, no tuvo piedad de nuevo, y sus dedos se movieron más y más rápido seguido de unos gemidos intensos de Marizza. En pocos minutos, ella se corrió de nuevo. Pablo gimió al sentir sus paredes apretarse muy fuertemente contra sus dedos, lleno de deseo y sabiendo que estaba al límite de correrse ahí, contra las sábanas, solo de ver a su novia disfrutar de ese forma. -Eres tan hermosa cada vez que te corres -Susurró mientras se deslizaba su cuerpo por encima del cuerpo de ella. -No sabes lo excitado que estoy ahora mismo. Marizza gimió cuando sus labios se encontraron los suyos y se besaron de forma salvaje. -Necesito estar dentro de vos, amor -Gimió él contra su boca. -Por favor, Pablo... - Marizza respondió. Pablo se separó un momento, y con las manos temblando, abrió un preservativo y se lo puso. Pablo colocó el cuerpo sobre ella, cuidando de no aplastarla. Marizza tragó saliva, y casi al instante lo sintió deslizarse dentro de ella. Dandose cuenta de cuanto había extrañado esto. -Dios mío, Marizza. -Se quejó él encima de ella, mientras empezaba a moverse dentro y fuera de ella con facilidad. Ambos gimieron al unisono, Pablo puso sus labios encima de los suyos al tiempo que él empezó a perder el control y aumentó las embestidas. Él llevó sus manos a sus pelo y le quitó el antifaz, necesitaba verle sus ojos. Él puso sus manos sobrela cama para sostenerse, y comenzó a usar todo el poder que tenía quegolpear dentro de ella. -Necesito tocarte - susurró Marizza. Concediéndole lo que quería, Pablo movió sus manos para deshacer el nudo de sus manos y rápidamente, Marizza llevó sus manos a su espalda. Marizza gemía con cada golpe de sus caderas, el sonido de sus cuerpos chocando. Marizza gritó de placer cuando Pablo clavo sus dedos en sus muslos y levantó las piernas en el aire, mientras se movió rápidamente. De repente, Pablo sintió las paredes de ella apretarse contra su miembro y Marizza gritó su nombre. -Joder, Marizza'. Pablo gemía, mientras seguía entrando y saliendo de ella con fuerza y vehemencia, y entonces apoyó su frente contra la suya, antes de sentir que su deshizo en uno de los orgasmos más potentes de toda su vida. Los brazos le fallaron y se dejó caer contra su cuerpo, abrazandola con fuerza y escondiendo su cara sudorosa en su cuello. Marizza suspiró y le dio un beso en el cuello, mientras acariciaba sus cabellos sudorosos y su aliento rozaba su cuello. ***** La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por el resplandor tenue de la luna que se filtraba por la ventana. La respiración de ambos aún estaba desacompasada, mezclándose con la brisa nocturna que entraba suavemente, refrescando la piel cálida de Marizza. Pablo estaba a su lado, con un brazo rodeándola, como si no quisiera soltarla ni un segundo. Su pecho subía y bajaba lentamente, y su piel aún tenía el rastro de su tacto. Ella se acurrucó más contra él, apoyando la mejilla en su pecho desnudo. Escuchar los latidos de su corazón la calmaba, la anclaba a ese instante. Pablo dibujaba círculos suaves en su espalda, y de vez en cuando dejaba un beso distraído en su cabello, como si no pudiera evitar tocarla, como si fuera una necesidad. —Estás sonriendo —murmuró con voz ronca. Marizza deslizó los dedos suavemente por su costado, trazando líneas invisibles en su piel. —¿Y si lo estoy? Pablo bajó la mirada y la atrapó con esos ojos oscuros llenos de ternura. —Eso me hace feliz. Ella dejó escapar una risa suave y levantó la vista para mirarlo de cerca. Su cabello estaba revuelto, sus labios levemente hinchados, y tenía esa expresión que pocas veces dejaba ver: la de un hombre completamente entregado, sin barreras, sin máscaras. —Eres un cursi —susurró con una sonrisa juguetona. Pablo le apartó un mechón de cabello de la cara, sus dedos recorriendo su mejilla con una suavidad infinita. —Soy lo que tú quieras que sea. Marizza sintió que el pecho se le apretaba con un calor dulce. No era solo lo que decía, sino cómo lo decía, con esa voz baja y honesta que