ID de la obra: 911

Marizza & Pablo - Tercera temporada (Pablizza)

Het
NC-17
Finalizada
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
505 páginas, 191.839 palabras, 31 capítulos
Descripción:
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Capítulo 21

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Marizza dejó caer la mochila junto a la puerta, suspirando con alivio. Pablo entró detrás de ella, cerrando con suavidad. La casa estaba en silencio, apenas iluminada por los últimos rayos de sol que se filtraban por las ventanas con vistas a Buenos Aires. Mora no estaba, y esa calma les pareció un regalo. Se miraron un segundo, sin decir nada, y luego, como si lo hubieran ensayado, caminaron hacia el sofá y se dejaron caer al mismo tiempo, entre risas cómplices. Pablo se tumbó de lado y Marizza se acurrucó sobre él, con las piernas enredadas y la cabeza apoyada en su pecho. —¿Tuviste muchos problemas con Sonia? —preguntó Pablo, mientras le acariciaba lentamente la espalda, con los dedos distraídos, como si intentara memorizarla. —No sabés cómo se puso —dijo Marizza, alzando los ojos al techo—. Apenas crucé la puerta ya estaba con los brazos cruzados, esa mirada de "estoy decepcionada de vos" y ese tono... ugh. Me sentí como si fuera una nena otra vez. Pablo sonrió, besándole la frente. —¿Y qué te dijo? —De todo. Que soy una irresponsable, que me fui sin avisar, que cómo se me ocurre escaparme con mi novio —repitió con ironía—. Ah, y por supuesto, me lanzó su frase estrella: "no es por controlarte, es por cuidarte". —Claro —murmuró él, con una sonrisa torcida—. Y seguro que no se lo tomó tan mal cuando se enteró que fui yo el que planeó todo. —Ni le dije —se rió ella—. No quería que te clavara con la mirada esa de "yo a vos ya te tenía calado". Igual creo que solo se calmó porque Luján le dijo que estaba conmigo todo el tiempo. Sino, no sé si salía viva. —Me sorprende que con lo liberal que es... se ponga así. Marizza hizo una pausa. Se quedó mirando un punto en el techo, pensativa. —Ese es el tema. Mi vieja es liberal con todo el mundo. Defiende causas, habla de libertad, de romper reglas, de ser una misma... pero cuando se trata de mí, a veces parece otra. Como si... no pudiera soltarme del todo. Como si tuviera miedo. —¿Miedo de qué? —No sé. A veces pienso que tiene miedo de perderme. O de que me equivoque, o de que repita errores suyos. Como si proyectara cosas en mí que ni siquiera entiendo. Y me termina controlando sin querer. O queriendo. Pablo le acarició el cabello con delicadeza, bajando la voz. —Tal vez te quiere tanto que no sabe cómo no meterse. Yo la entiendo un poco. Porque a veces a mí también me da miedo que algo te pase. Pero no por eso voy a encerrarte. Marizza levantó la mirada, buscando sus ojos. Había algo vulnerable en su expresión, como si esas palabras la hubieran tocado más de lo que esperaba. —Gracias por no intentar cambiarme nunca. —¿Estás loca? Si te cambiara, dejarías de ser vos. Y yo... yo me enamoré justo de eso. De que sos intensa, impredecible, medio salvaje y profundamente buena. Ella lo besó. Un beso lento, de esos que no necesitan explicación. Después apoyó otra vez la cabeza en su pecho. —¿Y Mora? ¿Se enojó? Pablo negó suavemente, acariciándole la espalda. —No. Me miró como si ya supiera todo. Me preguntó si estaba bien... y después me abrazó. Así, sin más. Ayer me dijo que entendía por qué nos fuimos así. Pero también me dijo que la próxima no podía enterarse por un mensaje. Marizza sonrió con ternura. —Tu mamá es todo lo que está bien. —Y la tuya también. Aunque