ID de la obra: 912

The Fault

Femslash
NC-17
En progreso
1
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 127 páginas, 67.442 palabras, 7 capítulos
Descripción:
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Una nueva molestia

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Capítulo 3 Caitlyn abrió los ojos con un parpadeo lento, el olor a desinfectante golpeándole la nariz y el sonido monótono de los monitores a su alrededor llenando el cuarto de hospital. Su cabeza palpitaba con fuerza, y un hilo de memoria comenzó a filtrarse entre la neblina de su conciencia: el té, las risas, la sustancia que la hizo caer... y el rostro de Jinx, sonriendo, levantando su mentón como si todo fuera un juego macabro. Una chispa de rabia le recorrió el pecho mientras intentaba incorporarse, pero el peso del cansancio la mantenía anclada a la camilla. Odiaba los hospitales y no muchos criminales la habían mandado allí. —Maldita Loca esquizofrénica... —se quejó. —¿Cait? A su lado, Jayce estaba sentado, con la expresión preocupada suavizada por la calidez que siempre le daba. Su mano se extendió instintivamente para tocar el brazo de Caitlyn, un gesto silencioso de apoyo. —Cait... respira despacio, ya estás segura —murmuró, y ella logró asentir ligeramente, aunque el malestar aún dominaba su cuerpo. Del otro lado, Mel permanecía erguida, impecable, con los brazos cruzados y una mirada fría pero observadora. La política detrás de su expresión le recordaba que, aunque a Jayce podía confiarle sus emociones, con Mel no había margen para debilidades, sin embargo, le tenía cariño a la comandante. Antes de que pudiera recuperar completamente la conciencia, la puerta del cuarto se abrió con un golpe seco. El Consejo de Piltover, compuesto por los miembros más estrictos y observadores de la ciudad, entró en bloque. Sus ojos la escrutaban como si fuera una ficha de juego caída sobre la mesa, incapaz de moverse por sí misma. Las preguntas vinieron al instante, directas, cortantes. —Comandante Kiramman —dijo el primero, con tono de reproche—. Explíquenos cómo la líder de la élite terminó en una camilla del hospital. ¿Acaso no supervisa sus propias operaciones? —Buenos días a ustedes también... —Buenos días, ¿Y bien? Caitlyn inspiró profundamente, su mente repasando cada movimiento de la noche anterior. La rabia no disminuía, pero necesitaba claridad para responder. —Señores, anoche fui citada por una criminal específica —comenzó, su voz firme pero cargada de tensión—. Me pidió que fuese sola. Aun así, llevé a dos vigilantes conmigo para asegurarme de que no hubiera pérdidas humanas innecesarias... y aún así, ambos fueron asesinados. —Entonces fue para que no muriera usted, más bien. —Exactamente. El silencio llenó la sala por un instante, y varios miembros del Consejo intercambiaron miradas de desaprobación. Uno de ellos frunció el ceño, sus dedos golpeando la mesa: —¿Está diciendo que actuó a espaldas del Consejo? ¿Que llevó a su equipo a una emboscada sin autorización? Comandante, esto es una violación grave del protocolo. —Lo sé —respondió Caitlyn con voz firme—, y no lo niego. Pero si hubiera seguido el protocolo al pie de la letra, si hubiera llevado todo el cuerpo de justicia disponible, el desastre habría sido mayor. Esta era una estrategia. Un juego que debía seguir para poder atraparla. Uno de los miembros del Consejo, visiblemente irritado, la miró con incredulidad. —¿Y lo logró, Comandante? ¿Su plan funcionó? Porque parece que todo lo que ha logrado es terminar usted misma herida y dos de sus oficiales muertos. Caitlyn apretó los dientes, su mirada fija y fría. —Sí, lo logré —dijo con determinación—. Jinx está identificada, sus patrones están registrados, y mi estrategia asegura que la próxima vez no habrá pérdidas humanas. Pero necesitaba moverme rápido, sin avisar a todos, para no alertarla. Hubo un murmullo entre los miembros del Consejo, seguido de un reproche más. —Comandante, Piltover tiene reglas. Usted es la líder, sí, pero la seguridad de la ciudad no puede depender de decisiones individuales tomadas a espaldas del Consejo. La próxima vez que actúe sola... —su voz se endureció— corre el riesgo de ser depuesta de su cargo y reincorporada como sheriff de nuevo. Jayce se adelantó entonces, levantando las manos en un gesto conciliador. —Respetables miembros del Consejo —dijo calmadamente—, Caitlyn ha demostrado profesionalismo durante años. Su acción fue arriesgada, sí, pero calculada. Les pido que consideren su estado de salud actual y no establecer una orden así. —Apoyo al concejal Talis —intervino Mel. —Un día de descanso no solo es necesario, es prudente para su estado, eso sí lo propongo. —volvió a hablar el moreno. Un murmullo de desacuerdo recorrió la sala, y algunos miembros levantaron cejas. Mel permaneció en silencio esta vez, evaluando la situación, pero sus ojos mostraban una ligera aprobación hacia Jayce y Caitlyn. —Uno o dos días, nada más —dijo finalmente un miembro del Consejo—. Pero que quede claro, comandante, esto no puede repetirse. Todo movimiento debe ser informado, todas las decisiones evaluadas en conjunto. Caitlyn asintió, aunque la tensión no abandonaba sus hombros. La presión de la responsabilidad combinada con el resentimiento de sentirse juzgada por algo que había hecho por estrategia le quemaba. Jayce le dio un pequeño toque en la mano, un recordatorio silencioso de que no estaba sola, mientras Mel se limitaba a observar, rígida pero con un dejo de respeto en su mirada. —Gracias —susurró Caitlyn, dejando escapar el aliento que había contenido—. Un día será suficiente. Jayce sonrió suavemente, inclinándose hacia ella: —Recupera fuerzas, Cait. El juego no termina aquí, pero no podemos permitir que te pierdas en él sola. —Estaré bien si dejas de hablarme en metáforas —sonrió ella débilmente. —Jamás. Ella cerró los ojos brevemente, sintiendo la calidez de su amigo y la gravedad de la situación. Por fuera, todo seguía siendo profesional y calculado, pero dentro de ella, la rabia y la frustración hervían. Sabía que la ciudad la necesitaba, que el Consejo exigía resultados, y que Jinx... Jinx seguiría moviéndose en las sombras. Y aunque intentara ignorarlo, una parte de Caitlyn sabía que aquel juego apenas comenzaba, y que cualquier decisión tomada ahora podía marcar la diferencia entre atrapar a la criminal... o perderlo todo. —¿Señorita Kiramman? —una voz interrumpió sus pensamientos. El doctor. Caitlyn lo miró y asintió, esperando su evaluación y posteriormente su diagnóstico. —Doctor, buenos días. —Permitame revisarla, la veo en mejoría en comparación de anoche —opinó él con seriedad. Caitlyn permaneció en la cama del hospital, inmóvil, mientras el médico revisaba una vez más sus signos vitales y el ritmo de su recuperación. El pitido constante de los monitores parecía marcar el tiempo, lento y opresivo. Cada parpadeo era un recordatorio de la noche anterior, del encuentro, del caos, de los cuerpos que no habían logrado sobrevivir. —Está estable —dijo finalmente el médico, apartando el estetoscopio—. Puedes regresar a casa, pero solo 24 horas de reposo absoluto. Movimientos bruscos o cualquier alteración podrían provocarte mareos o empeorar la contusión en la cabeza. Caitlyn asintió con un hilo de fuerza, agradecida y frustrada a la vez. Cada fibra de su cuerpo quería levantarse, moverse, buscar respuestas, pero debía cumplir. Jayce se inclinó hacia ella, apoyando su mano sobre la cama. —Entonces vamos —dijo con suavidad—. Te llevaré a casa, Cait. No hay necesidad de quedarte aquí más tiempo del necesario. Ella respiró hondo y, con cuidado, agradeció