la hacía sentir segura. Ella apoyó una mano sobre su corazón, sintiendo el latido firme bajo su piel. —A veces me da miedo cuánto te quiero. Pablo entrelazó sus dedos con los de ella, llevándolos hasta sus labios y dejando un beso en su palma. —No tienes que tener miedo. Estoy aquí. Y la manera en que lo dijo, tan simple y tan sincera, hizo que Marizza cerrara los ojos y se abrazara más fuerte a él. Se quedaron así, enredados entre las sábanas, sin prisa, en un silencio cómodo que lo decía todo. Pablo deslizaba sus dedos por su brazo, recorriéndola con la calma de alguien que quiere memorizar cada centímetro de su piel. —Ojalá pudiéramos quedarnos así siempre —susurró ella. Pablo sonrió contra su cabello. —Podemos intentarlo. Ella levantó la cabeza para mirarlo, con esa mezcla de ternura y picardía que solo ella tenía. —No creo que nos alcance la comida. Pablo se echó a reír, y el sonido fue tan genuino y cálido que hizo que Marizza también sonriera. —Entonces tendremos que salir de la cama en algún momento —bromeó él. —Tal vez —murmuró ella, acercándose más, dejando un beso perezoso en su clavícula—. Pero no todavía. Pablo la abrazó con más fuerza y cerró los ojos, disfrutando del momento, del calor de su cuerpo, del latido acompasado que le aseguraba que estaban juntos. Y en ese instante, sin decirlo en voz alta, ambos supieron que no necesitaban nada más. Ambos cayeron en un sueño profundo. ******* La habitación aún retenía el calor de la noche anterior, como si se negara a dejar ir lo que había ocurrido entre ellos. La luz del sol se filtraba entre las cortinas con suavidad, iluminando la piel desnuda de Marizza mientras se removía entre las sábanas, enredada en el cuerpo de Pablo. Él dormía con el brazo alrededor de su cintura, aferrándola inconscientemente, como si incluso en sueños temiera que se esfumara. Sonrió al sentir su respiración cálida y acompasada contra su cuello, el vaivén rítmico de su pecho contra su espalda. No quería moverse, no quería romper la burbuja perfecta en la que estaban envueltos. Pero su estómago tenía otros planes y comenzó a protestar en voz baja. Con un suspiro resignado, se giró lentamente hasta quedar frente a él. Pablo aún tenía los ojos cerrados, su rostro relajado, en paz. Se veía tan hermoso así, vulnerable. Sin poder resistirse, levantó la mano y con la punta de los dedos comenzó a trazar pequeñas líneas en su rostro, desde su frente hasta la línea de su mandíbula. Su piel estaba cálida, ligeramente áspera por la incipiente barba que había crecido durante la noche. —Te estás aprovechando porque estoy dormido, ¿no? —murmuró él de repente, sin abrir los ojos. Ella reprimió una risa. —No sé de qué hablas... Pablo entreabrió un ojo y la miró con diversión. —Claro que lo sabes. Antes de que pudiera replicar, él la rodeó con el brazo y tiró de ella hasta atraparla debajo de su cuerpo. Marizza soltó un grito ahogado entre risas al quedar aprisionada entre su pecho y el colchón. —¡Pablo! —Dijiste que no sabías de qué hablaba. Creo que voy a tener que enseñarte... Su voz ronca y su sonrisa traviesa le enviaron un escalofrío delicioso por la espalda. Sus labios apenas rozaron los de ella, jugando con su paciencia, cuando un sonido en la puerta los interrumpió. —El desayuno —murmuró Marizza, aún riendo. Pablo suspiró dramáticamente y dejó caer la cabeza en su cuello. —Y justo cuando me ponía creativo... hasta acá nos tienen que interrumpir. Ella le revolvió el cabello con cariño antes de empujarlo suavemente. —Anda, ve a abrir antes de que se lo lleven. Él se levantó a regañadientes, poniéndose solo los pantalones del pijama antes de ir a la puerta. Marizza se envolvió en la sábana y se incorporó en la cama, observándolo con una sonrisa mientras recibía la bandeja. Cuando Pablo la dejó sobre la mesa, sus ojos brillaban con emoción. —Tenemos café, jugo de naranja, croissants, frutas y... ¡mantequilla y mermelada! Marizza no respondió de inmediato. En su lugar, se quedó apoyada en la