a veces no sepa cómo mostrarlo. Ella asintió despacio, con un suspiro. Marizza levantó la vista y lo miró en silencio. Se inclinó y lo besó con suavidad. Un beso lento, sin prisa. De esos que no buscan impresionar ni marcar territorio, sino solo decir "estoy acá, con vos". Se quedaron abrazados en silencio unos segundos. —¿Podemos quedarnos así un rato? —murmuró ella contra su cuello. —Todo el tiempo que quieras —respondió Pablo, apretándola un poco más contra su cuerpo. Y así se quedaron, hasta que Mora apareció por la puerta y se despidieron antes de que Marizza se fuera a su casa. ******* La carpeta le temblaba entre los dedos mientras cruzaba la cafetería. Marizza iba decidida, pero por dentro sentía que flotaba entre el miedo y la euforia. Cada paso la alejaba un poco más de la niña que había sido, de las dudas, del "¿y si no soy suficiente?". La carpeta roja la quemaba por dentro, pero también la llenaba de luz. Era su pasaporte a otro mundo. Se acercó a la mesa donde estaban Luján y Laura. Ni siquiera esperó a sentarse. —Lo hice —anunció, casi sin respirar—. Me voy a presentar a la universidad de arte en Nueva York. Laura dejó de masticar el trozo de galleta que tenía en la boca y se quedó con los ojos clavados en ella. —¿De verdad? Luján, en cambio, se levantó de inmediato y la abrazó fuerte, con los ojos brillando de emoción. —¡No lo puedo creer! —susurró—. Estoy tan orgullosa de vos, Marizzita... Pero en el instante en que se separaron, algo en su expresión cambió. Una sombra, casi imperceptible, cruzó su mirada. Luján sonrió, sí, pero sus ojos estaban vidriosos. Marizza lo notó. Y le apretó la mano bajo la mesa. —No llores —le dijo en voz baja, medio en broma, medio conteniendo la suya. —No lloro. Me entró... una basurita —replicó ella, bajando la mirada. Mientras tanto, en la otra punta de la cafetería, Pablo estaba sentado junto a Tomás. Tenía la cabeza gacha y una mano en el cuello. —Mi vieja tiene que presentar nuevas pruebas contra Sergio —dijo de pronto—. Tomás dejó el vaso en la mesa, con cuidado. —¿Y lo va a hacer? Pablo asintió sin mirar. —Sí. Son pruebas para demostrar que él no solo fue corrupto. Que fue violento. Manipulador. Que... que es peligroso. Que no debe salir de la cárcel. Su voz se quebró un segundo. Tragó saliva. —Durante años pensé que yo estaba loco. Que exageraba. Que lo que vivía en mi casa era normal. Pero ahora... con lo que mi vieja está mostrando... todo cobra sentido. No soy yo. Es él. Tomás lo miró en silencio. No supo qué decir. Había estado con Pablo en los peores momentos, pero nunca lo había visto tan roto. Tan vulnerable. —Y si sale todo a la luz... va a ser como volver a vivirlo —añadió Pablo, bajando aún más la voz—. Cada golpe. Cada palabra. Cada vez que me hizo sentir que no valía nada. Todo eso va a estar en un expediente. En una sala. Con gente mirando. —Pero también vas a tener justicia. —¿Y si no? ¿Y si vuelve a salir libre? ¿Y si lo destruyo y después no queda nada? Tomás iba a responder, pero entonces se dio cuenta de que Guido, sentado con Jimena, los observaba desde su mesa. Frunció el ceño. —Guido nos está mirando raro. Pablo ni se giró. —Que mire lo que quiera —dijo, agotado—. Hoy no tengo energía para nada más. En ese instante, el timbre sonó. Todos comenzaron a recoger sus cosas, pero Pablo se levantó despacio. Sus ojos buscaron automáticamente a Marizza. La vio a lo lejos, con la carpeta aún en la mano y el rostro iluminado. Su corazón dio un vuelco. Se acercó a ella, la rodeó con los brazos y le dio un beso en los labios, lento, profundo. ******* El