a Mel, quien ya se preparaba para retirarse. —Gracias, Mel —susurró Caitlyn—. Por todo. Por asegurarse de que estuviera aquí... y por todo lo demás. —No es nada, Comandante. Cuidese mucho. -También. Mel asintió con su habitual seriedad, inclinándose levemente antes de girar y salir del cuarto. Jayce ayudó a Caitlyn a incorporarse, sus manos firmes pero gentiles sosteniéndola mientras ella se levantaba. Cada paso hacia el auto fue medido, cada movimiento controlado, obedeciendo al pie de la letra las indicaciones del médico. La ciudad afuera parecía calmada, pero Caitlyn sentía la tensión en el aire, esa quietud antes de la tormenta que siempre anunciaba problemas. Jayce condujo con tranquilidad, aunque sus ojos no dejaban de escanear las calles, alerta. —Entonces... —empezó Jayce, rompiendo el silencio—. Esta Jinx... ¿es la misma que atacó la noche reconstrucción de la Academia? Caitlyn giró el rostro hacia él, con la luz de la ciudad reflejada en sus ojos magenta de determinación. —Sí —dijo con voz firme—. La misma. La identificamos en las grabaciones, en los informes. Sus patrones, su modo de actuar... todo coincide. No hay duda. Y... Tuve una conversación con ella. -¿En? —Ella. Parece estar loca, o quizás hambrienta de una venganza que no ha cumplido. Tiene algo en contra de la academia, de mi, de Piltover. Jayce asintió, pensativo, tocando levemente el volante con sus dedos. —Es increíble. No solo es impredecible, Cait. Es inteligente, estratégica... y personal. Nadie que actúe así por simple diversión maneja tanto caos encima. —No es solo un juego para ella —replicó Caitlyn—. Es memoria, odio y... algo más. Algo que no se atreve a decir, y que no quiero admitir que estoy empezando a estar en el centro de todo. Hubo un silencio cargado, solo roto por el suave rugido del motor y el paso constante de la ciudad que parecía observarlos desde cada ventana iluminada. —Deberías reforzar la seguridad —propuso Jayce finalmente—. O al menos considerar volver a la mansión Kiramman. Allí tendrías un entorno más controlado, tecnología avanzada, vigilancia constante. Caitlyn negó lentamente, sin necesidad de palabras. Jayce la miró, entendiendo la carga que pesaba sobre sus hombros. —La mansión... —murmuró ella—. Huele a ausencia. A mi madre. A un padre que nunca está del todo. Cada rincón me recuerda lo que perdí... y no quiero vivir entre fantasmas cuando ya estoy atrapada en este juego con esa loca. Jayce asintió, con comprensión reflejada en sus ojos. —Entonces tu departamento —dijo suavemente— será tu refugio por ahora. Pero Cait... no dudes en llamarme. Estaré pendiente, día y noche. No quiero que pases por esto sola. Caitlyn le dedicó una pequeña sonrisa, apenas perceptible, mientras él estacionaba frente a su edificio. La calma tensa de la ciudad se filtraba a través del cristal del auto, un recordatorio silencioso de que todo podía estallar nuevamente en cualquier momento. —Gracias, Jayce —dijo Caitlyn, mientras él la ayudaba a descender del vehículo—. Por todo. Por no juzgarme. Por ayudarme con esos viejos antes. —Siempre —respondió él, con firmeza y suavidad al mismo tiempo—. Cuídate. Y descansa, aunque sé que descansarás solo lo necesario. Caitlyn lo observó alejarse mientras subía a su departamento, el eco de sus pasos resonando en la entrada. Cerró la puerta tras de sí y se apoyó contra ella, respirando profundamente. La ciudad seguía tranquila desde afuera, pero en su interior, la tensión, el miedo y la rabia crecían como un fuego silencioso. Por un momento, permitió que el cansancio la venciera, sentándose en el borde del sofá. Su mente repasaba cada detalle de la noche anterior: el juego de té, los acertijos de Jinx, la mirada cargada de locura y venganza que había visto en sus ojos. Sabía que no podía bajar la guardia, que cada instante contaba, y que la criminal que había desafiado todas sus estrategias estaba moviéndose en algún lugar, observándola, jugando con ella. Y aunque estaba sola, Caitlyn comprendió que no estaba completamente indefensa. Tenía a Jayce, aliados y su propio ingenio. Pero sobre todo, tenía que prepararse para un enfrentamiento inevitable. Porque Jinx no solo había regresado a su vida... había vuelto a Piltover para recordarle todo lo que la ciudad y el sistema le habían quitado. Aunque ella aún no comprendía el por qué, o de dónde la conocía tanto esa mujer. Pero si sabía que, cuando ese juego comenzara de nuevo, esta vez no habría margen de error. No podía fallar. BZZZZ, BZZZZZZZ (No, no de avispa, de celular vibrando) El móvil vibró sobre la mesa de la sala de observación de la academia. Caitlyn, todavía con la cabeza palpitante y la memoria de la noche anterior difusa, lo tomó con movimientos automáticos. Un mensaje de su padre apareció en la pantalla: "Caitlyn, ¿estás bien? Estoy viniendo de inmediato desde que me enteré" "Estoy bien, no es necesario que vengas" "Mantente a salvo, ya casi llego." Respiró hondo y tecleó con dedos todavía temblorosos: "Trae galletas al menos. Te espero." Lo envió y pensó en dejar el móvil a un lado, concentrándose en recobrar la claridad entre el dolor y la incomodidad de haber estado indefensa. Pero entonces, la pantalla se iluminó de nuevo aún en su mano, y lo que apareció la detuvo en seco. Su cara de deformó en mil expresiones y todas eran de asco. Era una imagen. Una selfie. Y no era cualquier selfie. Era la foto de anoche, la que ella jamás habría imaginado que alguien podía tomar: Caitlyn, inconsciente, con la cabeza inclinada hacia un lado, el té todavía en sus labios, y junto a ella, la sonrisa burlona de Jinx, levantando su cabeza con esa mezcla de diversión y desafío que solo la criminal podía reflejar. Un escalofrío le recorrió la espalda. Su respiración se volvió entrecortada mientras sus dedos temblaban sobre la pantalla. —¿Qué mierda acabo de ver...? —susurró, su voz apenas un hilo mientras la incredulidad la envolvía—. No... esto... esto no puede ser real... ¡¿Cuándo carajos... Cómo?! Sintió un nudo en el estómago. Asco, rabia, humillación, y hasta un extraño sentido de culpa ajena se mezclaban dentro de ella. Cada detalle de la foto era un insulto directo a su control, a su autoridad, a su orgullo: Jinx la había vencido sin siquiera necesidad de violencia directa, había cruzado todos los límites sin ser detenida. Caitlyn no podía apartar la mirada. La sonrisa de Jinx, la forma en que sostenía su cabeza vencida, la ironía de ese instante atrapado para siempre... era un anzuelo emocional, un desafío silencioso que la mantenía pegada a la pantalla, inmóvil. Cada respiración se le hacía pesada, y la rabia empezaba a transformarse en algo más profundo: obsesión. —¡Y SE ATREVÍA A TIRARME DEL CABELLO! —dijo con voz fuerte, cargada de tensión—. ¿Sabe acaso lo mucho que me lo cuido? Pero claro, seguro ella se lava el suyo con jabón de lavar ropa. Se levantó de golpe, ignorando el dolor de cabeza, y se dirigió a su despacho en la academia. El camino estaba silencioso, pesado, como si cada paso resonara con la determinación que crecía en su interior. Una vez frente al tablero mural, Caitlyn lo contempló con ojos que ardían de frustración. Mapas, recortes, hilos antiguos... todo el trabajo anterior que había intentado organizar su mundo de información de otros criminales ahora parecía inútil frente a el caos que Jinx representaba, humillandolos. Sin dudarlo, comenzó a arrancar los papeles con fuerza, tirando mapas y fotografías viejas al suelo, dejando que los hilos se enredaran y cayeran en un desorden catártico. Cada movimiento liberaba una parte de la rabia que la foto había despertado: cada recuerdo