cama, observándolo con detenimiento. Sus ojos recorrieron la manera en que su cabello revuelto caía despreocupadamente sobre su frente, y la forma en que se mordía el labio inferior sin darse cuenta mientras inspeccionaba la comida. Pablo, aún ocupado, levantó la vista justo en el instante en que la atrapó devorándolo con la mirada. —Si sigues mirándome así, voy a pensar que quieres repetir la noche —dijo Pablo con picardía, caminando hasta la mesa y robándole un croissant de su plato. —No estaría mal, mientras me toque a mí tener el control... —respondió Marizza con una sonrisa traviesa—. Pero primero, comida. El desayuno transcurrió entre risas y juegos. Pablo untó mermelada en la punta de su dedo y lo acercó a los labios de Marizza, obligándola a lamerlo entre carcajadas. Ella, en venganza, le manchó la nariz con un poco de crema del café y estalló en risas cuando él intentó atraparla. —Eres una niña —se quejó él, limpiándose la nariz. —Y a ti te encanta —respondió ella con una mirada coqueta. Pablo no pudo discutirlo. Solo la miró, con ese brillo especial en los ojos que tenía cada vez que ella hacía algo que le derretía el corazón. Después de un rato, Marizza se estiró en la silla y suspiró con satisfacción. —Este ha sido el mejor desayuno en mucho tiempo. —Porque me tienes a mí —respondió Pablo con arrogancia juguetona. —No, porque la comida está increíble —bromeó ella, haciéndolo reír. Pablo se levantó para ir al baño, dejando la habitación en un silencio cómodo. Marizza se quedó jugueteando con su taza de café, dejando que el aroma la envolviera. Entonces, se acordó de su celular, desde que habian llegado ahí, no lo había visto de vuelta. Con pereza, Marizza se estiró para alcanzar su celular, que había quedado olvidado en la mesa de noche desde que llegaron. Al principio, no tenía ganas de mirar las notificaciones, pero la curiosidad pudo más. Lo desbloqueó, y al instante frunció el ceño al ver la cantidad de mensajes acumulados. La mayoría eran de su madre. Sonia:Marizza, ¿se puede saber dónde estás?No me contestes con evasivas. Quiero una respuesta ya.Marizza, no me hagas ir a buscarte. No es un juego.Si en una hora no me contestas, voy a llamar a la policía. Marizza bufó, pasando los mensajes rápidamente. Sabía que su madre se enfadaría por escaparse, pero no esperaba que llegara al extremo de amenazar con llamar a la policía. En un suspiro, negó con la cabeza y bloqueó el teléfono otra vez, dejándolo sobre la mesa como si de esa forma pudiera evitar la situación. Las palabras de su madre aún flotaban en el aire, pero Marizza decidió que no iba a permitir que eso arruinara el momento. Ya resolvería el lío cuando regresara, porque ahora no iba a dejar que nada interfiriera en lo que había sido uno de los fines de semana más liberadores que había vivido. En ese preciso momento, Pablo salió del baño, secándose el cabello con una toalla, y la miró con algo de preocupación. Su rostro reflejaba una preocupación que Marizza sabía que no podía ignorar, pero no quería complicar las cosas. —Todo bien? —preguntó Pablo, con la voz aún algo apagada por la humedad de la toalla. Marizza sonrió rápidamente, queriendo suavizar el ambiente. —Sí, todo bien —mintió, y aunque lo dijo con confianza, sabía que Pablo podía ver más allá de su fachada. Él la miró por un momento, sin convencerse del todo, pero no insistió. En lugar de eso, se acercó y la atrajo hacia él, besándola en la frente con suavidad. Marizza se quedó allí, abrazada a él, disfrutando de la calidez de su cuerpo y la tranquilidad de la habitación. La presencia de Pablo, como siempre, la hacía sentirse completa. Pero a pesar de su deseo de quedarse en ese pequeño universo, las responsabilidades afuera seguían llamando. **** El fin de semana pasó en un parpadeo. Tigre había sido un escape, un sueño. Los dos apenas salieron de la habitación, salvo para ir a buscar comida o dar paseos cortos junto al río, disfrutando de la quietud y el aire fresco. La mayor parte del tiempo