banco del patio estaba medio mojado, pero a ninguno de los dos le importó. Se sentaron igual. El cielo estaba encapotado y el aire tenía ese olor a tormenta cercana. Pablo hundió las manos en los bolsillos mientras Marizza sacaba los papeles. —Me animé —dijo, mirándolo de reojo—. Y pensé que tal vez... esto también te interese. Le tendió un pequeño fajo de papeles impresos. Pablo los tomó con cuidado, como si temiera que le explotaran en las manos. —¿Qué es? —La misma universidad. Tienen una carrera de música. De composición. Es buenísima. Te juro que cuando la vi pensé en vos. Pablo bajó la mirada y hojeó una de las hojas. Palabras en inglés, programas, clases de armonía, producción. Le sonaba a otro mundo. Uno donde tal vez su historia no importaba. Donde podría empezar de nuevo. —Sos bueno, Pablo. Muy bueno. Y estaría bueno irnos los dos, ¿no? —dijo ella, con una sonrisa temblorosa—. Vos componés. Yo canto. Lejos de todo este quilombo. Pablo cerró los ojos un segundo. Imaginó una ciudad llena de luces, lejos de la sombra de su padre, del juicio, del apellido Bustamante. Pero también sintió vértigo. No por irse. Sino por no saber quién sería sin esa sombra. ¿Podía construirse solo con lo que le gustaba? ¿Era suficiente? Miró los papeles otra vez. No sabía qué hacer con ellos. Le ardían entre los dedos. —Lo voy a pensar —murmuró, sin atreverse a mirarla del todo. Marizza asintió, intentando que no se le notara la decepción. Pero la notó. En su estómago. En su pecho. Pablo le acarició la mano. No tenía palabras para explicarle que no podía pensar en un futuro sin antes sobrevivir al pasado. Que aún tenía heridas abiertas. Que el miedo a ser libre era casi tan grande como el miedo a quedarse atrapado. Se quedaron en silencio. Marizza apoyó la cabeza en su hombro. Marizza le apretó la mano, y luego, con un tono más serio, bajó un poco la voz. —¿Y vos? ¿Cómo vas con lo de tu viejo? Pablo tragó saliva. Miró al frente. Su expresión cambió, como si se le cerrara el pecho de golpe. —Mi vieja va a entregar unas pruebas nuevas. Todo se puede repetir. El juicio, los testigos, los recuerdos. Todo. —¿Qué pruebas? —Cosas que encontró en casa. Cartas. Grabaciones. Documentos que él falsificó. Y un informe psicológico de cuando era chico. Vos no sabés... lo que era vivir con él, Marizza. Lo que nos hizo a los dos. —Sí, algo me imagino que debia ser —dijo ella con suavidad, acariciándole la rodilla—. Y no tenés que volver a pasar por eso solo. Él bajó la cabeza. Por un segundo, el aire se hizo espeso. —A veces siento que, aunque lo metan preso de por vida, igual lo tengo adentro. Como si me hubiera dejado una marca que no se va. —Pero se va —susurró ella—. No ahora, no rápido. Pero con el tiempo... se va borrando. Pablo levantó la mirada. La vio ahí, tan cerca, tan llena de luz, y sintió que si daba un paso más hacia ella, todo podía cambiar. Pero también sintió miedo. Miedo de arrastrarla con él, hacia esa oscuridad que aún no sabía cómo soltar. Volvió a mirar los papeles que tenía sobre las piernas. —¿Y si me rechazan? ¿Y si no sirvo para eso? —Servis para esto, sos bueno Pablo, y si te rechazan, entonces lo intentás en otro lado —dijo Marizza, con firmeza—. Pero no vas a quedarte sin hacer nada o hacer algo que tu papá queria. Vos sos más que el hijo de Sergio Bustamante. Vos sos vos. Y eso es mucho. Él no respondió. Solo la miró. Con esa mezcla de amor, gratitud y pánico que le llenaba el pecho cada vez que ella decía su nombre como si no fuera una herida. ****** La clase de matemáticas era un castigo eterno. El