del ataque, cada error de cálculo que la había dejado vulnerable, cada segundo de humillación concentrado en esa imagen. —Ella jura que su fotito fué increíble, vamos a ver quién se ríe más la proxima—gruñó, mientras sus manos seguían trabajando con precisión obsesiva—. Voy a organizar todo. Cada movimiento. Cada pista. Cada juego que pienses que puedes ganar, Jinx... lo voy a controlar. Cuando el tablero quedó vacío, Caitlyn respiró hondo y sacó todos los archivos de la noche anterior: informes, fotografías, datos de seguridad, registros de movimientos de la criminal, incluso rumores sobre sus últimas apariciones en la ciudad. Poco a poco, comenzó a reconstruir un nuevo tablero, esta vez dedicado exclusivamente a Jinx. Los hilos rojos conectaban lugares de la academia, rutas de escape, posibles escondites, aunque solo pensaba en Zaun. Cada conexión, cada nodo, era una pieza de estrategia; cada hilo, un paso más cerca de recuperar el control que la menor había arrebatado. Y finalmente, con movimientos cuidadosos pero frenéticos, colocó la foto de la noche anterior en el centro del tablero después de imprimirla, como el nodo central de todo el caso. Todos los hilos rojos se extendían desde esa imagen, como si cada plan, cada vigilancia, cada movimiento estuviera determinado por ese instante: Jinx sonriendo sobre su cabeza caída. —Ahora si vamos a ver quién es la perra de quién—susurró, con los dientes apretados—. Este es el caso. Este eres tú. Y no descansaré hasta que cada truco, cada movimiento, cada sonrisa torcida de tu parte, esté completamente bajo MI control. El silencio del despacho se volvió pesado, cargado de una tensión que solo Caitlyn podía sentir. La comandante estaba decidida: Jinx no volvería a humillarla, no volvería a jugar con ella sin consecuencias. La foto seguía allí, fija, como un desafío que no podía ignorar, y Caitlyn, con cada hilo colocado, con cada plan trazado, comprendió que este no era un caso cualquiera. Era una obsesión, un enfrentamiento entre el orden y el caos que definiría todo lo que vendría. Pero ella no era cualquiera. Si, era mala para las fechas, lesbiana y lamentablemente intolerante a la lactosa. Pero más que eso, era la maldita elite de piltover. Y no se dejaría joder de una loca con bombitas. Tabla de contenidos Tabla de contenidos Tabla de contenidos La puerta del apartamento tembló bajo un golpe seco. Caitlyn, todavía con la cabeza roja de la rabia salió del despacho, hacia la puerta principal, respiró hondo antes de abrir. Del otro lado, su padre estaba allí, con esa presencia firme que siempre la hacía sentir segura y, al mismo tiempo, vulnerable. —Papá... —Sin pensarlo, se lanzó a sus brazos, un abrazo cargado de alivio y preocupación contenida. —Caitlyn, mi niña... —su voz tembló apenas mientras la estrechaba—. Me asustaste. —Lo sé... lo siento, papá —respondió ella, apoyando la cabeza contra su hombro—. No fue nada planeado... todo pasó tan rápido. Desperté en el hospital esta mañana. Se separaron un poco, y él la miró con intensidad, buscando cada detalle en su rostro: la palidez, los moretones, el hilo de cansancio en sus ojos. —¿Haz comido bien? —preguntó. Ella asintió. —Entra. —pidió, haciéndose paso. Su padre entró, despojándose de la chaqueta. —Explícame exactamente qué pasó —dijo con firmeza, pero sin perder la calma completamente—. No quiero medias verdades. Caitlyn respiró hondo y comenzó a contarle todo: los primeros mensajes, las notas, la noche de la reconstrucción, cómo Jinx la había citado sola anoche a ese mismo lugar, cómo ella había ido con dos vigilantes confiables, y cómo la criminal los había eliminado a ambos y luego ella terminaba casi inconsciente tras el té con la sustancia. Cada palabra que salía de su boca era una mezcla de frustración y orgullo; ella no se arrepentía de sus decisiones, pero la rabia por la manipulación de Jinx era obvia, dah. Su padre frunció el ceño, una mezcla de incredulidad y enojo cruzando su rostro. —¿Cómo es posible que alguien te ataque en tu propio terreno, Caitlyn? ¿En tu propio campo? ¿Y que estés sola frente a esta criminal? —preguntó, golpeando suavemente su pierna, la tensión evidente en sus hombros—. Esto no es un simple encuentro policial, ¡es tu seguridad! —Papá, entiendeme —intervino ella, firme—. Lo que hice no fue un error de incompetencia. Si hubiera llevado un equipo completo, los dos o más vigilantes habrían muerto igual y yo también. —Esto era estrategia. Tenía que seguirla, ver sus movimientos, anticiparme. No se trataba de seguridad pasiva, sino de actuar con cabeza fría —agregó. —Caitlyn —dijo él, suspirando profundamente—. No te niego que eres capaz, pero esto es excesivo. No entiendo por qué insistes en la academia reconstruida. Sabes que ese lugar no es... —Papá —respondió ella, con la voz firme y los ojos chispeando de desafío—. Yo soy la comandante de Piltover. Puedo cuidarme. Esa academia no es solo un edificio, es una herramienta. Es el único legado que dejó mamá. —Si nos limitamos a huir cada vez que alguien me amenaza, o al consejo, o a la academia, nunca podremos proteger a nadie. Él la miró, intentando calibrar su orgullo y su miedo, el amor por su hija y la preocupación por la niña que alguna vez fue. —Pero esos mensajes... esas amenazas tan personales, en tu propio apartamento... ¿qué es esto, Caitlyn? ¿Una broma? ¿Quién se atreve a meterse así en tu espacio? —su voz se endureció, y su mirada buscaba la de ella como para no aceptar otra respuesta que no fuera completa honestidad. —Ella se atreve, y lo seguirá haciendo—dijo Caitlyn, con una calma tensa, casi cortante—. Esto es diferente. Esto no es solo alguien dejando mensajes. Es un ataque deliberado, estratégico. —Esa criminal que sabe exactamente quién soy y hasta dónde puede llegar. No es una broma. Es Jinx. —agregó. Su padre se reclinó, cerrando los ojos un instante, exhalando con frustración. —¿Entonces me estás diciendo que esta criminal puede aparecer en cualquier momento, incluso aquí, en tu apartamento? ¡No puedes permitir eso, hija!—su voz subió un tono, mezclando el miedo con la autoridad paterna—. Necesitas regresar a la mansión o tener vigilancia permanente. ¡No puedes jugar con tu vida de esta manera! —Papá... —la mirada de Caitlyn se endureció—. No voy a volver a la mansión. Ese lugar huele a ausencia de mamá y a un padre distante que no estuvo cuando debía. La mirada de su padre le dolió por un instante, bajó la cabeza y se acomodó un mechón de cabello, arrepentida por lo que dijo. —Lo siento yo... —No, tienes razón —dijo él. Caitlyn suspiró pesadamente. —No necesito recordatorios de eso. Y no voy a someterme a guardias permanentes si no las elijo yo misma. Soy la comandante, puedo protegerme, no necesito terceros. —No se trata de protegerte, Caitlyn...