la pasaron entrelazados entre las sábanas, en una burbuja de deseo, de sonrisas cómplices y miradas llenas de promesas. No necesitaban nada más, solo estar juntos, como si el resto del mundo no existiera. Cada mirada de Pablo era un fuego que la consumía, cada caricia una promesa que se cumplía sin prisa. Hicieron el amor tantas veces que perdieron la cuenta, explorándose con calma, sin urgencia, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Se sentían tan conectados, tan en sincronía, que no había espacio para nada más. Solo para ellos. Pero el mundo real, inevitablemente, esperaba. El domingo por la tarde, cuando comenzaron a recoger sus cosas, la sensación de que la magia se disipaba se volvió casi tangible. Las maletas ya estaban casi listas, pero el peso de la despedida estaba por encima de cualquier otra cosa. —No quiero volver —murmuró Marizza, abrazando a Pablo por la espalda mientras él guardaba su camisa en la maleta. Pablo sonrió, sin apartar la mirada de su tarea. Se giró lentamente para besarla en la mejilla, como si quisiese prolongar el momento. —Podemos quedarnos y vivir aquí, cazando peces y sobreviviendo de amor y aire —dijo con una sonrisa traviesa, con una chispa de locura en los ojos. Marizza rió suavemente, apretándose más contra él, disfrutando del calor de su abrazo. —Me encanta la idea, pero dudo que mi vieja o la tuya estén de acuerdo —bromeó, y por un segundo, se permitió fantasear con esa posibilidad absurda de seguir allí, lejos de todo. Pablo rió también, pero luego su tono cambió, y le susurró al oído, como si la idea empezara a rondar en su mente. —Quizá... en unos meses podríamos hacerlo. Podriamos vivir juntos, al acabar la secundaria. Si nos aceptan en la universidad de Nueva York, podríamos irnos a vivir allá. Sería algo... interesante, ¿no? —su voz sonó pensativa, aunque con un dejo de duda. Pablo le miró con duda, ese era el sueño de Marizza pero no el suyo. —Es un gran cambio... —respondió, frunciendo el ceño mientras pensaba en las implicaciones. Aunque su mirada mostraba una chispa de interés, la incertidumbre estaba allí. —No sé, suena bien, pero... no es algo fácil, Marizza. Marizza lo miró fijamente, dándole espacio para que procesara sus pensamientos. Sonrió suavemente. —Sí, ya sé. Solo lo digo porque es algo que quiero, y me gustaría que lo pensáramos juntos. No tienes que decidir ahora, pero... lo dejo ahí, como posibilidad. Pablo asintió lentamente, sin muchas palabras, pero con la mente claramente ocupada en lo que acababa de decir. —Es una posibilidad... —dijo, más para sí mismo que para ella, mientras su mente comenzaba a barajar el futuro. Marizza lo miró, sus ojos brillando con esa mezcla de esperanza y ternura que siempre la caracterizaba. No esperaba una respuesta definitiva, solo que él estuviera dispuesto a pensar en ello, a considerar que quizás, en algún punto, su futuro podía alinearse con el suyo. Sonrió, con ese toque de confianza que siempre la hacía ver un poco más segura de lo que realmente sentía. —Sí, lo es. —Dijo suavemente, y, sin poder resistir más, se acercó y lo besó, un beso lleno de promesas. Cuando se separaron, ambos se miraron por un instante, disfrutando de la paz que solo ellos dos podían compartir en esos silencios entre palabras. —Bueno... —Marizza susurró, tomándole la mano. —Vamos. Pablo asintió, sonriendo, y aunque no tenía todas las respuestas, sabía que quería pasar el resto de ese día con ella, sin preocuparse por nada más. Con las maletas ya listas, salieron juntos de la habitación, dejando atrás el refugio en el que por un momento habían encontrado algo más que solo amor, algo más profundo y sincero. *****   Guido no tenía idea de qué hacía exactamente en Tigre. Jimena le había convencido de acompañarla sin darle demasiados detalles y, aunque al principio no le dio importancia, ahora que estaban allí, empezaba a notar cosas que no le cuadraban. El sitio era tranquilo, con el río reflejando los primeros rayos de sol, y a lo lejos, vio