reloj avanzaba con crueldad, como si cada segundo se estirara a propósito solo para molestarlo. Pablo estaba sentado en el fondo, con el libro abierto frente a él, la vista clavada en una ecuación que no había intentado resolver. Jugaba con la esquina de la hoja sin pensar, hasta que notó algo extraño. Al pasar la mano por la contraportada, sus dedos rozaron un borde. Algo que no pertenecía al libro. Un sobre. Pequeño, blanco, liso. Sin remitente.Sintió una punzada en el estómago antes incluso de abrirlo. Lo deslizó con cuidado entre las páginas, como si presintiera que lo que había dentro podía cambiarlo todo. Nadie miraba. El profesor seguía de espaldas, resolviendo un ejercicio con su eterna voz monótona. Tomás dormía a su lado. La mayoría de los alumnos estaban más interesados en garabatear en los márgenes que en prestar atención. Pablo abrió el sobre y sacó dos fotos. La primera era de Marizza: caminando por una calle empedrada, sola, con su mochila colgada al hombro y el celular en la mano. Su expresión era tranquila, como si fuera un día cualquiera. La segunda, de Mora, en la puerta de una cafetería, mirando hacia los costados antes de cruzar. Pero había algo en la forma en la que estaba tomada la foto... una sensación de vigilancia. De acecho. No eran fotos robadas por un fan ni imágenes casuales. Eran una advertencia. Las manos de Pablo comenzaron a temblar mientras leía el papel doblado que venía con ellas. Un mensaje impreso, sin firma: "Si no hacés lo que te pido, las cosas van a cambiar para ellas... y para vos también. Si se lo decís a alguien, a Marizza, Mora o la policia también lo pagarás." Sintió que la garganta se le cerraba. Era él. Tenía que ser Sergio. Nadie más querría dañar a Marizza y a Mora para llegar a él. Nadie más tenía ese nivel de perversidad. Su padre, desde la cárcel, seguía manipulando los hilos como si nada. Y ahora lo estaba usando a él como moneda de cambio. Las náuseas le subieron por la garganta, pero respiró hondo. Cerró los ojos por un segundo. Se obligó a guardar las fotos y el mensaje de nuevo en el sobre, lo más discretamente posible. Luego lo volvió a esconder entre las páginas del libro de matemáticas, como si pudiera enterrar el miedo con eso. Alzó la vista, intentando aferrarse a algo real. Algo que le recordara que todavía había cosas buenas. Y la vio. Marizza estaba una fila más adelante, con Luján. Se pasaban papelitos, jugando a adivinar canciones o inventar nombres ridículos para los profes, como solían hacer cuando la clase se volvía insoportable. Luján trataba de contener la risa, y Marizza tapaba la suya con la mano, los ojos brillantes de picardía. Entonces, como si sintiera que él la miraba, Marizza giró la cabeza. Y le sonrió. Una sonrisa sincera, de esas que nacen sin esfuerzo.Esa sonrisa suya que siempre parecía decirle "todo va a estar bien", aunque el mundo estuviera al revés. Pablo sintió un nudo en el pecho. Porque esa sonrisa todavía no sabía lo que él acababa de ver. No sabía que alguien, desde las sombras, les estaba apuntando. Y en ese momento, lo supo. No iba a decirle nada.No todavía. No podía exponerla. No podía ponerla en peligro.Ni a ella... ni a su madre. Aunque tuviera que mentirle.Aunque ella lo odiara por eso. Aunque eso significara volver a convertirse en lo que había jurado dejar atrás: el hijo de Sergio Bustamante.Pero esta vez... lo haría para protegerlas. ******* Pablo caminaba junto a Tomás por los pasillos del colegio, pero en su cabeza solo había espacio para una cosa: la amenaza que había recibido esa mañana. Todo lo demás