—demandó él, pero sin dejar de mirarla con preocupación—. Se trata de tu vida. ¡De que alguien con menos escrúpulos que tú no pueda jugar contigo como lo hizo anoche! —Lo entiendo, papá, y agradezco tu preocupación —replicó Caitlyn, con un hilo de voz firme y sereno al mismo tiempo—. Pero puedo manejarlo. Puedo mantenerme segura y seguir trabajando en lo que tengo que hacer. —La seguridad que me impones no va a garantizar nada. Solo voy a sentir que vivo vigilada, y eso no ayuda. —agregó. Hubo un silencio tenso. El padre frunció el ceño, pensando en cada palabra, en la obstinación de Caitlyn, en su necesidad de autonomía, y en la urgencia de protegerla sin invadirla. —Muy bien... —dijo finalmente, su voz más baja, pero con firmeza—. Aceptaré que te quedes en tu apartamento, pero tendrás vigilancia, el menos solo una persona. No estaré tranquilo. La comandante negó con la cabeza ante la idea. —Estoy bien. —No es una negociación. —Soy una adulta. —Y soy tu padre, no me importa que tengas 40 años, velo por tu seguridad. —No tengo 40 años. —No, por esos pasé yo hace rato, pero era un ejemplo. Caitlyn suspiró pesadamente, sabía que él solo se preocupaba sin embargo la idea de que alguien la "cuidara" era estúpida, ella podía cuidarse por si misma. Y claro, una criminal le había ganado 2 veces y la había humillado, dejado inconsciente y en el hospital pero esos son solo detallitos. Finalmente, después de pensarlo y solo para que su padre dejara de molestarla... asintió, dejando escapar un pequeño suspiro de alivio, aunque su orgullo seguía intacto. —Eso quizás lo puedo aceptar —dijo, con voz firme, mientras un atisbo de sonrisa cruzaba su rostro—. Solo uno y será bajo mis condiciones. Su padre exhaló, relajando los hombros por primera vez en minutos, aunque la tensión todavía colgaba en el aire como una amenaza. —Perfecto entonces yo mismo puedo ayudarte a elegir al miembro del cuerpo de seguridad. Un hombre fuerte y competente que... —¿Un qué papi disculpe? ¿Hombre? Creo que el cerebro no te está cerebrando. —lo interrumpió ella. —¿Qué tiene? —Prefiero comer vidrio a soportar un hombre persiguiendo me 24/7. Esa raza da miedo. —Caitlyn... —Solo estoy bromeando. Pero no, será mujer o nada. Tómalo o déjalo. —condicionó. El hombre suspiró pesadamente. —Entonces está decidido. —Su mirada era grave—. Pero quiero que esto se resuelva rápido, Caitlyn. No podemos dejar cabos sueltos, y menos tú, sola, frente a alguien como... Ella. —Lo sé —respondió Caitlyn, con determinación y un brillo intenso en los ojos—. Y no se repetirá. Pero recuerda: soy la comandante. Esto es mi territorio, mi vida y mi trabajo, y lo voy a mantener así. Se miraron unos segundos más, un acuerdo tácito de respeto y cuidado mutuo, antes de que Caitlyn se levantara para ir a la cocina por algo para ofrecerle y su padre se quedara aún sentado en el sofá, respirando hondo, consciente de que su hija seguía siendo obstinada, peligrosa y, al mismo tiempo, más capaz de lo que él podría proteger. Esa noche la pasó con su padre, y al día siguiente, cuando él insistió en acompañarla ella lo detuvo. Decidió ir sola en busca de su nueva "seguridad" la academia pequeña de vigilantes. Todo le recordaba a casa, aunque ella nunca hizo parte: El eco de los disparos resonaba en el campo de prácticas de la academia como una sinfonía metálica. El olor a pólvora se mezclaba con el de la tierra húmeda, el crujido de botas marcaba el ritmo de un entrenamiento impecable. Caitlyn avanzó por el pasillo lateral, todavía con el cuerpo resentido del hospital, pero con la mente fija en cumplir el pacto que había hecho con su padre. Un par de oficiales de menor rango la acompañaban, explicándole la situación. —Tenemos los recién graduados y... un grupo nuevo que llegó hoy—dijo uno de ellos, con tono casi orgulloso—. Jóvenes reclutas que ya tenían entrenamiento previo, algunos hasta participaron en torneos de tiro y de combate antes de presentarse aquí. —¿Nuevos? ¿De dónde vienen? —Otra parte de Runaterra. Según escuché, entre nosotros... Llegaron con los veteranos, esta mañana volvieron Vi y Loris. Los jóvenes llegaron en el mismo barco. —¿Vi está de vuelta? —cuestionó la sheriff sonriendo internamente. —Sí, comandante. Vi era literalmente su inspiración, bueno, no a tal punto, pero era importante para ella. Era la única mujer sobreviviente del incendio, junto a su compañero, Loris. Estudiantes y graduados en ese año, un proyecto impecable según le contó su madre, los más fuertes, los mejores del cuerpo de seguridad de piltover. Tan profesionales que no respondían nada que no fuese de manera profesional. Caitlyn había intentado acercarse luego del incendio, hablar, preguntar, conocer, pero ambos eran... Cerrados, fríos, miradas apagadas y pocas palabras. Así que se conformó con admirarlos. Viajaban cada año, al parecer para renovar su entrenamiento, era fuera de piltover, pero Caitlyn sabía que al reenconstruir la academia, podrían volver a tener su entrenamiento de alta calidad en casa. Como siempre debió ser, sin esa tragedia. —Entonces... Si esos chicos vinieron con ellos quiere decir que son importantes. —notó Caitlyn. —Si, lo son. Pero aún no son oficiales. Están en lo que llamamos... preselección, deben completar el entrenamiento mayor, solo son 2 semanas y... Caitlyn alzó la vista hacia el campo: una veintena de jóvenes corrían en formación, ejecutaban saltos sobre obstáculos, practicaban disparos rápidos. El impacto visual era fuerte: se notaba la disciplina en sus movimientos, aunque también había cierta crudeza en su forma de ejecutar, como si aún no tuvieran pulida la técnica oficial. Su mirada se detuvo en una figura en particular. Una chica, delgada pero fibrosa, cabello negro y corto, cejas poblada, pestañas largas y el rostro endurecido por la concentración. Disparaba con una precisión quirúrgica; cada bala atravesaba el centro de las dianas sin titubeo. Luego, al sonar el silbato del instructor, dejó el fusil a un lado y se lanzó al cuerpo a cuerpo contra un muchacho más alto y corpulento. En segundos lo había derribado con un movimiento seco, implacable. El grupo aplaudió entre risas y murmullos, pero ella simplemente se sacudió las manos, seria, con el pecho agitado. Caitlyn no pudo evitar murmurar: —Impecable. El oficial que la acompañaba notó su interés. —Ah, sí... esa es Daniela. Una masita. Pero... —hizo una pausa incómoda—, todavía no pasa por los protocolos oficiales. No podemos asignarla. Caitlyn giró el rostro, frunciendo el ceño. —¿Perdón? —Son las normas, comandante. Estos jóvenes aún no son vigilantes oficialmente. Hasta que cumplan con el proceso completo, no podemos... Ella lo interrumpió con voz seca: —Yo soy la comandante. Si quiero a una de esas personas, la requiero ahora. No necesito que me recuerden protocolos, tampoco quiero un robot de pocas palabras. La quiero a ella. —demandó. El oficial tragó saliva, bajando la mirada. —Sí... señora. Caitlyn no esperó respuesta. Caminó hacia el campo, sus botas resonando fuerte sobre el piso. Los reclutas se quedaron quietos al verla acercarse, algunos se enderezaron instintivamente como si esperaran inspección. Daniela, en cambio, la miró sin mucho interés, todavía sudorosa por el combate, limpiándose el rostro con la manga. —¿Daniela? —preguntó Caitlyn al llegar frente a ella. La joven asintió, erguida. Tenía un aire duro, casi intimidante... hasta que habló. —Holi, puede llamarme Dani, es más lindo—soltó con una sonrisa inesperada, su voz dulce y cálida como un resorte que descolocó a Caitlyn de inmediato. La comandante parpadeó, desconcertada. —... ¿Dani? —Sí, Dani, ¿Tiene problemas para escuchar acaso o...?