a una pareja paseando por el muelle. Al principio no reconoció quiénes eran, pero cuando Pablo tomó la mano de Marizza y ella rió con complicidad, todo encajó de golpe. Guido entrecerró los ojos y se giró hacia Jimena, que no dejaba de observarlos con una expresión que le puso los pelos de punta. —Pará... ¿esto era lo que querías ver? ¿Desde cuándo sabías que estaban acá? Jimena apenas parpadeó. —Hace poco. Me enteré por casualidad. Guido frunció el ceño. Algo en su tono no le convenció del todo. —¿Y vinimos hasta acá solo para verlos? ¿Por qué tanto interés? Jimena suspiró y le dedicó una sonrisa casi condescendiente. —No es interés, Guido. Es curiosidad. Si vos me contaste todo lo que pasó entre ellos, lo lógico es preguntarse cómo pueden estar así de bien después de todo. Guido negó con la cabeza. —Porque se quieren. Ya está. —¿Después de todo? —Jimena alzó una ceja—. Vos mismo dijiste que Marizza lo manipulaba, que nunca lo apoyó cuando lo de Sergio, y miralos ahora... como si nada hubiera pasado. Guido se la quedó mirando, cada vez más inquieto. —¿Por qué estamos acá, Jimena? —preguntó, más serio esta vez—. ¿Para qué? Jimena desvió la vista un segundo, como si dudara en responder, y luego suspiró con aire de fastidio. —No sé, Guido... supongo que necesitaba verlo con mis propios ojos. —¿El qué? —Que Pablo siempre vuelve con ella. No importa lo que haga, ella siempre lo tiene ahí, y él ni siquiera se da cuenta. Guido frunció el ceño. —Porque se quieren. ¿Qué tiene de raro? Jimena dejó escapar una risa corta, sin humor. —Nada. O todo. No sé... tal vez solo me cuesta creer que después de todo sigan igual. Guido no respondió enseguida. Algo en la forma en que lo dijo, en su insistencia en que Marizza "no lo valoraba", le provocó un mal presentimiento. —Mirá, no sé qué buscás con esto —dijo al fin, con una ceja alzada—, pero me parece que estás demasiado pendiente de algo que ni te va ni te viene. Jimena entrecerró los ojos, como si le dolieran sus palabras. —¿Eso es lo que pensás? —murmuró, con un deje de indignación y tristeza en su voz—. ¿Que no me va ni me viene? Guido se encogió de hombros. —Y... sí. O sea, Pablo y Marizza hacen lo que quieren. No entiendo por qué te importa tanto. Jimena negó con la cabeza, dejando escapar una risa amarga. —Porque Pablo era mi amigo. Guido arqueó una ceja, incrédulo. —¿Tu amigo? Jimena asintió con firmeza. —Sí. Pero claro, nadie lo ve porque todos compran la historia de Marizza. Pero yo estuve ahí, Guido. Cuando lo de los cuernos, cuando Pablo estaba hecho mierda, yo fui la única que intentó ayudarlo. Guido la miró con escepticismo. —¿Ayudarlo cómo? Jimena suspiró con frustración. —Haciéndole ver lo que Marizza le hacía. Vos mismo dijiste que ella lo manipulaba, que lo deja y lo agarra cuando quiere... Guido apretó la mandíbula. Sí, había dicho cosas en caliente, pero... —No es tan simple —murmuró. —Sí lo es —insistió Jimena—. Pero nadie lo quiere ver. Y por eso Pablo y yo nunca pudimos ser amigos de verdad. Porque ella no lo permitió. Guido apartó la mirada, incómodo. Él también había sido amigo de Pablo. Ahora estaban peleados, y en parte, sí, Marizza estaba en medio. Pero... —Es cierto que Marizza nos ha separado, pero aun así... Jimena le puso una mano en el brazo, como si entendiera su dolor. —¿Ves? Yo sé lo que se siente, Guido. A mí me pasó lo mismo. Antes Pablo confiaba en mí. Ahora... ahora ya ni me mira. ¿Y por qué? Por Marizza. Guido sintió una punzada algo de duda. ¿Desde cuándo Pablo y Jimena habían sido amigos? —No sé, Jimena... —Pero bueno, olvidalo —lo interrumpió ella, con un suspiro resignado—. No espero que vos lo entiendas tampoco. Se giró, como si diera por terminada la conversación. Guido la observó en silencio, con un nudo en el estómago. Algo en todo esto no encajaba. Y no podía evitar la sensación de que Jimena estaba moviendo piezas que él aún no lograba ver. Estaba empezando a preocupar por Pablo.
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)