parecía difuminarse a su alrededor, como si el mundo siguiera girando sin él, sin importar el torbellino que llevaba dentro. Tomás hablaba sin parar, como siempre, pero Pablo apenas lo escuchaba. Las palabras de su amigo le llegaban como un murmullo lejano. Era una amenaza directa. Fría. Inesperada. Y lo peor de todo: venía de Sergio. A pesar de estar entre rejas, su padre seguía siendo una sombra constante en su vida. La foto de Marizza y Mora. Las palabras escritas con tanta precisión. Eso solo podía haber salido de su cabeza retorcida. Y ahora Pablo estaba atrapado. No podía contarle a Marizza lo que estaba pasando. No podía ponerla en peligro. Tomás lo miró con una ceja levantada, algo confundido por la falta de reacción. Finalmente se despidió, mencionando que tenía que ir con Pilar a algún sitio, pero Pablo ni siquiera alcanzó a procesar adónde. Fue entonces cuando la vio. Marizza apareció al fondo del pasillo, riendo con Luján. Su sonrisa iluminaba todo, como siempre. Pero en cuanto ella lo miró, algo dentro de él se encogió. Ella seguía siendo luz, y él solo sentía oscuridad. Marizza se despidió de Luján y caminó hacia él. En cuanto se acercó, notó la distancia. No era física, era otra cosa. Algo invisible que la inquietó. —¿Estás bien? —preguntó con dulzura. Pero sus ojos buscaban una respuesta más allá de las palabras. Pablo desvió la mirada al suelo. Quería abrazarla, decirle que todo iba a estar bien, pero sabía que mentiría si lo hacía. Y ella merecía algo más que mentiras. —Sí. Solo... estoy algo cansado. Lo del nuevo juicio a mi viejo me tiene un poco bajoneado. Pero estoy bien. Ella frunció el ceño. Lo conocía demasiado bien. —¿De verdad? ¿Seguro? Pablo sintió cómo su cuerpo se tensaba. Marizza no iba a soltar el tema. —Pablo, no me mientas —dijo, más bajo, acercándose—. Sé que hay algo que no me estás diciendo. ¿Qué pasa? Él intentó evitar sus ojos, pero los de ella lo encontraron. Y por un segundo, la tristeza le ganó la batalla y se dejó ver. —Nada, Marizza... dejá de insistir —susurró, apenas audible. La respuesta la dejó helada. ¿Nada? ¿Así de simple? Marizza se acercó un poco más, tocando su brazo con suavidad, como si quisiera traerlo de vuelta. —Pablo... ¿qué me estás ocultando? Y entonces, él dio un paso atrás. Como si el contacto le quemara. Como si necesitara construir una muralla entre ellos. —Basta, Marizza. No seas densa —soltó sin mirarla, con una frialdad que hacia mucho tiempo que no escuchaba de su boca. Y antes de que ella pudiera decir algo más, ya se había dado la vuelta. Marizza se quedó quieta, descolocada. Todo en ella gritaba que él le estaba escondiendo algo. Algo grande. Y por primera vez, sintió que entre ellos se había abierto una grieta. Fue entonces cuando un chico de segundo año se acercó a Pablo. Marizza, aún desde la distancia, lo vio. El chico le entregó un sobre y se fue sin decir palabra. Pablo lo tomó con rapidez, lo guardó en su mochila sin siquiera mirarlo y siguió caminando. Ella no entendía nada. Pero lo sentía: algo estaba mal. Algo grave. Mientras lo veía alejarse, su corazón se aceleró. Quiso seguirlo, averiguar qué contenía ese sobre. Pero en un abrir y cerrar de ojos, Pablo desapareció y cuando fue al aula, él no estaba. Y con él, la sensación de que algo importante estaba por suceder. *******   La casa estaba en calma. Era una de esas tardes engañosamente tranquilas, en las que todo parece en orden, pero por dentro algo no cuadra. El sol caía despacio por la ventana del salón, tiñendo la madera del suelo de un color cálido. Marizza estaba tirada en el