—repitió la muchacha, confundida, como si fuese la cosa más normal del mundo. Caitlyn suspiró con incredulidad, llevándose dos dedos al puente de la nariz. —Bien... esto será interesante. Y no, no tengo problemas auditivos. —¿Interesante bueno o interesante malo? —Daniela arqueó una ceja. —Ya veremos. —Me gusta su coleta —la pelinegra se quedó perdida en el nudo con ojos curiosos—. Se ve tan profesional. —Gracias. Minutos después, ambas caminaban hacia un lado más tranquilo del patio. Caitlyn habló con firmeza: —Necesito a alguien para reforzar mi seguridad personal. No es exactamente el trabajo de tus sueños, lo sé. Básicamente quiero que existas en mi apartamento. Comer, dormir, ocupar espacio. No pelear, no meterte en problemas. —explicó. Daniela la miró como si le hablara en otro idioma. —¿Perdón? ¿Me está ofreciendo... que me pagará por existir? —Exacto. —No. —la cortó. Caitlyn se sorprendió por la rapidez de la negativa. -¿No? —No vine hasta aquí para ser una planta de decoración con sueldo. Yo quiero pelear, comandante. Quiero estar en las calles, enfrentando criminales, no... no cuidando a alguien que ya sabe defenderse sola. —expresó. El orgullo en las palabras de la chica hizo que Caitlyn la mirara fijamente unos segundos. —Yo también pensaba así a tu edad. Creía que lo único que valía era la acción. Pero hay batallas que no se libran en las calles. Algunas son más silenciosas... pero igual de importantes. —respondió. Daniela cruzó los brazos. —No suena muy convincente. Caitlyn dio un paso más cerca, bajando el tono de voz: —Te pagaré el doble de lo que ganarías en patrullas regulares. Tendrás tu independencia, recursos, y aprenderás directamente de mí. Y aunque no lo quieras admitir, si aceptas este puesto, estarás más cerca de la acción de lo que imaginas. Daniela la miró con desconfianza, pero la chispa de curiosidad le brilló en los ojos. —¿Cerca de la acción, irrumpen criminales en su casa o cómo? —Créeme —respondió Caitlyn con seriedad—, cuando se trata de criminales invadiendo mi privacidad... la acción nunca tarda en tocar mi puerta, más bien mi ventana. Hay una en especial que me visita recientemente y no es que no pueda defenderme, pero insistieron en alguien para que esté a mi lado cuando ella venga a jugar. —¿Jugar? —Si, jugar con té para dormirte, bombas y si tienes suerte, una que otra bala no mortal. Hubo un silencio denso. Finalmente Daniela sonrió, ladeando la cabeza. —Está bien, comandante. Pero si me aburro, quiero regresar a patrulla. —No lo harás. —Caitlyn extendió la mano. Daniela la tomó con un apretón firme. —Trato hecho. Esa misma tarde llegaron al apartamento de Caitlyn. El lugar estaba en orden impecable, como siempre. Daniela dejó su mochila en la entrada, mirando todo con ojos curiosos. Parecía un gatito negro explorando, la comandante se posó a su lado, su figura alta en contraste con la más baja. —Wow... bonito lugar. Aunque un poco... ¿cómo decirlo? Demasiado ordenado. —comentó. Caitlyn frunció el ceño. —Ese es exactamente el punto. —Owww tiene plantitas... —notó la pelinegra en la ventana. La comandante rodó los ojos. Caminaron hacia la sala y Caitlyn, con los brazos cruzados, dictó las reglas: —Escucha bien, Daniela. No interfieras con mi trabajo, no me molestes mientras esté en mi despacho, no revises mis cosas y no esperes que te entretenga. Daniela sonrió amplia, divertida. —Dani —la corrigió—. Y suena como típica mamá latina que le dice al chamaco que no toque nada. —Quizás. "No me molestes y yo no te molesto" —repitió Caitlyn, tajante. —Está bien —respondió la chica, levantando los pulgares—. Trato hecho, comandante. Caitlyn suspiró, llevándose la mano a la frente. —Caitlyn, llámame Caitlyn. Daniela dejó caer su mochila sobre el sofá, se tiró a su lado como si fuera su casa y preguntó alegre: —Entonces... ¿Tiene más plantitas? Jinx nunca había estado sola. No completamente, en realidad. Recordaba parte de su infancia distorsionada con Vi, pero era feliz en ella. Corriendo por los callejones, la pelirroja cantándole mal por las noches y arropandola del frío, peinando su cabello aunque no supiese hacerlo y dándole de comer cuando las sobras alcanzaban para preparar algo decente. Hizo hasta lo posible por su hermana mayor, por recuperarla, y había fallado, ella terminó siendo esa falla en su mismo plan. El recuerdo del incendio aún olía a humo, aunque hubieran pasado ya años. Jinx solía reírse de eso, decía que lo único bueno de Piltover era que ardía bonito cuando lo prendes en llamas. Sin embargo, hubo alguien... Ekko nunca se lo discutió. Aquella noche, cuando ella escapó tambaleante, tiznada de ceniza y con la mirada perdida, él fue quien la encontró en Zaun. Una niña desmayada y con quemaduras en el suelo frío de la madrugada. Fue más curiosidad que otra cosa. —¿Hola? Niña... ¿Estás viva? —preguntó frunciendo el ceño. —¿Los muertos no hablan o si? —respondió la menor apenas, era más el dolor por las quemaduras. —¿Qué te pasó? —Quemaron una academia. —Genial, el terrorismo es... Genial. —contestó él sonriendo forzadamente. Powder levantó la mirada apenas, su cabeza sangrante al igual que su ojo derecho. Las quemaduras graves y su cuerpo apenas respondiendo. Su labio tembló mientras veía al chico distorsionado frente a ella, su cabeza dolía cada vez que trataba de enfocarlo bien. —Soy Ekko. ¿Tienes nombre? —cuestionó el moreno. La pequeña movió los labios apenas. —Powder, pero ellos me dijeron que Jinx era mi nuevo nombre. —Powder es más lindo... Bueno, si es que te importa y... —No me importa —lo cortó ella, tratando de moverse—. Pero... Gracias, también me gusta más Powder. El chico sonrió de nuevo y no supo cómo, ni cuándo, pero al darse cuenta ya estaba ayudando a aquella niña a ponerse de pie y caminar a su lado, quejándose. No la acogió como un héroe, ni como un salvador; eran de la misma edad, apenas críos que ya sabían lo que era sobrevivir entre escombros y alimañas. Simplemente compartieron lo poco que tenían y, desde entonces, no dejaron de apoyarse, aunque la forma de hacerlo fuera rara, caótica, a veces incluso hiriente. Jinx siempre lo fastidiaba. Ekko siempre la aguantaba. Se necesitaban, y lo sabían. Y ahora, de noche en el taller improvisado de Ekko, con engranajes desperdigados por el suelo y una lámpara parpadeante que parecía estar a punto de morirse, ella estaba sentada en lo alto de una mesa, columpiando las piernas como si fueran metrónomos defectuosos. —Oye, Negro —lo llamó con esa voz nasal de burla que usaba solo con él—, ya no quedan más duraznos en el refrigerador. Que por cierto, deberías revisarlo, es el mejor guerrero entre todos los refrigeradores, apenas y enfría. Pareces un prodigio que desperdicia talento. Ekko no levantó la vista de lo que estaba ajustando. —Y tú pareces un gato callejero con problemas mentales y de rabia, pero aquí estamos, ¿no? —respondió con calma, aunque se le escapó una media sonrisa. —Gracioso, ¿Te la metió un payaso anoche o fue tu noviecito rubio? —exclamó ella, y le arrojó una tuerca que rebotó contra la pared. Después rió como si fuera el mejor chiste del mundo. —Al menos tengo a Ezreal, pero tú... ¿Alguna vez dejaras de ser una puberta y aprenderás a besar al menos o ne? —El moreno contestó con una sonrisa ladeada. —Con tu mamá quizás aprenda. —Que mierda Jinx, que asco. Ese tipo de interacción era común: insultos disfrazados de bromas, golpes flojos, risas demasiado ruidosas. Era la única manera en la que podían ser ellos mismos. Después de un rato, Ekko suspiró, se quitó los guantes y la miró de reojo. —Entonces dime, ¿qué has estado tramando últimamente? No te veo en días... y cuando apareces, hueles a pólvora y problemas. Ella abrió los ojos exageradamente, como si fingiera inocencia. —¿Yo? Nada. Solo he estado jugando un poquito. —Ajá, tú juras que nací ayer. ¿Jugando con qué? —Con quién, más bien. —sonrió torcida, sus ojos brillando ligeramente —. Con la comandante. —¿Caitlyn? —La misma. —respondió. El gesto serio de Ekko apareció al instante. —Sabes que eso no es un juego, Jinx. Te estás metiendo en terreno peligroso. Ella se dejó caer de la mesa de un salto, aterrizando frente a él con los ojos brillando como bengalas. —Peligroso es sinónimo de emocionante, una aventura es más divertida si huele a peligro. Y yo no nací para aburrirme, Negro. —No le veo sentido. —Tengo que encontrar a mi hermana. Y a esa preciosa amargada es la única que puede guiarme a ella. Es la única que puede recordar, la única que sabe, ella estuvo ahí. El chico frunció el ceño, cruzándose de brazos. —Eso no va a terminar bien. Si sigues presionando a Piltover, va a caer sobre ti como una montaña. Caitlyn no es la mejor persona para obtener información, no de esa forma. —No límites mi creatividad—agitó la mano, despectiva—. Solo estamos jugando, como cuando eramos niñas. Bueno, con uno que otro cadáver de por medio, nada que ellos no nos hayan quitado primero. —Hablas como si no te importara morir. Jinx ladeó la cabeza, su sonrisa torcida se volvió más sincera por un segundo, como una grieta en la máscara. —¿Y si no me importa? El silencio se extendió un instante, pero Ekko lo rompió rápido, chasqueando la lengua. —Pues a mí sí me importa, idiota. No voy a dejar que aparezcas muerta después de los cimientos dónde me tocó sacarte. Te necesito. —Lo sé yo... —No, enserio, te necesito, Powder. Ella lo observó, pestañeó un par de veces... y luego le dio un empujón en el hombro. —Siempre tan dramático, no nos pongamos sentimentales. Te preocupas demasiado. —Y tú muy poco —contestó él, devolviéndole el empujón, aunque con menos fuerza. —Por eso hemos durado tantos años sin arrancarnos la cabeza —se carcajeó ella, casi cayendo hacia atrás. Ekko negó con la cabeza, resignado, aunque sus labios no pudieron evitar curvarse. —Mira, no voy a intentar detenerte. Sé que quieres recuperar a Vi. Pero escucha: si vas a seguir con esto, quiero que tengas un sitio al que volver. No importa cuán loco sea tu juego... cuando todo explote, vienes aquí, conmigo, con Ezreal ¿Entendido? Jinx se acercó lo suficiente como para quedar a centímetros de su cara, con una sonrisa peligrosa. —¿Eso significa que me ofreces refugio en tu lecho homosexual? —Eso significa que, aunque seas insoportable, alguien tiene que evitar que termines con la cabeza volada en cesos. Así que si. —¿Saben que son mi Bl favorito verdad? —Lo hemos notado. —Aveces me sorprende tu capacidad de aguantarme. Eres el único que lo hace. —Ezreal también te quiere. —Me quiere pero linchar. —Bueno... tú eres la única que me hace replantear si debería haberme ido e ignorado a la niña quemada aquella noche —contestó él con ironía, aunque la mirada lo traicionaba: hablaba en serio en su preocupación. Jinx lo señaló con el dedo, aún sonriendo. —Me habría cuidado por mi misma. He sido valiente desde niña. —Claro, como cuando un perro elegante de piltover te persiguió hasta la frontera y caiste en una alcantarilla. —¡Ese perro quería matarme! —No te quita que seas una niña alcantarilla. El perro no tiene la culpa. —él se encogió de hombros. —Sé que te preocupaste en el fondo. Me quieres. —Te tolero, que no es lo mismo. —Tolerancia, sorprendente viniendo de un pacifista. —Ella rió. Ekko no la interrumpió; ya estaba acostumbrado. Así eran ellos: entre insultos, sarcasmos y advertencias envueltas en bromas. Amigos, casi hermanos, unidos por la supervivencia y por una humanidad rota que solo el otro sabía reconocer. No necesitaban más. Sin embargo, no era suficiente. Jinx no estaba bien, lo sabía, pero... A veces era demasiado. Su obsesión con Caitlyn empeoró, bueno, solo un poco. Llevaba tres noches en el mismo sitio, encogida sobre una cornisa del distrito superior, con las rodillas al pecho y los dedos manchados de pintura seca que usaba para garabatear caritas sonrientes en la pared mientras vigilaba. El departamento de Caitlyn era como un teatro privado al que tenía acceso exclusivo. Cada luz que se encendía, cada sombra que se deslizaba detrás de las cortinas, era para ella. Sabía de memoria la rutina. Caitlyn llegaba tarde, colgaba su abrigo en el mismo perchero, se quedaba unos minutos quieta en el salón, luego se servía un trago antes de sentarse en el sillón junto a la ventana. Jinx lo sabía todo. Hasta cuánto tardaba en ir al baño después de cenar. —Siempre igual, comandante... tan predecible, tan aburrida... pero interesante —murmuraba, con una sonrisa torcida mientras balanceaba las piernas al borde del abismo. Aquella noche, sin embargo, el patrón cambió. Una silueta distinta cruzó el salón. Jinx entrecerró los ojos y alzó el catalejo oxidado que cargaba siempre. Era otra mujer. Más baja que Caitlyn, cabello oscuro, corto, expresión seria pero... Dulce. No se movía como alguien de paso: revisaba, miraba hacia las ventanas, se detenía detrás de la comandante como si midiera el espacio, le hablaba, sonreía. No llevaba uniforme, no parecía soldado, pero había algo en ella... algo que se interponía. El corazón de Jinx empezó a latir más rápido. Un tambor sordo en los oídos. —¿Y tú quién mierda eres? —susurró, con una risa nerviosa. Apoyó el catalejo contra el ojo hasta que le dolió, observando cada mínimo gesto. La mujer hablaba poco, apenas inclinaba la cabeza, pero parecía atenta y sonriente a lo poco que hablaban. En realidad, nadie estaba sonriendo, pero ella lo veía... Las sonrisas forzadas hasta los ojos, como en esos vídeos de terror analógico. Era la falla en su cabeza jugandole una broma. La respiración de Jinx se cortó. Sintió un nudo en la garganta, luego un pinchazo detrás de los ojos. Parpadeó, y por un instante ya no vio a una sola mujer, sino tres. Tres figuras idénticas de esa misma mujer, todas al lado de Caitlyn, todas inclinándose demasiado cerca, todas ocupando el espacio que la menor había tenido en su mente. —No... no, no, no, no, no... —murmuró, apretándose las sienes con ambas manos. Los flashes llegaron con fuerza. Caitlyn joven tocando sus manos, enseñándole a doblar papel, luego juntas tomando el té como princesas en cuentos imaginados por Jinx, la voz cálida de la joven hablándole. Su piel se erizó y las uñas se hundieron en la carne de su brazo hasta dejar marcas rojas. —¿Quién es ella? ¿Quién es ella? ¿Quién es ella? —empezó a repetir en un murmullo rápido, como un rezo que le quemaba la lengua. El mantra la acompañó mientras observaba. El mundo alrededor desapareció: el ruido de Zaun, las luces lejanas, incluso el viento helado. Solo quedaban Caitlyn y la intrusa. De repente se levantó de golpe, tambaleándose sobre la cornisa. —Está bien, sheriff... si quieres jugar a las casitas con tu amiguita nueva, yo también quiero jugar. Ahora sí vamos a ver quién es más vergas. Sacó una granada de su bolso, la hizo girar en la mano, la pintó con un marcador hasta dibujar una carita con lengua afuera. —Dejame ver si ella corre tan rápido cuando las cosas explotan. Se rió sola, un sonido seco, sin aire. Y entonces, como siempre que las cosas se le salían de las manos, terminó bajando de nuevo para buscar a Ekko y contarle el chisme. Lo encontró en su escondite, ajustando un engranaje en uno de sus inventos, iluminado por la luz azul de sus cacharros. Ekko levantó la vista al escucharla llegar, y ya solo con verla entendió que venía con tormenta en los ojos. —Otra vez estuviste arriba, ¿verdad? —dijo, sin siquiera preguntar. Jinx se dejó caer en un sillón roto, dejando caer las piernas por un costado. Todavía apretaba la granada en la mano como si fuera un juguete. —No estaba "arriba". Estaba vigilando a Kilyn y me llevé una sopresa, no de las que me gustan. —¿No estaba? —Alguien más está ahí con ella, en su departamento, una mujer. —Jinx... —Ekko suspiró, dejó las herramientas a un lado y se cruzó de brazos—. Caitlyn no está prohibida de tener a quien quiera ahí, tu eres quien no debería subir a espiarla como si fuese tu juguete favorito. Ella lo miró de golpe, con una sonrisa amplia y los ojos vidriosos. —Pero ella es mi juguete favorito. —Ya habíamos hablado de esto. Y sobre esa "mujer" no