sofá, con las piernas cruzadas y una almohada apoyada en el regazo. Tenía la mirada fija en el móvil, pero no escribía. Lo encendía, lo apagaba, lo desbloqueaba. Nada. Manuel estaba sentado en el suelo, con los apuntes desparramados frente a él, y Mía tenía un cuaderno abierto sobre las rodillas, escribiendo algo de mala gana. Cada tanto, los dos levantaban la vista hacia Marizza, pero no decían nada. Hasta que Manuel rompió el silencio: —Estás muy callada, che —dijo, sin dejar de garabatear en el margen de la hoja—. ¿Pasó algo? —Pablo —respondió ella casi en un suspiro, como si el nombre se hubiera estado esperando en su lengua desde hacía horas—. Está raro. Muy raro. Mía dejó el bolígrafo sobre el cuaderno, girándose hacia ella con el ceño fruncido. —¿No será lo de siempre? Digo, Pablo siempre fue medio... raro. A su manera. —No, Mía. Esta vez es distinto —interrumpió Marizza, negando con la cabeza—. Hoy... me esquivó cuando lo quise abrazar. Y antes... estaba raro. Y después, cuando le pregunte sobre si le pasaba algo, me soltó un "no seas densa" y se fue. Manuel frunció el ceño. —¿Discutieron? —No. No fue una pelea. Fue como si... no quisiera que me acercara. Como si estuviera evitando que lo tocara siquiera. Mía se incorporó un poco, más atenta. —¿Y no pensás que puede estar relacionado con lo del padre? Lo del juicio... capaz le pesa todo eso. Marizza bajó la vista al móvil, que aún tenía en las manos. —Hay algo más. Lo siento. Hoy, justo antes de que se fuera, un pibe de segundo año se le acercó y le dio un sobre. Fue rarísimo. Pablo ni lo miró, lo metió directo en la mochila y desapareció. Lo busqué por todo el colegio y no lo volví a ver. —No te preocupes, seguro que no es nada —intentó animarla Mía. El silencio se instaló por unos segundos. Solo el tictac del reloj llenaba el aire, insistente. Entonces, el teléfono de Sonia, que estaba en la cocina, empezó a sonar. Ella contestó rápido, como si esperara la llamada. —¿Hola?... ¡Mora! Qué sorpresa... —dijo Sonia, entrando al salón con el auricular en una mano y un repasador en la otra—. No, no... no están juntos ahora. Marizza está acá, conmigo. Marizza levantó la cabeza, atenta. La alarma se encendió en su pecho. Manuel y Mía también se tensaron. —¿Qué pasa, mamá? —preguntó, sintiendo cómo se le aceleraba el pulso. Sonia la miró un segundo, luego volvió al teléfono. —¿Cómo que no sabés nada de Pablo desde hace horas? —su voz bajó de tono, volviéndose más seria—. No, no, no están juntos. Ella está acá, la estoy viendo. Los ojos de Marizza se agrandaron, su cuerpo entero se puso rígido. —¿Qué pasa mamá? —repitió, más firme. Sonia tapó el micrófono un momento, y la expresión en su rostro se volvió una mezcla de incertidumbre y alerta. —Es Mora. Dice que Pablo no volvió a casa. Que desde después del colegio no responde llamadas ni mensajes. Está desaparecido. Marizza se quedó helada. Como si una corriente de hielo le atravesara el pecho. Todo encajaba demasiado bien... y al mismo tiempo, demasiado mal. La forma en que la evitó. El sobre. El cambio repentino de actitud. La voz de Sonia seguía hablando, pero Marizza ya no la escuchaba. Todo sonaba lejano. Sentía el estómago como una piedra. Ese presentimiento que había tenido desde que lo vio esa tarde se convertía ahora en una certeza insoportable. Manuel y Mía la miraban en silencio, sin saber qué decir. Y Marizza, con los ojos clavados en ningún punto, se quedó sentada en el sofá... sabiendo que algo grave estaba ocurriendo. Que Pablo estaba en peligro.
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