debería importarte. —Me importa. —aclaró. Ekko frunció el ceño, tratando de no mostrarse impaciente. —Probablemente sea seguridad, o alguien del consejo. No significa nada y si significara... No. Es. Tu. Problema. Jinx golpeó el sillón con la palma, un movimiento brusco. —¡Claro que es mi problema! Ella se metió en mi tablero, Negro. En mi juego. Y yo soy la que mueve las piezas, no ella. Hubo un silencio. Ekko la miró, buscando las palabras correctas. La conocía lo suficiente para saber que contradecirla de frente solo la empujaría más. —Mira —dijo con calma—. Si de verdad viste a alguien, lo único que significa es que están más atentos. Es peligroso. Si te acercas, vas a salir perdiendo. Jinx empezó a balancearse en el sillón, adelante y atrás, murmurando entre dientes: —¿Quién es? ¿Quién es ella? ¿Cómo... Cómo...? —comenzó a sobrepensar. Ekko se acercó despacio y se agachó frente a ella, poniéndose a su altura. —Jinx. Respira. Escúchame. No necesitas saberlo o averiguar nada. Ella se inclinó hacia él de repente, con la sonrisa torcida y los ojos desencajados, pero en el fondo... Había un poco de dolor, solo un poco. —Si necesito. Necesito ver qué hace la comandante cuando le rompa su nuevo juguete. —demandó. Ekko cerró los ojos un instante. Sabía que ya no la estaba alcanzando. —Solo... prométeme que no vas a lastimar a esa mujer y mucho menos vayas sola. No tiene nada que ver contigo o Caitlyn. —pidió. Jinx se echó a reír, tirándose hacia atrás con los brazos abiertos. —¿Lastimarla? No que va ¿Y quién dijo que estoy sola? Tengo a mis bebés, tengo mis bombas, y tengo esa vocecita en mi cabeza que nunca me deja. Esa... Falla. —Alzó la granada y le pintó otra sonrisa encima, hablándole como si fuera una amiga: —¿Verdad que no estamos solas? —agregó, como si jugase. Ekko apretó los labios, impotente. Ella ya estaba lejos, atrapada en su propio circuito. Y lo peor era que, aunque la quisiera detener, sabía que Jinx solo oía lo que quería oír. La lámpara del despacho derramaba un círculo de luz amarillenta sobre el escritorio. Caitlyn repasaba por enésima vez el mapa extendido, dedos largos sosteniendo una pluma con la que dibujaba rutas invisibles en el aire. Alfileres marcaban entradas, callejones, puntos ciegos que nadie más vería. Estaba idea del un plan, llevaba horas en ello, era perfecto. "Jinx nunca resiste la academia", pensó. Había patrones en su locura, ritmos que se repetían. Cada vez que alguien osaba tocar esas ruinas, ella aparecía. Caitlyn lo había comprobado con reportes, con grabaciones, con simples rutas en el Bajo Piltover. —Vendrá —susurró, más para sí que para nadie. El plan estaba claro: un movimiento en falso en la reconstrucción, un equipo llamativo de trabajadores "descuidado", patrullas escondidas en las sombras y Vi, ahora Vi, preparada en la retaguardia para cerrarle el paso cuando ella, Caitlyn, la empujara hacia la trampa. Apretó el puente de la nariz y sonrió con esa calma que siempre antecedía a la cacería. —No puedes resistirte a dañar las reencontruciones. Y cuando vengas, no saldrás. La puerta se entreabrió, Daniela asomó la cabeza con el cabello aún húmedo de la ducha previa que había tomado. —¿Sigues ahí clavada, comandante? —preguntó con voz curiosa. —Revisando los detalles —respondió Caitlyn, sin levantar la vista. —Es la quinta vez hoy. —Por eso mismo no habrá errores. —Caitlyn le devolvió una mirada fugaz, seca, pero con un destello de confianza—. Cuando aparezca, quiero que cierres su única salida. La que ella cree que es suya. Daniela arqueó una media risa. —¿Realmente es tan peligrosa como para tener un plan más meticuloso? —Ella es... Caótica, eso la hace difícil. —El caos no es imposible de ordenar... Caitlyn no respondió, volvió a la mesa. Cada movimiento estaba previsto. No habría lugar para improvisación... al menos de su lado. La noche afuera era tranquila, casi demasiado. Daniela volvió a la sala, piernas largas colgando del sillón, hojeando un cuaderno con dibujos que hacía sin mucha atención. Una taza vacía al lado, y el aire de alguien que, aun teniendo fuerza para derribar a media calle, se distraía viendo cómo se colaba la luna por la ventana. Entonces, un crujido. Leve. Un vidrio vibrando apenas. La pelinegra alzó la vista, parpadeando. El crujido se volvió estallido. La ventana reventó hacia dentro y un torbellino de risas se deslizó rodando por el suelo, quedando de pie de un salto. —¡Toc, toc! —canturreó Jinx, sacudiéndose el polvo del pelo—. Casi me quedo sin media pierna al entrar, deberían ser más considerados con los ladrones. Daniela se quedó helada un segundo, cuaderno en mano como si pudiera lanzarlo de defensa. —¿Quién eres tu...? —¿Quién, quién, quién? —repitió Jinx como un loro, saltando sobre la mesa y pateando la taza para que volara en mil pedazos—. ¿Caitlyn no te ha hablado de mi? ¿Ha estado muy ocupada riéndose contigo? No creo, soy uno de sus mejores temas de conversación. —¿Jix ? —La misma. ¿Entonces te habló de mi? —Claro, me dijo que te pateara el culo hasta cansarme. —¿Ah si? Inténtalo a ver si muy vergas. Daniela entrecerró los ojos. La taza rota en el suelo, el desastre... algo se encendió en ella. Se levantó, baja, enorme, con esa calma de alguien que sabe que si empuja, va a doler. —No sé por qué la atacas, Jinx —dijo con voz grave, suave pero firme—. Pero tengo la orden de protegerla de ti. Jinx giró la cabeza, sonriente, ladeando los hombros. —Lo que me faltaba, una que se creyera defensora. Con todo respeto, me tomaría 5 segundos acabar con tu ego de gente que va al gym 1 mes y el músculo apenas y se les nota. No hubo respuesta. Daniela frunció el ceño y se lanzó de frente. No esperó más. El choque fue seco: hombro contra estómago, pared contra espalda. Jinx soltó un gruñido y luego una carcajada, doblándose un poco. —Nena pero cálmate que la pared no tiene la culpa. Uish. Daniela no contestó, solo apretó con fuerza, intentando inmovilizarla contra el muro. —Caitlyn tenía razón, eres insoportable—jadeó—. Y pareces sacada de algún circo barato. Con esos pantalones... —¡Ey! ¿Que tienen mis pantalones?—Jinx le mordió el antebrazo como una niña rabiosa. Daniela chilló de sorpresa, soltándola un instante. —¡¿Qué carajos te crees perro o qué mierda?! —No, tengo niveles. No me compares con esos demonios asusta niñas. —¿Le temes a los perros? Jinx no respondió, rodó hacia un costado y le metió un rodillazo en la costilla. Daniela se dobló, pero contraatacó de inmediato con un manotazo que la estampó contra el sofá. El mueble crujió. —¡Cuidado, Hulk! —escupió Jinx, riendo—. ¡Me vas a romper las uñas! Daniela resopló, labios torcidos en una sonrisa leve, entre fastidio y juego. —¿Siempre eres tan hablona? ¿Comiste loro remojado o algo? —Quizás a tu mamá, pero loro no fué —replicó Jinx, saltando sobre la mesa rota para darle un puntapié en el pecho. Daniela retrocedió, sintiendo el aire escapársele, pero respondió con un empujón que derribó una lámpara. La bombilla estalló en chispas. —¡Uy! ¡Ambiente dramático! —burló Jinx, moviéndose alrededor—. ¿Qué sigue, Caitlyn disparandome en pijama? —Yo que tú, corría si la viera con el rifle—gruñó Daniela, acomodándose otra vez para atacar. —¿Y perderme la pelea con mi mayor fan? ¡Ni loca! Creeme, hemos tenido peores momentos. Se lanzaron de nuevo. Daniela la atrapó del torso y la alzó unos centímetros antes de tirarla de espaldas contra la mesa de centro ya rota. El golpe sacó un quejido agudo de Jinx, pero enseguida respondió clavándole las uñas en el cuello. Daniela la apartó de un manotazo, respirando fuerte, pero aún firme. La sala parecía un campo de batalla: muebles volcados, papeles por el suelo, vidrios en todas partes. En ese instante, Caitlyn salió del despacho, atraída por el estruendo y los ruidos. Y si, estaba en pijama, aunque sin el rifle. Se quedó en el umbral, observando. Daniela jadeaba, con un hilo de sangre en la frente. Jinx estaba de pie, despeinada, con esa sonrisa torcida que nunca desaparecía. Entonces, los ojos magenta de Jinx se clavaron en Caitlyn. Y su expresión cambió, como si por fin hubiese encontrado a quien quería ver. —¿Quién es ella...? —murmuró. Daniela, jadeando, apenas entendió. —Sinceramente está loca... Comandante, debería... —Jinx, déjala —ordenó Caitlyn. Pero Jinx repitió, más alto, como un estribillo enloquecido: —¡¿QUIÉN. ES. ELLA?! —y tiró con más fuerza del pelo de Daniela, como si la respuesta pudiera sacarse a golpes. Caitlyn no reaccionó de inmediato. Solo observó. El sudor, la desesperación, la furia mezclada con esa fijación enfermiza. Lo vio todo como espectadora. —¡Te estoy hablando, maldita sea! —se quejó Jinx, lanzando a Daniela contra el suelo y poniéndose de pie, aunque tambaleaba—. ¡¿Quién demonios es esta... Cosa?! Daniela tosió, recuperando el aire. —¡Estoy a cargo de su maldita seguridad, ¿Eres o te haces?—escupió, incorporándose otra vez. —¡Cállate! —le chistó Jinx a Daniela, sin apartar la mirada de Caitlyn, volvió a hablarle a la comandante—. ¿Así que tienes un soldadito ahora? Caitlyn avanzó un paso, tranquila, bajando apenas el arma. Su voz fue seca, controlada. —Si es solo mi "soldadito"... entonces, ¿qué te importa tanto? —arqueó una ceja. Jinx la señaló, temblando de rabia, los labios torcidos en una mueca. —¡Porque está aquí! ¡Contigo! ¡Y no debería! ¡No me deja lastimarte! ¡No me deja jugar! —se quejó. Daniela resopló, sin creer lo que oía. —He visto enfermos mentales pero sinceramente tú ganaste la competencia, y ni siquiera era una —comentó la pelinegra. Jinx la tiró más del cabello. Pero la comandante no la escuchaba. La estaba leyendo. Cada palabra de Jinx era un mapa, una grieta, y ella ya sabía cómo usarlo. La obsesión de la Zaunita era tan obvia, y no, no eran celos, esto era... Oscuro, retractil, como si Caitlyn fuese su juguete y de nadie más. —Suelta a Daniela y puede que considere dejarte en algún calabozo con luz y un tazón de agua. —dijo finalmente. Jinx sonrió, como si eso fuese el chiste más gracioso que jamás escuchó. —Nah... Hagámoslo más divertido. Y con eso la peli celeste miró a Daniela y le dió un rodillazo en el estómago que la dobló. Daniela alcanzó a sujetarla por la trenza y la estampó contra la pared. El golpe hizo que Jinx soltara una carcajada dolorosa. La pintura se cuarteó en torno a su cabeza, pero en lugar de parar, se abalanzó con más fuerza. Sus manos arañaban, sus rodillas golpeaban; no peleaba como una soldado, peleaba como un animal enloquecido. Daniela intentaba contenerla, pero sus músculos, aunque grandes, no podían competir con el frenesí impredecible. Y entonces, un sonido hueco: Jinx le rompió un florero en la cabeza. Daniela jadeó antes de mirar a Caitlyn y perder el conocimiento, el cuerpo impactando contra el suelo con un estruendo seco. Un silencio breve se apoderó de la sala. Jinx, con el pecho agitado, quedó encima, mirándola unos segundos, como si no entendiera que había logrado tumbarla. Después sonrió, los labios manchados de sangre por un corte en su propia boca. —¿Ese era tu escudo, Kilyn? —giró la cabeza hacia el pasillo, porque Caitlyn ya estaba allí. No dijo nada. Solo miraba. Jinx caminó despacio hacia ella, sin quitar esa sonrisa torcida. Su respiración aún era desbordada, su cuerpo temblaba de la adrenalina. Se acercó tanto que la punta de su pistola rozó la tela de la camisa de Caitlyn. —¿De verdad pensaste que una niña con músculos iba a frenarme? —susurró, inclinándose hasta que casi rozaba su mejilla con los labios—. ¿Ese es tu gran secreto, comandante? ¿Ese es tu muro de contención? Caitlyn no retrocedió. La miraba con la calma gélida de alguien que ya había leído la jugada antes de que ocurriera. —No necesito que ella me proteja de ti, Jinx. —Su voz fue baja, afilada como una trampa—. Me basta con ver lo desesperada que estás. Los ojos de Jinx se abrieron un poco, las pupilas vibrando entre la rabia y la confusión. —¿Desesperada yo? —rió nerviosa, casi histérica—. ¡Soy yo la que entra cuando quiero, la que te arruina los planes y te deja dormida con té! Tú eres la desesperada... siempre esperando a que aparezca. Hasta la contrataste a ella por miedo a mi. Caitlyn apenas inclinó la cabeza, estudiándola como se estudia a un animal herido. —No... No miedo. Mira tu cara ahora... —dio un paso hacia ella, cortando la mínima distancia que quedaba—. ¿Quién parece necesitar más a quién? El silencio que siguió era incómodo. Jinx tragó saliva, y por un instante se quedó quieta, como atrapada en una tensión que no sabía cómo manejar. Era furia, era deseo de romper, de poseer, de destruir... y algo más, algo que ni ella podía nombrar. —Eres... una maldita manipuladora —murmuró, los labios rozándole el oído—. Y voy a arrancarte esa sonrisa con mis propias uñas si es necesario. El destello en los ojos de Caitlyn fue casi imperceptible. En el mismo instante en que Jinx levantó el arma, la comandante se agachó con precisión quirúrgica, agarrando el candelabro metálico que estaba en la mesa rota. Con un giro rápido, lo estampó contra las costillas de la menor. Lo incrustó con fuerza, con odio, sus ojos se mantuvieron en los de ajenos. El grito fue seco, un jadeo ahogado. Jinx tropezó hacia atrás, tambaleante, la pistola chocando contra el suelo. —¡HIJA DE PUT...! —pero el dolor le cortó la frase. Caitlyn no se movió para perseguirla. Solo la sostuvo con la mirada, con el candelabro aún en la mano. —¿No que muy vergas? —sonrió. Jinx, tambaleante, recuperó el equilibrio. Sangre le manaba del costado, sus pasos eran torpes, pero aún así sonrió, esa sonrisa torcida y rota que helaba la sangre. —Touché, sheriff... —rió con la voz quebrada—. Pero solo es una herida pequeña, un juego, una... Caricia dulce. Y sin más, se lanzó hacia la ventana. El cristal se astilló con un estruendo y desapareció en la noche, dejando tras de sí una estela de carcajadas entrecortadas, desbordadas, que se perdían en la escalera del edificio. Caitlyn no se movió, no la persiguió. ¿Qué extraño? Porque era lo que debía hacer. La sala quedó en un silencio mortal. Solo se oía el goteo de sangre en el suelo, la respiración agitada de la comandante y el respiro  leve de Daniela inconsciente. Caitlyn permaneció de pie. Miró el candelabro en su mano, aún manchado. Su pecho subía y bajaba lentamente. La victoria sabía amarga, hueca, pero sus labios dibujaron una sonrisa mínima, fría. —Son solo horas...—murmuró para sí, mientras sus ojos se alzaban hacia el tablero en su despacho, visible desde la puerta entreabierta. Mapas, rutas, fotos, horarios. El plan seguía en pie. La trampa ya estaba tendida. Soltó el candelabro con un ruido seco contra el suelo y echó una última mirada a Daniela, tirada como un muñeco roto. Ya se encargaría de ayudarla. Pero ahora... Su campo de visión era la red, la foto de ambas, ella inconsciente, Jinx sonriendo. La rabia le creció de nuevo. Sin embargo, tenía algo aún mejor: certeza y seguridad. Caitlyn ya sabía que Jinx, herida, desesperada y rabiosa como estaba, tarde o temprano volvería. Con rabia, con obsesión, con juegos. —Voy por ti. —demandó. Sonriendo. Solo hizo eso, sonreír, porque en unas horas, ella sería la que moviera las fichas del juego... A su jodido antojo.
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